La boca de Demetria estaba sobre su hombro y los delicados
besos que le estaba dando le dejaron claro que era en ella, y no en su pasado,
en quien debía concentrarse. Se sintió embargado por un intenso sentimiento de
alivio, alivio que disipó su melancolía y que le aportó una frágil, pero a la
vez tangible, sensación de paz.
Examinando la cara de Demi al echarse ésta para atrás para mirarlo, se
percató de que tenía los labios hinchados debido a los apasionados besos que
habían compartido. Sus oscuros ojos brillaban como la luz de las estrellas. En
ese momento se dio cuenta de que la belleza de su amante superaba a la de la encantadora
signorina del retrato.
—Come sei bella —dijo, arrastrando las palabras. A continuación
esbozó una seductora sonrisa—. ¡Mírate! ¡Eres encantadora!
Tras decir aquello, bajó la vista
y miró el vientre de ella, el cual sólo mostraba una apenas apreciable curva.
Puso la mano sobre éste, maravillado al pensar que la semilla de un niño, si
Dios quería de su hijo, estaba floreciendo dentro.
Un nuevo y más alarmante
pensamiento se apoderó de él; se preguntó qué efectos podría tener en el feto
el hecho de que le hubiera hecho el amor a Demetria
de una manera tan apasionada. No supo si, sin darse cuenta, le habría causado
algún daño potencial al futuro bebé...
— ¿Qué ocurre?
Joe no había logrado esconder su
pr
eocupación lo suficientemente rápido ante la atenta mirada de su amante, la
cual le acarició el brazo como para consolarlo antes siquiera de que le
contestara.
— ¿Te he hecho daño... o al niño?
— ¿Perdona? —respondió ella,
frunciendo levemente el ceño. Pero a continuación esbozó una sonrisa que fue
como el amanecer—. ¡Desde luego que no! Todo está bien, Joe. No hay ningún problema con hacer el amor cuando la mujer
está embarazada... y yo ya estoy de más de tres meses, por lo que no hay nada
de lo que preocuparse.
— ¿Estás segura? —insistió él,
todavía sintiéndose culpable.
—Por supuesto que lo estoy.
Por fin Joe se
relajó. Al ver la dulce cara de Demi y
percibir su irresistible fragancia, fragancia que parecía haber impregnado su
propia piel, comenzó a excitarse de nuevo.
Justo antes de bajar la cabeza
para robarle otro hambriento beso, miró de manera inquisitiva los
enternecedores ojos de ella.
— ¿Tienes hambre? —le preguntó,
sonriendo.
Vergonzosa, Demetria apartó la mirada.
— ¡Me refiero de comida! —aclaró
él, riéndose. Le divirtió mucho la comprensible mala interpretación de Demi —, Te dije que te invitaría a comer y Luisa,
mi ama de llaves, ha preparado auténtica pasta italiana en tu honor.
— ¿Podemos esperar un poco más
para comer?
—Sí... claro. Sólo tengo que
calentar la pasta en el horno, así que podemos comer cuando queramos. ¿Qué
quieres hacer mientras tanto, umm? —provocó Joe.
Mirándolo fijamente a los ojos, Demetria suspiró.
—Corrígeme si me equivoco...
¿pero no estabas a punto de besarme de nuevo...? —susurró.
Los labios de él sellaron los suyos
antes incluso de que hubiera terminado de hablar.
Más tarde aquel mismo día, al
aparcar el chófer de Luca el Rolls—Royce de éste frente al antiguo edificio en
el cual se encontraba el piso de Demi, ésta
se giró hacia el padre de su futuro hijo y frunció el ceño.
— ¿A qué hora dijiste que tenemos
que salir mañana?
—Nuestro vuelo sale a las dos y
media, por lo que diría que a la una... a la una y media como muy tarde
—contestó Joe —. ¿Por qué?
—Mira, voy a tardar un rato en
hacer las maletas con todo lo que necesito. ¿Por qué no quedamos mejor por la
mañana en vez de tener que volver a ir a tu casa esta noche? Así no tendrás que
esperarme y yo no me sentiré bajo presión de tener que darme prisa.
— ¡Lo último que quiero que hagas
es que te des prisa! ¡El motivo de que nos marchemos a Milán es precisamente
para que no te sientas bajo presión de ningún tipo y que sólo descanses, Demetria! Si es necesario, puedo acordar que
nuestro vuelo salga más tarde. Viajamos en mi avión privado, por lo que no hay
ningún problema.
— ¿Tu... tu avión pri... privado?
—preguntó ella, tartamudeando.
— ¡Desde luego! —contestó él con
total normalidad, como si hubiera sugerido que viajaran en tren.
En aquel momento, la mente de Demi se sintió invadida por varios pensamientos.
Lo primero que pensó fue que sería una completa estúpida si creyera que la
breve estancia de la que iban a disfrutar en Italia iba a convertirse en algo
más que unas cortas vacaciones. Un hombre tan increíblemente rico y poderoso
como Joe no querría tener que cargar con una
pequeña y ordinaria don nadie por mucho tiempo... estaba segura de ello. Aunque
fuera a darle un hijo.
Cuando él regresara a su tierra, a su país, cuando
estuviera de nuevo en su fabulosa mansión, rápidamente se percataría de que
ella no encajaba en su elitista estilo de vida. Se daría cuenta de que era una
persona normal y corriente... ¡y no una estilosa mujer rica!
Tras las horas que habían pasado
juntos en casa de Joe, horas que habían
estado cargadas de sensualidad, se sintió fría y baja de ánimos... como un
globo que acababa de explotar. Se forzó en sonreír e intentó disimular lo
confundida que estaba.
—Bueno, te telefonearé por la
mañana... cuando esté preparada. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto, mi bella —respondió él, acercándose a
ella. Le tomó la cara con las manos y acercó la boca a la suya—. ¿Prometes que
no vas a fallarme, Demetria?
— ¿Qué quieres decir? —quiso
saber ella. Aunque había estado toda la tarde recibiendo las maravillosas
caricias de Joe, deseaba experimentar
aquello de nuevo.
—Si no vienes conmigo esta noche,
no huirás sin decirme dónde vas, ¿verdad?
A Demi
no debía haberle sorprendido que él todavía recordara lo que había ocurrido en
Milán pero, al tomarla desprevenida, sí que lo hizo. Se quedó sorprendida y muy
satisfecha ya que parecía que a Joe le
importaba ella...
—No, no voy a huir. Te lo
prometo.
—Bien —dijo él, dándole un cálido
beso en los labios.
Demi sintió como unos escalofríos de
un incontenible placer le recorrían el cuerpo.
Cuando Luca finalmente se forzó
en apartarse de ella, sonrió con arrepentimiento.
—Ahora, entra en tu casa y
descansa un poco. De nuevo pareces cansada.
— ¡Sólo estoy cansada porque se
ha hecho mucho más tarde de lo que esperaba! —se apresuró en asegurar Demetria.
No pudo evitar ruborizarse al
recordar las muy sensuales maneras en las que Joe
y ella se habían mantenido ocupados durante toda la tarde. Todavía le vibraba
el cuerpo debido a las seductoras atenciones que le había prestado su amante y
el recuerdo de éstas probablemente la mantendría despierta durante lo que
restaba de noche... ¡estaba segura de ello!
—Sí... así ha sido —respondió él,
mirándola con sus sexys ojos azules. Estos tenían reflejada una abierta
sinceridad.
Aquella sinceridad desarmó a Demi, la cual sintió como se le endurecían los
pezones de manera casi dolorosa.
—Será mejor que entre ya en casa
—comentó, girándose para abrir la puerta del acompañante. Pero, sorprendida, se
dio la vuelta para mirar a Joe al sentir que
él le había agarrado la muñeca para sujetarla durante un momento.
—Tendrás que hacer las maletas
por la mañana. ¿Estás segura de que no quieres que me quede contigo para
ayudarte?
Por muy apetecible que fuera
aquella invitación, en aquel momento ella necesitaba espacio para pensar.
Habían pasado muchas cosas desde que había vuelto a ver a Joe y las repercusiones de todo ello estaban
provocando que se sintiera levemente turbada.
Además, realmente no quería tener
la perturbadora presencia de él a su alrededor ya que tenía que elegir qué ropa
llevar consigo para el viaje. Pensó que en el mundo en el que Joe se movía, mundo en el que las mujeres acudían
a los diseñadores de moda para comprarse la ropa, la realidad de su armario sin
duda sería muy impactante para él, así como también decepcionante.
De nuevo pensó que, cuando
regresaran a Milán, las comparaciones entre el extraordinario y lujoso estilo
de vida del que él disfrutaba y la sencilla manera en la que ella vivía,
inevitablemente comenzarían a hacerse más evidentes según pasaran los días. Una
vez que Joe estuviera de vuelta en el reino
de sus igualmente ricos amigos, las diferencias entre ambos comenzarían a
hacerse demasiado pronunciadas. Se preguntó a sí misma si en ese momento él no
se arrepentiría de haberla llevado consigo.
—Si no te importa, me gustaría
hacer las maletas yo sola —contestó, encogiéndose de hombros—. Pero gracias por
ofrecerte a ayudarme.
—Entonces... ¡qué duermas bien, Demetria! —le deseó Joe, echándose para atrás en
el lujoso y suave asiento de cuero de su vehículo.
Ella pensó que él tenía un
aspecto impresionante. Era muy atractivo. Comparado con otros simples mortales,
éstos parecerían extremadamente insulsos.
—Por la mañana... —continuó Joe — tómate el tiempo que necesites para
prepararte. Y después telefonéame, ¿está bien? Vendré a buscarte.
—Así lo haré. Buenas noches.
Él le lanzó un beso y provocó que
las piernas se le derritieran...
Joe, que se había despertado mucho
antes de que amaneciera, había estado dando vueltas por su dormitorio, por el
salón y por la cocina. Había estado intentando controlar la frustración que se
había apoderado de su cuerpo ante el hecho de que Katherine no se hubiera
quedado a dormir con él.
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