Observé la cara contorsionada de risa mientras una cólera
impotente me invadía. Sin quererlo, apreté los puños y, de golpe, tiré mi
cuchara por la ventana en dirección a él. Voló en silencio, inofensiva,
brillando en la noche.
Al día siguiente, la clase de literatura se interrumpió por
misericordia divina justo cuando la señora McCraken me estaba haciendo una
pregunta sobre Beowulf, el poema medieval.
— Vengan, vengan —llamó Rose Smith asomándose a la puerta —. ¡Es
el Día del Clavel!
El Día del Clavel es un día en el que la gente, en forma anónima
o no, hace que le lleven una flor a cualquier persona del colegio, en la
tercera hora. Los claveles vienen en tres colores: Blanco por la amistad, Rojo
por el amor, y Rosa por un admirador secreto.
Rose entró con un carrito lleno de flores. Entregar los claveles
es una de sus muchas obligaciones en su carácter de capitana del grupo femenino
de hinchas en las competencias deportiva.
— Presten atención y no se impacienten — Pidió, y consulto su
lista. Lo dijo como si nos estuviéramos amontonando a su alrededor, pidiendo
claveles a gritos, cuando en realidad todos esperábamos lo más tranquilos.
La vida de Rose está dedicada íntegramente a mejorar su imagen.
Rose espera que cada chico que salga con ella la haga más popular. Y que cada
clase que tome la haga parecer más inteligente.
Cada vez que saluda a alguien,
tiene la esperanza de que eso la haga parecer más sociable. Cada vestido que se
compra debe elevarla a la categoría de árbitro de la moda.
Lo sé porque estuve con ella desde el jardín de infantes, y
antes del jardín de infantes estuvimos en la misma guardería, y antes de eso,
nacimos juntas en el mismo hospital. Pero a pesar de tanta historia compartida,
Rose nos descartó a mí y a otros amigos cuando quedó claro que no íbamos a
contribuir a mejorar su rating de popularidad, y ahora solo nos habla
cuando podemos hacerle un favor.
Por ejemplo, en ese mismo instante estaba leyendo mi nombre como
si no tuviera la menor idea de quién era yo.
— ¿Demi Merrill? ¿Demi? ¿Demi?
— Estoy aquí, Rose — dije, y levanté la mano.
Rose recorrió el pasillo con un revoloteo de su corta falda roja
de capitana.
— Tres claveles rojos y uno blanco para ti, Demi — dijo al
ponerlos sobre mi banco.
Supe sin necesidad de mirar que mis claveles
eran de Katie.
Como también sabía que Katie iba a recibir lo mismo de mí. Se
trataba de un viejo pacto entre ella y yo, en el sentido de que debíamos
protegernos por si no recibíamos ningún clavel. En realidad yo era la única que
necesitaba esa protección; Katie siempre parecía tener un grupo de admiradores
secretos.
— ¿ Joseph Conner? — llamó Rose
— Tienes…
— No, Gracias — La interrumpió Joseph en tono indiferente a mi espalda. Brad
Hopkins se las había arreglado para abandonar la clase después de la catástrofe
de La Odisea, y ahora Joseph se sentaba en el
banco de atrás.
— No me interesa aceptarlos.
— Pero tienes cinco claveles rojos — Protestó Rose.
Miré con atención las flores que rose le mostraba a Joseph. ¿En serio tenía cinco claveles rojos?
¿Tenía cinco admiradoras o todos provenían de la misma chica? ¿De quién serían?
Pero Joseph no parecía sentir
curiosidad.
— Elijo no aceptarlos — Repitió, paciente —. Por favor, dáselos
a otro.
—Pero…
— Por favor.
Rose se encogió de hombros.
— ¿Katie Crimson? ¿Katie? ¿Katie?
Atravesó la habitación, y yo me di vuelta, en verdad intrigada.
— ¿Por qué no quisiste los claveles?
Joseph se encogió de hombros.
— No me gusta el Día del Clavel.
Levanté una ceja.
— ¿Qué tiene de malo para que no te guste?
— Pienso que es injusto.
— ¿injusto? — Me sorprendí —. ¿Para quién? ¿Te refieres a la
gente pobre? Los claveles no cuestan casi nada y, además, las ganancias van a
la sociedad norteamericana del cáncer.
Joseph me miró con una sonrisa sardónica.
— Ah — dijo —. De modo que todo se hace en nombre de la
beneficencia, ¿no es así?
Yo monté en cólera.
— No solo en ―nombre‖ de la beneficencia. De veras damos ese dinero para
beneficencia.
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