Dispuse los bols y las masitas en una bandeja y entré como una
tromba en la sala para agasajar a los invitados.
― Gracias Demi ― dijo Conner Dos.
El doctor Conner tomó su bol y sonrió. Serví a mis padres y
luego presente la bandeja a Joseph.
― Hola ¿me podría
traer un especial de pollo?
Por un instante, tuve una nítida visión en la que yo aplastaba
la bandeja de plata de mi bisabuela sobre su cabeza. ¿Acaso eso estropearía la
bandeja? ¿El espíritu de mi bisabuela lo entendería?
En lugar de sacrificar la bandeja, decidí servirle el helado a Joseph. Incliné la bandeja y dejé que el bol cayera
sobre sus rodillas.
― Epa… ― exclamó él, tomándolo justo a tiempo entre sus manos.
― ¿Café? ― pregunté a los doctores Conner con voz jovial.
Ambos asintieron cortésmente, y yo volví a la cocina a buscar
las tazas. Estaba tratando de decidir si iba a llevar la cafetera totalmente
llena, cuando Joseph apareció en la
puerta.
― Disculpe ― dijo ― pero me gustaría hablar con el gerente.
Nuestra camarera, una joven muy torpe, no pasa por nuestra mesa desde hace
mucho tiempo, y yo quisiera más helado.
Le dirigí una mirada asesina.
― Tu camarera esta
fuera de servicio ― dije en tono cortante. Le puse la cafetera
en las manos. ― Lleva esto.
Como de costumbre, él no pareció notar mi estado de ánimo.
― Bueno ¿qué opinas de
mis padres? ― preguntó.
― Parecen… muy buenos ― dije, un poco asombrada. ¿Es que no se avergonzaba de sus
padres, como todas las personas normales? Aunque no debía estar tan
avergonzado, sí iba por ahí en busca de una opinión sobre ellos.
― La mayor parte de la
gente se siente nerviosa con ellos ― comentó en tono
indiferente.
― No sé por qué ― dije con aire altivo, y deje caer unas cucharitas en la
bandeja.
― Porqué ambos son dermatólogos ― explicó Joseph ―. Mis amigos siempre
piensan que mis padres se dedican a encontrar granos en la cara y esas cosas.
Estudié a Joseph de reojo. ¿Eso
significaba que sus amigos, sin ninguna necesidad, se preocupaban por que los
doctores Conner iban a evaluar su piel? ¿O significaba que sus padres de veras
criticaban el cutis de sus amigos?
Joseph sonrió y se acercó a mí.
― No te preocupes ― susurró ―. Mañana te diré si necesitas una consulta o
algo por el estilo.
― ¡Sal del paso! ― ladré. Pase junto a él y me dirigí a la sala.
― Bueno ― estaba diciendo papá ― les pedí que
vinieran porque tenemos que hablar de la señora McCracken.
― ¿La profesora de
literatura que trafica con droga? ― preguntó Conner Dos
para mayor claridad, mientras yo le servia el café.
― Bueno, que cultiva
droga ― la corrigió papá ― Y vea usted que interesante, le dijo a la policía que fue Joseph quien le dio las semillas de marihuana.
Me senté junto a mi madre y observé a los Conner. Parecían estar
muy nerviosos. Probablemente habían tenido millones de reuniones como esta
desde que su hijo vino al mundo. Todos miramos a Joseph.
― ¿Esas semillas? ― Preguntó él con inocencia ― Pensé que eran
semillas de geranio.
― Estoy seguro de que
fue así ― dijo mi padre en tono bondadoso.
― La señora McCracken
adora los geranios ― agregó Joseph con una sonrisa de orgullo.
― Bueno, fue muy
generoso de tu parte darle las semillas. ― Papá hizo una pausa
para revolver su café. ― Pero además está ese pequeño detalle de la
llamada anónima que recibió la policía.
Pensé que a Conner Dos se le iban a salir los ojos de las
órbitas, tan exasperada se le veía.
― Joseph, por Dios…