–No los dejas en la estacada
–protestó él–. Tus razones son muy comprensibles. Tu padre se está haciendo
mayor… el accidente de tu casa ha demostrado que, cada vez, harás más falta
aquí…
Te ha salido una oferta de trabajo y tienes que aprovechar la oportunidad
mientras dure… Vas a entrenar a tu sustituta durante un tiempo. ¿Por qué crees
que estás dejándolos en la estacada?
–Porque así es.
–Pues no entiendo tu lógica.
Demi chasqueó la lengua
y suspiró. Para él, todo era blanco y negro nada más.
–Desde mi punto de vista, has actuado de una
forma práctica e inteligente –aseguró él.
–Bueno, pues entonces, no quiero que me
distraigas de lo que tengo que hacer en París.
–Pero ya sabes que puede ser una distracción
muy divertida… –susurró él con tono provocativo.
–Estaré allí dos semanas. O, tal vez, tres. No
mucho más. Lo justo para recoger mis cosas, guardar en cajas las cosas que
tengo en mi piso, salir con mis amigos…
Eso último era lo que más molestaba a Joseph, que no pudo
evitar hacer una mueca. No quería ni pensar en que, en honor a las despedidas,
ella acabara haciendo el amor una última vez con su amiguito francés…
Solo de
pensarlo, se ponía enfermo. Aunque no debía darle más vueltas. ¡Ella no era la
clase de mujer que se acostaba con un amigo por los viejos tiempos!
Demi se dio cuenta de su cambio de
expresión y sonrió porque, aunque sabía que no podía esperar nada serio de él,
su posesividad le resultaba halagadora.
–A ver si lo entiendo. No quieres que vaya
contigo a París y no quieres que le contemos lo nuestro a nuestros padres…
–comenzó a decir él, apretando los dientes.
–Bueno, ya te he explicado por qué no es buena
idea contárselo a mi padre y a Daisy –repuso Demi.
Su padre sabría
de inmediato que ella estaba enamorada de pies a cabeza. Le haría preguntas y,
al final, ella no iba a ser capaz de ocultarle la verdad.
–Y yo te he explicado que no lo entiendo.
–Solo soy práctica –afirmó ella y comenzó a
enumerar una lista de razones. Al mismo tiempo, su mente traviesa le recordó lo
maravilloso que sería poder gritar al mundo su amor–. Los dos somos… sabemos
que esto no durará.
¿Así que por qué meter a nadie más en el asunto? –añadió y
se imaginó a Daisy planeando su boda, contándoselo a los amigos y familiares…–.
Solo empeoraría las cosas cuando decidiéramos separarnos.
–Vaya. Ya estás pensando en terminar cuando ni
siquiera hemos empezado.
–Estas son tus reglas, Joseph. Tú no quieres
nada serio.
Joseph no podía
discutírselo. Era la mujer perfecta para él. Era inteligente y le encantaba
acostarse con ella.
De hecho, no podían haber sido más
compatibles.
Además, Demi respetaba sus límites. No le
había insinuado que era importante hacer planes a largo plazo, ni había hecho
comentarios censuradores sobre su forma de entender las relaciones después de
lo que le había pasado con Anita.
Tampoco le había dado sermones sobre dejar
atrás el pasado. Era perfecta en todos los sentidos.
Sin embargo, por alguna razón incomprensible,
no se sentía satisfecho.
–Además… los dos estamos de acuerdo en que ni
yo soy tu tipo, ni tú el mío –continuó ella.
La noche anterior, cuando la conversación
había recaído en Patric, a pesar de que Demi le había repetido que ya no
salía con él, Joseph había parecido obsesionado.
La única explicación
que ella le había encontrado había sido que quería tenerla solo para él, sin
distracciones por parte de nadie, ni siquiera de un exnovio.
–No estoy tratando de sabotear lo nuestro
–aseguró ella–. Los dos sabemos que solo se trata de atracción física. Pronto,
pasará y seguiremos con nuestras vidas. ¿Por qué implicar a más gente cuando no
es necesario?
–Es verdad –gruñó él.
–Disfrutemos del momento. Sin complicaciones…
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