jueves, 21 de febrero de 2013

Un refugio para el amor capitulo 48





Joseph luchó por controlar el pánico. Sebastian, Travis, Boone y él llevaban horas siguiendo el rastro de los dos caballos, junto con las dos perras, Fleafarm y Sadie. Estaba oscureciendo y un loco tenía a Demi y a Elizabeth en aquella oscuridad, en algún lugar.
En ese momento, oyeron un ladrido a lo lejos. Después, otro.
—Bueno, estupendo —dijo Travis—. Probablemente, se han asustado de alguna mofeta.
—Vamos a averiguarlo —dijo Sebastian, y guió a su caballo en dirección al ruido.
Joseph se dijo que no debía dejarse llevar por la reacción de las perras. Sebastian había dicho que no estaban adiestradas para aquel tipo de tarea y que posiblemente, había sido inútil llevarlas.

 Fleafarm era capaz de controlar un rebaño como ningún otro perro y Sadie, la gran danés de Matty, era una magnífica guardiana, pero tampoco sabía nada de rastrear.
Sin embargo, Joseph espoleó al caballo para que se pusiera al trote y llegó al pequeño claro donde estaban las dos perras, moviendo las colas, muy orgullosas de sí mismas. Había algo a sus pies.
Joseph movió la linterna y le dio un vuelco el estómago al iluminar un peluche muy sucio.
Bruce.
La dedalera estaba haciendo su efecto. Pruitt había tomado tres tazas de café, y Demi se daba cuenta de que no se sentía bien, aunque estaba intentando disimularlo. Y cuanto peor se sentía, más empeoraba también su humor. En aquel momento, todas sus frases contenían maldiciones e insultos.
A ella le entusiasmaría que se desmayara, aunque era posible que sólo vomitara. Pero incluso eso sería suficiente para que pudiera quitarle la pistola. 
Si se daba la circunstancia, tendría que moverse con rapidez, así que había puesto la manta sobre la que estaba sentada con Elizabeth cerca del álamo donde estaba amarrado el arnés. Necesitaba un lugar donde dejar a la niña cuando llegara el momento de quitarle el arma a Pruitt.
De repente, él pronunció una imprecación y se puso de pie, tambaleándose.
—¡Ya sé lo que pasa! ¡Serás desgraciada! Me has puesto algo en el café, ¿verdad?
—¡Claro que no! —respondió ella. El miedo hizo que se le secara la boca. Puso a Elizabeth en el arnés y se agachó frente a ella, para servirle de escudo—. ¿Y qué iba a poner en el café? ¡Estamos en medio de ninguna parte!
—No lo sé —dijo él. La estaba apuntando con la pistola mientras, con la otra mano, se sujetaba el estómago—. 

Lo único que sé es que me duele mucho el estómago, y apuesto a que es por tu culpa. Demonios, seguro que tu padre ya me ha hecho la transferencia. Debería pegaros un tiro a ti y a la niña y terminar con todo esto.
Demi se preparó para saltar sobre él. Si iba a disparar de todos modos, se lo llevaría con ella. Le temblaba mucho el pulso, así que no tendría puntería. Siempre y cuando no la matara al instante, encontraría la manera de quitarle el arma y dispararle antes de que pudiera apuntarle a Elizabeth.
—Creo que te voy a matar —dijo él, casi doblado de dolor—. No sé por qué pensé que tenía que manteneros con vida. Tu padre va a pagar lo que sea.

 Tú eres lo más importante para él. Por eso yo sabía que si te secuestraba... —en aquel punto, dejó de hablar. Apretó la mandíbula y comenzaron a llorarle los ojos.
—Maldita seas —musitó, y cayó de rodillas, temblando violentamente.
Cuando empezó a vomitar, Demi se puso en pie de un salto, corrió hacia él y agarró la pistola. Sin embargo, él apretó el puño alrededor de la culata. 
En el forcejeo, el revólver se disparó con un estruendo y la bala se perdió entre los árboles.
Demi estaba frenética por conseguir el arma. Una bala perdida podría matar a Elizabeth igual que una bien apuntada. 
Se llevó la mano de Pruitt a la boca y se la mordió con fuerza. Cuando hundió los dientes en la carne, él gritó y soltó la pistola.
Ella la tomó, pero no consiguió ponerse en pie antes de que él se abalanzara sobre ella y volviera a quitársela.
—¡Se acabó! —gritó él, apuntándola—. ¡Estás muerta, desgraciada!
—¡Tira el arma! —dijo la voz de un hombre en la oscuridad. La luz de una linterna le iluminó el rostro a Pruitt.
Demi jadeó de alivio al reconocer la voz de Sebastian.
—No intente nada. Está rodeado —dijo otra voz, y se encendió una segunda linterna.
Boone. Habían ido por ella. Oh, gracias a Dios.
Desde otro punto, Demi  oyó la voz de un tercer hombre y vio otra luz.
—Tire el arma y levante las manos. No estamos de humor para jueguecitos.
Travis. Pero ¿y Joseph? Oh, Dios, ¿dónde estaba Joseph.
Pruitt entrecerró los ojos para que no lo cegara la luz de las linternas. Entonces, con un rápido movimiento, agarró a Elizabeth y le puso la pistola en la cabeza.
—¡No! —gritó Demi.
Elizabeth comenzó a llorar mientras Pruitt daba vueltas, mirando a la oscuridad.
—¿Alguna pregunta, señores?
Sonó un disparo. Demi gritó de nuevo y corrió hacia Pruitt sin pensar en lo que pudiera sucederle. Llegó justo a tiempo para tomar a Elizabeth en brazos mientras el cuerpo de Pruitt caía al suelo con un balazo en la frente.
Demi cayó de rodillas, abrazando a su hija y sollozando. Al instante, se vio rodeada por Sebastian, Travis y Boone, todos intentando consolarla a la vez.
Con los ojos llenos de lágrimas, Demi miró sus rostros.
—¿Quién fue el que disparó?
—Eso no importa —respondió Sebastian, acariciándole los hombros—. Lo único que importa es que estás bien. Y que Elizabeth está bien.
Ella no podía mirar a Pruitt.
—¿Está...?
—Sí, muerto —respondió Boone—. No volverá a molestarte.
Finalmente, ella tuvo que enfrentarse a lo peor.
—¿Y... y Joseph? —consiguió decir.
—Estoy aquí —dijo él, y salió de las sombras, con el treinta y ocho de Sebastian colgando de su mano derecha.

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