Qué pasa? ― Mamá pareció sorprenderse ― el letrero decía que era un lugar donde se recolectaban fondos,
de modo que me detuve y me hice lavar el auto.
― Querida, Guardianes
de la Democracia es un club falso ― le explicó papá ― Además yo hice lavar el auto el sábado.
― Caramba, ¿Cómo
descubriste que era un club falso? ― pregunté.
Mi padre suspiró.
― Los consejeros
escolares se están volviendo locos ― respondió ― Parece que a todo chico que se afilia al club lo nombran
presidente, sólo para que quede bien en los formularios de ingreso a la
universidad.
Me aclaré la garganta.
― Pensé que se
necesitaba respaldo oficial para incluir algo en un formulario.
― Lo tiene ― dijo papá en pocas palabras ― Al Kildaire es el
benefactor del club.
Puse los ojos en blanco. El señor Kildaire es un profesor maduro
pero de aspecto juvenil, uno de los pocos hippies que quedan, que está
desesperado por tener chicos como él. Ya conocen el tipo: se disfraza en noche
de brujas, se pone el Kilt en San Patricio, da clases en el jardín
cuando hace calor.
― ¿Por qué se están
volviendo locos los consejeros? ― preguntó Anne.
Siempre está muy interesada en todo lo relacionado con el colegio secundario y
la forma en que la gente se comporta allí. Creo que espera tener todo claro
incluso antes de que le toque ir.
― Porque la gete que
se integre al club va a parecer tan buena como la que realmente estudió duro ― explicó mi padre.
Mamá frunció el ceño.
― Creo que estás
exagerando ― dijo sin darle importancia ― Veamos, ¿Cuántos chicos se inscribieron de veras en ese club?
― De acuerdo con los
datos de esta tarde, quinientos quince.
― ¡Quinientos quince! ― exclamé ― ¡Hace dos días ese club ni siquiera existía!
― Lo sé, pero las noticias se están propagando a toda velocidad ― dijo papá ― Al parecer, todo lo
que uno debe hacer es firmar una hoja de papel que tiene Joseph y a se convierte en socio del club.
― ¿No puedes hacer que
el señor Kildaire le retire su apoyo? ― pregunté
desesperada. Pensé en la pobre Katie, que cierta vez se pasó un semestre
soportando que abusaran de su cerebro en el club de ajedrez, sólo para mejorar
sus antecedentes y completar mejor el formulario de ingreso a la universidad.
¿Y yo? ¿Yo, que pasé horas y horas en la banda de la escuela, tocando la flauta
en primera fila mientras el señor McDermott gritaba y desparramaba saliva por
encima de todos los instrumentos de viento? ¿Yo, y todos esos meses en el
equipo de tenis congelándome con esa faldita corta?
¿Y todas esas aburridas
reuniones a las que tuve que asistir para la Sociedad Nacional de Honor,
mientras la profesora de latín, la señora Ronald, se rascaba con el puntero?
Por supuesto, en cierto modo disfrutaba de todas esas actividades, pero no
habría tenido tanto aguante de no ser por mis formularios de ingreso. Y ahora
parecía que podía haber llevado una vida fácil y, sin embargo, estar capacitada
para incluir la actividad de ―Guardianes de la
Democracia, Presidenta‖.
― Temo que no puedo ni
pensar ni pensar en sacar a Al Kildaire de ese proyecto ― dijo papá_ está encantado con él. Nunca ha sido tan popular;
los chicos le dan palmaditas en la espalda y lo felicitan. Además parece que Joseph lo convenció de que el Club de veras va a
realizar algo bueno.
― Bueno estoy segura
de que así será _ dijo mamá con suavidad ― Después de todo se
dedican a lavar autos.
― Mamá _ dije
exasperada ― eso es para juntar fondos y organizar una
fiesta.
― ¿Estás segura? _
dijo ella al levantarse para sacar los platos de la mesa ― A mí me pareció todo muy lícito, y ese Joseph no dejó de hablar y hablar de buenos
emprendimientos.
Suspiré enojada y llevé mi bol de helado a la cocina. Miré por
la ventana y vi a Joseph sentado en su sala,
matándose de risa por algo que había en la televisión. De repente, recordé que
él me había pedido ser vicepresidenta de un club en donde todos los demás eran…
¡presidentes!
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