¿Huir? Se pregunta por ínfimo
instante ¿Por qué? Le responde aquella misma voz, por hoy solo por hoy, esos
labios le pertenecen.
Un roce, dos…casi una coqueta
insinuación.
No lo resiste, la excita, lo quiere todo o no quiere nada. Lo
amarra por el cuello de la camisa, anclando esos juguetones labios a los
propios, él se deja hacer.
Se prueban, se degustan cual catadores en su primer
sorbo de vino. Sé pelean uno con el otro, se abrazan y se sueltan. Él quiere
marcar el ritmo, ella quiere que le obedezca.
Él la presiona posesivamente
contra su cuerpo, ella lo acepta con un gemido de derrota.
Y tras un periodo de
paz, terminan descubriendo su lenguaje. Allí se encuentran ambos luchadores,
rendidos a los embistes de la lengua del otro.
Una danza, un ballet, un juego
de amantes, un idioma que solo ellos logran hablar sin palabras” — Demi perdió
el sentido común, por un largo momento no pudo articular una frase.
Joseph acababa de redactar al paso un
beso que la descoloco por completo. Finalmente el escritor que ella tanto
admiraba, mostraba su rostro.
Estando tanto tiempo relegado a la oscuridad, Demi había temido que ni siquiera
existiera, que tan solo fuese producto de su imaginación.
Pero no, él era real.
Joseph realmente sabía crear
momentos y trasportar a cualquiera al lugar que él lo desease.
— ¿Y la otra?—inquirió con un
hilo de voz. Joseph le enseñó su
sonrisa más tentadora, parecía esconder un sinfín de significados.
—La otra es la metafórica, la
otra no dice nada y a la vez lo dice todo.
—Enséñame— Joseph la liberó, como si recién se percatara de lo cerca que
estaban uno del otro. Pero no se apartó, ella esperaba que diera un paso atrás,
pero por primera vez se alegró de que no fuese un hombre predecible.
—Bien…te enseñare como piensa
James, la mejor forma es haciéndolo en primera persona—Ella asintió
intranquila, en realidad entusiasmada y no le importó mostrarse de ese modo.
Joseph clavó sus ojos azules en ella,
quizás pensando cómo dar inicio y sin previo aviso comenzó a relatar—“No sé
cómo llegamos a ésta situación, de pie uno frente al otro, casi tocándonos pero
sin llegar a romper la barrera de las distancias.
Tus ojos transmiten un solo
mensaje, el mismo que mis labios contienen firmemente dentro de mi garganta.
Bésame, tócame, quiéreme, aíslate conmigo en esta intima soledad. Dos es mejor
que uno, dos significa juntos.
Distancia trémula, ínfima, me
atrevo a doblegarte.
No me temas, no te alejes, deja
que mis manos te consuelen, deja que mis labios te quiten esa indecisión. Mujer
demoniaca, mujer que me roba el sentido comparte conmigo esos pecados tan bien
callados, ábrete a mi inquisición.
Suave, suave suspiro de aceptación,
eres mía por ahora.
Manos soy esclavo de sus
acciones, hoy no me pertenecen, hoy yo les pertenezco.
Labios, beban y succionen, no se
priven pues a través de ustedes vivo este momento.
Piel absorbe su calor, guárdalo
todo para cuando ella se marche.
Y ojos no se atrevan a
desplegarse, porque entonces sentiré que esto no ha sido más que un sueño.
Pero no, estas y estamos; y al
apartarme de tu lado veo tus parpados fuertemente apretados. Me permito
saborear la idea, de que al igual que yo también temes despertar…”
Demi abrió los ojos al mismo instante
en que él terminaba su descripción. ¿Qué podía decirle? Jamás lo había leído en
primera persona, era una sensación completamente nueva.
Y más teniendo en
cuenta que lo había oído de sus propios labios. Era oficial, ella nunca podría
escribir de ese modo.
—Estoy bien jodida.
—Oh vamos—Le cruzó un brazo por
los hombros, amigablemente—Tenemos toda la noche para practicar—Ella lo observó
asustada y ¿Por qué no? También algo, curiosa—Hablo de la escritura,
pervertida.
—Yo no dije lo contrario.
—No necesitas hablar, el deseo se
refleja en la mirada.
—Pues será el tuyo que
resplandece como cartel de neón, porque mío no es—Él rió, sacudiendo la cabeza
en una negación.
—Digamos que por hoy, te creo— Demi frunció
el ceño molesta por su condescendencia.
—Digamos que por hoy, te creo…—Lo
remedó haciendo un intento de imitar su voz burlonamente, él volvió a soltar
una musical carcajada—Estúpido.
—Bien, practicaremos escritura
por unas horas y luego seré tu esclavo sexual. ¿Podrás esperar hasta
entonces?—Ella se liberó de su brazo y lo empujó a un lado ¿Es qué no se podía
hablar seriamente ni un segundo con él?
—Me voy a dormir.
—Son las diez.
— ¿Y qué?
—Que pensé que ya habíamos dejado
de lado estas niñerías—Soltó un bufido y pateó el piso con la punta de sus
tenis.
—Bien—Aceptó de mala gana—Pero si
haces alguno de esos comentarios nuevamente, te pateo el trasero hasta dejarlo
en compota.
—Extraño concepto, pero…entiendo.
—Camina.
—Voy detrás de ti—Le respondió en
tanto que se detenía un segundo, para castigar a su mirada con el suave vaivén
de ese culito de pasarela. ¡Dios! Esa noche iba a terminar muy distinta a la
anterior, de eso no le cabía duda.
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