Demi
Llevo sentada cinco
minutos frente a la casa de Sierra. Todavía no puedo creer que Joe y yo lo
hayamos hecho. No me arrepiento de nada, pero todavía no me lo creo.
Sin embargo, esta
noche he podido sentir la desesperación en Joe, como si quisiera demostrarme
algo con acciones en lugar de con palabras.
Soy una estúpida por haberme puesto
sensiblera, pero no he podido evitarlo. He derramado lágrimas de alegría, de
felicidad y de amor. Y cuando vi que se le escapaba una lágrima, la besé...
Quería conservarla para siempre porque era la primera vez que Joe me permitía
ver esa faceta suya. Joe nunca llora, no deja que nada le afecte hasta el punto
de ponerse sentimental.
Pero esta noche ha
cambiado, aunque se niegue a admitirlo.
Yo también he
cambiado.
Entro en casa de
Sierra. Mi amiga está sentada en el sofá de su salón. Mi padre y mi madre están
acomodados junto a ella.
- Vaya, parece que
te he pillado haciendo de mediadora -me mofo.
- No estoy haciendo
de nada, Demi. Es solo una charla -explica Sierra.
- ¿Por qué?
- ¿Acaso no es
obvio? -pregunta mi padre-. Te has ido de casa.
Me planto delante
de mis padres, preguntándome cómo hemos llegado a este punto. Mi madre lleva un
traje de chaqueta y pantalón negro, y tiene el pelo recogido en un moño, como
si se hubiera vestido para asistir a un funeral.
Mi padre lleva puestos unos
vaqueros y una sudadera, y tiene los ojos inyectados en sangre. Estoy segura de
que ha pasado toda la noche en vela. Tal vez mi madre también, pero ella jamás
permitiría que se le notara. Se ha puesto colirio en los ojos para
enmascararlo.
- No puedo seguir
fingiendo que soy la hija perfecta -les explico con tranquilidad,
sosegadamente-. Debéis aceptarlo.
Mi padre frunce el
ceño, como si estuviera esforzándose por mantener la compostura.
- No queremos que
seas perfecta. Patricia, dile cómo te sientes.
Mi madre niega con
la cabeza, como si no entendiera por qué estoy sacando las cosas de quicio.
- Demi, esto ha ido
demasiado lejos. Deja de hacer pucheros, de rebelarte, de ser egoísta. Tu padre
y yo no queremos que seas perfecta. Solo queremos lo mejor para ti, eso es
todo.
- ¿Es porque
Shelley, por mucho que lo intente, no es capaz de cumplir vuestras
expectativas?
- No metas a
Shelley en esto -ruega mi padre-. No es justo.
- ¿Por qué no? Todo
esto es por ella. -Me siento derrotada, como si por mucho que intentara
explicárselo, ellos nunca llegaran a entenderlo. Me desplomo sobre la afelpada
silla de terciopelo frente a mis padres-. Y, además, no me he escapado. Estoy
en casa de mi mejor amiga.
Mi madre se aparta
una pelusilla del muslo.
- Y se lo
agradecemos. Nos ha contado todo lo sucedido. Nos ha informado a diario.
Miro a mi mejor
amiga. Está sentada en una esquina, como si fuera una espectadora de la crisis
familiar de los Lovato. Sierra levanta las manos con aire de culpabilidad y se
dirige a la puerta para repartir caramelos a los últimos chicos que acaban de
llamar a la puerta.
Mi madre se
endereza en el borde del sofá.
- ¿Qué tenemos que
hacer para que vuelvas a casa?
Espero demasiado de
mis padres, tal vez más de lo que ellos pueden darme.
- No lo sé.
Mi padre se lleva
la mano a la frente, como si le doliera la cabeza.
- ¿Tan mal te
sientes en casa?
- Sí. Bueno, no tan
mal. Pero es muy estresante. Mamá, me sacas de mis casillas. Y papá, no soporto
verte ir y venir de casa como si vivieras en un hotel. Somos extraños viviendo
bajo el mismo techo. Los quiero mucho a los dos, pero no quiero ser siempre la
mejor, tan solo deseo ser como soy.
Me gustaría ser libre para tomar mis
propias decisiones y aprender de mis errores sin que me entre el pánico, me
sienta culpable o me preocupe por no estar cumpliendo con nuestras expectativas
-les explico, reprimiendo las lágrimas-. No quiero decepcionarlos. Sé que
Shelley no puede ser como yo. Lo siento mucho... pero, por favor, no la mandéis
a un centro por mi culpa.
Mi padre se
arrodilla junto a mí.
- No lo sientas, Demi.
No vamos a hacerlo por ti. La discapacidad de Shelley no es culpa tuya. No es
culpa de nadie.
Mi madre no dice
nada. Está muy rígida, con la mirada fija en la pared, como si estuviera en
trance.
- Es culpa mía
-suelta de repente.
Los dos la miramos
fijamente porque esas son las últimas palabras que esperábamos oír de su boca.
- ¿Patricia? -interviene
mi padre, intentado atraer su atención.
- Mamá, ¿de qué
estás hablando? -pregunto.
Sigue mirando al
frente.
- Todos estos años
me he estado culpando.
- Patricia, tú no
tienes la culpa.
- Cuando tuve a
Shelley, la llevé al jardín de infancia -sigue mi madre en voz baja, como si
estuviera hablando consigo misma-. Confieso que envidiaba a las otras madres.
Tenían niños normales que podían mantener la cabeza en alto por si solos y
coger cosas. La mayoría de las veces me miraban con lástima.
No lo soportaba.
Me obsesioné. Empecé a pensar que podría haber evitado su discapacidad si
hubiera comido más verduras o hubiera hecho más ejercicio. Me culpé por su
condición incluso cuando tu padre insistió en que no era culpa mía. -Me mira y
sonríe con melancolía-. Entonces llegaste tú. Mi princesa rubia de ojos azules.
- Mamá, yo no soy
una princesa y Shelley no es una persona de la que tengamos que compadecernos.
No saldré siempre con el chico con el que esperáis que salga, no voy a vestir
siempre como queráis que vista y, definitivamente, no voy a actuar siempre como
esperáis que actúe. Shelley tampoco va a cumplir con vuestras expectativas.
- Lo sé.
- ¿No os supondrá
ningún problema? - Probablemente, no.
- Eres demasiado
exigente. Haría cualquier cosa para conseguir que dejaras de culparme por todo
lo que salió mal. Queredme por quién soy. Quered a Shelley por quien es. Deja
de concentrarte en lo negativo porque la vida es demasiado corta.
- ¿Se supone que no
debe de preocuparme lo más mínimo el hecho de que hayas decidido salir con el
miembro de una banda? -me pregunta.
- No. Sí. No lo sé.
Sí hubiese sabido que iba a contar con tu aprobación, te lo habría contado. Si le
conocieras... no es cómo la gente cree que es. Si no tengo otra opción que
verme a escondidas con él, lo haré.
- Pertenece a una
banda -espeta mi madre con brusquedad.
- Se llama Joe.
- Conocer su nombre
no cambia el hecho de que esté en una banda, Demi -interviene mi padre.
- No, no lo cambia.
Pero es un paso en la dirección correcta. ¿Preferís que sea sincera o que os
oculte la verdad?
Tardo una hora en
conseguir que mi madre acceda a dejar de dudar tanto de mí. Y para que mi padre
acepte volver a casa antes de las seis, dos veces por semana.
Yo accedo a llevar
a Joe a casa para que mis padres puedan conocerlo. Y a decirles dónde estoy y
con quién. No han querido aprobar ni celebrar mi elección, pero al menos es un
comienzo. Quiero hacer las cosas bien porque recoger los pedacitos que componen
mi familia es mucho mejor que dejarlos tirados en el suelo.
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