lunes, 22 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 51





Demi

   Estoy frente al Taller de Enrique, haciendo ejercicios de respiración para controlar los nervios. Sé que Joe está solo porque no veo el Camry del dueño del garaje por ningún lado.

    Estoy decidida a seducirle.
    Si lo que llevo puesto no llama su atención, nada lo hará. Voy a dar toda... voy a sacar toda la artillería. Llamo a la puerta, cierro los ojos y rezo para que todo salga tal y como tengo planeado.

    Me abro la chaqueta de satén larga y plateada y la fresca brisa nocturna me acaricia la piel desnuda. Cuando el chasquido de la puerta me alerta de la presencia de Joe, abro lentamente los ojos. Pero no son los ojos negros de Joe los que observan mi cuerpo semidesnudo. Es Enrique, que tiene la vista clavada en mi sujetador de encaje rosa y en mi falda de animadora como si acabara de tocar le la lotería.
    Muerta de vergüenza, me cubro con la chaqueta. Si también pudiera esconder la cabeza dentro de ella, lo haría.

    - Joe -grita Enrique, estallando en carcajadas-. Una niña que pide caramelos pregunta por ti.

    Es posible que tenga la cara de color rojo remolacha, pero estoy decidida a seguir adelante. Estoy aquí para demostrarle a Joe que no voy a abandonarle.
    - ¿Quién es? -pregunta la voz de Joe desde el interior del garaje.

    - Yo ya me iba -me dice Enrique, pasando por mi lado-. Dile a Joe que cierre el taller cuando se vaya. Hasta otra.

    Enrique cruza la sombría calle mientras canturrea en voz baja.
    - Enrique, ¿quién...? -La voz de Joe se desvanece cuando llega a la puerta del taller. Me mira con furia-. ¿Necesitas indicaciones para llegar a algún sitio en particular o has venido para que te arreglen el coche?

    - Ninguna de las dos cosas -respondo.
    - ¿Buscas caramelos en esta zona de la ciudad?
    - No.
    - Se acabó, nena, ¿lo entiendes? ¿Por qué sigues entrometiéndote en mi vida y atormentándome de este modo? Además, ¿no tendrías que estar en el baile de Halloween con algún tipo del instituto?
    - Le he dejado plantado. ¿Podemos hablar?
    - Mira, tengo un montón de trabajo por hacer. ¿A qué has venido? ¿Y dónde está Enrique?

    - Se ha ido -le informo, nerviosa-. Creo que le he asustado.
    - ¿Tú? No lo creo.
    - Le he enseñado lo que llevo debajo del abrigo.
    Joe arquea las cejas.

    - Déjame entrar antes de que acabe congelada aquí fuera. Por favor -le suplico, mirando hacia atrás. La oscuridad ahora me parece aterradora y el corazón me late con fuerza. Me encojo bajo el abrigo. Tengo la piel de gallina y empiezo a temblar.
    Joe deja escapar un suspiro, me conduce al interior del taller y cierra la puerta. Afortunadamente, hay un calefactor en medio del local. Me planto frente a él y empiezo a frotarme las manos.
    
  - Quiero que lo intentemos de nuevo. Fingir que solo somos compañeros de laboratorio ha sido una tortura. Te echo de menos. ¿Y tú, me has echado de menos?
    Parecen asaltarle las dudas. Ladéala cabeza, como si no estuviera muy seguro de haber oído bien.

    - Sabes que aún estoy en los Latino Blood, ¿verdad?
    - Lo sé. Aceptaré lo que me ofreces, Joe.
    - Nunca podré cumplir con tus expectativas.
    - ¿Y si te dijera que no tengo ninguna expectativa? Aspira una profunda bocanada de aire y la suelta lentamente. Sé que está reflexionando porque su expresión se ha vuelto muy seria.

    - Voy a decirte algo -dice finalmente-. Te quedarás mientras me termino la cena. No te preguntaré lo que llevas, o mejor dicho, lo que no llevas bajo el abrigo. ¿Trato hecho?
    Sonrío con vacilación y me aliso el cabello con las manos.
    - Trato hecho.

    - No tienes que hacer eso por mí -me asegura, apartándome la mano suavemente del pelo-. Traeré una manta para que no te ensucies.
    Espero hasta que saca una manta de lana de color verde de un armario. Nos sentamos sobre ella y Joe mira el reloj.
    - ¿Quieres un poco? -pregunta, señalando la comida. Tal vez si como algo consiga tranquilizarme.
    - ¿Qué es?

    - Enchiladas. Mi madre las hace deliciosas -explica cortando un pedacito con el cuchillo y pasándomelo-. Si no estás acostumbrada a la comida picante...
    - Me encanta el picante -le interrumpo, metiéndomelo en la boca. Empiezo a masticar, deleitándome con la mezcla de sabores. No obstante, al tragarlo la lengua me empieza a arder. En algún lugar remoto puedo distinguir el sabor, pero sigue picando mucho.

    - Pica. -Es lo único que puedo articular mientras intento tragar.
    - Te lo he advertido. - Joe me pasa su vaso-. Bebe. Es mejor la leche, pero solo tengo agua.

    Cojo el vaso. El líquido me enfría la lengua, pero cuando lo apuro siento que el fuego se reaviva.
    - Agua... -imploro.
Joe rellena el vaso.
    - Bebe lo que quieras, aunque no creo que sirva de mucho. Pronto se te pasará.
    En lugar de beber, esta vez meto la lengua en el líquido y la dejo ahí. Ahhh...
    - ¿Estás bien?

    - ¿A ti qué te parece? -replico como puedo.
    - Lo cierto es que resulta erótico verte así, con la lengua a remojo. ¿Quieres darle otro bocado? -pregunta con picardía, comportándose como el Joe de siempre.
    - Ni de coña -le espeto, aún con la lengua dentro del vaso.
    - ¿Todavía te pica?

    Aparto el vaso para contestarle:
    - Parece que tengo un millón de jugadores de fútbol clavándome las botas en la lengua.

    - Ay -se lamenta entre risas.. ¿Sabes? Una vez me dijeron que lo mejor para calmar el picor es besar a alguien,

    - ¿Es lo único que se te ha ocurrido para insinuar que quieres besarme?
    El me mira fijamente y me atrae con sus ojos negros.
    - Nena, yo siempre quiero besarte.

    - Me temo que no lo vas a conseguir tan fácilmente, Joe Quiero respuestas. Primero las respuestas y después los besos.

    - ¿Por eso has venido hasta aquí desnuda bajo esa chaqueta?
    - ¿Quién dice que vaya desnuda? -le digo, acercándome a él.

    Joe deja el plato sobre la manta. Si la boca me quema aún, apenas me doy cuenta. Ahora me toca a mí hacerme con el control de la situación.

    - Juguemos a algo, Joe. Lo llamo Haz una pregunta y desnúdate. Cada vez que formules una pregunta, tendrás que quitarte una prenda. Yo haré lo mismo.
    - Calculo que me da para unas siete preguntas. ¿Cuántas tienes tú?

    - Empieza, Joe. Acabas de hacer tu primera pregunta. -Él asiente con la cabeza y se quita uno de los zapatos-. ¿Por qué no empiezas con la camiseta? -le pregunto.
    - Confío que sepas que acabas de hacer una pregunta. Creo que es un ejemplo...
    - No es una pregunta -insisto.
    - Acabas de preguntarme por qué no empiezo por la camiseta -dice con una sonrisa.
    Se me acelera el pulso. Me bajo la falda de animadora y escondo las piernas bajo la chaqueta.

    - Ahora solo me quedan cuatro prendas. Joe intenta mantenerse distante, pero en sus ojos distingo un deseo que no había visto hasta ahora. Y la estúpida sonrisa desaparece de su rostro en cuanto se pasa la lengua por los labios.

    - Necesito un cigarrillo. Es muy difícil dejarlo. ¿Has dicho cuatro?
    - Eso ha sonado como una pregunta, Joe.
    Él niega con la cabeza.
    - No, listilla, no era una pregunta. Pero ha sido un buen intento. Veamos. ¿Cuál es la verdadera razón que te ha traído hasta aquí?

    - Porque quería demostrarte cuánto te quiero -respondo.
    Joe parpadea un par de veces, pero no demuestra emoción alguna. Esta vez se quita la camiseta y la deja a un lado, mostrando su torso bronceado y liso como una tabla.

    Me arrodillo a su lado, esperando poder tentarle y hacerle perder el control.
    - ¿Quieres ir a la universidad? Dime la verdad.
    Él vacila un instante.
    - Si mi vida fuera diferente, sí.
    Me quito una sandalia.
    - ¿Te has acostado alguna vez con Colin? -me pregunta.
    -No.

    Se quita el zapato derecho, sin dejar de mirarme en ningún momento.
    - ¿Lo hiciste con Carmen? -le pregunto yo.
    Duda antes de contestar: - No quieres saberlo.
    - Sí que quiero. Quiero saberlo todo. Las mujeres con las que has estado, la primera persona con la que te acostaste...

    Él se frota la nuca, como si le hubiera dado un tirón y quisiera aliviar el dolor.
    - Vaya, eso son muchas preguntas -dice-. Carmen y yo... bueno, sí, nos acostamos. La última vez fue en abril. Por entonces, aún no sabía que me estaba engañando con otro tío. No recuerdo muy bien las aventuras anteriores a Carmen. Atravesé un periodo de un año en el que me apetecía salir con una chica diferente cada semana. Y me acosté con la mayoría. Fue una tontería.
    - ¿Usaste siempre protección?
    - Sí.

    - ¿Quieres contarme tu primera vez?
    - Mi primera vez fue con Isabel.
    - ¿Isabel Ávila? -pregunto, confusa. Joe asiente.
    - No es lo que crees. Ocurrió el verano antes de entrar en el instituto y ambos queríamos zanjar el tema de la virginidad y averiguar por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo. Fue horrible. Yo estuve muy torpe y ella se pasó casi todo el tiempo riendo. Ambos llegamos a la conclusión de que no había sido muy buena idea intentarlo con alguien que era casi como un hermano. Vale, ya te lo he contado todo. Ahora, por favor, quítate la chaqueta.

    - Aún no, nene. Si te has acostado con tantas chicas, ¿cómo sé que no has pillado alguna enfermedad? Dime que te has hecho pruebas.
    - Cuando me pusieron las grapas en el hospital, me hicieron varios análisis. Créeme, estoy sano.

    - Yo también. Por si te lo estás preguntando. -Me quito la otra sandalia, contenta por no sentirme como una estúpida ni que él se cabree por hacerle tantas preguntas-. Te toca.
    - ¿Alguna vez has pensado en hacer el amor conmigo? -suelta, quitándose un calcetín mientras espera mi respuesta.

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