Joe
Se supone que el
intercambio va a tener lugar aquí, en el parque natural de Busse Woods.
La zona de
aparcamiento y los alrededores están a oscuras, de modo que solo tengo la luz
de la luna para encontrar el camino. El lugar está desierto, excepto por un
sedán azul con las luces encendidas. Me adentro en el bosque y reparo en una
figura oscura tendida en el suelo.
Echo a correr en esa dirección mientras me
invade una sensación de pavor. A medida que me acerco, reconozco la chaqueta.
Es como si estuviera presenciando mi propia muerte.
Me arrodillo en el
suelo y le doy la vuelta al cuerpo lentamente.
Paco.
- ¡Mierda! -grito cuando su sangre caliente
y húmeda me moja las manos.
Paco tiene los ojos
vidriosos, pero mueve lentamente la mano y me agarra por el brazo.
- La he cagado.
Apoyo su cabeza
sobre mis muslos.
- Te dije que
dejaras de meterte en mis asuntos. No te mueras aquí. ¿Me oyes? ¡Te digo que no
lo hagas! -le advierto con la voz estrangulada-. Maldita sea, estás sangrando
por todas partes.
De la boca le
cuelga un hilo de sangre reluciente.
- Estoy asustado
-me susurra antes de hacer una mueca de dolor.
- No me dejes.
Aguanta. Todo saldrá bien. Sujeto con fuerza a Paco, consciente de que acabo de
mentirle. Mi mejor amigo se está muriendo. No hay vuelta atrás. Siento su dolor
en mi propia alma.
- Mira por dónde.
El falso Joe y su amiguito, el auténtico Joe. Bonita noche de Halloween, ¿eh?
-Me vuelvo hacia la voz de Héctor-. Qué lástima que no reconociera a Paco antes
de dispararle -continúa-. Tío, a la luz del día sois tan distintos. Supongo que
debería ir a mirarme la vista.
Saca una pistola y
me apunta con ella. No estoy asustado; estoy furioso. Y necesito respuestas. -
¿Por qué lo has hecho?
- Bueno, si te
empeñas te diré que todo es culpa de tu padre. Quería salir de los Latino
Blood. Pero no hay modo de salir, Joe. Él era el mejor hombre que teníamos.
Justo antes de morir, intentó salir de la banda. El reto al que tuvo que
enfrentarse fue aquel trapicheo. El mismo que te ha tocado a ti. Y ninguno de
los dos saldréis vivos de esta. -Estalla en carcajadas y su risa resuena en mis
oídos-. Ese estúpido hijo de puta nunca tuvo ninguna posibilidad. Tú eres como
tu viejo. Pensé que podría adiestrarte para que ocuparas su lugar como
traficante. Pero, no, eres igual que él. Un desertor... Un rajado.
Miro a Paco. Está
respirando con dificultad. Apenas puede expulsar el aire de los pulmones.
Reparo en su pecho manchado de sangre, en la mancha roja que se extiende
lentamente. La escena me recuerda a mi padre.
Aunque esta vez no
tengo seis años. Ahora lo tengo todo mucho más claro.
Paco y yo nos
miramos durante un intenso segundo.
- Los Latino Blood
nos han traicionado a los dos, tío. -Son sus últimas palabras antes de
desplomarse sin vida entre mis brazos.
- ¡Déjalo en el
suelo! Está muerto, Joe. Como tu viejo. ¡Levántate y mírame a la cara! -grita
Héctor, agitando el arma en el aire como un lunático.
Coloco el cuerpo
sin vida de Paco en el suelo con delicadeza y me pongo en pie, preparado para
luchar.
- Pon las manos
sobre la cabeza, donde pueda verlas. ¿Sabes? Cuando maté a tu viejo lloraste
como un bebé, Joe. Lloraste en mis brazos, en los brazos del tipo que lo mató.
Qué ironía, ¿verdad?
Solo tenía seis
años. Si hubiese sabido que el asesino era Héctor, no habría ingresado en los
Latino Blood.
- ¿Por qué lo
hiciste, Héctor?
- Chico, nunca
aprenderás. Tu padre pensaba que era mejor que yo. Pero le demostré que estaba
equivocado. ¡Vaya si lo hice! Se jactaba de que la zona sur de Fairfield había
ganado mucho desde que habían puesto el instituto en el vecindario rico. Decía
que en Fairfield no había bandas. Yo cambié eso, Joe. Hice actuar a mis chicos
y conseguí que todas las familias me pertenecieran. O venían conmigo o lo
perdían todo. Eso, chico, es lo que me convierte en el jefe.
- Eso te convierte
en un chiflado.
- Chiflado. Genio.
Da igual -dice antes de empujarme con el arma-. Ahora ponte de rodillas. Creo
que es un buen lugar para palmarla. Justo aquí, en el bosque, como un animal.
¿Quieres morir como un animal, Joe?
- Tú eres el
animal, gilipollas. Al menos podrías mirarme a los ojos cuando me mates, no
como hiciste con mi padre.
Cuando Héctor
empieza a dar vueltas a mí alrededor, comprendo que aquella es mi última
oportunidad. Le agarro por la muñeca y lo obligo a caer al suelo.
Héctor se pone
hecho una furia y se levanta como un resorte, con la pistola aún en la mano.
Aprovecho su desorientación para propinarle una patada en el costado. Él se da
la vuelta y me golpea con la culata de la pistola en un costado de la cabeza.
Caigo de rodillas, maldiciendo el hecho de ser simplemente un chico.
El recuerdo de mi
padre y de Paco me otorga la fuerza necesaria para enfrentarme a la borrosa
silueta de Héctor. Soy consciente de que está preparándose para pegarme un tiro.
Intento golpearle,
pero caigo redondo al suelo. Héctor me apunta al pecho con su Glock.
- ¡Le habla la
policía de Arlington Heights! ¡Tire la pistola al suelo y levante las manos
donde podamos verlas!
A través del bosque
y de la neblina, apenas puedo distinguir las luces rojas y azules que brillan a
lo lejos.
Levanto las manos.
- Tira el arma,
Héctor. Se acabó el juego.
Héctor sigue
apuntando la pistola hacia mi corazón.
- Baje el arma
-grita la policía-. ¡Ahora!
Tiene una mirada
enloquecida. Siento su rabia desde el metro y medio que nos separa.
Sé que va a
hacerlo. Es un cabrón.
Va a apretar el
gatillo.
- Te equivocas, Joe
-dice-. El juego acaba de empezar.
Todo ocurre muy
rápido. Me lanzo a la derecha cuando empiezan a sonar los disparos.
Pum. Pum. Pum.
Me tambaleo hacia
atrás y comprendo que estoy herido. La bala me quema la piel, como si alguien
estuviera echando tabasco en ella.
Entonces, todo se
vuelve negro.
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