»Mi papá murió cuando yo era un
bebé, creo que nunca lo superó—Bajó la mirada a su regazo y las palabras
brotaron de su boca, sin ninguna clase de filtros. Era como si necesitara que
él supiera, por qué y cuándo fue la primera vez que pensó en Charlotte.
—Yo tenía
como cuatro años la primera vez que vi a una de sus… “citas”—Así los llamaba
ella, citas, amigos de mamá o Papá Noel—No es que vendiera su cuerpo, ni nada
por el estilo…
simplemente parecía querer llenar algún vacío con la presencia de
otros hombres. Supongo que era su forma de sobrellevar la perdida—Se encogió de
hombros, ella habría preferido que llorara, que comiera kilos de helado o que
al menos la tomara de la mano de vez en cuando y le recordara que estaba para
ella—
No me gustaba cuando se iba por días, no me gustaba estar sola y cuando se
lo dije, me comenzó a recompensar.
— ¿Cómo?— Demi se sobresaltó, por un instante hasta se había olvidado de su
presencia.
—Bueno me regaló un hermanito—A
decir verdad seis—Por cada ruptura, ella se quedaba con un suvenir.
Finalmente lo miró, esperaba que
le dijera algo, pero él se limitó a asentir y volver su atención a las hojas.
Ella suspiró quedamente, por extraño que sonase se sentía más liberada.
Ahora que rememoraba aquella
charla, se sonrojaba pensando las posibles maquinaciones de Joseph mientras le permitía ese
desahogo.
Ella nunca se quejó directamente con su madre, nunca le dijo lo que
las personas la llamaban en la calle, ni tampoco le exigió que actuara como
corresponde para sus hermanitos.
Demi se limitó a humillarla en la ficción, quizás nadie
supiese la razón de ser de Charlotte pero ella sí, ella y sus hermanos sabían
muy bien a quien representaba esa mujer.
—La ruta esta despejada.
— ¿Vas a dejarme conducir? —Él se
levantó los lentes de sol que ella no tenía idea en qué momento se había
colocado, y le hizo un gesto que cortaba de raíz la posibilidad de que tomara
el timón— ¿Por qué eres tan egoísta? Es solo un carro ¿sabes?
—No, no es solo un carro…es el
mío.
—Sigue siendo un artefacto— Joseph masculló algo que ella no
logró entender, aunque apostaría sus bragas a que no era un salmo.
— ¿Acaso tú compartirías tu
cepillo de dientes?
—No, qué asco.
—Exacto— Demi frunció el ceño ¿De dónde se parecía un cepillo de dientes a un
auto?
—No hay punto de comparación.
—Para mí sí.
— Joseph, yo tengo un nombre para definir lo tuyo—Él volvió a
subirse los lentes, mostrándole sus encantadores ojos azules. Sí, encantadores.
A las cosas hay que llamarlas por su nombre—T.O.C o lo que en la jerga común se
conoce como, trastorno obsesivo compulsivo.
—Yo no estoy obsesionado—Se
defendió, aunque su tono fue levemente un murmullo—Solo quiero a mi auto.
—Ah haberlo dicho antes, entonces
la definición correcta de tu afección es objetofilia…o lo que en la jerga
común…
—Se conoce como amor a un
objeto—Completó él con un deje burlón—No necesito que me eches definiciones de
diccionario, te recuerdo que me han premiado por mi estupenda sintaxis más
veces de las que tu pusiste en práctica tu psicología barata—Ella abrió la boca
para responder, pero él alzó un dedo para detenerla—Ni se te ocurra decirme
vanidoso.
—No iba a decirte vanidoso…—Se
mordió el labio ofendida—Te iba a decir narcisista.
—Gracias.
—No fue un cumplido.
—No entiendo que tiene de malo
tener algo de amor propio, yo solo reconozco lo que todos ven— Demi puso los ojos en blanco, sabía que él no hablaba enserio, a
decir verdad Joseph pocas veces
se ponía realmente serio—El narcisista no ve a nadie por encima de sí mismo,
pero admite que hay muchos por debajo…
—Y con una desdeñoso ademan la señaló
como si ella fuese de ese montón.
—Eres un estúpido— Joseph sonrió al verla reír y
rápidamente fijó la vista en la carretera— ¿Cuánto falta? —Él consultó su
reloj.
—Como dos horas…
—Uf…al descender van a tener que
hacerme un trasplante de trasero— Demi se abanicó con la mano, a pesar que se estaba bien fresco en el
auto. Su repentino aumento de temperatura no tenía nada que ver con el calor,
no, el de ella estaba pura y exclusivamente relacionado con el hombre a su
derecha—Dos horas de tortura...
— ¿Qué?— ¿Cómo? ¿Qué? Diablos, lo
dijo en voz alta.
—No nada…—maldito sonrojo «no me
mires, por favor no me mires» Demi le echó una rápida miradita, por
supuesto él tenía los ojos sobre su persona—Es que…—Si ¿Qué? No sabía cómo
seguir después de eso—Me…—«¡Condenado, deja de mirarme!» — ¿No deberías ver la
carretera?
—Dejamos la civilización atrás,
hace una hora… ¿Contra qué puedo chocar? Ya le dejaste bien claro a las vacas
que no se metan en nuestro camino—Y con comentarios como ese, ella no acabaría
bien ese viaje. Sin civilización, sin vacas que atestiguaran nada…las cosas que
podría hacer en ese auto.
Teniendo en cuenta que podían
meter un pequeño spa en el maletero, ya deben imaginarse como es el asiento
trasero. « Demi, esto se te está yendo de las
manos» A decir verdad, esto se le había ido hace mucho tiempo de las manos,
pero teniendo la sociedad de por medio se modulaba.
¿En qué demonios pensaba al
aceptar ir con él en ese viaje? Podría haber llegado más tarde con Ann, no
había necesidad de que ellos se aislaran en una carretera durante cuatro horas,
no había necesidad de estar confinada a ese carro de estupendo clima. No había
necesidad y aun así, allí estaba.
Se había levantado temprano, se
había depilado las piernas (no sabía porque), se había cepillado el cabello con
todos los productos alisadores que encontró en su tocador y se había metido en
su coche. Se estaba intoxicando con su aroma, incluso había dormido para evitar
tener que hablarle mucho.
Pero ¿Por qué se ponía tan nerviosa? Habían estado
solos antes, habían pasado noches enteras escribiendo. Pero eso era. Cuando
estaban juntos siempre tenían algo que hacer, siempre existía la distracción.
¿Qué distracción encontraba en la carretera? ¿Contar vacas?
Los silencios entre escritores
que trabajan son comprensibles, pero los silencios entre dos seres humanos
sentados uno junto al otro, son…molestos, extraños y la sacan de quicio. Y aún
faltaban dos horas, el único consuelo que tenía era que ese auto nuevo no se
averiaría a mitad del camino ¿verdad?
—Mierda.
— ¿Qué?—inquirió viéndolo con
sorpresa, mientras por alguna razón desconocida iban bajando la velocidad.
—Creo que es el neumático—«No me
dejes caer en la tentación» —Ven ayúdame—«Líbrame del mal» —No se ve un
alma—«Amen, amen… ¡Amen!»
—Voy…—Y abrió la puerta
resignada, después de todo Dios actúa de maneras misteriosas, pero que no se
pueden y no se deben cuestionar—Vas a ensuciarte la camisa—Le apuntó al verlo
remangarse las mangas blancas, dejando al descubierto esos antebrazos fuertes y
bronceados.
— ¿Me la quito?—El condenado lo
pre guntaba con toda la inocencia del mundo. «Quítatela» pensó Demi «No me hago responsable de lo
que te ocurra luego» Aunque debía recordarse que ese era su compañero de
trabajo y que las fantasías debía guardárselas para sus viajes en elevador,
para su posible encuentro con Clooney. Debía recordárselo, pero… al demonio no
lo recordaba.
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