lunes, 29 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 20




–Hazlo sin la ropa puesta. Quiero ver cada milímetro de tu cuerpo perfecto.
 Demi se puso en pie y se desnudó despacio. No tenía experiencia en quitarse la ropa bajo la atenta mirada de un hombre. Se sintió de maravilla, increíblemente deseada. La adoración que él le había mostrado, prestando atención a sus pechos, era algo nuevo para ella. Y su mirada le gritaba que la consideraba hermosa.

 Si había tenido un poco de vergüenza al principio, pronto desapareció bajo la calidez de los cumplidos de Joseph.

 De hecho, se sentía sexy y llena de confianza.
 Después de apartar la mesita de café, Demi extendió la gran manta en el centro de la habitación. Él se puso en pie y comenzó a desvestirse con calma.

 Ella se quedó sin aliento. Cuando estuvo desnudo por completo, él le hizo una seña con la mirada para que contemplara cómo se tocaba a sí mismo. Todo en aquel hombre era grande, incluida la impresionante erección que se sostenía con la mano.

 En sus fantasías, Demi nunca había imaginado lo maravilloso que sería estar allí de pie, desnuda, a punto de hacer el amor con ese hombre. Se acercó a él y le quitó la mano, sustituyéndola por la suya. Quería sentirlo latir bajo sus dedos…
 ¿Estaría haciendo lo correcto?, se preguntó ella. Nunca se había sentido tan bien, reconoció y se puso de puntillas para besarlo.

 –Tendrás que tomar las riendas… –señaló él, conduciéndola hacia la manta–. No olvides que tengo la espalda lesionada…
 –No quiero hacerte daño –replicó ella, llevándose a un pecho la mano de él–. Como tú dijiste, los problemas de espalda se curan muy mal…

 –Sería feliz de cambiar la salud de mi espalda por una hora en la cama contigo.
 Qué fácil era perderse en el deseo y deleitarse con palabras que nunca había soñado con escuchar. Sin embargo, su sentido común le dijo que debía ser precavida y no lanzarse de cabeza a una situación que podía traerle sufrimiento.

 Eso era lo que ella quería. Había esperado mucho tiempo. En realidad, se había pasado cuatro años esperando. Aunque eso no significaba que todos sus sueños fueran a hacerse realidad. La vida no funcionaba de esa manera.

 Se tumbaron en la manta y ella se acurrucó contra él, acariciándole el pelo con los dedos.
 Al mirarle a la cara, Demi vio el pasado entrelazado con el presente, el muchacho que Joseph había sido y el hombre en que se había convertido. Los sentimientos que había albergado hacia él, habían ido creciendo y madurando con el tiempo. Estar allí solos en su casa le había hecho darse cuenta de eso. Lo que sentía por él ya no era un capricho de adolescencia. Ni lo había sido hacía cuatro años. Los caprichos no duraban tanto tiempo y se olvidaban con facilidad.

Demi lo amaba y sabía, sin comprender por qué, que si le hablaba de amor, él saldría huyendo. Obligándose a tenerlo en mente, se dijo que, aun así, quería acostarse con él.
 –Eres muy hermosa –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos.
 –No es que quiera quitarle romanticismo al momento, pero no es eso lo que me dijiste hace cuatro años –repuso ella con una triste sonrisa.

 –Hace cuatro años, eras una niña.
 –¡Tenía veintiuno!
 –Y eras muy joven –murmuró él, apartándole un mechón de pelo de la cara–. Demasiado para alguien como yo. Pero has crecido mucho en los últimos años, Demi.
 Había crecido, sí, pero seguía siendo tan vulnerable como antes, admitió ella para sus adentros. Asintiendo, lo besó y trató de no pensar en nada.

 Se colocó a horcajadas sobre él y se inclinó para que pudiera tomarle un pezón la boca. Entonces, gimió, mientras él le acariciaba entre las piernas, deslizando los dedos entre su interior húmedo y caliente.

 –No es justo –protestó ella, apretándose contra él.
Joseph rio de placer.
 –Quiero saborearte –pidió él, sosteniéndola para que se enderezara y pudiera contemplar su cuerpo espectacular una vez más.

 Sus pechos eran perfectos, igual que sus pezones, y el vello negro de su pubis era tan dulce y aromático como la miel. Agarrándola de las caderas, se la colocó sobre la boca.

 Demi apoyó las manos en sus hombros y se estremeció al sentir su lengua saboreándola. Él se tomó su tiempo, lamiendo y explorándola, llevándola una y otra vez a la cresta del clímax. Era una experiencia increíble. En múltiples ocasiones, se había preguntado cómo sería tener sexo con él. Pero nunca había sido capaz de imaginar algo así.
 –No puedo soportarlo más –gimió ella y se apartó, tumbándose a su lado.
 –Yo tampoco –confesó él con voz jadeante.

 –¿Quieres que comprobemos cuánto aguante tienes? –dijo ella con tono provocador y se tumbó en sentido inverso, para que ambos pudieran explorarse con sus bocas al mismo tiempo. Al probar su erección, dura como el acero, se estremeció, mientra él la lamía entre las piernas.

 El deseo era demasiado fuerte, cuando ella se giró para besarlo en la boca.
 –Te necesito. Ahora.
 –Yo, también –repuso ella, conteniéndose para no confesarle su amor.
 –¿Usas algún método anticonceptivo?
 –No, pero…

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