Un
sonido llamó su atención. En la quietud del campo, era muy fuerte y rítmico.
Después de un minuto, supo por qué sonaba familiar. Era el paso de un semental
de pura raza. Y ella sabía exactamente a quién pertenecía el caballo.
Por
supuesto, un minuto después, un jinete alto apareció ante su vista. Con su
sombrero de ala ancha echado sobre su frente, la cara oscurecida por su sombrero
y su impecable forma de montar, Joe Jonas era bastante fácil de identificar incluso
desde la distancia. Y si no hubiera sido por el jinete hubiera sido por el
caballo, Cappy. Cappy era un palomino con un linaje impecable que le había
producido grandes beneficios. Era un caballo muy tranquilo, aunque a veces se
ponía nervioso y que no permitía que lo montara nadie más que Joe.
Como
Joe frenó al caballo justo a su lado, pudo ver la burla indulgente en sus ojos,
antes escuchar en su voz profunda.
—
¿Otra vez? —preguntó con resignación, obviamente recordando las otras ocasiones
en las que había tenido que rescatarla.
—Es
la valla, —dijo beligerante, soplando un mechón de pelo rubio de su boca—. ¡Y
esa estúpida cerca necesita las manos de un luchador para manejar las herramientas!
—Claro
que si, cariño, —dijo él arrastrando las palabras y cruzando los brazos sobre la
silla—. Las vallas no saben nada sobre el movimiento de liberación de las mujeres.
—No
irás a empezar otra vez, ¿verdad?, —murmuró ella.
Una
sonrisa se dibujó en su boca.
—Creo
que no estás en la mejor situación para lanzar desafíos —murmuró secamente, y
sus ojos oscuros la miraron de arriba a abajo. Solo por un momento, su mirada
descansó en las curvas de sus pechos.
Ella
se removió incómoda.
—Vamos,
Joe, suéltame, —le pidió ella levantándose—. He estado pegada a esto desde
nueve de la mañana y me estoy muriendo por beber algo. Hace mucho calor.
—Está
bien, chico —se bajó de la silla y echó las riendas sobre el cuello de Cappy,
dejándolo que pastara cerca, para ocuparse de su pierna atrapada.
Sus
gastados vaqueros que se apretaban sobre la poderosa musculatura de sus piernas
le hicieron rechinar los dientes ante el placer que le proporcionaba sólo mirarlo.
Joe era muy atractivo. Tenía ese tipo de atractivo masculino que hacía que
todas las mujeres, independientemente de su edad, suspiraran cuando lo veían.
Tenía una gracia innata y un aspecto elegante.
Su cara le hubiera encantado a
cualquier publicista. Pero él era totalmente ajeno a su propio atractivo. Su
esposa lo había abandonado diez años antes, y nunca más quiso volver a casarse desde
el divorcio.
Era bien conocido, en su entorno, que Joe usaba a las mujeres para
una sola cosa. Era discreto y callado sobre sus aventuras y parecía que solo Demi
sabía que existían. Fue muy sincero con ella. De hecho, le dijo cosas que no
había contado a nadie más.
Estudio
los daños, con la boca fuertemente apretada, antes de empezar a desenredar el
alambre con los guantes. Joe era metódico en todo lo que hacía. Nunca tomaba
una decisión precipitada. Es otro rasgo que no pasaba desapercibido.
—No
puedo desengancharlo —murmuró mientras metía la mano en su bolsillo—. Voy a
tener que cortar los pantalones para soltarte, cariño. Lo siento. Te compraré
otros.
Ella
se sonrojó.
—¡Todavía
no estoy en las últimas!
Miró
hacia abajo, con sus ojos azul oscuro y vió que se había puesto colorada.
—Eres
muy orgulloso, Demi. Que pidas ayuda, no significa que estés muerta de hambre —se
dio la vuelta para un cuchillo de su bolsillo—. Supongo que es la razón por la
que nos llevamos tan bien. Somos muy parecidos.
—Eres
más alto que yo, y tienes el pelo negro y yo rubio, —puntualizó ella.
El
sonrió abiertamente, tal como ella sabía que lo haría, a pesar de que no le
sonreía mucho a los demás. Le encantaba como brillaban sus ojos cuando sonreía.
—No
estaba hablando de las diferencias físicas, —explicó innecesariamente. Cortó
los vaqueros y fue un acierto que llevara guantes, ya que la valla era muy resistente
y te podías hacer alguna herida—. ¿Por qué no utilizas una de las modernas
vallas electrificadas que usan los ganaderos?
—Porque
no me lo puedo permitir, Joe —dijo simplemente.
Haciendo
una mueca, cortó el último trozo y tiró de ella para que se sentara, lo que los
colocó en una situación muy íntima. Su blusa abierta se abrió por delante
cuando ella cayó contra él y, como cualquier hombre con sangre en las venas, se
dio un festín viendo sus cremosos pechos con los pezones y duros contra la suave
piel rosada de sus montículos. Se le aceleró la respiración.
Avergonzada,
agarró los bordes de la camisa y los juntó ruborizada. No podía mirarlo, pero era
muy consciente de su intensa mirada, el olor a cuero y el aroma a colonia que emanaba
de su piel, el olor a limpio de su camisa de manga larga. Sus ojos miraron el
cuello abierto de la camisa, donde se veía el espeso vello negro. Nunca había
visto a Joe sin camisa, pero le gustaría.
Le
pasó el dorso de la mano sobre la suave mejilla y se le sujetó la barbilla con
el pulgar. Sus ojos buscaron su mirada tímida.
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