Nos detuvimos frente a la puerta del consultorio de la enfermera
Carlin y la secretaria, la señora Zimmerman, hablaban con un chico al que nunca
había visto.
Era un típico muchacho de buena apariencia, delgado, con
vaqueros y una remera bajo una muy usada camisa de franela.
Llevaba corto el
pelo castaño claro, aunque un poco despeinado, como si se hubiera pasado las
manos por él mientras esperaba que la increíblemente lenta señora Zimmerman se
ocupara de él. No vi sus ojos hasta que no se dio vuelta para mirarnos. Eran de
un verde claro y brillante, con largas pestañas marrones.
En una chica habrían
resultado espléndidos, pero en un muchacho parecían… bueno penetrantes. El
chico me miró con una expresión que no terminé de entender.
― ¡Brad Hopkins! ― exclamó la enfermera Carlin ― ¿Qué te pasó?
Brad se tocó el chichón de la frente.
― Es una larga
historia ― dijo ― ¿Podría recostarme
un rato en la camilla?
― Por supuesto ― repuso la enfermera Carlin mientras lo tomaba del brazo ― Nicolette Dunlap está allí ahora, pero sólo tiene calambres.
Podemos hacer que saga de allí.
El chico nuevo sonrió y yo sentí que me encogía. Bueno ¡adiós
privacidad para Nicolette Dunlap!
Vi que la enfermera Carlin se llevaba a Brad y me di vuelta para
retirarme.
― Un momento Demi ― me atajó la señora
Zimmerman ― Te presento al estudiante más reciente del
Colegio Knox. ― Se volvió hacia el muchacho nuevo ― Esta es Demi Merrill, la hija de nuestro director. Te
acompañará a la clase.
Traté de sonreír con indiferencia, pero de buena gana había
matado a la señora Zimmerman. ― Demi Merrill la hija de nuestro director‖ ¿Es que jamás tendría oportunidad de demostrar que yo tenía una
identidad propia?
La señora Zimmerman sonrió.
― Primero tenemos que
completar unos formularios. Bien, jovencito… ― Revolvió algunos
papeles. ― ¿Tu nombre es Joseph?
― Sí ― asintió el chico nuevo.
La señora Zimmerman terminó de llenar los formularios. Ella
jamás permite que lo hagan los estudiantes mismos, porque dice que no les
entiende la letra. Mi padre dice que escribe todo en código para volverse
indispensable e impedir que él la eche. Por supuesto, si eso es cierto, todo el
sistema escolar quedaría reducido a nada cuando ella se retire.
La señora Zimmerman mordisqueó la punta de su lapicera y examinó
los papeles. Lugo extendió la mano a Joseph.
― Bienvenido al
Colegio Knox, Joseph Conner. ― Hizo un gesto en dirección a mí. ― Demi te mostrará donde
está tu armario y te acompañará a tú primera clase, que es…― Volvió a revolver unos papeles. ― Literatura Superior
con la señora McCracken.
―Qué suerte para Joseph ‖, pensé.
La señora McCracken entregó a Joseph unos veinte libros de texto un millón de
hojas de papel. Juntos salimos del vestíbulo.
― Acabo de conocer a
tu padre ― dijo Joseph, en un tono como al pasar.
Lo miré por el rabillo del ojo. Casi había deseado que Joseph hubiera tenido su encuentro de bienvenida
con el señor Weller, el asistente del director.
Pero luego recordé que se
encontraba en un congreso por el fin de semana en Grand Rapids, cosa de la cual
me había enterado porque esa noche su hijo Bobby daba una fiesta.
Decidí cambiar de tema.
― Deja que te ayude
con eso ― dije. Tomé algunos libros texto y la pila de
papales que llevaba. Miré el papel que indicaba el número del armario de Joseph. ― Tu armario está en
el ala sur. Te mostraré donde es y podrás dejar los libros allí o hacer
cualquier otra cosa.
Joseph pareció divertido.
― Caramba, lo dices de una manera tan… profesional. Como si todo
el tiempo no hicieras otra cosa que mostrarle sus armarios a la gente.
Autoritaria al mismo tiempo indiferente. ¿Eres una estudiante regular?
― ¿Qué quieres decir?
― ¿Vas al colegio aquí
o este es tu empleo? ¿Eres algo así como la embajadora de los estudiantes?
― Oh, vamos. ― Fruncí la nariz ― Claro que voy al
colegio aquí.
― Bueno, uno nunca
sabe ― se defendió Joseph ―. Pensé que tal vez
ya hubieras terminado el secundario y que tu padre, por ser el director, te
había dado este empleo.
Lo miré fijo. ¿Estaba bromeando?
― A los padres les
gusta ayudar a que sus hijos consigan empleo, ¿sabes? ― siguió Joseph ― Escucha esto. Durante un verano trabajé en un supermercado y
estuvieron a punto de echarme porque no conseguía que la máquina registradora
anduviera rápido.
Además, les hacía toda clase de favores a mis amigos, de modo
que me resultaba difícil lograr que el balance saliera bien. Pero mis padres
sacaron una máquina registradora de juguete del altillo, y todas las noches yo
me paraba atrás y ellos pasaban junto a mí simulando que comparaban artículos
de almacén en nuestra propia cocina.
Yo fruncí el ceño.
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