¡Y yo había estudiado tanto! Sentí que se me hacía un nudo en el
estómago al pensar en todo el esfuerzo del fin de semana, en todas esas horas
mal gastadas.
― Para quienes no son
tan despiertos como para entender las cosas a la primera vez ― siguió Joseph con la voz monótona
de Doc Ellis ―, permítanme que repita. Cuarenta y ocho
grados, doscientos cincuenta y tres pies cuadrados, cinco grados…
Era una buena imitación, debía admitirlo, pero de todas formas
me dieron ganas de matar a Joseph.
Pensaba todavía en el tema dos horas más tarde, mientras me
abría paso a través del vestíbulo en dirección a la cafetería. Joseph Conner estaba apoyado en mi armario como si
fuera un mal sueño. En realidad, al acercarme más, me di cuenta de que era el
armario de Juliet Miller.
― Hola, Demi ― dijo.
― No empieces, ¿eh? ― contesté con amargura.
Hice girar mi combinación y abrí la puerta de metal con tanta
furia que él pego un salto hacia atrás.
― ¿Estás enojada
conmigo otra vez? ― preguntó.
― Di más bien todavía ― farfulle.
― Oh, vamos… ― dijo él ― Te prometo no volverme a burlar de tu puesto
de embajadora de los estudiantes o del puesto de tu papá como director. ¿Qué
tengo que hacer para que hagamos las paces? ¿Quieres escuchar la historia de
aquella vez que mi papá intervino en una feria de ciencias en la escuela y
nadie pasó por su quiosco?
Lo miré sorprendida
― ¿A qué se dedica?
― ¡Ja! Sabía que te
interesaría ― dijo Bruce con tono presumido ―. Es dermatólogo.
― Olvida la pregunta ― contesté tajante, furiosa porque había logrado distraerme ― Te habría matado por hacer trampa en la prueba de geometría. ― Se me pusieron los pelos de
punta de sólo pensarlo ― Sé que eres nuevo aquí y probablemente quieres que todos te
consideren muy listo o algo por el estilo, pero tal vez deberías pensar en los
demás de vez en cuando, gente que de veras estudió mucho para pasar esa prueba
o que…
― ¿Eso es lo que
crees? ― Joseph me miró alzando una ceja ― ¿Qué trataba de dármelas de listo?
Tiré mis libros dentro del armario.
― Oh, lo siento ― dijo en tono sarcástico ― Supongo que soy muy
injusta con alguien que obliga a toda la clase a copiarse…
Joseph torció la boca.
― ¿Por qué te crees
tan santa? ¿Quieres escuchar las cosas desde mi punto de vista? ¿Cómo te suena
eso?
Cerré con violencia el armario y me crucé de brazos.
― Te escucho.
― Claro, y con ánimo
realmente imparcial, no hay más que verte la cara.
Apreté los labios con fuerza mientras lo observaba. Durante los
pocos días transcurridos desde nuestros encuentro, había empezado a considerar
a Joseph como un perpetuo
tonto…
un tipo que no podía tomarse nada en serio. Pero, ahora, algo que no
había antes brillaba en sus ojos. Parecía de veras adolorido. ¿Por mi culpa?
¿Acaso le importaba que lo sermoneara o que o no fuera su público más
receptivo?
Inhale una gran bocanada de aire y traté de parecer lo mas
imparcial posible.
― Esta bien. Te
escucho con gran atención.
Joseph sonrió débilmente. No pude dejar de notar
que sus ojos se iluminaban.
― Muy bien. Cuando fui
a la oficina esta mañana para entregar a la señora Zimmerman mis antecedentes
escolares, oí a la chica que trabaja allí… ¿Cómo se llama? ¿Angela?
― ¿Angela Olivier?
― Si ella. Bueno,
estaba hablando con otra chica del lío que había tenido que arreglar en la
máquina Xerox. Luego sacó del bolsillo una hoja arrugada y dijo que era una
copia de la prueba de Doc Ellis. Supongo que debe asistir a su clase de la
sexta hora.
Lo miré con firmeza.
― Ángela no es capaz
de resolver todos esos problemas y encontrar las respuestas correctas. (Esto
puede sonar poco caritativo, pero créanme que es así.)
Joseph levantó las manos con las palmas abiertas.
― ¡Lo sé! Dijo que iba a pagarle a William Emmett para que lo
hiciera en la biblioteca, y que luego les daría los resultados a sus amigos.
Me mordí los labios. Había algo de verdad en eso. William Emmett
es la clase de personaje astuto y poco confiable, bueno para la matemática,
capaz de resolver una prueba de contrabando por cinco dólares o algo así. Pero
aquello no redimía a Joseph.
― De todas maneras, no
tenías por qué darle las respuestas a nuestros compañeros.
Joseph se encogió de hombros.
― No, habría podido
delatar a Ángela Olivier y empezar a pensar en una vida de paria en el amistoso
Colegio Knox.
― Bueno, no digo que… ― Hice una pausa. No podía discutir con él. Era indudable que
delatar a alguien resultaba un asunto peligroso. ― Sin embargo…
― Piensa en lo
divertido que fue hacerlo de esta manera, Demi ― se apresuró a decir Joseph, acercándose a mí ―. Imagínate a Doc Ellis, sentado en su cuarto de alquiler
mientras fuma y corrige una prueba perfecta tras otra…
― ¿Cuarto de alquiler?
― Claro, me lo imagino
viviendo en un cuarto alquilado, como para fingir que todavía está en un
dormitorio universitario o algo por el estilo.
Escondí mi sonrisa detrás de una mano. Joseph parecía hablar de un ensueño.
― Como sea. ¿Pero lo
ves, disponiéndose a disfrutar de una alegre sesión de sentimiento de
superioridad hacia nosotros, para luego, lentamente, darse cuenta de que…
― Para darse cuenta
que nos copiamos y nos puede aplazar a todos ― dije con brusquedad.
― Vamos ― dijo Joseph conciliador ― Ya pasó todo. Por lo menos divirtámonos un poco…
― ¿Mientras veo como
todo mi esfuerzo se va por los caños? ― Lo interrumpí ―
Joseph sacudió la cabeza, sin dejar de sonreír
levemente.
― Ya veo que no
lograré convencerte. ― Luego apareció una expresión preocupada en
su cara.
― No irás a decirle
nada de esto a tú papá, ¿no?
Me sentí muy desilusionada.
― ¿Se debe a eso todo
este asunto de tratar de que seamos amigos? ― La rabia me cerraba
la garganta; mis palabras fueron solo un susurro.- No soy una soplona, Joseph, y no necesito que me recuerdes que mantenga
la boca cerrada.
― Demi …
― Además ― proseguí ― la razón la cual no
le contaré es porque nunca lo hago. Estuve en esta situación un millón de veces
y jamás lo he hecho. Y a nadie como a ti me encantaría ver metido en un lío.
Joseph aceptó mi explosión de cólera con mucha
calma… con mucho más calma de lo que me habría gustado. Luego adoptó una
expresión pensativa.
― ¿qué te parece la
señora McCracken? ― preguntó por fin.
― ¿Cómo?
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