Demi
Está claro que
Jorge y Elena están locamente enamorados, y eso hace que me pregunte si alguna
vez estaré tan enamorada de mi futuro marido.
Pienso en Shelley.
Ella nunca tendrá marido, ni hijos. Sé que mis hijos la querrán tanto como yo.
Nunca le faltará amor. Pero, en el fondo, me pregunto si anhela aquello que
nunca tendrá: un marido, una familia propia.
Volviendo a Joe. Sé
que no puedo verme envuelta en asuntos de pandillas y quién sabe en qué cosas
más. Yo no soy así. Pero este chico, situado justo en el centro de todo aquello
que rechazo, está conectado a mí como nadie lo ha estado nunca. Sé que mi
misión es ayudarle a cambiar de vida, para que algún día la gente pueda decir
que somos la pareja perfecta.
Cuando empieza a
sonar la música, rodeo a con los brazos y apoyo la cabeza sobre su pecho. Él
retira los mechones de mi cuello y me abraza mientras nos balanceamos al ritmo
de la música.
Un chico se acerca
a la novia con un billete de cinco dólares.
- Es una tradición
-explica Joe-. Está pagando por bailar con la novia. Lo llaman el baile de la
prosperidad.
Observo, fascinada,
como el chico sujeta los cinco dólares a la cola del vestido de la novia con un
imperdible.
Mi madre estaría
aterrorizada.
Alguien le grita
algo al chico que baila con la novia y todos estallan en carcajadas.
- ¿Qué ha dicho tan
divertido?
- Dicen que le ha puesto el billete demasiado
cerca del culo.
Miro a las parejas
que hay en la pista de baile e intento imitar sus movimientos mientras me dejo
llevar por la música. Guando la novia deja de bailar, le pregunto a Joe si él
también va a bailar con ella.
Cuando me dice que
sí, le animo a hacerlo ahora.
- Ve a bailar con
Elena. Mientras, iré a hablar con tu madre.
- ¿Estás segura de
que quieres hacer eso?
- Sí, la he visto
al llegar y no quiero ignorarla. No te preocupes por mí. Tengo que hacerlo.
Joe extrae un billete de diez dólares de su cartera. Intento
no reparar en ello, pero veo que está vacía. Está a punto de darle a la novia
todo el dinero que le queda. ¿Puede permitírselo? Sé que trabaja en el taller,
pero el dinero que gana allí probablemente lo emplee para ayudar a su familia.
Doy un paso atrás
hasta que nuestras manos se separan.
- Enseguida vuelvo.
Me acerco a la
madre de Joe, en la fila de mesas donde las mujeres están colocando platos de
comida. Lleva un vestido cruzado rojo y parece más joven que mi madre. La gente
piensa que mi madre es guapa, pero la señora Fuentes posee la belleza eterna de
una estrella de cine. Tiene los ojos grandes y marrones, unas pestañas que le
rozan las cejas, y una piel impecable y ligeramente bronceada.
Le doy un golpecito
en el hombro mientras dispone las servilletas sobre la mesa.
- Hola, señora Jonas.
- ¿Demi, verdad?
-pregunta.
Asiento con la
cabeza. Vale, ya han terminado las presentaciones, Demi. Deja de andarte con
rodeos.
- Esto, quería
decirle algo desde que llegamos. Y ahora parece el momento perfecto, pero creo
que estoy andándome por las ramas y que no voy al grano. Me pasa cuando estoy
nerviosa.
La mujer me observa
como si estuviera chiflada.
- Continúa
-insiste.
- Sí, bueno, sé que
no hemos empezado con muy buen pie. Y siento mucho si, de algún modo, le falté
el respeto la última vez que nos vimos. Solo quería que supiese que no fui a su
casa con la intención de besar a Joe.
- Disculpa la curiosidad, ¿pero cuáles son
tus intenciones?
- ¿Cómo dice?
- ¿Que cuáles son
tus intenciones con Joe?
- Yo... no estoy
segura de qué quiere que le diga. Si le soy sincera, lo sabremos conforme
avancen las cosas.
La señora Jonas me
pone la mano en el hombro.
- Dios sabe que no
soy la mejor madre del mundo. Sin embargo, me preocupo por mis hijos, Demi, más
que nada en el mundo. Y haré lo que sea necesario por protegerles. Veo el modo
en el que te mira, y me asusta. No soportaría verlo sufrir otra vez por alguien
que le importa.
Al escuchar a la
madre de Joe hablando de él de aquel modo siento el deseo de tener una madre
como ella, alguien que quiere y se preocupa de su hijo. Me cuesta mucho
asimilar lo que acaba de decirme la señora Jonas. Sus palabras me han dejado un
nudo en la garganta. La verdad es que últimamente no me siento parte de mi
familia. Solo soy una chica cuyos padres esperan que diga y haga siempre lo
correcto. Llevo mucho tiempo representado un papel para ayudar a mis padres a
sobrellevar lo de Shelley, que es quien de verdad necesita toda su atención.
A veces resulta muy
duro tener que esforzarse tanto para fingir que eres una chica normal. Nadie me
dijo que tenía que ser perfecta todo el tiempo. La verdad es que el sentimiento
que más predomina en mi vida es el de la culpabilidad. Una culpabilidad
inagotable y monstruosa.
Culpabilidad por
ser una chica normal.
Culpabilidad por la
obsesión de que Shelley se sienta tan querida como yo.
Culpabilidad por
temer que mis propios hijos sean como mi hermana.
Culpabilidad por
sentirme avergonzada cuando la gente mira a Shelley por la calle.
Nunca terminará.
¿Cómo va a terminar cuando he estado cargando con esa sensación desde el día
que nací? Para la señora Jonas, la familia significa amor y protección. Para mí,
culpabilidad y amor condicional. —Señora Jonas, no puedo prometerle que no le
haré daño a Joe. Lo único que sé es que tampoco puedo estar separada de él,
aunque sea precisamente lo que usted desea. Ya lo he intentado.
Porque estar con Joe
me permite apartarme de mi propio mundo de tinieblas. Noto cómo las lágrimas
abandonan mis ojos y resbalan por mis mejillas. Me abro paso entre la multitud
en busca del cuarto de baño.
Cuando Paco sale de
él, me apresuro a entrar.
- Tal vez deberías
esperar antes de...
La voz de Paco se
desvanece al otro lado de la puerta. La cierro con el pestillo. Me seco los
ojos y me miro en el espejo. Estoy hecha un desastre. Se me ha corrido el rímel
y... Qué tontería, qué más dará. Me desplomo sobre las frías baldosas del
suelo. Ahora comprendo lo que Paco estaba a punto de decirme. El baño apesta,
el olor es insoportable... casi hasta el punto de provocarme una arcada. Me
tapo la nariz con la mano, intentando ignorar el olor mientras pienso en las
palabras de la señora Jonas. Me quedo sentada en el suelo del cuarto de baño,
secándome los ojos con una toallita y haciendo todo lo posible por taparme la
nariz. Un fuerte golpe en la puerta interrumpe mi llanto.
- Demi, ¿estás ahí?
-pregunta Joe desde el otro lado de la puerta.
- No.
- Sal de ahí, por
favor.
- No.
- Entonces, déjame
entrar.
- No.
- Quiero decirte
algo.
- ¿Qué? -pregunto
con el pañuelo todavía en la mano.
- Te lo diré si me
dejas entrar.
Giro el pomo hasta
que este emite un chasquido.
Joe entra en el baño.
- No te preocupes
por nada -me dice, y tras cerrar la puerta, se arrodilla a mi lado,
estrechándome entre sus brazos y acercándome más a él. A continuación, olfatea
el aire unas cuantas veces-. Joder. ¿Paco ha estado aquí?
Asiento con la
cabeza.
- ¿Qué te ha dicho
mi madre? -me pregunta mientras me acaricia el pelo.
Oculto el rostro en
su pecho.
- Solo ha sido
honesta conmigo -murmuro contra su camisa.
Un fuerte ruido en
la puerta nos interrumpe. - Abre la puerta, soy Elena.
- ¿Quién es?
-pregunto yo
- La novia
-responde Joe.
- ¡Déjame entrar!
Joe abre la puerta.
Una chica con greñas blancas y docenas de billetes colgando de imperdibles de
la cola del vestido, se mete en el baño y cierra la puerta tras ella.
- Vale, ¿qué pasa
aquí? -pregunta antes de olfatear también el aire-, ¿Ha estado Paco?
Joe y yo asentimos al unísono.
- ¿Qué coño come
ese crío que todo lo que descarga parece estar podrido? Maldita sea -dice,
cogiendo un pañuelo y llevándoselo a la nariz.
- Ha sido una
ceremonia preciosa -le digo a través de mi propio pañuelo. Esta es la situación
más incómoda y surrealista que he vivido jamás.
Elena me coge de la
mano. - Ven afuera y disfruta de la
fiesta. Puede que mi tía sea un poco conflictiva, pero no pretende hacer ningún
daño. Es más, creo que en el fondo le gustas.
- Voy a acompañarla
a casa -dice Joe, representando el papel de héroe. Me pregunto cuándo se
hartará del papel.
- No, no te la
llevarás a casa. Y si insistes, tendré que encerraros a los dos en este
apestoso lavabo para evitarlo.
Elena parece hablar
muy en serio.
Alguien más llama a
la puerta.
- Largo -ordena
Elena con efusividad.
- Soy Jorge.
Me encojo de
hombros y miro a Joe en busca de una explicación. - Es el novio -me informa él.
Jorge se cuela
dentro. No está tan afectado como el resto de nosotros porque todavía no ha
notado el olor a muerto que desprende el cuarto. Pero apenas olfatea unas
cuantas veces y los ojos le empiezan a llorar.
- Vamos, Elena
-insiste Jorge, que intenta cubrirse la nariz sin llamar mucho la atención pero
sin disimular muy bien-. Los invitados preguntan por ti.
- ¿No ves que estoy
hablando con mi primo y su cita?
- Sí, pero...
Elena levanta la
mano para callarlo mientras sujeta el pañuelo con la otra.
- Ya te lo he
dicho, primero hablaré con mi primo y su cita -zanja con firmeza-. Y todavía no
he terminado. Tú -continúa Elena, señalándome con el dedo-. Ven conmigo. Joe,
quiero que tus hermanos y tú cantéis.
- Elena, no creo
que... -niega Joe con la cabeza.
Elena vuelve a
levantar la mano, silenciando también a su primo.
- No te he pedido
que creas nada. Te he pedido que te unas a tus hermanos y que cantéis para mi
marido y para mí.
Elena abre la
puerta y me pasea por la casa. Solo se detiene cuando llegamos al jardín.
Entonces me suelta la mano para arrebatarle el micrófono al cantante del grupo.
- ¡Paco! Sí, estoy
hablando contigo -anuncia Elena en voz alta señalando a Paco, quien conversa
con un grupo de chicas-. La próxima vez que quieras cagar, hazlo en casa de
otro.
El séquito que
rodea a Paco se dispersa rápidamente entre risas, abandonándolo a su suerte.
Jorge atraviesa la
pista a grandes zancadas en dirección a su mujer. El pobre hombre está sudando
la gota gorda mientras todos ríen y aplauden. Elena baja por fin del escenario
y Joe habla con el cantante de la banda. Los invitados le animan, a él y a sus
hermanos, para que canten.
Paco se sienta a mi
lado.
- Siento mucho lo
del cuarto de baño. Intenté avisarte -me dice avergonzado.
- No te preocupes.
Creo que Elena ya te ha dejado bastante en ridículo. -Entonces, me inclino
hacia él y le pregunto-: Sinceramente, ¿qué opinas de que Joe y yo salgamos
juntos?
- Sinceramente,
creo que es lo mejor que le ha ocurrido nunca.
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