jueves, 15 de agosto de 2013

Camino a la Fama Capitulo 24


— ¿En qué piensas?—Su voz la catapultó lejos de sus recuerdos, lo miró un segundo y apartó el rostro rápidamente, al notar que él también la miraba.

—No, en nada—Aunque pasara cinco años o cinco milenios a su lado, aun continuaría sonrojándose cada vez que él fijara la vista en sus ojos. Pues, era un ser humano después de todo y Joseph era Joseph.

A pesar que en esos momentos estuviesen en los términos más amistosos del mundo, a pesar de que él le dijera que mañana mismo se casaría con alguna mujer, a pesar que él le confesara que era homosexual (cosa que dudaba mucho), ella seguiría viéndolo con ojos soñadores.

 Porque, número uno era su escritor favorito, numero dos estaba de muerte, número tres… ¿Acaso necesitan un punto tres? El uno y el dos son justificaciones más que suficientes.

Suspiró casi con pesar, de tanto en tanto la atacaban esas infantiles fantasías del príncipe azul con su lindo corcel. Pero no podía evitarlo del todo, las fantasías son gratis.

 Es como la tontería de esperar encontrarse a George Clooney en el elevador, Demi sabía que las posibilidades eran remotas, cuando no imposibles. Pero aun así las esperanzas prevalecían y siempre que tenía la chance se tomaba cualquier elevador, ya saben por si acaso. 

Si bien las posibilidades de que algo ocurriesen con Joseph, eran tan improbables como que ocurriera lo de Clooney, ella seguía pensando que tal vez…algún día…Bueno sí ¡Que va! Honestamente esa idea ya la había achacado, a lo más profundo de su pervertido subconsciente. 

El hombre era su compañero de trabajo, un tanto atrevido cuando lo deseaba, pero compañero de trabajo al fin. Además ¿Quién no ha tenido alguna vez una idea poco apropiada para hacer con el hombre guapo de lo oficina? Como atraparlo en la sala del café, o acorralarlo junto a la maquina copiadora y obsequiarle una copia autografiada de tu trasero. 

Pero eso era lo gracioso del asunto, todo quedaba en eso, proyectos, teorías y planeaciones que nunca se concretaban.

 Era divertido echarse una que otra fantasía con Joseph, porque al final de cuentas nada pasaría en realidad. Él no la veía de ese modo, no estaba segura como la veía pero de ese modo no.

Habían hablado de tantas cosas en las pasadas semanas, que Joseph tal vez la conocía mejor que su propia madre. Bueno el “tal vez” esta demás, él la conocía mejor que su madre y punto, incluso el carnicero la conocía mejor que su progenitora. Su madre ni siquiera recordaba su fecha de cumpleaños, eso debería decirlo todo acerca de la relación entre ambas.
Aun no podía recordar cómo habían empezado a hablar de ese asunto y por más que repitiera la conversación una y otra vez en su cabeza, no podía hacerse una idea de porque le contó todo aquello a su compañero escritor. 

No esperaba su compasión o su apoyo emocional, tan solo confió como pocas veces lo hacía y para ser honesta consigo misma, la respuesta de Joseph la había puesto triste y feliz al mismo tiempo. Y todo por una inocente que pregunta que nada tenía que ver, al menos a primera vista: ¿En quién te inspiraste para hacer a Charlotte?

En un principio ella le había echado una evasiva, como “es una mezcla de muchas personas” Pero él continuó examinándola como típico médico forense, metiendo la mano en los lugares más incómodos y sin esperar quejas por su parte.

— ¿Para qué quieres saber?—Le había recriminado, en un intento de apaciguar su trabajo detectivesco.

—Tenemos que saber todo de los personajes, eso hace más sencillo manejarlos…si sé su procedencia…—No terminó la frase, pero ella se dio una idea bastante clara de para donde quería ir.

—Es…—vaciló, siempre vacilaba cuando le tocaba hablar de sí misma. Porque Charlotte no era ella, claro está, pero era una parte de su vida. La parte más molesta, la parte que más detestaba, la parte que muchas veces deseó borrar de un pincelazo—Está inspirada en mi madre.

La frase quedó suspendida en el aire, cualquiera que hubiese leído uno de sus libros sabría que Charlotte no era precisamente una mujer virtuosa. 

Lo que hacía de sus historias algo tan controversial, era la personalidad y modo de vida poco ortodoxas de la protagonista. Muchos odiaban a Charlotte porque en sí, hacia todo lo que las buenas personas no deberían hacer. 

Era detestable y en su fuero interno, Demi también la odiaba de algún modo.

—Ya veo—susurró él después de un incómodo minuto de silencio. Ella le sonrió sin ánimos de mostrarse afectada. 

—Puedes preguntarme—Lo apremió, sabiendo que Joseph sentía curiosidad. Lo veía en sus ojos, aquella chispa danzante de descubrir algo más de su monótona existencia.

Demi se cuidaba mucho al momento de dar a conocer información sobre su persona, Ann le había aconsejado que era mejor no cargar con historias de vida complicadas. 

Por alguna razón pensaban que le daría una mala imagen, por eso ella no usaba su apellido legal y utilizaba el que nunca había podido heredar de su padre. No es que su madre fuese una asesina en serie o ladrona de alto renombre, solo era…especial.

Joseph se había quedado en silencio, revisando los papeles que tenía en la mano como si fuesen de gran importancia. Ella tomó los que debía leer y se dispuso a fingir que aquello no había ocurrido, que no habían hablado de nada, que él no sabía que su madre era una puta sin paga. Porque 

¿Para que engañarse? Básicamente eso era Charlotte, una mujer molesta con la vida, molesta con el destino. Alguien que al encontrarse sola en el mundo, optó por la salida fácil. Optó por irrespetarse e irrespetar a los demás, tal como lo había hecho su madre tras la muerte de su padre.

—Siempre me pregunté ¿Por qué carga las cenizas de su esposo de un lado a otro?—Prorrumpió él repentinamente, Demi lo miró y soltó una breve carcajada.

—Eso es un simbolismo…como un recordatorio— Joseph enarcó una ceja no muy seguro de comprenderla.

— ¿Recordatorio de qué? — Demi se dejó caer a su lado en el sofá y cruzó las piernas como los indios.


—De que los hombres, siempre terminan en un polvo—Él se limitó a sacudir la cabeza en respuesta y ella escondió un suspiro de alivio, al menos no lo había atosigado con preguntas. Al menos parecía no juzgarla por lo que le había contado, al mirarlo de soslayo supo que a Joseph no le importaba como fuese su madre y eso le infundio coraje. 

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