viernes, 8 de febrero de 2013

Un Refugio para el Amor capitulo 42





Joseph quería de veras desatar todos y cada uno de los lacitos para no romperle el camisón, pero en cuanto abrió el primero y se llenó las manos con los pechos de Demi, perdió el control. La tumbó sobre la cama sin finura, con la boca caliente sobre sus senos. El primer gusto de su pezón lo volvió loco.
Estaba mareado por la sensación que le producía el pezón de Demi, erecto contra su lengua, y por los suaves gemidos de ella, así como por la forma en que le agarraba la cabeza. Le arrancó los lazos al tirar del camisón hacia las rodillas para poder acariciarla allí, en la cintura, en el vientre, y enterrar sus dedos en aquel lugar secreto que ya estaba húmedo. Jadeante, ella se arqueó sobre la cama.
Con una alegría salvaje, él la acarició hasta que le produjo el primer orgasmo. Ella buscó ciegamente la almohada, y él se la dio para que pudiera apretársela contra la boca y ahogar sus gritos de placer. No era el momento de despertar a un bebé. No, porque él necesitaba buscar la fuente del calor de Demi con la lengua. Estaba sediento de su segundo climax.
Ah, y ella estaba tan loca por él que se olvidó de todas sus inhibiciones y separó las piernas mientras él se deslizaba hacia abajo, regando de besos el camino desde los pechos hasta el vientre, lamiéndole la piel hasta su pozo de néctar precioso y vital. Joseph sintió una corriente de energía en su cuerpo mientras se deleitaba en la dulzura de ese cuerpo y ella temblaba en sus brazos.
Él la conocía, conocía sus secretos, su ritmo, sus necesidades. Había nacido para aquello, para hacer temblar de gozo a aquella mujer, para que ella gritara su nombre. Su nombre. Nada en su triste existencia, le había producido aquella sensación de perfección. Sólo el amar a Demi.
Ella se tensó y su cuerpo se convulsionó mientras elevaba las caderas. Mientras intentaba respirar, le rogó que le diera más. Y Joseph sabía que lo necesitaba. Igual que él necesitaba hundirse en ella para sentirse completo, ella no podría estar completa hasta que él hubiera embestido profundamente y hubiera establecido la conexión definitiva.
Joseph no se molestó en desvestirse. No había tiempo. La presión era demasiado fuerte. Se desató el cinturón, se bajó la cremallera y se puso un preservativo. Después le levantó las caderas y la elevó sobre la cama para poder meter sus rodillas debajo. Entonces, mirándola a los ojos, penetró en su cuerpo.
Ella gimió y lo atrapó con las piernas alrededor de la cintura.
—Más —susurró.
Él se hundió aún más, y sintió cómo latía.
—No vuelvas a rechazarme —murmuró.
—No —dijo ella, y siguió elevándose para recibir sus embestidas.
Joseph comenzó a perder el ritmo de la respiración.
—Tengo que hacerte el amor.
—Sí.
—Es... todo —jadeó Joseph, empujando más y más, cada vez más profundamente.
—Sí. Oh, sí.
Él la miró fijamente.
—Todo —jadeó de nuevo, y apretó la mandíbula para no dejar escapar el grito de liberación que se formó en su garganta cuando estalló dentro de ella. 1313
Fuera porque se encontraba en un lugar extraño, fuera por la actividad que había en la cama de al lado, Elizabeth durmió una siesta muy corta aquel día. Joseph y Demi decidieron sacarla a dar un paseo.
—Creo que Matty me dijo una vez que estar al aire libre ayuda a los niños a dormir bien —dijo Joseph —. Y quiero que esta pequeña duerma como un tronco esta noche, porque yo tengo planeado no dormir en absoluto.
Ni Demi tampoco. Por mucho que le hubiera gustado la urgencia con la que habían hecho el amor aquella tarde, quería disfrutar de una sesión larga y perezosa con Joseph en la cama.
Cuando se vistieron y salieron al aire fresco de la tarde, Demi pensó, que ya que no podía estar en la cama amando a Joseph, aquélla era una muy buena alternativa. Elizabeth iba muy contenta adosada a la espalda de Joseph con un arnés, mientras seguían un camino cubierto de hojas de álamo.
—¿Qué tal funciona tu sexto sentido? —preguntó Joseph a Demi.
—No creo que esté aquí —respondió ella—. ¿No crees que es posible que vosotros tres lo asustarais cuando salisteis tras él aquella mañana?
—Eso sería estupendo, pero ese desgraciado es tan raro que cualquier cosa es posible.
Mirando el follaje brillante de los árboles que flanqueaban el camino y el cielo azul mientras caminaba de la mano con Joseph, Demi sí creía que todo era posible. Cualquier cosa.
Mientras seguían paseando, ella le habló de las hierbas silvestres que encontraban por el campo. Tras la marcha de Joseph, ella había tomado un par de clases y había pensado que quizá debiera dirigir aquel interés hacia una carrera. Como Joseph la animó mucho, ella se permitió imaginar que él estaba dibujando un futuro en el cual él dirigiría un rancho para niños abandonados y huérfanos, mientras ella recorría los alrededores buscando hierbas medicinales.
No era una fantasía difícil de construir, teniendo en cuenta la tensión sexual que había entre ellos, fuera cual fuera el tema de conversación. Durante todo el paseo de aquella tarde, mientras preparaban la cena y daban de comer a Elizabeth, todos y cada uno de los roces involuntarios amenazaban con hacerles perder el control.
Hasta el momento en el que finalmente pusieron a Elizabeth en la cuna para que se durmiera, mantuvieron un duelo silencioso de miradas y caricias, el juego preliminar más excitante que ella hubiera experimentado en su vida.
Demi acarició al bebé y comenzó a cantarle para que se durmiera. Habían apagado las luces de la cabaña para que la niña se durmiera, pero habían dejado la lámpara de la mesilla de noche encendida para verse mientras hacían el amor.
Joseph estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, observando cómo Demi le frotaba la espalda a Elizabeth y le cantaba una nana. Para hacer unas cuantas tareas domésticas, se había remangado la camisa, y tenía los antebrazos desnudos.
Había algo increíblemente atractivo en un hombre remangado, pensó Demi. Parecía que estaba preparado para la acción, y eso era precisamente lo que ella tenía en mente.
Elizabeth dejó escapar un suspiro y su cuerpo se relajó bajo la mano de Demi. Ésta fue bajando la voz y aligeró su roce. Aguzó el oído y escuchó la respiración de Elizabeth para saber cuándo estaba realmente dormida. Y finalmente, la niña concilio el sueño. Lentamente, Demi se alejó de la cuna. En el silencio, también escuchó la respiración de Joseph.
Él la tomó de la mano y se la llevó al otro lado del biombo. Se detuvo junto a la cama, temblando, y la abrazó muy despacio.
—Nunca te he deseado tanto como ahora —susurró—. Me estoy deshaciendo por dentro.
—Al principio tendremos que ser muy silenciosos —murmuró Demi —. Por si acaso.
—Lo intentaré. 
Entonces, con ternura, le tomó la cara entre las manos y la besó. Fue el beso más ardiente que ella recordara. La besó como si no pudiera obtener lo suficiente. Ella le rodeó le cintura con los brazos y adaptó la erección de Nat entre sus muslos, sujetándolo con firmeza contra ella. Los dos tenían la respiración tan entrecortada que ella se preguntó si despertarían a la niña sólo con los jadeos.
Él deslizó las manos desde su rostro hasta sus pechos. Demi no llevaba sujetador y sabía que una vez que Joseph metiera las manos bajo la camisa y le acariciara la piel desnuda, perdería la cabeza.
Sin embargo, en aquella ocasión estaba decidida a darle todo el placer que pudiera. En aquella ocasión, ella estaría a cargo de todo. La noche era larga y podía permitirse el lujo de ser generosa. Mientras él le desabotonaba la camisa, ella le desabrochó el cinturón. Cuando él le abrió la camisa por los hombros, ella le bajó la cremallera de los pantalones. Joseph gimió contra su boca.
La perspectiva de lo que planeaba hacer, y cómo iba a alterar a Joseph, hicieron que a Demi se le acelerara el pulso. Le bajó los pantalones y los calzoncillos y descubrió que estaba duro como el hierro.
Se retiró hacia atrás, rompiendo el beso, lo guió hasta el borde de la cama e hizo que se sentara antes de arrodillarse ante él.
Demi...
— Joseph.
Lo besó rápidamente antes de quitarse la camisa por completo. El movimiento balanceó sus pechos, pero cuando él quiso acariciárselos, ella lo agarró por las muñecas.
—Todavía no —murmuró—. Quítate la camisa. Yo me ocuparé del resto.
Entonces lo torturó haciendo que mirara cómo ella le quitaba las botas medio desnuda. Sabía que el movimiento de sus senos lo excitaba, y si su respiración agitada era un síntoma, estaba muy excitado en aquel momento. Tanto que había dejado a medias el trabajo de quitarse la camisa.
—Desnúdate —le recordó ella con una sonrisa. Tenía la piel sonrosada de impaciencia.
Demi esperó hasta que él se la quitó y se concedió un momento para admirar su figura escultural. Con aquel cuerpo fibroso y el pelo un poco largo, parecía más un modelo que un hombre de negocios. Lo deseaba con todas sus fuerzas.
Pero en vez de apresurar las cosas, le quitó los pantalones lentamente, asegurándose de rozarle los muslos y las rodillas con los pezones. Por último, le quitó los calcetines.
Cuando lo miró de nuevo, se dio cuenta de que Joseph tenía los puños apretados y los ojos cerrados. Tal y como ella pretendía, estaba en una agonía de éxtasis. Y ella iba a darle el regalo final. Se colocó entre sus piernas, acariciándole la parte interna de los muslos con los pechos.
Él abrió los ojos y la miró.
—Me estás destrozando —susurró.
Ella se limitó a sonreír y se inclinó para darle un beso húmedo en la parte superior de su miembro rígido.
Él jadeó.
Demi, será mejor que no...
— Joseph —repitió ella—. Dame las manos.
Temblando, él obedeció como si se hubiera convertido en su esclavo. Ella se las colocó en los lados de sus pechos y le enseñó que, si apretaba suavemente, capturaría su pene en aquel valle suave y sedoso. Cuando Joseph lo hizo, cerró los ojos y soltó un gruñido. Comenzó a hacer un movimiento involuntario de masaje con las manos, mientras sostenía los senos de Demi contra su erección.
Ella se movió cuidadosamente de abajo arriba, intentando que la fricción fuera lenta y seductora.
—Abre los ojos —susurró—, y mira.
Cuando él abrió los ojos, se le inundaron de placer. Miró hacia abajo mientras mantenía aquel ritmo sensual, y comenzó a perder el control de la respiración.
Demi.. oh, Demi.. voy a...
—Lo sé —dijo ella. Al observar su cara, vio que él estaba muy cerca e incrementó la velocidad de los movimientos.
Él emitió un sonido ronco desde la garganta.
—Te deseo —murmuró Demi —. Hazlo por mí, Joseph.
Él comenzó a temblar. Cuando ella notó que estaba casi al límite, se inclinó y deslizó los labios sobre la suave punta. Con un grito ahogado, Joseph alcanzó el climax. Sonrojada y triunfante, ella aceptó todo lo que él tenía que darle.
Después de haberle hecho pasar por una de las mejores experiencias de su vida, Joseph observó cómo Demi se quitaba el resto de la ropa, y los dos se metieron bajo las mantas.
Aquella noche tuvieron una aventura erótica tierna, lujuriosa y muy gratificante. Probaron diferentes posturas, buscando nuevos modos de darse placer, y disfrutaron de todos ellos. Sin embargo, al final él la tendió en el colchón y juntos saborearon la forma más tradicional del sexo. Nat se hundió en el cuerpo de Demi y mirándola a los ojos, le hizo el amor.
Juntaron las palmas de las manos y entrelazaron los dedos. Los cuerpos permanecieron unidos, y las miradas atrapadas. Todo era perfecto en aquel mundo.
Lentamente, él se deslizó hacia delante y hacia atrás.
—Cuando estoy dentro de ti, tengo todo lo que necesito —murmuró Joseph —. No me hace falta nada más.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me alegra oír eso.
—Pero soy humano —continuó él—, y a veces olvido lo que es importante para mí. Quién es importante. Pero entonces, me pierdo en ti y sé todo lo que necesito saber.
Ella lo miró con el rostro iluminado por la felicidad.
—Te quiero, Demi. Siempre te he querido, y siempre te querré.
—Oh, Demi —musitó ella—. Yo también te quiero.
Él le agarró las manos con fuerza e incrementó el ritmo de sus movimientos.
—No podemos separarnos —dijo con un jadeo, y notó la primera contracción de Demi. En aquella ocasión, él estaría con ella.
—No nos separaremos.
—Entonces aférrate a mí, Demi —pidió él mientras empujaba más fuerte. Se permitió estallar justo en el momento en el que ella emitía un suave grito y se arqueaba contra su cuerpo—. Aférrate a mí —repitió Joseph, sin aliento.
Le cubrió la boca con los labios, mientras giraban juntos en el corazón de la tormenta.

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