lunes, 3 de junio de 2013

Mi Adorable Rebelde Capitulo 4



Después vienen mis hermanas mellizas, Anne y Liz, de nueve años de edad y que, por suerte no son idénticas. Lo último que necesitan es que las vistan con ropa igual. Liz es tierna y rubia, como mamá, y muy tímida. Anne tiene el pelo oscuro, es pecosa y usa trenzas, y es probable que haya nacido hablando. 

A veces, cuando estoy lejos de ellas, trato de recordar la voz de Liz y no puedo hacerlo. Y no porque hable poco. Creo que es porque Anne habla demasiado.

Luego está mi hermana de once meses, Debbie. La idea era que fuese un varón, pero salió tan linda que, basta mirarla para que no haya dudas de que es una nena. Es un montón de rulos rubios con enormes ojos azules y dulce piel de bebe. Cierta vez, un ejecutivo de publicidad la vio en el supermercado y arregló con mis padres para que la llevaran a una prueba de avisos de

comida para bebes. Por desgracia, antes de la prueba, mamá vio un fragmento de un programa llamado sesenta minutos, en el cual mostraban cómo trataban a los chicos en los avisos, y canceló el trato. En fin, que así es de hermosa Debbie, Además, es muy dulce y simpática y todos estamos locos por ella.

También mamá es muy atractiva. Si la ven en el parque empujando el cochecito de Debbie, probablemente pensarán que tiene veintisiete años en lugar de treinta y siete, y Debbie es su primer bebé. Es alta y esbelta, con un pelo rubio y ondulado que le llega al mentón, y unos hermosos ojos azules, de ese color que casi llega a ser azul marino.

 Además, tiene los pómulos salientes y una gran sonrisa. Al verla, se puede entender porque papá, que es veinte años mayor, decidió fugarse dos días después que ella terminó el colegio, arriesgándose a perder su puesto de profesor y causando un gran escándalo.

Es un poco más difícil entender a primera vista, quiero decir porqué mamá se escapó con mi padre. Como ya dije, él tiene veinte años más y su aspecto es el de un director de colegio segundario: mandíbula cuadrada, pelo oscuro con canas en las sienes, anteojos anticuados montados sobre armazón de carey, postura correctísima, nunca un pelo fuera de lugar.

 En realidad me alegra que sea tan meticuloso. Me dolería verlo atravesar el patio con la bocamanga del pantalón enredada en sus calcetines o algo por estilo.

Pero eso son solo las apariencias. Si conocieran de veras a mis padres, entenderían porque se sintieron mutuamente atraídos: no hay dos personas más ingenuas y menos frívolas que ellos. Por ejemplo, papá, que se pasa cuarenta horas semanales en compañía de adolescentes, y mamá, que se dedicaba a ilustrar libros para chicos, no han entendido aun el concepto de lo que es popular y lo que no lo es.

Un caso: todos los años papá invita a los diez mejores alumnos a un asado. Ahora bien no hace falta decir que, cualquier persona popular que se encuentre entre los diez mejores, rápidamente encontrará una excusa para no venir. 

Pero la gente impopular los locos de las matemáticas, los monstruos de ciencias, los chicos de camisas almidonadas, las chicas de blusa y anteojos de vidrio grueso ¡vienen todos! ¡Le traen flores a mamá! Y se quedan y se quedan, charlando con mis padres hasta que prácticamente tenemos que echarlos. Y luego, mientras mis padres están ordenando todo, no hay vez que uno no diga: ¡Qué lindo grupo de adolescentes!. Y el otro le contesta: Oh, ¿tú también lo pensaste? No sé cómo pueden ser tan inteligentes.

¿Se dan cuenta? ¡Son tan inteligentes! Como si ser tan inteligentes no fuera la causa de quedar automáticamente afuera del círculo de la popularidad. Por ejemplo, el años pasado un chico se pasó una hora cuarenta y cinco minutos hablándole a mamá del castillo que había construido con fósforos. Y ella se preguntó cómo es que un chico tan brillante no encabeza la lista de todas las muchachas de un colegio secundario…

Sentada en la ventana, suspiré y sacudí la cabeza. ¿Qué podía hacer? Eran mi familia y yo los quería. Me resultaba difícil no aparecer en público con ellos. Además, me dije, yo tenía algo de vida social. De hecho estaba esperando la llamada de Katie para hablar sobre lo que nos pondríamos para ir a la fiesta de Bobby Weller.

Miré mi reloj. Hacía veinte minutos que Katie tendría que haber llamado, al llegar a su casa después del ensayo de las chicas animadoras de los partidos de fútbol.

Un movimiento en la calle llamó mi atención. Alguien había pasado junto a la ventana de la casa de los Jameson, cosa bastante extraña porque los Jameson hace dos meses que se mudaron.

¡Mamá! grité.
¿Qué pasa querida? respondió la voz de mi madre desde la escalera.
¿Alguien se mudó a la casa de los Jameson?

contestó ella con impaciencia. Odia mantener conversaciones a los gritos. El camión de mudanza estuvo aquí ayer.

Observé la casa de enfrente, intrigada por saber quién viviría allí. Tal vez tuvieran alguien de mi edad… Alguien simpático, me ilusione. De repente se me ocurrió que, cualquiera fuese el nuevo vecino, probablemente iba a molestar con el teléfono, ya que tenemos una línea conjunta.


Seguro que tengo que explicar lo que es una línea conjunta porque la mayor parte de la gente de menos de cincuenta años jamás oyó habla de eso. Pero papá cree que tener una línea conjunta es una excelente manera de ahorrar dinero en las facturas de teléfono. Si por mi fuera, ahorraría dinero de otra forma, comprando manteca de una marca desconocida, por ejemplo, pero hasta dónde puedo recordar, siempre hemos tenido una línea conjunta, de modo que ya me acostumbré. 


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