Hmmm —Musitó él en tono evasivo — Bueno, dime
una cosa. Eres la hija del director, por lo tanto debes saber cuánto le cuesta
al colegio comprar esos claveles. ¿Tengo razón?
— Claro que lo se — Repuse con vehemencia —.Los compramos de una
floristería al por mayor, y cuesta cinco centavos cada uno.
— Aja. — Joseph tomo su lapicera con
aire pensativo. — ¿y cuántos chicos hay en la escuelas?
— Mil doscientos.
— ¿y cuántos de ellos mandan realmente esos claveles?
— Muchos—contesté impaciente. ¿Adónde quería llegar? — Digamos,
digamos… dos tercios.
— Muy bien — anotó Joseph con displicencia —. De modo que serían
ochocientos chicos, cada uno compra un clavel, y cinco insignificantes
centavos… lo cual da… hmmm… cuarenta dólares. Apuesto a que la sociedad
Norteamericana del Cáncer planifica todo su presupuesto en base a esa donación
— dijo con voz burlona —. ¿No te parece?
Me Mordí los labios.
— Bueno… a pesar de que no es mucho dinero, sigue siendo mejor
que nada. Y en todo caso, no es injusto.
— Pero si el objetivo del Día del Clavel es la beneficencia —
dijo Joseph en tono racional —,
¿Por qué no hacer algo que dé mucho dinero?
— Bueno, nadie dijo que la beneficencia sea el único objetivo
del Día del Clavel —argumenté.
— ¡Exactamente! — Exclamó Joseph con una sonrisa de triunfo —. El objetivo
del Día del Clavel es que la gente que es popular se sienta todavía más
popular, y que la gente que no es popular se sienta peor.
Entrecerré los ojos.
— ¿Y eso qué quiere decir?
— Quiere decir que, si tienes un novio o una novia, ya lo sabes,
¿correcto? — explicó Joseph con toda la
paciencia —. Ya estás saliendo con ellos. De manera que no resulta una gran
revelación recibir un clavel rojo en las tercera hora, ¿correcto?
—Bueno, claro que no, pero…
— y si eres amigo de alguien en el colegio, almuerzas con él o
con ella casi todos los días, ¿correcto? De modo que esa persona ya sabe que es
tu amiga antes de recibir el clavel. — Sus brillantes ojos verdes me observaban
muy atentos. — ¿y cuántas veces viste realmente que alguien recibiera el clavel
de un admirador secreto?
— Montones de veces — dije a la defensiva.
— Muy bien — dijo Joseph —. ¿Y quiénes los recibieron? Las chicas más
populares de la clase, ¿Correcto? Quienes ya sabían que eran populares y
bonitas y que muchos pobres tontos estaban enamorados de ellas, ¿correcto?
— ¿No podrías dejar de decir ―Correcto‖ al final de cada frase? — dije irritada, mientras sonaba el
timbre.
Recogí mis libros y claveles y salí al vestíbulo, sin dejar de
pensar en lo que había dicho Joseph.
En cierto modo, tenía razón. El Día del Clavel de veras podría
hacer sentir muy mal a cierta gente. Piensen en Pat, Por ejemplo.
¿Cómo se
sentiría durante el Día del Clavel cada año, yendo por ahí sin ninguna flor,
mientras que ciertos chicos — los populares — arrastraban ramos enteros? ¿Y qué
decir de mi pacto con Katie? Es evidente que me aterrorizaba la perspectiva de
quedarme sin claveles y parecer poco popular.
Sin embargo, resultaba raro que alguien en vías de convertirse
en el chico más popular de la escuela pensara que el Día del Clavel era
injusto. De hecho era difícil imaginar que Joseph creyera que algo era injusto.
¿Era justo
llevar a cabo esa sesión de copia en gran escala para Geometría? ¿Era justo
privar al señor Munger de su máquina de algodón de azúcar (aun cuando, a la
larga, eso hiciera felices a muchos chicos)?
Rose pasó a mi lado y me dedicó un gran gesto de aprobación
porque yo llevaba cuatro claveles. Me estremecí. De repente, las flores
perdieron todo su atractivo. Recordé a Joseph en su banco, negándose a recibir los cinco
claveles rojos. La imagen era fuerte, dulce, extrañamente conmovedora.
― ¡Hola! ― me dijo Joseph en tono vivaz al día
siguiente, cuando yo entraba en la clase de la señora McCracken.
― Hola ― dije yo, con más reserva, mientras tomaba asiento. Joseph había ido a la peluquería y su lacio pelo
castaño, muy corto, se erizaba en ciertos lugares. Parecía tener más o menos
seis años. Sentí la extraña necesidad de pasar la mano por ese pelo. Se lo veía
tan suave…
Me di vuelta hacia el frente de la clase y traté de alejar ese
pensamiento de mi mente.
Joseph se inclino hacía adelante.
― ¿Puedo preguntarte
algo?
Suspiré.
― ¿Acaso puedo
impedírtelo?
El sonrío.
― ¿Con quién irás al
Baile de Otoño?
Mi corazón dio un vuelco. ¿Iba a invitarme? Luego temblé. ―No seas tonta ― me dije ― Seguro que se está preparando para decir algo realmente
detestable.‖
― No iré ― dije con rapidez ― Nunca voy.
― ¿Nunca? ― Repitió Joseph incrédulo.
Me sonroje. ¿En qué estaba pensando para decir semejante cosa?
Me refiero a que nunca había ido por que nadie me invitaba, pero no tenia por
que hacer la publicidad del hecho, y menos con Joseph. Me aclaré la garganta.
― No me gusta… Quiero
decir…
Por suerte, tocó el segundo timbre y llego la señora McCracken y
comenzó a hablar con voz monótona sobre los Cuentos de Canterbury, del
señor Chaucer.
muy buena me encaanta siguela jemi <3
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