domingo, 14 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 14




Joseph se incorporó un poco más y la observó, fascinado, mientras ella lidiaba con la candela. La luz de la pantalla de televisión, que había puesto en silencio, iluminaba el rostro y el pelo de ella.

 No era una de esas mujeres inútiles que habían nacido para ser dependientes. Mientras realizaba con eficiencia los movimientos oportunos, se le entreabrió la bata que llevaba puesta, dejando al descubierto una camiseta interior y unos pantalones cortos de pijama. No tenían nada de especial y, al mismo tiempo, eran el conjunto más sexy que él había visto jamás.

 De pronto, Joseph se sorprendió por la fuerza de su erección. Se cubrió con el edredón.
 Entonces, cuando ella se puso en pie y se frotó las manos para limpiarse el serrín y el polvo, él se quedó boquiabierto. Su anfitriona había olvidado cerrarse la bata y podía ver a la perfección sus largas piernas y la silueta de sus pechos bajo la camiseta. La fuerza del deseo le hizo cerrar los ojos.

 –No me extraña que hayas tenido que cubrirte con el edredón.
 Demi caminó hacia él con las manos en las caderas y gesto provocativo.
 –Hace frío incluso con la calefacción puesta. Deberías haberme gritado para que bajara y encendiera el fuego. Habría entendido que no podías hacerlo solo.

Joseph se retorció e hizo un esfuerzo para apartar la vista de aquellos turgentes pechos que le resaltaban bajo la pequeña camiseta. Incluso podía percibirse la silueta de sus pezones… ¿o era su imaginación?

 –Iba a hacerlo, pero me acordé de lo claro que me habías dejado que soy una molestia para ti –repuso él, malhumorado, volviendo a apartar la mirada de un paisaje tan tentador.
 Demi se sonrojó, sintiéndose culpable.

 Él ni siquiera quería mirarla a la cara y entendía por qué. Había sido una mala amiga, dando prioridad a sus propias inseguridades. Había sido antipática y desagradable. Lo más probable era que ya no quisiera ni ser su amigo.

 Cuando imaginó que él igual ya no quería pasar tiempo en su compañía, una profunda angustia la invadió.

 Mientras había estado huyendo de él durante cuatro años, no se había parado a pensar que había estado destruyendo los cimientos de su larga amistad. Había intentado olvidarlo, pero no había podido.

 Con el corazón acelerado, Demi ansió que él volviera a mirarla, en vez de apartar de vista como si fuera una extraña que no lo hubiera ayudado en un momento crítico.
 –Siento si te he dado esa impresión, Joseph. No era mi intención. Claro que no eres una molestia.
 –Me has dejado muy claro que este es el último sitio donde te gustaría estar, sobre todo cuando París te está esperando con sus fiestas y una emocionante exposición.

 –Nunca he dicho nada de fiestas –murmuró ella–. Además, la exposición a la que tanto había deseado ir, había perdido de pronto su atractivo. Solo importaba lo que estaba sucediendo ante sus narices, todo lo demás parecía borroso y desenfocado.

 –Y Patric estará bien sin mí. La verdad es que esas cosas son, a veces, un poco cansadas.
 Joseph, que se ponía tenso cada vez que oía el nombre del francés, la observó mientras se sentaba en un brazo del sofá con aire distraído y recogía un cojín del suelo.
 –¿De veras? –preguntó él, esperando que le diera más detalles.
 Ella lo miró con gesto culpable.

 Joseph se esforzó en mantener los ojos en su cara, porque sabía que, si bajaba la vista a otras zonas de su anatomía, sería desastroso. Sin duda, lo que había vislumbrado antes eran sus pezones, sí… Por eso, debía mirarle solo el rostro, aunque eso también lo excitaba un poco.

 –Me gusta el arte y me gusta ir a exposiciones y, por supuesto, haría cualquier cosa para ayudar a Patric, pero a veces resulta un poco aburrido. Las mujeres siempre asisten llenas de joyas y los hombres apenas admiran los cuadros porque solo les interesa hacer negocios. Los padres de Patric tienen buenos contactos y la lista de invitados suele ser… bueno… va mucha gente de la flor y nata de la ciudad.

 –Suena aburrido –comentó él–. A mí no me gustan esas reuniones…
 –Puede serlo –confesó ella–. Pero, para poder seguir viviendo de su arte, a Patric no le queda más remedio que confraternizar con ese mundo.

 –Tal vez, le gusta… –dijo Joseph, tratando de insinuar que igual no era un hombre tan maravilloso como ella creía–. Parecía querer comerse el mundo en las fotos suyas que vi en Internet. Una amplia sonrisa, muchas chicas guapas a su alrededor…

 –Siempre tiene chicas a su alrededor –replicó ella, riendo–. Tiene mucho éxito con ellas, porque no intenta esconder su lado femenino.
 –¿Me estás diciendo que es homosexual?

 –¡No he dicho nada de eso! –exclamó ella y, sin poder evitarlo, rompió a reír–. Lo que pasa es que sintoniza bien con las mujeres, además, le gusta mucho coquetear.

 Joseph quiso preguntarle si era esa la razón por la que habían roto. ¿Lo habría sorprendido en la cama con una de esas chicas?

 Sin embargo, Demi dio por terminada la conversación, se levantó e informó de que iba a cambiarse.
 –Te traeré el desayuno, en cuanto me duche. Esto… –balbuceó ella, sin saber si preguntarle si quería ducharse.

 Tal vez, prefiriera darse un baño. Al final, decidió no decir nada al respecto, temiendo tener que desnudarlo. Solo de pensarlo, le subía la temperatura–. Esto… no tardaré. Puedes hacerme una lista de lo que quieres que te traiga de tu casa. Y dame tu llave. Mi padre tiene una copia, pero me parece que la guarda en su llavero, el que se ha llevado a Escocia.

Demi se duchó, se puso vaqueros, un jersey, una cazadora y unos calcetines de lana hasta la rodilla. Mientras, no pudo dejar de pensar en cómo actuar con Joseph. Mantener las distancias iba a ser difícil. Por supuesto, no iba a empezar a comportarse como una adolescente riéndole todas las gracias, ni iba a olvidar que le había roto el corazón hacía años.

 Sin embargo, no podía ignorarlo. Él estaba inmóvil, tumbado en su salón. ¡Tenía que ayudarlo! Si pudiera dejar atrás el pasado y ser su amiga nada más, las cosas serían mucho más fáciles, pensó. ¡Así se demostraría que había superado lo ocurrido hacía cuatro años! Pero ¿qué pasaba con esos sentimientos tumultuosos y calientes que la invadían?
 Cuando volvió al salón, James tenía la lista hecha.

 Ordenador portátil. Cargador. Ropa.
 Poco después, Demi se encaminó a la gran mansión. Había estado allí antes, pero nunca en el dormitorio de él, que localizó por eliminación. El piso alto estaba compuesto por varias habitaciones, que parecían ser para invitados. De los otros dormitorios, solo uno, aparte del de Daisy, tenía aspecto de haber sido ocupado.

 Las cortinas color burdeos estaban abiertas, dejando ver enormes ventanales y el exterior poblado de nieve. La moqueta color pálido estaba cubierta por una alfombra persa y una cama gigantesca. Apoyándose en el quicio de la puerta, ella se imaginó a Joseph allí tumbado, sexy, con las sábanas de satén oscuro apenas cubriendo su cuerpo sensacional. Luego, lo recordó cuando había estado en el sofá de su casa, hablando con ella, los dos casi rozándose. Parpadeó para quitarse esa imagen de la cabeza.

 Enseguida, encontró dónde guardaba la ropa, aunque le resultó un poco raro reunir sus jerseys, pantalones, camisetas y ropa interior. Lo metió todo en dos bolsas de plástico que había llevado con ella. A continuación, bajó a la cocina a buscar el ordenador y el cargador.
 Cuando regresó a su casa, Demi  se lo encontró donde lo había dejado, tumbado en el sofá.

 –Puedo moverme un poco cuando hacen efecto los analgésicos –anunció él, contemplando cómo el pelo húmedo de ella se había llenado de ondas. Su cabello oscuro resaltaba la palidez y suavidad de su piel y unas largas pestañas–. Pero no creo que sea bueno que trabaje sentado en el sofá –añadió, se incorporó e hizo una mueca por el dolor–. Debería tener la espalda lo más recta posible. Si hubieras hecho ese curso de primeros auxilios, lo sabrías.
 –¿Y qué sugieres?

 –Bueno… puedo usar esa mesa de ahí, pero tendrías que traerme un escritorio. Podemos ponerlo junto a la ventana.
 –¿Qué clase de escritorio le gustaría al señor?
 –¿Sería mucho pedir que me trajeras el que uso en mi casa? No es muy grande –indicó él y sonrió.

 –Supongo que podría bajar mi mesa. Es pequeña y ligera –señaló ella y miró la bolsa con ropa que traía en la mano–. ¿Podrás cambiarte solo?

 –Después de ducharme. Voy a intentar subir las escaleras solo. Si me das una toalla…
Demi lo hizo y, mientras él se duchaba, no pudo evitar imaginárselo desnudo bajo el chorro de agua. Limpió la mesa de su cuarto y la bajó al salón, donde le preparó un pequeño despacho con vistas al paisaje nevado.

 La casa era pequeña y, aunque lo había evitado la noche anterior, dejándolo solo para ver la tele, no iba a poder esquivarlo durante las horas del día. Ella podía trabajar en la cocina y lo haría, pero tendría que entrar en el salón de vez en cuando, aunque solo fuera para estirar las piernas.

 En vez de sentirse molesta por eso, como le había pasado la noche anterior, experimentó una extraña sensación que no era desagradable. Tal vez, algo había cambiado entre ellos. Al fin, ella había dejado de estar tan tensa y se había relajado.

 Media hora después, Joseph salió del baño con el pelo mojado. Había pasado por alto la rutina del afeitado y estaba más sexy que nunca. A regañadientes, ella tuvo que admitir que ni Patric ni Gerard habían estado a su altura en lo que a atractivo sexual se refería.

 Él se fue al salón con una cafetera llena, mientras Demi se ponía al día con el correo en la cocina. Sin embargo, como no podía concentrarse, acabó leyendo unos libros de cocina de su padre, fijándose en que había algunas páginas marcadas.

 Justo cuando estaba pensando en renunciar a trabajar y ponerse a preparar algo para comer, la sorprendió el sonido de algo cayendo al suelo con fuerza. Dando un respingo, se puso en pie de un salto y corrió al salón.

 Joseph estaba de pie junto a la ventana, haciendo una mueca y sujetándose la espalda con la mano. Se giró al oírla entrar.

 –¿Por qué la gente se niega a hacer cosas que son buenas para ellos?
 Demi bajó la vista al libro que estaba en el suelo. Era uno de los tomos de jardinería de su padre.

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