Demi
Todo el mundo sabe que soy perfecta. Mi vida es perfecta, la
ropa que visto es perfecta e incluso mi familia es perfecta. Y me he dejado la
piel en guardar apariencias y hacer que los demás lo crean así, aunque todo sea
una farsa. Esta imagen de ensueño se desvanecería si saliese la verdad a la
luz.
Estoy en pie frente
al espejo del cuarto de baño, mientras la música suena a todo volumen en los
altavoces, y por tercera vez, tengo que borrar la raya torcida que he trazado
en el parpado interior. Me tiemblan las manos, maldita sea. El comienzo del
último curso del instituto y el rencuentro con mi novio después de un verano
separados no son motivos para angustiarme de esta manera, pero hoy me he
levantado con el pie izquierdo. Primero, el rizador de pelo ha empezado a echar
humo antes de dejar de funcionar.
Luego se me ha caído el botón de mi camisa
favorita. Y ahora el lápiz de ojos parece haber cobrado vida. Si pudiera elegir,
me quedaría en la cama todo el día, comiendo galletas de chocolate recién
horneadas.
Demz baja -grita mi
madre desde el vestíbulo sin que apenas pueda oírla. Mi primer impulso es no
hacerle caso, pero eso no me ha traído otra cosa que discusiones, dolores de
cabeza y más gritos.
- Ahora mismo bajo
-respondo, esperando que el lápiz de ojos me de tregua y pueda acabar por fin.
Tras conseguirlo,
lanzo el lápiz de ojos al armario y compruebo mi aspecto en el espejo hasta
tres veces. Acto seguido, apago el equipo de música y bajo corriendo al
vestíbulo.
Mi madre me espera
al final de nuestra espléndida escalera para estudiar mi atuendo. Me pongo
recta. Lo sé. Lo sé. Tengo 18 años y no me tiene que importar lo que opine mi
madre de mí, pero no sabéis lo que es vivir en casa de los Lovato. Mi madre
tiene ansiedad, y no es el tipo de ansiedad que se pueda controlar fácilmente
con la ingesta de unas pastillas de color azul. Y cuando ella se estresa, todos
los que estamos alrededor sufrimos las consecuencias. Creo que esa es la razón
por la que mi padre se marcha a trabajar antes de que se despierte, para no
tener que lidiar con… bueno con ella.
- Los pantalones
son horribles, pero me encanta el cinturón -confiesa, señalando ambas prendas
con el dedo índice-. Y ese ruido al que llamas música me estaba provocando
jaqueca. Menos mal que la has apagado.
- Buenos días a ti
también, mamá -respondo antes de bajar los últimos escalones y darle un beso en
la mejilla.
El olor de su
perfume es tan fuerte que me cuesta respirar cuando me acerco a ella. Lleva un
vestido de Ralf Lauren de tenis que le hace parecer una ricachona. Pero, claro,
nadie se atrevería a señalarla con el dedo y criticar su vestimenta.
- Te he comprado
uno de esos bollos que tanto te gustan para tu primer día de instituto -añade
tras mostrar la bolsa que escondía en la espalda.
- No gracias
-contesto echando un vistazo a mi alrededor, buscando a mi hermana- ¿Donde está Shelley?
- En la cocina.
- ¿Ha llegado ya su
nueva cuidadora?
- Se llama Baghda,
y no, no llega hasta dentro de una hora.
- ¿Le has dicho que
la lana le provoca picores? ¿Y qué le tirará del pelo en cuanto se despiste?
-pregunto.
Mi hermana no
soporta la sensación de la lana al contacto con la piel y suele hacérselo saber
a los demás mediante pistas no verbales. Ahora le ha dado por tirar del pelo a
los demás, y ya ha causado algún que otro desastre. Los desastres en mi casa
son tan frecuentes como los accidentes de tráfico, así que es de vital
importancia evitarlos.
- Sí y sí. Le he
soltado un buen sermón a tu hermana esta mañana, Demi. Si sigue dando guerra,
llegara un día en que no haya cuidadoras dispuestas a encargarse de ella.
Me dirijo a la
cocina. No me apetece escuchar a mi madre una y otra vez de los arrebatos de
ira de Shelley. Mi hermana está sentada en la mesa, en su silla de ruedas,
intentado comerse su comida triturada, porque aunque tenga 20 años, sus
limitaciones físicas no le permiten masticar y tragar como el resto de la
gente. Como de costumbre, se ha manchado de comida la barbilla, los labios y
las mejillas.
- Oye Shelley -digo
inclinándome hacia ella y limpiándole la cara con una servilleta.- Es mi primer
día de clase. Deséame suerte.
Mi hermana extiende
sus vacilantes brazos y me lanza una sonrisa ladeada. Me encanta cuando sonríe.
- ¿Quieres que te
de un abrazo? -le pregunto, aunque conozco la respuesta de antemano.
El médico nos dice
que cuanto más interactuemos con Shelley, mejor se sentirá.
Mi hermana asiente. La estrecho entre mis brazos procurando
que no pueda alcanzarme el pelo con las manos. Cuando me incorporo, mi madre
suelta un grito ahogado. Para mí, es como el silbato del árbitro que detiene el
curso de mi vida.
- Demz no puedes ir
al instituto así.
- ¿Así como?
- Mírate la
camiseta -insiste negando con la cabeza y dejando sacar un suspiro de
desesperación.
Bajo la mirada y
veo una enorme mancha húmeda en mi camiseta de Calvin Klein. Ups. La baba de
Shelley. Un simple vistazo a la fatigosa expresión en la cara de mi hermana me
dice lo que no puede expresar con palabras.
- No pasa nada
-digo, aunque en el fondo creo que ha arruinado mi aspecto perfecto.
Mi madre humedece
una toallita de papel en el fregadero y frota la mancha a conciencia, con una
expresión ceñuda. Me hace sentir como si tuviera 2 años.
- Sube a tu cuarto
y cámbiate.
- Mamá, sólo es
melocotón -digo andándome con pies de plomo para que mi respuesta no
desencadene un autentico combate a gritos. Lo último que quiero es hacer que mi
hermana se sienta peor.
- Es una mancha de
melocotón. No querrás que la gente piense que descuidas tu aspecto.
- Vale -cedo. Ojalá
este fuera uno de los días buenos de mi madre, de esos en los que no me fastidia
por tonterías.
Le doy un beso a mi
hermana en la coronilla para asegurarme que no piense que me he enfadado con
ella por mancharme de baba.
- Te veo después de
clase -digo intentando mantener el entusiasmo matinal- Acabaremos nuestra
partida de damas.
Subo los escalones
de dos en dos. Cuando llego a mi habitación, miro el reloj .Oh no. Son las
7:30. Mi mejor amiga, Sierra, se va a poner como loca si llego tarde a
recogerla.
Cojo una bufanda
azul cielo del armario; estoy segura que me servirá. Si la coloco
estratégicamente puede que nadie repare en la mancha.
Cuando bajo de
nuevo la escalera, mi madre me espera en el vestíbulo para estudiar mi aspecto
por segunda vez.
- Me encanta la
bufanda.
¡¡¡¡Uf!!!!
Al pasar por su lado,
me pone el bollo en la mano.
- Cómetelo por el
camino.
Acepto el dulce.
Mientras me acerco al coche, le hinco el diente sin mucho entusiasmo. Por
desgracia, no es un bollo de arándanos, mi favorito. Es de plátano, pero está
demasiado cocido. Me recuerda a mí, con aspecto exterior perfecto pero hecho
papilla por dentro.
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