Se me ocurre que podríamos poner montañas de cartulina en las
paredes— continuó Swiss Kriss —. Y tal vez una enorme montaña de cartón piedra
en el medio del gimnasio, como para tener que escalarla para pasar de un
extremo a otro del salón.
Tuve una breve visión del juicio que podrían hacerle al colegio
como resultado de vente chicos tratando de escalar un montículo de cartón
piedra y cayéndose.
—Tal vez se pudiera instalar un declive en el piso del gimnasio—
sugerí.
— ¡Caramba, es una Buena idea! — Reconoció Swiss Kriss—. ¿Cómo
lo podemos hacer?
Sonreí.
— Bueno, en realidad no creo que sea posible, a menos que haya
un terremoto. Era una broma.
— Oh. — Swiss Kriss estaba decepcionada — De todos modos, voy a
llamar al encargado para preguntarle. Nunca se sabe— Sonaba un poco más
optimista — Bueno, gracias Cynthia.
— Demi — la corregí.
— ¿Qué?
— Mi nombre es Demi — dije vacilante —. ¿Recuerdas? Tú me
llamaste.
—Oh, por supuesto— dijo Swiss Kriss muy tranquila— Cynthia es la
siguiente persona en mi lista. Lo siento. Y ahora, ¡Adiós!
Colgué y espere un minuto mientras observaba el teléfono. Estaba
casi convencida de que Swiss Kriss perdería su puesto en la lista otra vez,
para volver a llamar y decir: ―Hola, habla Swiss
Kriss, ¿Te gustaría trabajar en la comisión del Baile de Otoño?‖.
Pero el teléfono no sonó, de modo que subí a
hacer mi tarea de matemática con una sensación de alegría (¿Y cada cuanto
tiempo le ocurre eso a alguien que debe hacer una tarea de matemática?).
Yo, la llamada embajadora de los estudiantes, iba a estar en la
comisión del Baile de Otoño. Nadie me lo había pedido antes. Me sentí como una
actriz principiante al ser descubierta por un productor de Hollywood. O quizá
como una solitaria extraterrestre al descubrir signos de vida en otro planeta…
Como si todo un mundo nuevo se estuviera abriendo ante mí.
Al día siguiente, Katie me llamó después de clase y dijo:
― No vas a creerlo.
¡Pasó la cosa más excitante de la Tierra!
No pude decir nada por un instante, tanta era mi decepción.
Sucede la cosa más excitante de la Tierra y yo estoy en lo del dentista.
A veces me preocupa que la esencia de mi vida entera pueda
resumirse en ese tipo de frase. ¡Como cuando una vez leí en el diario lo de esa
chica que se salvó de morir en un accidente de avión porque se había quedado en
su casa, enrulándose el pelo! Quiero decir, sin duda ella y su familia deben
haberse sentido muy contentos porque perdió el vuelo, pero, sinceramente, ¿no
se imaginan que clase de persona era?
― ¿ Demi? ― dijo Katie ― ¿Estás ahí?
― Si ― respondí, todavía descompuesta por un sentimiento de derrota ―. ¿Qué pasó?
― ¿No lo sabes? ― dijo Katie ― ¿De veras no lo
sabes?
― Si supiera, ¿estaría
preguntándote que pasó? ― repuse irritada.
― Está bien ― dijo Katie alegremente, entusiasmada con su historia ― Hoy estábamos todos en clase de literatura, y no vas a creer lo
que nos hizo hacer la señora McCracken.
― ¿Qué? ― dije, ya un poco cansada.
― Nos hizo cantar esa
ridícula tonada inglesa del siglo trece ― dijo Katie con
deleite ― Es decir, teníamos que seguir a un tipo que
cantaba en un disco, pero tuvimos que hacerlo de a uno.
― ¡Oh caramba! ― me compadecí.
― Fue horrible ― siguió Katie ― Llamó a una chica y,
mientras ella cantaba con un hilito de voz, todos los demás nos mirábamos y
esperábamos que la tierra se abriera y se tragara a la señora McCracken.
― Es espantoso, Katie ― asentí, un poco impaciente ― ¿Pero no vas a
decirme lo que pasó?
― Estoy llegando ― me aseguró Katie ― Cuando la chica iba
por la mitad de la canción dos detectives de la sección de estupefacientes,
vestidos de civil, entraron como una tromba y se apoderaron del macetero que la
señora McCraken tiene en la ventana.
― ¿Qué? ― dije boquiabierta.
― Por supuesto, en ese
momento no sabía que eran policías vestidos de civil ― continuó Katie vivazmente ―. Pensé que eran
hombres de negocios o algo por el estilo. Pero entonces Joseph dijo…
― Mira ― la interrumpí ― por favor no me
menciones a ese tipo, por favor te lo pido. ¿Te gustaría que hable de Marea…?
― Está bien ― concluyó Katie a toda velocidad ― En fin no vas a
creerlo, pero ¡los detectives confiscaron el macetero porque dijeron que la
señora McCraken cultivaba marihuana allí dentro!
Caramba, jamás volveré a pedir turno con el dentista durante las
horas de clase.
― ¿Era cierto? ― pregunté por fin ― ¿De veras cultivaba
droga?
Traté de recordar si alguna vez había visto a la señora
McCracken regar el macetero o algo por el estilo. Quizás me llamaran como
testigo.
― Bueno, supongo que
sí, porque se fueron con el macetero ― dijo Katie.
― ¿Dónde está la
señora McCracken ahora? ― pregunté ― ¿La arrestaron o
qué?
― No ― dijo Katie, pesarosa ― Si bien todos
pensaron que iban a hacerlo. Cuando la hicieron salir del aula, ella clamaba
que era inocente.
Oí la voz de mamá que me llamaba para ir a cenar.
― Tengo que cortar.
Estamos por comer y quiero hablarle a papá de esto.
― Esta bien, pero
luego llámame y cuéntame todo lo que diga tu papá acerca de la señora McCracken
― pidió Katie ― Y si el teléfono te
da ocupado, será mi madre hablando con mi abuela sobre absolutamente nada, de
modo que llama a la operadora para pedir una interrupción de urgencia.
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