Demi se había preparado para un lugar
rudimentario, aunque en realidad, no le importaba dónde estuviera siempre y
cuando pudiera estar a solas con Joseph y
con Elizabeth. Por fuera, la cabaña era más o menos como se la había imaginado:
un pequeño edificio de madera con ventanas cuadradas, sin cortinas. El tejado
era de estaño y estaba cubierto de agujas de pino, hojas y ramas. Los restos
del bosque hacían que pareciera casi de paja.
Pero la cabaña, humilde como era, estaba en medio de un
bosque de álamos. Sus troncos brillantes y blancos elevándose hasta la
frondosidad dorada de las hojas eran toda la decoración que necesitaba aquel
lugar para ser espectacular.
—Es precioso —dijo Demi mientras Joseph
aparcaba la camioneta junto a la puerta.
— ¿Precioso? —Preguntó Joseph,
mirándola con sorpresa—. No tienes que fingir que es el Taj Mahal por mí, Demi. Sé que tú estás acostumbrada a
cosas mejores.
— ¿De dónde has sacado eso?
Durante su relación, él nunca se había disculpado por los
alojamientos, y algunos de ellos no habían sido precisamente de cinco
estrellas.
—Bueno, después de todo, tú eres la heredera de una gran
fortuna, y...
— Joseph Jonas, ¿acaso le he dado yo alguna importancia a
eso en el tiempo que llevamos juntos? De hecho, ¿no he procurado con todas mis
fuerzas librarme de esa etiqueta?
Elizabeth comenzó a reírse, como si quisiera unirse a la
conversación.
—Bueno, sí —reconoció Joseph
—. Pero no puedes cambiar el hecho de que tienes relación con Russell P. lovato .
—La menos posible —respondió Demi. Realmente, no quería hablar de
ello.
Elizabeth se volvió más ruidosa.
—¿Tienes pensado mantener a Elizabeth en secreto para
siempre? —preguntó Joseph.
Era una pregunta justa, si estaba considerando construir una
vida con ella.
—No, supongo que no. No importa lo que yo sienta hacia mis
padres y hacia todo el poder que tienen. No estaría bien, ni para Elizabeth ni
para ellos. He estado pensando en mi madre últimamente —admitió Demi —. Estoy segura de que le
encantaría ser abuela.
Elizabeth empezó a moverse en el asiento del coche, al tiempo
que intensificaba sus balbuceos.
Demi se desabrochó el cinturón de seguridad y
comenzó a salir del coche para atender al bebé.
—Deberíamos meterla en casa.
Nat no se movió.
—¿A qué te refieres con eso de circunstancias mejores? ¿Con
un tipo mejor? —preguntó suavemente.
Demi se volvió hacia él y al ver la
incertidumbre reflejada en su mirada, se irritó consigo misma por haber elegido
mal las palabras. Sin prestar atención a la agitación que mostraba Elizabeth,
alargó los brazos y le tomó la cara entre las manos.
—Tengo al mejor hombre —le dijo—. No estaba hablando de ti.
Estaba hablando de todo este lío, de ese tipo que me sigue. Yo me sentiría orgullosa
de decirle a mis padres que tú eres el padre de mi hija —«y también me sentiría
orgullosa de decirles que eres mi marido», pensó. Sin embargo, eso se lo guardó
para sí. Necesitaba ocuparse de Elizabeth antes de tener aquella conversación.
Demi sacó a la niña de la camioneta y entró en
la cabaña con ella mientras Joseph se
ocupaba del equipaje. Al entrar, lo primero que vio fue un jarrón lleno de
margaritas blancas y amarillas, colocado sobre una mesa de madera con dos
sillas. La segunda fue la cama, abierta, con las almohadas blancas ahuecadas,
como si alguien no quisiera perder el tiempo y deseara meterse entre las
sábanas rápidamente. La tercera cosa fue un biombo a los pies de la cama. Joseph también había pensado en la privacidad.
Él se acercó y Demi lo miró. Joseph
la estaba observando con expresión tensa. Demi estaba tan conmovida y excitada
por el cuidado que había puesto en los detalles que no sabía si podría hablar.
Pero, evidentemente, tenía que decir algo.
—Las flores... —hizo una pausa y carraspeó—. Las flores son
muy bonitas.
—Ojalá pudiera decirte que las tomé en el bosque. Tuve que
comprarlas en el pueblo, porque no estamos en la estación adecuada. Sé que el
jarrón no es...
— Joseph si te disculpas
más por esta preciosa cabaña, yo... bueno, no sé lo que voy a hacer, pero
seguro que no te gustará.
Él se quedó inmensamente aliviado.
—Entonces... ¿te gusta el sitio?
—Me encanta. No querría estar en ningún otro lugar, ni con
otras personas.
—Yo tampoco — Joseph la
miró y poco a poco, en su rostro apareció una sonrisa, a medida que la ansiedad
desaparecía de sus ojos azules y era reemplazada por una llama de deseo.
A ella se le cortó la respiración al observar la belleza de
aquel hombre. Y durante toda una semana, sería sólo suyo. Bueno, suyo y de
Elizabeth.
Como si quisiera recordarle que estaba allí, la niña comenzó
a luchar y a retorcerse en sus brazos.
A Demi le encantaba que su hija estuviera aprendiendo a moverse tan
rápido. Disfrutaba mucho viéndola gatear, y estaba impaciente porque anduviera.
—Si cierras la puerta —dijo a Joseph
—, la dejaré en el suelo para que explore un
poco por la habitación.
Joseph se puso nervioso de nuevo.
—¿Estás segura de que no le ocurrirá nada? Matty dijo algo de
astillas.
Jessica observó el suelo de madera y decidió que parecía lo
suficientemente pulido. Y la ausencia de alfombras gruesas podría ser un punto
a favor.
—Estará bien —dijo, y se agachó para dejar a la niña en el
suelo—. De todas formas, no podemos tenerla en brazos toda la semana. ¿Podrías
cerrar la puerta, por favor? Al final, la dejaré explorar fuera también,
pero...
—¿Fuera?
Asombrada por su tono escandalizado, ella alzó la vista.
—Claro. ¿Por qué no?
—Podría encontrarse alguna cosa. Un bicho, una piedra sucia,
una serpiente... —enumeró él, y se estremeció.
Jessica se rió.
—No voy a soltarla por ahí y olvidarme de ella. La seguiré y
me aseguraré de que no se meta nada a la boca. Tú puedes ayudarme a vigilarla,
si te sientes mejor. Elizabeth gatea muy bien, pero dudo que pueda avanzar a
más velocidad que nosotros.
—No me importa. No estoy cómodo con la idea de dejar al bebé
en el suelo.
Jessica excusó su actitud al pensar que él tenía poca experiencia.
Sin duda, tras uno o dos días con Elizabeth lo superaría, pero en aquel momento
la estaba poniendo un poco nerviosa. Se parecía mucho a Russell P. su propio
padre. Y Jessica no iba a tolerar que nadie
asfixiara a su hija como la habían asfixiado a ella, aunque esa persona fuera
el hombre más atractivo del planeta.
—Empezaremos por la cabaña; ya nos preocuparemos del exterior
más adelante.
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