— ¿En qué piensas?—Su voz la
catapultó lejos de sus recuerdos, lo miró un segundo y apartó el rostro
rápidamente, al notar que él también la miraba.
—No, en nada—Aunque pasara cinco
años o cinco milenios a su lado, aun continuaría sonrojándose cada vez que él
fijara la vista en sus ojos. Pues, era un ser humano después de todo y Joseph era Joseph.
A pesar que en esos momentos
estuviesen en los términos más amistosos del mundo, a pesar de que él le dijera
que mañana mismo se casaría con alguna mujer, a pesar que él le confesara que
era homosexual (cosa que dudaba mucho), ella seguiría viéndolo con ojos
soñadores.
Porque, número uno era su escritor favorito, numero dos estaba de
muerte, número tres… ¿Acaso necesitan un punto tres? El uno y el dos son
justificaciones más que suficientes.
Suspiró casi con pesar, de tanto
en tanto la atacaban esas infantiles fantasías del príncipe azul con su lindo
corcel. Pero no podía evitarlo del todo, las fantasías son gratis.
Es como la
tontería de esperar encontrarse a George Clooney en el elevador, Demi sabía que las posibilidades eran remotas, cuando no imposibles.
Pero aun así las esperanzas prevalecían y siempre que tenía la chance se tomaba
cualquier elevador, ya saben por si acaso.
Si bien las posibilidades de que
algo ocurriesen con Joseph, eran
tan improbables como que ocurriera lo de Clooney, ella seguía pensando que tal
vez…algún día…Bueno sí ¡Que va! Honestamente esa idea ya la había achacado, a
lo más profundo de su pervertido subconsciente.
El hombre era su compañero de
trabajo, un tanto atrevido cuando lo deseaba, pero compañero de trabajo al fin.
Además ¿Quién no ha tenido alguna vez una idea poco apropiada para hacer con el
hombre guapo de lo oficina? Como atraparlo en la sala del café, o acorralarlo
junto a la maquina copiadora y obsequiarle una copia autografiada de tu
trasero.
Pero eso era lo gracioso del asunto, todo quedaba en eso, proyectos,
teorías y planeaciones que nunca se concretaban.
Era divertido echarse una que
otra fantasía con Joseph, porque
al final de cuentas nada pasaría en realidad. Él no la veía de ese modo, no
estaba segura como la veía pero de ese modo no.
Habían hablado de tantas cosas en
las pasadas semanas, que Joseph
tal vez la conocía mejor que su propia madre. Bueno el “tal vez” esta demás, él
la conocía mejor que su madre y punto, incluso el carnicero la conocía mejor
que su progenitora. Su madre ni siquiera recordaba su fecha de cumpleaños, eso
debería decirlo todo acerca de la relación entre ambas.
Aun no podía recordar cómo habían
empezado a hablar de ese asunto y por más que repitiera la conversación una y
otra vez en su cabeza, no podía hacerse una idea de porque le contó todo
aquello a su compañero escritor.
No esperaba su compasión o su apoyo emocional,
tan solo confió como pocas veces lo hacía y para ser honesta consigo misma, la
respuesta de Joseph la había
puesto triste y feliz al mismo tiempo. Y todo por una inocente que pregunta que
nada tenía que ver, al menos a primera vista: ¿En quién te inspiraste para
hacer a Charlotte?
En un principio ella le había
echado una evasiva, como “es una mezcla de muchas personas” Pero él continuó
examinándola como típico médico forense, metiendo la mano en los lugares más
incómodos y sin esperar quejas por su parte.
— ¿Para qué quieres saber?—Le
había recriminado, en un intento de apaciguar su trabajo detectivesco.
—Tenemos que saber todo de los
personajes, eso hace más sencillo manejarlos…si sé su procedencia…—No terminó
la frase, pero ella se dio una idea bastante clara de para donde quería ir.
—Es…—vaciló, siempre vacilaba
cuando le tocaba hablar de sí misma. Porque Charlotte no era ella, claro está,
pero era una parte de su vida. La parte más molesta, la parte que más
detestaba, la parte que muchas veces deseó borrar de un pincelazo—Está
inspirada en mi madre.
La frase quedó suspendida en el
aire, cualquiera que hubiese leído uno de sus libros sabría que Charlotte no
era precisamente una mujer virtuosa.
Lo que hacía de sus historias algo tan
controversial, era la personalidad y modo de vida poco ortodoxas de la
protagonista. Muchos odiaban a Charlotte porque en sí, hacia todo lo que las
buenas personas no deberían hacer.
Era detestable y en su fuero interno, Demi también la odiaba de algún modo.
—Ya veo—susurró él después de un
incómodo minuto de silencio. Ella le sonrió sin ánimos de mostrarse
afectada.
—Puedes preguntarme—Lo apremió,
sabiendo que Joseph sentía
curiosidad. Lo veía en sus ojos, aquella chispa danzante de descubrir algo más
de su monótona existencia.
Demi se cuidaba mucho al momento de
dar a conocer información sobre su persona, Ann le había aconsejado que era
mejor no cargar con historias de vida complicadas.
Por alguna razón pensaban
que le daría una mala imagen, por eso ella no usaba su apellido legal y
utilizaba el que nunca había podido heredar de su padre. No es que su madre
fuese una asesina en serie o ladrona de alto renombre, solo era…especial.
Joseph se había quedado en silencio,
revisando los papeles que tenía en la mano como si fuesen de gran importancia.
Ella tomó los que debía leer y se dispuso a fingir que aquello no había
ocurrido, que no habían hablado de nada, que él no sabía que su madre era una
puta sin paga. Porque
¿Para que engañarse? Básicamente eso era Charlotte, una
mujer molesta con la vida, molesta con el destino. Alguien que al encontrarse
sola en el mundo, optó por la salida fácil. Optó por irrespetarse e irrespetar
a los demás, tal como lo había hecho su madre tras la muerte de su padre.
—Siempre me pregunté ¿Por qué
carga las cenizas de su esposo de un lado a otro?—Prorrumpió él repentinamente,
Demi lo miró y soltó una breve carcajada.
—Eso es un simbolismo…como un
recordatorio— Joseph enarcó una
ceja no muy seguro de comprenderla.
— ¿Recordatorio de qué? — Demi se dejó caer a su lado en el sofá y cruzó las piernas como los
indios.
—De que los hombres, siempre
terminan en un polvo—Él se limitó a sacudir la cabeza en respuesta y ella
escondió un suspiro de alivio, al menos no lo había atosigado con preguntas. Al
menos parecía no juzgarla por lo que le había contado, al mirarlo de soslayo
supo que a Joseph no le
importaba como fuese su madre y eso le infundio coraje.
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