En silencio, trabajamos con el gusano durante unos minutos. La
cosa o era tan terrible. Probablemente lo habían conservado en formaldehido
durante veinte años y estaba tan flexible y contrahecho que ni siquiera parecía
una animal de verdad… o un invertebrado de verdad, para el caso.
Trabajar con Joseph tampoco resultó tan malo como pensaba. Era muy concienzudo,
tomaba notas, e incluso rotulaba mis dibujos a medida que le dictaba los
nombres. Por cierto, mi situación era mejor que la de Rose, que se encontraba
junto a nosotros criticando a Bobby Weller. Bobby parecía hipnotizado por el
movimiento del agitador, que disolvía Sulaco de cobre para la clase de química
de la quinta hora con la boca un poco abierta.
― Bueno, bueno, bueno ― exclamó Joseph ligeramente
sorprendido ― Acabas de aplastarle el cerebro. Tenía
entendido que no quería saber nada con cerebros.
― ¿Eso es el cerebro? ― Llena de dudas miré de soslayo la punta de las pinzas ― ¿cómo lo sabes? Es tan chiquito.
― Bueno, no creo que
los gusanos tengan muchos pensamientos ― repuso Joseph ― Pero claro, tampoco
los tendrías tú si lo único que hicieras fuese arrastrarte por el suelo todo el
día.
Examinamos juntos el cerebro destruido del gusano, pegado a mis
pinzas. De repente, me di cuenta de que nunca había estado tan cerca de Joseph. Provocaba una sensación extraña, como
cuando una ve a una celebridad en persona. Éramos de la misma estatura, y pude
notar que sus espesas pestañas marrones eran doradas en las puntas. Su cutis
estaba realmente libre de granos ― una gran hazaña en
el colegio secundario ― y era casi oliváceo.
Por primera vez vi que
tenía pómulos salientes. Sabía que cualquier chica se habría derretido por esos
pómulos: me pregunté si tendría hermanas y si tendrían pómulos parecidos. Pero
no podía pensar en ningún familia de Joseph. Parecía, tan único, tan él mismo que no
lograba imaginar a nadie con sus rasgos.
Noté que los penetrantes ojos de Joseph me examinaban con una expresión vigilante
que no pude reconocer bien.
― Escuche, Sonrisita ― dijo en voz baja,
sin dejar de mirarme.
― ¿sí? ― respondió el profesor de inmediato. Ni me había dado cuenta de
que estaba al lado de nosotros.
― Demi quiere decirle
algo ― dijo Joseph. Todavía estaba cerca de mí y me miraba con
fijeza.
― ¿Qué pasa? ― preguntó Sonrisita.
― Quiere decirle… ― Joseph desvió los ojos y se
alejó de mí para ocuparse del equipo de laboratorio ― Quiere decirle que está muy contenta de que nos haya puesto
como compañeros de laboratorio.
Yo quedé boquiabierta. ¡Cómo se atrevía a avergonzarme así!
― Me encanta oír eso ― dijo Sonrisita radiante, y me hizo un rápido gesto con sus
cejas espesas.
Al día siguiente, a la hora de almorzar, estaba repasando para
la prueba d español cuando escuché que una voz conocida preguntaba con burlona
cortesía: ―¿Este asiento está ocupado?-
Supe que era Joseph aun antes de levantar la vista. Lo había visto más temprano en
la mesa de Alex Chase y Marty Richards la cual, da la casualidad, es la más
popular de la cafetería. Él solo pensarlo me provocó un familiar aleteo de
celos: Joseph tenía una multitud
de amigos.
― Si ― dije.
De todos modos se sentó frente a mí en el lugar que Katie había
dejado libre cinco minutos antes y miró su bandeja.
― Supongo que debería
decir: ―¿Este almuerzo es de alguien?‖. Caramba una hamburguesa. Ya comí salsa de ají.
Tomó la hamburguesa y le dio un mordisco.
Yo me estremecí.
― No seas grosero. No
sabes de quien es la comida ni porqué la dejaron.
― Es verdad ― siguió masticando ― Aunque está
riquísima ― me miró ― ¿Crees que los
camareros coman las sobras de tu plato cuando le llevan de vuelta a la cocina?
― Nunca pensé en eso ― dije con frialdad, repentinamente segura de que no iba a pensar
en otra cosa cada vez que comiese afuera.
― Y además ― continuó Joseph entre bocado y
bocado de la hamburguesa de Katie ― ¿Qué me dices si de
veras le gusta lo que estás comiendo y esperan unas migajas, y tú sales
pidiéndoles que te devuelvan los restos para llevárselos al perro?
Sacudí la cabeza por toda respuesta mientras observaba como Joseph hacía desaparecer el almuerzo de Katie.
― ¿Cómo puedes comer
eso? _ pregunté_ yo odio las hamburguesas del colegio.
― Claro, pero tendrías
que haber ido al colegio que iba antes ― dijo Joseph ― ¿Quieres oír la
historia del chico nuevo que comió pizza y se descompuso, y nadie podía
imaginar la causa porque muchas personas habían comido la misma pizza y nadie
se descompuso?
― ¿Tenía gripe? ― traté de adivinar.
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