martes, 5 de febrero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 39




Demi se había preparado para un lugar rudimentario, aunque en realidad, no le importaba dónde estuviera siempre y cuando pudiera estar a solas con Joseph y con Elizabeth. Por fuera, la cabaña era más o menos como se la había imaginado: un pequeño edificio de madera con ventanas cuadradas, sin cortinas. El tejado era de estaño y estaba cubierto de agujas de pino, hojas y ramas. Los restos del bosque hacían que pareciera casi de paja.
Pero la cabaña, humilde como era, estaba en medio de un bosque de álamos. Sus troncos brillantes y blancos elevándose hasta la frondosidad dorada de las hojas eran toda la decoración que necesitaba aquel lugar para ser espectacular.
—Es precioso —dijo Demi mientras Joseph aparcaba la camioneta junto a la puerta.
— ¿Precioso? —Preguntó Joseph, mirándola con sorpresa—. No tienes que fingir que es el Taj Mahal por mí, Demi. Sé que tú estás acostumbrada a cosas mejores.
— ¿De dónde has sacado eso?
Durante su relación, él nunca se había disculpado por los alojamientos, y algunos de ellos no habían sido precisamente de cinco estrellas.
—Bueno, después de todo, tú eres la heredera de una gran fortuna, y...
— Joseph Jonas, ¿acaso le he dado yo alguna importancia a eso en el tiempo que llevamos juntos? De hecho, ¿no he procurado con todas mis fuerzas librarme de esa etiqueta?
Elizabeth comenzó a reírse, como si quisiera unirse a la conversación.
—Bueno, sí —reconoció Joseph —. Pero no puedes cambiar el hecho de que tienes relación con Russell P. lovato .
—La menos posible —respondió Demi. Realmente, no quería hablar de ello.
Elizabeth se volvió más ruidosa.
—¿Tienes pensado mantener a Elizabeth en secreto para siempre? —preguntó Joseph.
Era una pregunta justa, si estaba considerando construir una vida con ella.
—No, supongo que no. No importa lo que yo sienta hacia mis padres y hacia todo el poder que tienen. No estaría bien, ni para Elizabeth ni para ellos. He estado pensando en mi madre últimamente —admitió Demi —. Estoy segura de que le encantaría ser abuela.
Elizabeth empezó a moverse en el asiento del coche, al tiempo que intensificaba sus balbuceos.
Demi se desabrochó el cinturón de seguridad y comenzó a salir del coche para atender al bebé.
—Deberíamos meterla en casa.
Nat no se movió.
—¿A qué te refieres con eso de circunstancias mejores? ¿Con un tipo mejor? —preguntó suavemente.
Demi se volvió hacia él y al ver la incertidumbre reflejada en su mirada, se irritó consigo misma por haber elegido mal las palabras. Sin prestar atención a la agitación que mostraba Elizabeth, alargó los brazos y le tomó la cara entre las manos.
—Tengo al mejor hombre —le dijo—. No estaba hablando de ti. Estaba hablando de todo este lío, de ese tipo que me sigue. Yo me sentiría orgullosa de decirle a mis padres que tú eres el padre de mi hija —«y también me sentiría orgullosa de decirles que eres mi marido», pensó. Sin embargo, eso se lo guardó para sí. Necesitaba ocuparse de Elizabeth antes de tener aquella conversación.
Demi sacó a la niña de la camioneta y entró en la cabaña con ella mientras Joseph se ocupaba del equipaje. Al entrar, lo primero que vio fue un jarrón lleno de margaritas blancas y amarillas, colocado sobre una mesa de madera con dos sillas. La segunda fue la cama, abierta, con las almohadas blancas ahuecadas, como si alguien no quisiera perder el tiempo y deseara meterse entre las sábanas rápidamente. La tercera cosa fue un biombo a los pies de la cama. Joseph también había pensado en la privacidad.
Él se acercó y Demi lo miró. Joseph la estaba observando con expresión tensa. Demi estaba tan conmovida y excitada por el cuidado que había puesto en los detalles que no sabía si podría hablar. Pero, evidentemente, tenía que decir algo.
—Las flores... —hizo una pausa y carraspeó—. Las flores son muy bonitas.
—Ojalá pudiera decirte que las tomé en el bosque. Tuve que comprarlas en el pueblo, porque no estamos en la estación adecuada. Sé que el jarrón no es...
— Joseph si te disculpas más por esta preciosa cabaña, yo... bueno, no sé lo que voy a hacer, pero seguro que no te gustará.
Él se quedó inmensamente aliviado.
—Entonces... ¿te gusta el sitio?
—Me encanta. No querría estar en ningún otro lugar, ni con otras personas.
—Yo tampoco — Joseph la miró y poco a poco, en su rostro apareció una sonrisa, a medida que la ansiedad desaparecía de sus ojos azules y era reemplazada por una llama de deseo.
A ella se le cortó la respiración al observar la belleza de aquel hombre. Y durante toda una semana, sería sólo suyo. Bueno, suyo y de Elizabeth.
Como si quisiera recordarle que estaba allí, la niña comenzó a luchar y a retorcerse en sus brazos.
A Demi le encantaba que su hija estuviera aprendiendo a moverse tan rápido. Disfrutaba mucho viéndola gatear, y estaba impaciente porque anduviera.
—Si cierras la puerta —dijo a Joseph —, la dejaré en el suelo para que explore un poco por la habitación.
Joseph se puso nervioso de nuevo.
—¿Estás segura de que no le ocurrirá nada? Matty dijo algo de astillas.
Jessica observó el suelo de madera y decidió que parecía lo suficientemente pulido. Y la ausencia de alfombras gruesas podría ser un punto a favor.
—Estará bien —dijo, y se agachó para dejar a la niña en el suelo—. De todas formas, no podemos tenerla en brazos toda la semana. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? Al final, la dejaré explorar fuera también, pero...
—¿Fuera?
Asombrada por su tono escandalizado, ella alzó la vista.
—Claro. ¿Por qué no?
—Podría encontrarse alguna cosa. Un bicho, una piedra sucia, una serpiente... —enumeró él, y se estremeció.
Jessica se rió.
—No voy a soltarla por ahí y olvidarme de ella. La seguiré y me aseguraré de que no se meta nada a la boca. Tú puedes ayudarme a vigilarla, si te sientes mejor. Elizabeth gatea muy bien, pero dudo que pueda avanzar a más velocidad que nosotros.
—No me importa. No estoy cómodo con la idea de dejar al bebé en el suelo.
Jessica excusó su actitud al pensar que él tenía poca experiencia. Sin duda, tras uno o dos días con Elizabeth lo superaría, pero en aquel momento la estaba poniendo un poco nerviosa. Se parecía mucho a Russell P. su propio padre. Y Jessica no iba a tolerar que nadie asfixiara a su hija como la habían asfixiado a ella, aunque esa persona fuera el hombre más atractivo del planeta.
—Empezaremos por la cabaña; ya nos preocuparemos del exterior más adelante.

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