sábado, 3 de agosto de 2013

Camino A La Fama Capitulo 14





Las palabras asesinato, accidente y escritora, se repetían en su mente con una tentadora insistencia. En todo el camino a ese apartamento, había planeado más de mil maneras de hacerla pagar por su atrevimiento.

 ¡Su auto! Si algo le ocurría a su Lexus Dios la salve, Joseph no tendría consideraciones.

No estaba exagerando, ese era el primer auto que había comprado con dinero ganado por el sudor de su frente. 

Era su automóvil, su pequeño, su orgullo, lo quería más que a su padre, más que su perro (si tuviese uno) más que…Bueno, lo quería con un demonio.

 Ella no tenía derecho a sacarlo de su cómodo garaje, ella no tenía derecho a tocar su tapicería de cuero semi—anilina, su tablero de alta gama provisto de la más fina tecnología para la navegación.

 Y su motor… aquel motor calibrado a su gusto, ese que podía pasar de cero a cien en no más de diez segundos.

—Dios mi pobre auto…—musito clavando la vista en el taxímetro que avanzaba a cuenta gotas.

Joseph quería llorar, su Lexus estaba en manos de una mujer. Moriría mil veces, antes de ponerlos en las garras de una impertinente y poco intuitiva mujer. 

Ese auto no estaba hecho para ser conducido por alguien del sexo femenino, ese Lexus expedía testosterona, era un tributo a la masculinidad.

 ¡Era insultante que ella lo hubiese tomado! Podría haberlo castrado y hubiese obtenido el mismo efecto, sin su auto Joseph se sentía incompleto. No menos hombre, pero si…incompleto.

— ¿Quiere apurarse? —Le urgió al taxista, éste lo observo por el retrovisor. Ah…su auto también tiene uno de esos.

—Voy tan rápido como puedo—masculló el hombre sin hacerle mucho caso.

Joseph se removió incomodo en el asiento, cada minuto que pasaba aumentaba las posibilidades de que su pequeño sufriese un accidente. 

Cerró los ojos, ni siquiera se atrevía a concebir esa idea, afortunadamente el taxista lo obligo a salir de su letanía con lo que él llamaría a partir de ese día, la nueva palabra mágica.
—Llegamos.
………
Un baño y una taza de té después, Demi ya se sentía más en sintonía con su cuerpo. Al menos ya no apestaba a Joseph, pero es que era de no creerse, los hombres no debían oler tan bien. 

Y ella estaba casi segura que si embotellaba la esencia de éste en particular, podría revenderla como un auténtico Dolce & Gabbana.
—Maldito—murmuró mientras se obligaba a tragar su infusión de hierbas.

Había logrado no pensar en él durante su baño, pero esa traicionera idea sobre su aroma le echo todo el trabajo a la basura. No iba a concentrarse en idiotas con trasero de concurso, no, no más Joseph, no más hombres.

 Si volvía a pensar en él de una manera poco ortodoxa, se obligaría a ser lesbiana.

Estaba cansada, Fiona tenía razón debía dormir. Con unas buenas horas de sueño, ella limpiaría su mente y ya…

— ¿¡Demi!?—Pegó un brinco en su asiento al sentir ese llamado. No era su amiga, al menos que estuviese manifestando a su hombre interior— ¡Demi! ¡Abre la puerta!

Fue tan confiada como para obedecer sin poner pegas, a pesar de lo cabreada que se oía la voz que le reclamaba del otro lado. Pero ¿Por qué? ¿Por qué fue tan dócilmente? Pues era igual que preguntarle a una vaca, porque entraba en un matadero. El efecto de la simple y a veces mortal, inocencia.

— ¿Qué…?—No llego a formular el resto de su pregunta, él entró en su apartamento como un torbellino, casi tumbándola en el proceso.

Cuando ella logro conectar su mente con el presente, vislumbro a Joseph de pie en medio de su vestíbulo, con las manos presionadas en fuertes puños y la respiración completamente acelerada. 

Por un segundo tuvo la impresión de estar viendo a un tigre enjaulado y hambriento, es mas era como si no lo hubiesen alimentado por meses con el simple propósito de cabrearlo más. 

Demi dio un paso atrás, él estaba demasiado molesto para su gusto. Y no era nada parecido a la molestia que había tenido esa vez que lo reporto desaparecido, esto parecía mucho peor.
— ¿Joseph…?

— ¿¡Dónde está!?—La interrumpió alzando el volumen de su voz, hasta volverla amenazadoramente aterradora— ¡Dónde está!—repitió. Ella se encogió en su misma ¿respondía o llamaba a la policía?

— ¿¡Qué!?—exclamó a su vez, ya decidida a que si firmaba su sentencia mejor entregarse en cuerpo y alma. Joseph presiono los ojos en finas líneas y de haber sido capaz, la habría fusilado con la mirada, luego resucitado y luego vuelto a fusilar.


— ¡No te hagas las estúpida!—masculló colérico, ella abrió los ojos como plato incapaz de argumentar palabra ¿Le había dicho estúpida? ¡Ja! Hablando de ironías — 

¡Mi auto! ¿Dónde está mi auto? ¡Si le hiciste algo…!—Y mientras le soltaba toda esa retahíla de gritos, se encargaba de avanzar hacia ella apuntándola con su dedo acusadoramente— ¡Te juro que no vas a ver otro día! 

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