― Lo que hay detrás de todo esto es…bueno complicado. Porque a
pesar de lo que ella creía, es un hecho que la señora McCracken cultivaba
marihuana ― Hizo una pausa para comer unas arvejas.―
En terreno propiedad del colegio, lo cual agravaría el cargo de
tenencia de marihuana.
― ¿Hay alguna
posibilidad de que ustedes puedan retirar los cargos?― pregunto mi padre con tono sobrio.
― Bueno ― dijo el detective Marcus mientras mojaba un trozo de pan en la
salsa ― en realidad vinimos aquí para ver si los
directivos del colegio están dispuestos a no entablar un pleito y pagar una
multa.
― ¿De cuánto es la
multa?
El detective Marcus carraspeó.
― Doscientos dólares.
Mi padre suspiró, tamborileando los dedos sobre la mesa.
― Se que no suena bien
― se apresuró a decir el detective Kaminsky ― pero no podemos limitarnos a fingir que no hemos encontrado
marihuana cultivada en una propiedad escolar.
Mi padre se mordió los labios con expresión irónica.
― Supongo que no ― dijo.
― ¿Puedo preguntarles
como llegaron a investigar el macetero de la señora McCracken?
― Recibimos una
llamada anónima ― contestó el detective Marcus con la boca
llena de arvejas. El detective Marcus es de esas personas que a mamá le encanta
tener como invitado porque se sirve tres porciones de cada cosa.
Papá hizo a un lado su plato sin tocar
― Tengo una última
pregunta ― dijo ― ¿La señora McCracken
recuerda quién le dio las semillas?
El detective Kaminsky hizo un gesto de asentimiento.
― Oh si señor ― sacó una libreta del bolsillo y la abrió ― Un chico llamado Joseph Conner.
Estamos investigando esa información.
…
Después de haberse marchado los detectives, mi padre se encerró
en su estudio durante unos minutos. Luego volvió a la cocina, donde mamá y yo
lavábamos los platos, y dijo:
― Joseph Conner y sus padres van a venir a tomar café
con postre dentro de treinta minutos.
― Estupendo ― aprobó mamá con
calma.
― ¿Estupendo? ― repetí incrédula.
― ¿Cuál es el problema
Demi? ― Preguntó mamá ― Tenemos helado
casero y justo hoy compré unas masitas en la panadería.
― No me refiero al
postre, mamá ― gemí yo ―. En primer lugar,
¿Por qué tienen que venir aquí los Conner? ¿Por qué no piden turno para una
entrevista, como hace la gente normal?
― Lo sugerí ― dijo papá ―, pero ambos son
dermatólogos con consultorios llenos de gente y…
― ¿Pero café con
postre? ― pregunté ―. Este no es
exactamente un acontecimiento social.
Cerré los ojos. Me sentí como el adivino de Edipo rey (que
leímos en el colegio el año pasado), que predice la fatalidad mientras nadie
escucha.
― Querida, ¿puedes
sacar el juego de café? ― pidió mamá. Se volvió hacia mi padre ― Martín, ¿por qué no vas a ver si las chicas están haciendo su
tarea para el colegio?
Mientras ayudaba a mamá a poner las tazas de café y los bols
para el helado sobre la mesada, pensé que quizá no fuera tan horrible que los
Conner vinieran a casa.
Después de todo, razoné, Joseph había visto a mi familia en todo su
esplendor. Yo sólo había observado la suya desde la ventana.
Pero ahora, con un
poco de suerte, vería a los padres de Joseph llenarlo de vergüenza. Después de todo,
¿quién no estaba secretamente avergonzado de sus padres?
Acababa de sacar la vajilla cuando sonó el timbre. Dejé todo y
fui al vestíbulo. Papá estaba dando la mano a los padres de Joseph.
― Y esta es mi hija Demi
― me presentó.
Estreché la mano del doctor Conner. Era alto, con abundante pelo
gris y curtida piel de color rojo. Me pregunte si yo tendría como dermatólogo a
alguien con una piel como esa.
Mamá Conner (llamémosla Conner Dos) se parecía más a Joseph, con su piel suave y olivácea, las mismas
pestañas largas. Sin embargo tenía pelo oscuro, y el de Joseph era castaño claro.
― Hola, Demi ― dijo con afabilidad ―. Estábamos deseando
conocerte.
― Es un placer ― dijo el doctor Conner con voz profunda.
Eran de una cortesía decepcionante. Me pregunté cómo esas dos
personas normales habían criado a Joseph.
― Hola mi nombre es Joseph ― dijo Joseph, y extendió la mano.
Yo puse los ojos en blanco. Por suerte, mamá me llamó y salí
corriendo hacia la cocina mientras papá hacía pasar a todos a la sala.
― Ya saqué el helado ― dijo mamá ―. Tengo que ir a la sala para estar con los invitados. ¿Podrías
servir tú? Ah, y pregunta también quién quiere café.
Se deslizó fuera de la cocina. Yo suspiré. Ahora tenía que ser
la mucama de la familia. Por no decir la mucama de Joseph Conner. Maravilloso.
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