Joseph me miró.
― Demi, estás obstruyendo
el paso ― dijo.
Deslizó una mano por mi cintura y me sacó con suavidad del
camino.
Sentí un extraño aleteo en el estómago. De repente, me sentí consiente
de lo delgado que era el encaje de mi vestido. Luego pasó Juliet Miller y Bruce
me soltó.
Se puso una aceituna negra en cada dedo y sonrió con aire
travieso.
― ¿Te divertiste en la
cena con tus padres?
― Sí, claro ― respondí, sin dejar de sentir la calidez de su mano en mi
cintura. Luego fruncí el ceño.
― ¿Cómo te enteraste
de eso?
― Te vi. Estaba
comiendo con los chicos del colegio.
Sentí que me contraía. De modo que Joseph había visto a la hija del director y su
familia cercana compartiendo saludablemente el pan en una noche de viernes.
Estoy segura que debe pensar que soy un clavo más grande de lo que supuso al
verme por primera vez.
Como si lo viera: Joseph y su mesa lleno de amigos señalando y
haciendo muecas ante el espectáculo de mi familia y yo.
¿Pero cómo se había hecho de amigos tan rápido? ¿Estaba en el
Colegio Knox desde hacía un día exacto y ya cenaba con chicos de la escuela?
Crucé los brazos.
― Hablas como si nunca
hubieras comido con tus padres.
Joseph comenzó a masticar las aceitunas que tenía
entre los dedos.
― No en… un
restaurante… en una noche de fin de semana. ― Sus ojos verdes
bailotearon. ― Me habría dado miedo que todos me miraran
pensando qué clase de fracasado cenaba con sus padres en lugar de hacerlo con
sus amigos.
¡De modo que se estaba burlando de mí!
― No tengo por qué
escuchar esto ― declaré, y pasé a su lado justo en el
momento que él empezaba a atacar el plato de pollo frito.
Me dirigí al rincón de la cocina donde Katie charlaba con Alex
Case y Marty Richards, dos chicos del colegio populares y apuestos, pero
totalmente hiperactivos. Cada vez que los veo pienso en semillas de limón,
porque, cuando tenían doce años Marty le metió una en la nariz a Alex hubo que
sacársela cirugía mediante.
― ¿Qué le dijo el médico al muchacho que se quejaba de que nadie
le prestaba atención? ― le estaba diciendo Alex a Katie.
Katie sonrió con indulgencia.
― ¿qué?
― ¡El siguiente! ― gritó Alex y Marty se echó a reír
Yo suspiré.
― Me voy ― le dije a Katie ― Puedes quedarte, si
quieres.
― ¿Qué pasa? ¿El chico
nuevo te dijo algo?
― No. Solo quiero irme.
Marty me dirigió una mirada de conocedor.
― Estás cansada, ¿eh?
Supongo que o eres muy trasnochadora.
Lo mire con ojos relampagueantes. Marty en el fondo es
inofensivo, pero no hay duda de que adhiere a esto: Demi -es-la-hija-del-director-por-lo-tranto-debe-ser-una-muy-buena-chica-en-la-escuela.
Hago lo posible por ignorarlo.
Katie también lo ignoró.
― Bueno me voy contigo
― dijo un poco confundida ― ¿Por qué no te quedas a dormir en mi casa? De todos modos
mañana tenemos que estudiar juntas.
Estábamos saliendo de la cocina cuando nos encontramos con el
señor y la señora Weller que entraba en ese momento. Tenían una expresión
aturdida y horrorizada en la cara. Me pregunté que se había hecho de sus planes
de pasar la noche en Grand Rapids.
Por suerte, no creo que el señor Weller haya reparado en mí.
Miraba a Joseph, que mordisqueaba el
último muslo de pollo.
― Hijo ― dijo el señor Weller ― ese pollo era para
nuestra cena del domingo.
Por supuesto, la llegada de los Weller provocó un éxodo masivo,
y yo me encontré aplastada contra la pared a causa de la estampida. Swiss Kriss
estaba justo frente a mí y se detuvo de repente, mirando por encima de mi
hombro. Seguí la dirección de su mirada.
Joseph nos sonreía, con sus ojos verdes bailoteando
alegremente. Hizo un ceremonioso gesto de saludo con el muslo de pollo y en el
acto, mientras la multitud me llevaba hacia la puerta, sentí u inesperado
hormigueo en la columna. Ese gesto, ¿estaría dirigido a mí por casualidad?
Seguro que ustedes conocen a algún profesor o a un miembro del
cuerpo docente que está siempre malhumorado, que habla en tono monocorde y que
nunca tiene contacto visual con los alumnos. Bueno, quizás no conozcan a
ninguno, pero hay un término técnico para ese comportamiento: consunción
psicológica. Cuando ciertas personas pasan cuarenta o más horas siendo objeto
de burlas y mentiras por parte de los adolescentes, se vuelven grandes
candidatas a contraerla.
Lo cual me lleva a hablar de Doc Ellis. Doc Ellis es
probablemente el peor caso de consunción psicológica de la historia, cosa que
no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que no sólo enseñaba geometría
hace veinte años, cuando mamá cursaba la materia, sino veinte años antes,
cuando papá estaba en el secundario. Eso debería darles una idea de la edad de
Doc Ellis.
Sus trajes también parecen haber resistido varias generaciones. Ya
saben a qué me refiero: manchados, arrugados, con los puños raídos, solapas
anchas. Está bien, está bien, sé que no debería juzgarlo por su falta de elegancia
y, de hecho, no tengo porque hacerlo… Puedo juzgarlo por su personalidad, que,
para decirlo corto, es insoportable.
No sólo tiene la susodicha consunción psicológica derivada de
haber enseñado demasiado tiempo en el secundario ― demasiadas décadas ― sino que, nunca deseó ser docente a ese nivel.
El quería ser
profesor universitario, pero su tesis doctoral fue rechazada ― al menos de acuerdo con la leyenda ― lo cual dio pie a que todo el mundo lo llamara ―Doc‖, por doctor, con un dejo de ligero sarcasmo.
Su venganza consiste en ser lo más irritante posible y en presentar exámenes
dificilísimos.
El primer examen difícil estaba programado para la segunda
semana del curso lectivo. Al comenzar la hora, Doc distribuyó las pruebas y ― con su voz cansada y cáustica ― anunció que podíamos
empezar a ―desaprobar‖. Luego se apoderó de
sus cigarrillos y salio al vestíbulo a fumar (ya les dije que sufre de
consunción psicológica).
A través del aula, intercambié miradas esperanzadas con Katie.
Las dos somos un desastre en matemática, de modo que habíamos pasado el fin de
semana estudiando para esa prueba. Al menos nos pareció que era todo el fin de
semana, aunque probablemente hayan sido tres o cuatro horas. De todos modos,
habíamos estudiado tanto que, por una vez, no me sentía condenada al fracaso.
Resolví los tres primeros problemas bastante rápido, me encontré
cometiendo un error en el cuarto y lo corregí. Estaba tan concentrada, que sólo
al rato me di cuenta de que todos se reían por lo bajo y se agitaban en sus
asientos. Desorientada, levanté la vista y vi a Joseph Conner revolviendo los papeles del atril de
Doc Ellis.
Fruncí el ceño y miré en dirección a Katie,
pero ella parecía tan confundida como yo.
Joseph encontró lo que buscaba y se aclaró la
garganta. Se estiró el cuello de su camiseta de rugby hasta extenderlo de modo
que pareciera el de las camisas pasadas de moda de Doc.
― Ya pueden comenzar a
copiarse ― dijo con la voz ronca de Doc Ellis, en tono
de ustedes-son-mi-perdición. Y luego leyó las respuestas de la prueba.
Oí el instantáneo deslizar de los lápices sobre el papel, pero
estaba demasiado sorprendida como para moverme. No era que nunca me hubiese
encontrado con alguien que se copiaba, ― eso es prácticamente
un arte en el Colegio Knox ―, pero aquello
resultaba tan… desfachatado.
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