Verdaderos Escritores.
Si la incertidumbre pudiese
pesarse, la de Demi ya estaría catastrófica mente obesa. No importaba en qué posición se colocase, parecía que la visión de su
computador completamente estático, la atormentaría por cualquier flanco.
Esperar la llamada de Joseph había sido tan desilusionarte
como aquella vez en que descubrió a Papá Noel enfundado en una de las batas de
su madre, mientras le enseñaba una sonrisa cómplice y le susurraba en la
penumbra del pasillo «Yo también recibo obsequios en navidad» En esa ocasión se
había limitado a asentir, pues nunca había tenido el coraje de contarle a su
madre esa experiencia.
No importaba cuanto intentara
disfrazarlo, el mismo Papá Noel llegaba incluso en fechas en que no tocaba
festejarlo. Si bien aquello había sido bastante chocante para su infantil
inocencia, ahora ya no le cabía duda de lo que ese hombre hacía con su madre.
Por lo que no tenía sentido mostrarse indiferente a la respuesta muda de Joseph, las pruebas estaban a la
vista. Él le estaba aplicando la ley de hielo y por primera vez ella no sabía
cómo reaccionar.
Con las esperanzas nunca
resignadas, había aguardado pacientemente hasta las siete de la tarde. Pero
llegado ese momento, no había podido mantener ni siquiera su propio engaño. Él
no le respondería. Y ella con la decisión tristemente aceptada, envió el único
email que fue capaz de redactar.
Con las ideas contraídas a meros versos
improvisados, le dio un acabado mediocre a aquel capítulo imberbe. No había
nada allí que aportara algo a la historia, ni una palabra, ni un párrafo u
oración. A decir verdad, parecía el lamento patético de alguien que se vio en
un enorme apuro y sin posibilidades de salir airoso, término por abrazar la más
penosa de las oportunidades. La resignación.
Eso había enviado, ahora se
arrepentía. Incluso estúpidamente, abrigaba la esperanza de poder retractarse.
Decir que todo había sido una broma o una equivocación, algo que simplemente la
excusara por un segundo. Pero ¿Qué? ¿Cómo?
No es que no se sintiera
capacitada, sabía que como escritora no tenía nada que envidiarle a Joseph (aunque lo hacía en lo más
profundo de su ser). Pero su mente se había cerrado, bloqueado; y cualquier
escritor sabe que no hay peor estadio, que ese que te roba las palabras.
Se
encontraba en disconformidad con su alma y en esos momentos, no existía estimulo
o amenaza suficiente que lograra robarle una frase coherente. Ella lo sabía y
no podía negarlo, el capítulo apestaba tanto como las manos y mente que lo
habían redactado.
Era tan frustrante, Joseph incluso le dinamitado su única
vía de expresión libre. No tenía palabras, éstas la habían abandonado a su
suerte y
sin ellas se sentía al borde de
un abismo. ¿Y por qué? ¿Por qué? No podía comprenderlo, no sabía decirlo,
simplemente… no sabía.
Tenía que salir de allí, si
continuaba mirando el computador sus ojos estallarían, tal como ocurre en los
cuentos que los padres sueltas a sus pequeños, con el estúpido propósito de
demostrar su superioridad.
Llevaba dos horas sin noticias,
ya no pestañaba eso lo dejaba para momentos de pereza. No podía apartar la vista,
los editores normalmente no demoraban tanto en responder. Y ella no pedía
mucho, solo el maldito mail de recepción avisándole que ya podía volver a
respirar, que ya podía pestañar. Pero nada.
La mente le daba brincos,
diciéndole: o te tiras conmigo por ese balcón o lo hago yo sola. Demi intentaba ignorarla, no era el
fin del mundo. Tal vez solo de su carrera, pero no es como si no pudiese
cambiarse el nombre y comenzar todo de cero ¿verdad?
Había sido una estúpida, por
supuesto que ella no podría imitar el estilo de Joseph. Tendría que haberse mantenido firme, dejar que los
editores pensaran que solo ella trabajó en el capítulo.
Pero no pudo, porque
sabía que aquello solo le acarrearía problemas a él y por extraño que sonase,
no quería que Joseph tirara su
gran carrera al traste por incumplir ese estúpido contrato. Estúpido, estúpido,
estúpido el momento en que decidió plasmar su firma en la línea punteada.
—Basta Demi, no te obsesiones —Se susurró
mansamente, mientras se propinaba ligeros masajes a sus sienes.
Estaba decidida, no iba a
continuar esperando. Saldría a beber un té, a oler las petunias (aunque no
sabía dónde hallarlas), a correr, a nadar en el río o…a tomar un helado. Sí
¿Por qué no? Un helado la calmaría y la heladería, estaba justo enfrente de su
edificio. Ni tendría que cambiarse, solo reemplazar sus pantuflas por unos
tenis y asunto resuelto.
Mientras pensaba aquello, iba
concretando las acciones. Pantuflas fueras, tenis atados, llaves en la mano y
dinero en el brasier, en una última inspección al espejo se dijo que no podía
lucir más horrible. Pero le dio igual, no es como si esperara que ante sus pies
se abriera una pasarela.
La idea la hizo sonreír y fue exactamente de ese modo,
en que la recibió la persona que la aguardaba en el pasillo.
—Hola Demi —Con las manos en los bolsillos y una sonrisa decorando sus
cincelados labios, él le cubría el único camino hacia su helado de
tranquilidad.
Allí estaba el muy desgraciado,
después de una semana completa de ignorarla con la menor de las delicadezas. Demi sintió la necesidad de borrarle
aquella sonrisa de una cachetada, pero se contuvo, no supo como pero lo hizo.
Lo observó con el veneno pugnando por salir de sus ojos. ¿Cómo se atrevía a
presentarse cuando ya todo estaba perdido?
¿Cómo se atrevía a sonreírle con
tanta calma? ¿Cómo la miraba de ese modo después de abandonarla a su suerte?
¡Ah no señores! Ella no estaba preparada para verlo, lo único que cruzaba su
mente, eran las ansias irrefrenables de arrancarle esos ojos de modelo.
— ¿Hola Demi? ¿Hola Demi?—repitió como si aquello fuese
el peor de los chistes— ¿Es todo lo que dirás?
—Bueno…la última vez te quejaste
de que no soy muy protocolar, así que decidí empezar con lo que la gente normal
llama: saludo.
—Vete al infierno—masculló
empujándolo para que la dejara pasar—Estoy de salida.
—Qué pena, porque tenemos que
hablar— Joseph la arrastró del
brazo de nuevo al interior.
—Oye, suelta—Lo miró, para
remarcar su desagrado. Él no le puso atención, se limitó a colarse en su casa
como si le perteneciera de todo la vida—Toda esta semana busque hablarte y tú
no hiciste más que ignorarme…—Plantó los pies en el piso—Sabes ¿Qué? Ahora yo
no quiero hablar.
—Es importante—insistió él.
—Me importa un bledo—contrarrestó
ella.
— Demi.
— Joseph —Y con un ademan le apuntó la puerta.
—No me iré, hasta que hablemos.
—Perfecto—Aceptó dirigiéndose a
la salida—La basura se recoge los miércoles, procura esperarlos
en la puerta
así no los haces subir por ti.
—Muy graciosa—Él avanzó hasta
bloquearle una vez más el camino—Intento ser paciente.
—Pues intenta en otro lado.
— ¡Bien! ¡Es todo! Eres una mujer
insoportable, vine aquí para pactar contigo pero tú no tienes caso.
—¿¡Yo no tengo caso!?—Exclamó,
incapaz de contener el sarcasmo— ¿Y qué me dices tú amigo? Me abandonaste, tuve
que escribir todo el capítulo sola y…
—Y fue lamentable—Argumentó Joseph, dejándola pasmada ¿Cómo la
sabia? —De eso quiero hablarte.
— ¿Cómo…?—empezó pero él pareció
no oírla.
—Tienes suerte de que pude
solucionarlo, es que… ¿En qué pensabas? Ese capítulo no sirve para nada, las
frases son incongruentes y los personajes parecen muertos en vida. ¿Cómo se te
ocurrió enviar eso?
— ¡Oye! ¡Todo es tu culpa!
— ¿Mi culpa? ¿Y porqué me culpas
a mí por tu falta de talento?
—Yo podría haber hecho algo
mejor, pero no podía concentrarme… ¡Porque me dejaste sola! Se supone que somos
un equipo ¿En dónde estuviste toda la semana? ¿Con quién se supone que discuta
las ideas? ¿Con tu maquina contestadora?
—Oh vamos Demi, no eres tan mediocre como para
no poder concretar por ti misma una idea…—Suficiente, ella no continuaría esa
conversación.
—Eso ya no importa—Lo esquivó.
—Claro que sí, porque tienes que
saber de los cambios.
—¿Cambios?—instó súbitamente
interesada, en ese preciso momento el monitor de su computador se iluminó
anunciando la llegada de un nuevo mail.
Demi se olvidó de Joseph, de sus palabras, de su
presencia incluso de su colonia… ¡Rayos! porque debía de usar una, nadie podía
oler tan adictivamente delicioso. Es decir, nada…ella se había olvidado de eso
también, bien…no tanto, un poco, quizás de eso no después de todo.
Sacudió la cabeza, en un intento
de aclarar sus ideas ¿Realmente estaba pensando en el aroma de ese idiota?
Tendría que hacerse revisar, eso era masoquismo y estupidismo en su máximo
exponente. Fue hasta su computador, la respuesta la aguardaba atrapada en un
pequeño sobre de color amarillo. Se imaginaba que diría algo así: Señorita
¿Acaso esto es una broma? Atentamente, sus ex editores.
No debió enviarlo ¿En qué estaba
pensando? Bueno ya era tarde, mejor saber la respuesta de una vez por todas,
siempre podía añadir la experiencia a su curriculum.
Pero algo no iba bien, cuando la
página se desplego frente a sus ojos, las palabras que leyó una y mil veces no
le entraban en la cabeza. ¿Les había gustado?
No era posible, al menos que sus
editores estuviesen ebrios o demasiado desesperados, ella sabía que el capítulo
había sido patético. ¿Cómo podía haberles gustado? ¿Y qué era eso del resumen?
¿Qué resumen? Si ella no había enviado ninguno.
Soltó un bufido de incredulidad,
allí algo no cuadraba. Hasta que…por supuesto, tenía que ser él.
—Era de lo que te quería
hablar—musitó a sus espaldas, también inclinado en dirección del monitor. Demi lo miró por sobre el hombro y Joseph volvió a sonreírle con completa
docilidad. Pero ella no estaba dócil ¿Qué demonios significaba todo eso?
—No comprendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario