Demi
- Paco, ¿qué haces
aquí?
La última persona a
la que esperaría encontrar en la puerta de mi casa es al mejor amigo de Joe.
- Tengo que hablar
contigo.
- ¿Quieres entrar?
- ¿Estás segura de
que no pasa nada? -pregunta, nervioso.
- Desde luego.
Bueno,
probablemente mis padres no opinen lo mismo, pero a mí me parece bien. De todos
modos, no creo, que mis padres vayan a decidir de repente que ya no quieren
ingresar a Shelley en una residencia. Estoy cansada de fingir, de temer la ira
de mi madre. Este chico es el mejor amigo de Joe, y me acepta como soy. Estoy
segura de que no le ha resultado fácil decidirse a venir hasta aquí. Abro la
puerta de par en par y dejo entrar a Paco. Si me pregunta sobre Isabel, ¿qué le
digo? Ella me hizo prometerle que guardaría su secreto.
- ¿Quién está en la
puerta, Demi?
- Paco -le digo a
mi madre-. Un amigo del instituto.
- La cena está
lista -insinúa mi madre con poca sutileza-. Dile a tu amigo que no es muy
educado hacer una visita a la hora de la cena.
Me vuelvo hacia
Paco.
- ¿Quieres quedarte
a cenar?
Un acto de
rebeldía. Me encanta. Es catártico. Oigo los pasos de mi madre que se marcha
hecha una furia a la cocina.
- Esto... no,
gracias -responde Paco, reprimiendo una carcajada-. Pensaba que podríamos
hablar, ya sabes, de Joe.
Me alivia saber que
Paco no está aquí para preguntarme por Isabel, aunque por la seriedad de su
expresión no sé si deberla empezar a preocuparme.
Le acompaño a
través de la casa. Pasamos al lado de Shelley que está en el salón leyendo una
revista.
- Shelley, este es
Paco. Es amigo de Joe. Paco, esta es mi hermana, Shelley.
Al oír el nombre de
Joe, Shelley suelta un grito de alegría.
- Hola, Shelley
-dice Paco.
Mi hermana sonríe
de oreja a oreja.
- Shelley, necesito
que me hagas un favor. -Mi hermana sacude la cabeza en respuesta mientras
susurro-: Necesito que mantengas ocupada a mamá mientras yo hablo con Paco.
Shelley sonríe; sé
que mi hermana no me fallará.
Mi madre entra en
la habitación, ignorándonos a Paco y a mí, mientras empuja la silla de ruedas
de Shelley hasta la cocina.
Miro a Paco con
cautela mientras nos dirigimos al exterior para disponer de algo de intimidad,
a salvo de la curiosidad de mi madre.
- ¿Qué pasa?
- Joe necesita
ayuda. A mí no me va a escuchar. Están tramando un importante trapicheo de
drogas y han elegido a Joe para dirigir el cotarro.
- Joe nunca se
metería en eso. Me lo prometió.
La mirada de Paco
me dice que él no lo tiene tan claro.
- He intentado
hacerle entrar en razón -continúa Paco-. El problema es que... se trata de
traficantes importantes. Hay algo que me huele mal, Demi. Héctor está obligando
a Joe a hacerlo, y te juro que no sé por qué.
- ¿Y qué puedo
hacer yo? -le pregunto.
- Dile a Joe que
encuentre el modo de librarse. Solo él puede ayudarse a sí mismo.
¿Decírselo? Joe no
soporta que nadie le diga lo que tiene que hacer. Aunque tampoco me lo imagino
accediendo a traficar con drogas.
- ¡ Demi, la cena
ya está fría! -grita mi madre desde la ventana de la cocina-. Y tu padre acaba
de llegar. Cenemos como una familia por una vez.
El sonido de un
plato estrellándose contra el suelo hace que mi madre vuelva a entrar en casa.
Un movimiento muy inteligente por parte de Shelley, sin duda.
Pero no debo
utilizar a Shelley para evitar contarles la verdad a mis padres.
- Espera aquí -le
digo a Paco-. A no ser que quieras ser testigo de una discusión de los Ellis.
Paco se frota las
manos.
- No pueden ser
peores que las peleas de mi familia.
Entro en la cocina
y le doy un beso a mi padre en la mejilla.
- ¿Quién es tu
amigo? -me pregunta con cautela.
- Paco, te presento
a mi padre. Papá, este es mi amigo Paco.
- Hola -dice Paco.
Mi padre asiente
con la cabeza.
Mi madre hace una
mueca.
- Paco y yo tenemos
que irnos.
- ¿A dónde?
-pregunta mi padre, completamente confuso.
- A ver a Joe.
- Tú no te vas a
ningún sitio -suelta mi madre. Mi padre levanta las manos. No entiende nada-.
¿Quién es Joe?
- El otro chicano
del que te hablé -espeta mi madre con brusquedad-. ¿No te acuerdas?
- Últimamente no me
acuerdo de nada, Diana. -Mi madre se levanta con el plato lleno de comida en la
mano y lo lanza al fregadero. El plato acaba rompiéndose y la comida saltando
por los aires.
- Te hemos dado
todo lo que has querido, Demi -asegura mi madre-. Un coche nuevo, ropa de
diseño... Se me agota la paciencia.
- Todo eso es una
frivolidad, mamá. Desde fuera, todos os ven como personas triunfadoras, pero
como padres dais asco. Te doy un aprobado justo, y siendo generosa, porque si
fuera la señora Peterson quien os evaluara habrías cateado. ¿Por qué os da
miedo reconocer que tenéis problemas, como hace el resto del mundo? -Me siento
estupendamente, y no puedo parar-. Mirad, Joe necesita mi ayuda. Una de las
cosas que me hace ser como soy es la lealtad hacia la gente que me importa. Lo
siento si os duele u os asusta.
Shelley empieza a
armar un alboroto y todos nos damos la vuelta para mirarla.
- Demi -dice la voz
del ordenador conectado a su silla de ruedas. Shelley está presionando las
teclas con los dedos-. Buena chica.
Rodeo la mano de mi
hermana con los dedos antes de volver a dirigirme a mis padres.
- Si quieres
echarme a patadas de aquí, o repudiarme por ser quien soy, entonces hace lo y
acabemos de una vez con esto.
No quiero volver a
sentir miedo. Por Joe, por Shelley, por mí misma. Es hora de enfrentarme a mis
miedos, de otro modo acabaré hundiéndome en el dolor y el remordimiento durante
el resto de mi vida. No soy perfecta. Ha llegado el momento de que todo el
mundo lo sepa.
- Mamá, voy a pedir
una cita con el trabajador social del instituto.
Mi madre frunce el
ceño y su rostro adopta una expresión de repugnancia.
- Eso es una
estupidez. Quedará para siempre en tu expediente académico. No necesitas un
trabajador social.
- Sí que lo
necesito -admito, y armándome de valor, añado-: Y tú también lo necesitas.
Todos lo necesitamos.
- Escúchame, Demi.
Si sales por esa puerta... será mejor que no vuelvas.
- Esto es intolerable
-interviene mi padre.
- Lo sé, y me
siento muy bien -confieso mientras cojo mi bolso. Es todo lo que tengo, aparte
de la ropa que llevo puesta. Con una sonrisa, le tiendo la mano a Paco-. ¿Nos
vamos?
Paco no duda ni un
instante. Me coge de la mano y dice:
- Sí.
Y ya en su coche:
- Eres dura de
pelar. No pensé que tuvieras tanto valor.
Paco me lleva a la
parte más oscura de Fairfield, hasta un enorme almacén detrás de la carretera,
en una zona aislada. Como si la madre naturaleza pretendiera advertirnos, unas
amenazadoras nubes negras cubren el cielo y la temperatura empieza a descender.
Un tipo fornido nos
corta el paso.
- ¿Quién es la
blanquita? -pregunta.
- Está limpia
-afirma Paco.
El chico me mira de
arriba abajo de manera insinuante antes de abrir la puerta.
- Si husmea
demasiado, deberás responder por ella, Paco -le advierte.
Lo único que quiero
es llevarme a Joe de allí, lejos del peligro que nos rodea.
- Eh -suena una voz
arenosa cuando entramos en el almacén-. Si quieres algo que te anime, ven a
verme, ¿vale?
- Sígueme -me
ordena Paco. Me coge por el brazo y me conduce por un largo pasillo. Escucho
voces que vienen del lado opuesto del almacén... la voz de Joe.
- Deja que entre
sola -le ruego.
- No es una idea
muy inteligente. Espera a que Héctor termine de hablar con él -sugiere Paco,
pero yo no le hago caso.
Camino en dirección
a la voz de Joe. Está hablando con dos tipos más y, por el tono de la
conversación, parece algo muy serio. Uno de ellos saca una hoja de papel y se
la entrega a Joe. Es entonces cuando se percata de mi presencia.
Joe le dice algo en
voz muy baja a uno de los hombres, antes de doblar el papel y guardarlo en el
bolsillo de los vaqueros. Su voz es fría y dura, como la expresión de su
rostro.
- ¿Qué coño estás
haciendo aquí? -me pregunta.
- Yo solo...
No puedo acabar la
frase porque Joe me coge del brazo.
- Lárgate de aquí
ahora mismo. ¿Quién cojones te ha traído aquí?
Estoy intentando pensar
en una respuesta cuando Paco aparece de entre las sombras.
- Joe, por favor.
Puede que Paco me haya traído aquí, pero ha sido idea mía.
- Eres un cabrón
-le increpa Joe soltándome para enfrentarse a Paco,
- ¿No es este tu
futuro, Joe? -le pregunta Paco-. ¿Por qué te avergüenza tanto mostrarle a tu
novia tu segunda casa?
Joe le suelta un
puñetazo en la mandíbula y Paco cae al suelo. Corro hacia él y fulmino a Joe
con la mirada.
- ¡No puedo creer
que lo hayas hecho! - le grito-. Es tu mejor amigo, Joe.
- ¡No quiero que
veas este lugar! -exclama él, mientras un hilo de sangre empieza a manar del
labio de Paco-. No deberías haberla traído aquí -añade, más calmado esta vez-.
Este no es su sitio.
- Ni tampoco el
tuyo, hermano -dice Paco en voz baja-. Llévatela de aquí. Ya ha visto
suficiente.
- Ven conmigo
-ordena Joe, ofreciéndome la
mano.
En lugar de ir con
él, cojo la cara de Paco entre las manos y le inspecciono la herida.
- Dios mío, estás
sangrando. -Estoy empezando a perder los papeles. Un poco de sangre es
suficiente para provocarme náuseas. Nunca he podido soportar ni la sangre ni la
violencia.
Paco aparta mis
manos con dulzura.
- Estoy bien. Vete
con él.
Una voz prorrumpe
desde la oscuridad, dirigiéndose a Joe y a Paco.
Me estremezco ante
la autoridad que proyecta aquella voz. Hasta ahora no estaba asustada, pero
ahora sí lo estoy. Es el hombre con el que estaba hablando Joe. Lleva un traje
negro con una camisa de color crudo debajo. Le vi fugazmente en la boda. Lleva
el pelo negro engominado hacia atrás y su tez es sombría. Me basta una sola
mirada para saber que es alguien muy poderoso dentro de los Latino Blood. Le
acompañan dos hombres corpulentos y de aspecto amenazador.
- ¿Qué está pasando
aquí? -grita.
- Nada, Héctor
-replican Paco y Joe al unísono.
- Llévatela de
aquí, Jonas.
Joe me coge de la
mano y me saca del almacén. No vuelvo a respirar hasta que estamos fuera.
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