lunes, 29 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 22




–Quizá, deberíamos seguir cada uno nuestro camino –sugirió ella. Sabía bien que a Joseph las novias no le duraban más que un par de meses. Él estaba acostumbrado a tomar de ellas lo que quería y descartarlas cuando se cansaba.

 –¿Lo dices en serio? –inquirió él, se incorporó y la giró para que lo mirara a los ojos.
 –Mira, tú nunca tienes relaciones largas y…
 –¿Es eso lo que quieres?

 ¡Claro que sí! Pero Demi sabía lo que pasaría si lo confesaba. Dejaría de interesarse por ella. Podía hacerse la difícil, pero… ¿de veras estaba preparada para que lo suyo terminara de golpe?

 Iba a terminar, antes o después, caviló. Sin embargo, ¿por qué no iba a disfrutarlo mientras durara?
 –Déjame terminar –le reprendió ella, pensando bien lo que iba a decir–. Nosotros… esto… supongo que no es asunto zanjado.

 –¿Asunto zanjado? –le espetó él, se levantó como por un resorte y se dirigió a la ventana. Desde allí, se giró con el ceño fruncido–. ¿Para ti no soy un asunto zanjado?
 –De acuerdo, igual no lo he expresado bien… –se disculpó ella y se sentó–. Ven a la cama. Yo… yo… –balbuceó–. Tampoco quiero irme a París –admitió.
 Al escucharla, despacio, Joseph regresó a la cama con ella.

 –Pues no lo hagas. Quiero que te quedes conmigo. ¿Tú qué piensas?
 –Sí… es divertido… –titubeó ella. Pero ¿cuánto iba a durar?–. Aunque sin ataduras, claro…
Joseph no evitar sentirse incómodo, igual que cuando le había considerado un asunto no zanjado. Y no entendía por qué, pues lo que ella le estaba diciendo encajaba a la perfección con su propia filosofía.

 –No pensé que fueras la clase de chica que no busca ataduras.
Demi se quedó paralizada. Él la conocía muy bien, era cierto, pero no quería dejar que supiera lo mucho que significaba para ella. ¿Acaso estaba dispuesta a abrirle su corazón para que se lo hiciera pedazos de nuevo?

 –Eso demuestra que tienes mucho que aprender de mí –murmuró ella.
 –Entonces, ¿vas a escribir a tu trabajo? ¿Te despedirás de ellos desde aquí?
 –Iré y hablaré en persona con mi jefe –afirmó ella con firmeza.

 –No sé cuánto podré esperar a que vuelvas. Si estás hablando de meses, olvídalo. Iré allí a buscarte y a traerte a Londres –advirtió él y comenzó a acariciarle el vientre.

 –¿Siempre consigues lo que quieres con las mujeres? –preguntó ella, sin aliento, presa de nuevo del deseo, mientras él le tocaba con suavidad entre las piernas.
 Antes de perder el control de su cuerpo, Demi se incorporó sobre un codo y lo miró cara a cara. Quería hablar con él. Lo necesitaba.
 –No puedo mentirte…

 –¿Qué esperan de ti? –quiso saber ella, desconcertada.
Demi sabía muy bien lo que ella esperaba, igual que sabía que era una causa perdida.
 Las otras mujeres con las que había salido no podían haber sido tan estúpidas como para pensar que habían podido atarlo, ¿o sí? Quizá, él solo se acercaba a mujeres como él, que querían aventuras pasajeras, sin compromiso.
 –¿Qué quieres decir?

 –¿Acaso creen que vas a ofrecerles una relación duradera?
 –¿Cómo podrían? –replicó él con impaciencia–. Las mujeres con las que salgo siempre están avisadas de que no voy a llevarlas al altar. De todos modos, por qué estamos hablando de esto. Estábamos diciendo que vas a dejar tu trabajo en París y venir aquí de inmediato…
 –¿Y no les importa? –volvió a preguntar ella, ignorando su comentario.

 –Supongo que algunas veces quieren llevar las cosas más lejos –admitió él a regañadientes–. Pero, por lo que a mí respecta, cuando una mujer acepta salir conmigo, sabe cuál es el trato.
 –¿Y nunca tienes la tentación de ir más lejos?
 –Hablas demasiado.
 –Tendrás que acostumbrarte.

 –Antes, no solías hacer tantas preguntas.
 –No te hacía ninguna pregunta, no… pero ahora la situación ha cambiado, ¿no te parece?
 –Nunca me he sentido tentado, no –contestó él y se tumbó, sin mirarla. Su mente parecía estar a años luz de allí–. No sé si te acuerdas de cuando murió mi padre –dijo, de pronto–. Tenías unos… ¿quince años? Fueron unos tiempos terribles. Daisy estaba hecha pedazos.
 –Lo recuerdo. Abandonaste el año sabático que te habías tomado después de la universidad para ponerte a trabajar. Fue muy duro. Lo sé.

 –Los empleados desconfiaban y el banco también. Yo había trabajado allí antes, durante los veranos… bueno, ya lo sabes –continuó él. No solía contarle su vida a nadie pero, por alguna razón, sentía la necesidad de compartir con ella algo tan importante–. Sabía un poco de contabilidad, sin embargo, estaba muy verde. Aunque, me gustara o no, era el socio mayoritario y tenía una gran responsabilidad.

 –Al mismo tiempo, estabas de duelo por tu padre. Sé que debió de ser muy difícil, Joseph… –lo consoló ella, llena de compasión por el muchacho que él había sido entonces.
 –Fue muy… difícil. Entonces, empecé a salir con una mujer.
 –¿Saliste con una mujer?

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