martes, 5 de febrero de 2013

Un refugio para el amor capitulo 38





—Llévate mi treinta y ocho —dijo Sebastian a Joseph a la mañana siguiente, mientras metían las últimas cajas en la camioneta—. Me sentiré mucho mejor si tienes algo para defenderte.
Nat se preguntó si no estaba siendo un cabezota. Odiaba las armas con todas sus fuerzas, pero sabía usarlas muy bien, pues su padre le había obligado a hacer interminables prácticas de tiro. Y la seguridad de Demi y de la niña también dependía de él.
Sebastian insistió.
—Sé que estás satisfecho con ese sistema de seguridad tan moderno que habéis instalado Seth y tú en la cabaña, pero me sentiría mejor si tuvieras un revólver.
—Está bien —respondió Joseph con un suspiro de resignación—. ¿Tienes una caja con candado, o algo que pueda usar para guardarla? No quiero correr ningún riesgo con la niña.
—Te daré una caja con un candado, pero te aconsejo que pongas la pistola en la estantería más alta, con la caja abierta. Yo me preocupo por Elizabeth tanto como tú, pero ella no puede trepar por los armarios que hay en la cabaña.
Con la ayuda de Sebastian y Matty terminaron de llenar la camioneta de cajas de provisiones, tomaron un maletín de primeros auxilios, su equipaje y por supuesto, a Bruce. Después, Demi, Elizabeth y Joseph.
tomaron la pista de tierra que dividía en dos el Rocking D y que terminaba en la vieja cabaña, en los límites del rancho de Sebastian. Por el espejo retrovisor Joseph vio a Matty y a Sebastian junto al porche de la casa, con los brazos levantados diciendo adiós.
—Aunque no supiera nada más de ti —dijo Demi, sonriendo—, sabría que eres especial por los amigos que tienes.
Mientras la camioneta iba dando tumbos por el campo, Demi no intentó trabar conversación con Joseph. Éste tenía suficiente con esquivar los agujeros y las piedras, y ella quería estar segura de que Elizabeth estaba bien, así que estuvo hablando con ella durante el camino.
No veía la expresión de la niña porque el asiento del coche miraba hacia la parte trasera, pero al menos, Elizabeth no estaba llorando.

 Durante un trecho más suave, Demi se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia ella para averiguar qué estaba ocurriendo con su hija, que no había dicho nada hasta el momento. Elizabeth la miró, con los ojos muy abiertos, como si estuviera fascinada por el viaje.
Demi sonrió.
— ¿Te diviertes? —le preguntó.
— ¡Ba, ba! —respondió la niña. Tenía a su mono agarrado con fuerza en una mano, y no parecía en absoluto que fuera a ponerse a llorar.
Ella volvió a acomodarse en su asiento y se abrochó el cinturón.
—Creo que tenemos a una aventurera.
—Eso da mucho miedo —respondió Joseph.
—Al menos, parece que ha decidido confiar en nosotros.
—En ti, no en nosotros. Todavía no sabemos si toleraría estar a solas conmigo. Nunca hemos estado a solas. Y ahora que lo pienso, tampoco lo estaremos en este viaje.
— ¿Por qué no? — Demi pensaba que era el mejor momento para la experimentación—. Yo podría dar un paseo, y así haríamos una prueba y veríamos qué hace.
—Esta semana no. Esta semana no voy a perderte de vista.
Ella sintió una opresión en la garganta.
— ¿Es por si acaso ese tipo está por ahí?
Él no apartó los ojos de la carretera.
—Exacto. Además, me da una buena excusa para tenerte cerca de mí —dijo, y agarró con fuerza el volante para superar otra zona rocosa del camino—. Muy cerca.
Demi sintió una oleada de excitación. Observó cómo aquellas manos controlaban el volante con fuerza y seguridad. Cómo había echado de menos sus caricias...
 Acaban de empezar a disfrutar de nuevo cuando ella había insistido en terminar con las relaciones sexuales.
Había tenido razón en insistir en aquello hasta que él hubiera tenido la oportunidad de ver a Elizabeth y aclarar lo que sentía por ella. 
A menos que lo estuviera entendiendo todo mal, Joseph había hecho un progreso estupendo en aquel sentido. En vez de ser un obstáculo entre ellos, parecía que la niña los estaba uniendo.
Y ella estaba preparada para volver a unirse a aquel hombre. Más que lista. Tenía por delante una semana para amar a Joseph. Le había parecido mucho tiempo cuando se lo habían sugerido por primera vez, pero después había empezado a pensar si sería tiempo suficiente para satisfacer la necesidad que había ido acumulando durante los últimos días. 
No quería malgastar ni un minuto del tiempo que tenían para estar juntos. Miró el reloj. Era casi la hora de comer. Después de la comida, Elizabeth siempre se echaba una siesta...
—Estás muy callada —dijo Joseph —. ¿Tienes dudas?
Demi sonrió.
—Sí.
—¿Qué? —él le lanzó una mirada de estupor—. Vaya, Demi, si no tienes pensado hacer el amor conmigo durante el tiempo que pasemos aquí, no creo que pueda...
—Tengo dudas sobre si conviene que nos limitemos a una semana. Teniendo en cuenta el tiempo que quiero pasar haciendo el amor contigo, ojalá tuviéramos dos.
Él dejó escapar un suspiro y se movió, incómodo, en el asiento.
—Oh, Dios. Nunca deberíamos haber empezado esta conversación.
Inmediatamente, Demi miró hacia abajo y detectó el bulto revelador que había en sus pantalones. Se le aceleró el pulso.
—Probablemente no debería preguntártelo, pero ¿has traído...?
— ¿Estás de broma? Fue lo primero que metí en mi mochila. Tenemos más preservativos que pañales —respondió Joseph, y apretó la mandíbula—. Te deseo, Demi. En este mismo momento, aquí mismo.
La camioneta dio un tumbo al pasar sobre una enorme piedra de la carretera.
Ella tenía la respiración entrecortada, y no se debía a la dificultad del trayecto.
—Aquí y ahora no es lo que yo llamaría óptimo —dijo.
—Lo sé.
— ¿Cuánto falta para que lleguemos?
Él la miró. Su mirada era tan ardiente que podría derretir el acero.
—Una eternidad.




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