–Siento que te haya ofendido.
Siempre me he preguntado…
–No tienes por qué decirlo, Demi. Yo también me lo
he preguntado.
–¿Ah, sí?
–Soy humano. Claro que sí. Después de lo que
pasó hace cuatro años, estuve teniendo sueños eróticos contigo durante mucho
tiempo.
–¿Y qué hacía en esos sueños?
–Cuando vuelvas a Londres y tengamos una cama
con un cabecero de hierro forjado y una cuerda, te lo demostraré…
Como Demi había predicho, la temperatura
subió al día siguiente y la nieve empezó a derretirse.
La carretera ya no era peligrosa y, aunque Joseph no tenía la
espalda curada del todo, podía manejarse.
Al día siguiente, él se fue a buscar el coche
y lo llevó a casa de ella.
En aquellos pocos días juntos, Demi se había dado
cuenta de que nunca había olvidado a Joseph. Su vida en París le parecía como
un paréntesis en el que había estado esperando volverlo a ver.
Joseph quería que dejara
su trabajo y se quedara en Londres. Sin embargo, su propuesta no incluía
promesas de futuro. Serían amantes, nada más.
Él se lo había dejado claro desde el principio,
igual que con todas las mujeres con las que había salido.
Antes de irse, Demi habló con la
compañía de seguros y con su padre, y le dejó una lista con las cosas que iban
a necesitar reparación cuando volviera.
Mientras Joseph conducía,
alejándose de la casa, ella miró hacia atrás y le pareció que todo había sido
un sueño. Se preguntó cómo iba a poder enfrentarse al mundo real y, como si le
hubiera leído la mente, él le agarró la mano.
–He estado pensando que igual debería
acompañarte a París. Hace mucho que no tengo vacaciones…
Demi había tenido tiempo de pensar en
todo. Desde su perspectiva, se había dado de bruces con su pasado y había
descubierto que nunca había conseguido dejarlo atrás.
Había comprendido lo fácil que era convertir
un enamoramiento de adolescencia en un desesperado amor adulto. Ella no tenía
armas con las que protegerse el corazón del hombre que se lo había robado.
No obstante, no era ninguna estúpida. Sabía
que a Joseph le gustaba. Él adoraba su cuerpo. Pero no había más.
Él le había avisado que no esperara más que
sexo y ella lo había convencido de que era de la misma opinión.
Aunque no había tenido el suficiente sentido
común como para apartarse de él, había sido capaz de no confesarle lo que
sentía, para poder separarse de él con la cabeza bien alta, cuando llegara el
momento.
–¿Venir conmigo a París? Joseph… no van a ser
vacaciones para mí.
–Me doy cuenta de que tú tendrás que trabajar,
pero yo podría arreglármelas para conseguir una semana libre.
Sería maravilloso, pensó Demi, poder ir a la
oficina, sabiendo que él la estaría esperando a la salida, poder enseñarle sus
cafés y restaurantes favoritos, mostrarle esa panadería donde preparaban
deliciosos bollos y su mercado de verduras preferido. Podría presentárselo a
sus amigos y, después, irse a la cama con él y hacer el amor…
Sin embargo, su sueño se hizo pedazos al
estrellarse con la realidad. Demi sabía, sin sombra de duda, que
si le seguía el juego no haría más que hundirse en un pozo del que no iba a
poder salir con facilidad.
–Llevas varios días sin ir a la oficina. ¿Cómo
vas a poder escaparte una semana a París?
Él sonrió con satisfacción.
–Porque soy el jefe. Yo mando. Es una de las
cosas buenas del trabajo. Además, tengo personas de confianza en las que puedo
delegar. Están deseando demostrarme lo capaces de que son de cubrirme en mi
ausencia.
–Bueno, lo siento, pero no creo que fuera muy
buena idea.
–¿Por qué no? –quiso saber él, deslizando las
manos entre las piernas de ella.
Al instante, a Demi e le humedeció la
ropa interior.
Joseph volvió a poner la mano en el
volante. No podía dejar de tocarla y sabía que a ella le pasaba lo mismo. Había
veces que, con solo mirarla, podía adivinar que estaba mojada y caliente, lista
para él. Entonces, ¿qué tenía de malo aprovechar el tiempo que pudieran estar
juntos?
–Me siento muy culpable por dejarlos en la
estacada.
siguelas lo mas pronto posible.....
ResponderEliminarestan super interesantes....