Bueno claro, no había nacido de
un repollo…pero, ese hombre de barba chistosa y sonrisa amigable no podía ser
su pariente.
No encajaba en la imagen que ella se había hecho, porque sí, se
había hecho una imagen de los padres de él.
—Oh ¿Con que tú eres la famosa Demi?—El hombre le tomó una mano y le
plantó un beso en el dorso, ella rió por ese teatral gesto y él le devolvió la
sonrisa—Es un placer conocerte, he oído mucho de ti.
— ¿Ah sí?—No se lo creía ¿Por qué
Joseph le hablaría de ella a su
padre?
—Por supuesto—Y cobrando más
confianza se inclinó para hablarle al oído—Aquí entrenos, eres más bonita de lo
que mi hijo presumió.
Demi echó una rápida miradita en
dirección a Joseph, éste enarcó
una ceja como preguntando que tanto se secreteaban y ella solo se sonrojó sin
quererlo realmente.
—Es difícil hacerlo decir la
verdad—Comentó en un susurro, logrando que Darius se incorporara soltando una
risa medio ronca pero muy contagiosa.
—Ponte a trabajar hombre—Lo
reprendió Joseph aun con el ceño
fruncido.
—Tranquilo muchacho, solo vine a
conocer a tu amiga…a ti no te molesta ¿verdad Demi?—Ambos fijaron la vista en ella,
Joseph pidiéndole que no le
diera razón, Darius instigándola a seguir con el juego.
—No, por mí no hay problema.
Y eso fue estimulo suficiente, para
que el hombre tomara un lugar en su mesa y compartiera la cena con ellos.
Darius se dedicó a contarle un poco de todo, como había iniciado en el negocio
de la gastronomía, también que tenía restaurantes en los hoteles más caros de
Londres e incluso que recientemente, se había extendido a Paris por la buena
calidad y variedad en su cartilla de vinos.
Le dijo que Joseph era un excelente catador y que cuando era más joven, se
dedicaba a pasearlo por Italia para que escogiera de las mejores cosechas.
A todo esto él solo respondió con
un encogimiento de hombros y pasó de decir algo cuando Darius, le preguntó cómo
iba el libro.
Demi no entendía porque, después de
todo el libro iba de maravilla, a decir verdad no podía ir mejor.
Ella aun no
caía en cuenta de cómo las cosas fueron encajando en su lugar por si solas. No
es que ahora fuesen los mejores amigos, tampoco había que exagerar. Pero ya no
se peleaban por cualquier tontería, tras la noche del helado ambos parecieron
pactar algo sin necesidad de dejarlo explícito en palabras.
Iban a trabajar
juntos, y entre los dos sacarían lo mejor de esa historia. Teóricamente era la
despedida de James y Charlotte, ambos
personajes merecían que ellos se dejaran de chiquilinadas y se pusieran serios.
Estaba claro que ninguno iba a
desistir y como el viejo, y tan conocido refrán dice: cuando no puedes con
ellos, úneteles. Y así lo habían hecho, se habían unido.
No, no en los términos que están
pensando, pervertidos.
Su unión era estrictamente
profesional, sí bromeaban y a veces jugaban de mano pero algo era diferente
entre ellos.
Quizás solo eran imaginaciones de Demi, aunque lo dudaba. Después de
todo, Joseph ya no se le
acercaba tanto como antes, ahora guardaba una respetuosa distancia.
Como si de
alguna forma, temiera romper el fino hilo de confianza que ambos habían tejido.
Pues claro, ella también temía que de momento a otro, uno enseñara las garras y
¡puf! fin de la sociedad. Por eso se iba con pasos de ceda, pensaba bastante
bien las cosas que le decía, más cuando eran referidas a su modo de escribir.
Joseph, como cualquier hombre nacido
bajo la estrella de Sirio (por supuesto que ella creía en la astrología), era
un tanto melindroso.
No le gustaban las críticas, no le gustaba que le dijeran
que hacia algo mal, no le gustaba equivocarse y ¡oh Dios! Cuando tenía que
darle la razón a alguien, parecía que lo enfrentaban a un regimiento entero con
una gomera como única arma de defensa.
Y sí, no se puede pedir que fuese
perfecto. Tenía cerebro, buen físico y unos ojos que mataban, pero ¡venga!
Seamos realistas, un defectito debía tener. Y este era ni más ni menos, que su
fantástico (sarcasmo) carácter.
Pero ya se había acostumbrado a
él, cinco semanas de trabajo juntos la habían hecho tolerable a Joseph y a la lactosa. Demostrando así
que los milagros podían ocurrir.
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