― ¿Y eso que tiene que
ver con…?
― Bueno, supongo que
tu padre quería ayudarte. Profesionalmente, quiero decir. Para encaminarte. Y
debo decir que te estás desempeñando muy bien. Como si hubieras nacido para ser
asistente de director o algo el estilo.
Sentí que las mejillas me ardían.
― No recuerdo… no
recuerdo haber pedido tu opinión ― tartamudeé.
Los ojos de Joseph se agrandaron sorprendidos.
― Caramba, ¿por qué te
pones tan nerviosa? No puedes culparme por encontrar extraño que no estés en
clase.
― Me limité a
acompañar a Brad al consultorio ― dije en tono
cortante ―. Eso no me convierte en un comité de
recepción unipersonal.
― ¿Brad es ese tipo
que parce como si alguien le hubiera dado en la cabeza con una sartén?
― Ajá ― asentí, aliviada por hablar de algo que no estuviera
relacionado con mi capacidad como embajadora de estudiantes.
Empezamos a subir las escaleras del ala sur.
― ¿Es tu novio?
No pude evitar la risa.
― ¿Brad Hopkins? Claro
que no. Él es…― Furiosa, deje de hablar. La idea de salir
con Brad Hopkins era de lo más extravagante, pero no había ninguna necesidad de
que es tipo lo supiera.
― Me imagino que debe
ser difícil conseguir citas cuando una es la hija del director ― Comento Joseph, pensativo.
― ¿Por qué lo dices?
― Oh, supongo que… ― Joseph pareció reflexionar.
― Bueno, la hija del director de mi otra
escuela también tenía mi edad y era… bueno insignificante y… en fin, es una
historia realmente espantosa, pero fue al baile de graduación con su tío. Pensó
que no se darían cuenta pero no engañó a nadie.
Mi presión arterial debió haber subido a veinte en dos segundos.
Llegamos al final de la escalera. Apreté los puños con tanta fuerza que me
lastime las palmas de las manos.
― Eres grosero y
detestable…
Él pareció sorprenderse.
― Caramba, yo no digo…
― ¡Me comparas con una
chica insignificante que tiene que usar a sus parientes como acompañantes! ― grité. No podía creerlo. Diez minutos antes tenía esperanzas de
que durante este años escolar pudiera brillar un poco, y viene este tipo y me
dice lo más campante que es inútil… que no soy más que la insignificante hija
del director.
― No te estaba
comparando ― Protestó Joseph ―. Me limitaba a decir
que debe resultar duro ser la hija del director. Si contra los otros… digamos,
cinco millones de problemas.
Me quedé helada.
― No tengo cinco
millones de problemas.
― No me refería a ti.
Me refería a…
― Mi único problema ― dije en voz bien alta y clara ― es que ya
desperdicié demasiado tiempo en permitir que me insultes.
Le arrojé a los brazos los libros que llevaba. Él se tambaleo un
poco y dejó caer dos de ellos. No espere a que los recogiera. Furiosa, tiré sus
formularios al aire y bajé a los tumbos la escalera, en medio de una llovizna
de papales blancos.
Más tarde, en ese mismo día sentada en el antepecho de la
ventana abierta de la cocina, me puse a mirar hacia la calle en espera de que
mi familia estuviera lista para salir a cenar, cosa que hacíamos todos los
viernes por la noche. Empezaba a sentirme un poco demasiado grande para esas
cenas.
Me refiera a que, cuando yo misma veía a alguien de mi edad, chica o
chico, cenando con sus padres en una noche de fin de semana, siempre especulaba
con una cantidad astronómica de razones por las cuales esa persona no tenía ningún
tipo de vida social.
Por otra parte toda la gente que conozco se siente un poco
incómoda con su familia, y creo que yo me siento más incómoda que nadie. No me
malinterpreten.
Quiero a mi familia y todo lo demás, pero debo decir que son un
poco extraños. Les daré un poco de información básica, empezando por mí, Demi Merrill, si bien soy
la menos extraña del grupo: dieciséis años, ojos pardos, pelo castaño claro,
cutis pálido, cuerpo normal. La gente siempre discute acerca de cual es mi ―mejor rasgo‖, lo cual debería
darles una idea de mi aspecto, dado que la gente realmente atractiva siempre es
justamente eso: atractiva, sin nada de esas tonterías sobre los mejores rasgos.
Como mi mejor amiga Katie, por ejemplo. Ella es menudita y rubia, con un corte
de pelo tipo duende, y todos dicen que es encantadora o adorable y punto.
Katie dice que daría cualquier cosa por tener mi pelo, pero ahí
está la cuestión: ella es mi mejor amiga, tiene que decir cosas así. Por si les
interesa, mi pelo no tiene nada de espectacular, salvo que no me lo corto hace
una década.
De todos modos, mamá dice que mi mejor rasgo es mi cutis de ―porcelana‖, lo que en realidad significa que tengo una
piel blanca como pocas (Una vez, en la playa, un chico acostado en una lona
cerca de la mía me dio las gracias, porque era probable ― dijo ― que mi piel estuviera reflejando el sol para
que él tuviera un mejor bronceado. Pero esa es otra historia)
A veces mamá
cambia de idea y dice que mi mejor rasgo son mis ojos, porque son muy grandes.
Claro, tendrían que ver las fotos de la familia, donde siempre parezco un
ciervo asombrado o un asesino de masas.
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