martes, 5 de febrero de 2013

Un Refugio para el amor capitulo 41





Joseph sacó la trona de la camioneta para que Demi pudiera darle de comer a la niña. Mientras alimentaba a Elizabeth, él sacó todo lo que quedaba en el vehículo y montó la cuna portátil. También montó el parque, pese a que Demi le había dicho que no lo iban a usar mucho.
Pensándolo bien, Elizabeth había gateado mucho por casa de Sebastian, pero Matty y él lo mantenían todo muy limpio. Y además, en la casa él no tenía que asumir la responsabilidad por lo que ocurriera con Elizabeth cuando estuviera en el suelo, porque siempre había gente alrededor dispuesta a cuidarla.
Estaba tan concentrado en conseguir que Demi quisiera estar de nuevo con él que no se había dado cuenta de que recaería sobre sus hombros la responsabilidad de un bebé. Cuando había pensado en aquella semana, su mayor preocupación había sido que apareciera el tipo que amenazaba a Demi. Sin embargo, mirando a su alrededor en la pequeña cabaña, veía más de un millón de peligros para Elizabeth, y ninguno de ellos tenía que ver con aquel tipo.
Matty les había hecho unos bocadillos, así que, cuando tuvo listo el mobiliario de la niña, siguió la recomendación de Demi y se detuvo a comer mientras Elizabeth todavía estaba despierta. No se le había escapado lo que Demi quería decirle: que en cuanto el bebé estuviera durmiendo la siesta, ellos dos no iban a perder el tiempo comiendo.
Cómo necesitaba a aquella mujer. No recordaba haberse sentido tan expuesto y vulnerable en toda su vida, y ansiaba refugiarse en sus brazos. Pero la necesidad que sentía no era sólo de recibir cosas. Una vez que había entendido todo lo que Demi había pasado por su culpa, deseaba con todas sus fuerzas regalarle todo el placer que fuera capaz de dar.
Apenas comió. Estaba demasiado preocupado mirando a Demi y excitándose cada vez que ésta lo miraba.
Mientras ella preparaba a Elizabeth para la siesta, él lavó los platos de la comida. Sólo veía la parte superior de su cabeza detrás del biombo que había colocado entre la cuna y la cama para que pudieran tener algo de intimidad, y tomó nota de quitar el biombo cuando no lo necesitaran realmente. No quería perderse ni una sola imagen de Demi.
—No he visto nada que se parezca a un sistema de seguridad —dijo ella mientras desvestía a Elizabeth para la siesta—. ¿Dónde están?
—Hay detectores de movimiento en las vigas, en todas las esquinas de la cabaña —respondió él.
—Vaya. Ni siquiera me había dado cuenta —comentó Demi mientras miraba a su alrededor.
—A Seth le gusta que sus sistemas sean discretos —le dijo Joseph —. Las cámaras están en el tejado, camufladas entre las hojas y las ramas de los pinos. Si ese tipo no sabe que hay un sistema de seguridad, no intentará desmantelarlo.
—¿Te dio Sebastian un arma cuando nos marchábamos esta mañana?
—Sí. Está en la caja de metal verde que he puesto en la estantería más alta. ¿Te molesta?
—Me molesta tener que pasar por estas cosas. ¿Sabes disparar?
—Si es necesario...
—Bueno, supongo que eso está bien.
—Sí, supongo que sí.
Ella le murmuró algo a Elizabeth y comenzó a cantarle suavemente.
Él ya no la veía, y pensó que Demi se habría inclinado sobre la cuna para dormir a Elizabeth.
Demi había aceptado la presencia del arma mucho mejor de lo que él había pensado. Joseph recordaba la última vez que había tenido un arma en las manos. Había sido aquella misma pistola. Los chicos estaban bromeando sobre quién era el mejor tirador, un día de verano en el Rocking D. Sebastian había puesto unas cuantas latas de cerveza sobre una valla y todo el mundo había probado su puntería, salvo Joseph. Él no quería tocar el revólver.
Finalmente, le habían tomado tanto el pelo que se había rendido. Se había intentando convencer de que había superado la repulsión y el rechazo que sentía hacia las armas, pero no había podido. Él había acertado en todas las latas. Parecía que las horas de práctica cuando era niño no habían perdido su efecto. Luego había dejado el arma y había ido a la parte trasera del establo, a vomitar.
Sus amigos habían pensado que se trataba de una gripe estomacal. Él no tenía interés en contarles que cuando tenía trece años, su padre le había obligado a disparar a un caballo. El animal se había vuelto malo, pero sólo porque su padre lo maltrataba de la misma forma que maltrataba a Joseph. El animal le había dado una coz a Joseph y le había roto un brazo, y Joseph Jonas había tenido un ataque de rabia y lo había obligado a matar al pobre caballo. Nat no había vuelto a tocar un arma desde entonces.
Demi era la primera persona que conseguía que todos aquellos malos recuerdos se desvanecieran. Hasta el momento en que se había marchado, diecisiete meses atrás, no había sabido apreciar la magia que ella le confería a su vida. Quererla lo sanaba. ¡Y Dios...! necesitaba que lo sanara en aquel momento.
Ella no había salido de detrás del biombo, pero Joseph se dio cuenta de que la suave nana había terminado. Quizá Elizabeth se hubiera dormido, finalmente. Quizá, por fin, pudiera hacerle el amor a Demi de nuevo.
Él terminó de secar los platos y miró hacia el biombo. El silencio lo animó. Y la idea de lo que se avecinaba hizo que tragara saliva.
Entonces, ella reapareció por encima del biombo, y sonrió. Oh, qué sonrisa. A Joseph se le había olvidado lo seductora que podía ser cuando se lo proponía.
—¿Está dormida? —preguntó en un susurro.
Demi asintió.
Joseph soltó el trapo de la cocina. Sosteniendo la mirada de Demi, se dirigió hacia la cama al tiempo que se desabotonaba la camisa. Entonces ella formó con los labios la palabra «espera».
Él se detuvo y arqueó una ceja. Ésa no era la palabra que necesitaba en aquel momento. Quería oír un «sí».
Pero ella se dio la vuelta y él se preguntó si Elizabeth todavía necesitaría que la arrullaran. Tendría que esperar, porque una vez que comenzaran con aquello, no podría parar, ni aunque Elizabeth se despertara de nuevo.
Entonces Demi se volvió a mirarlo con las mejillas sonrosadas.
—Ya está —dijo, y salió de detrás del biombo.
Él estuvo a punto de desmayarse. 
Los vaqueros y la camisa habían desaparecido. En su lugar había un camisón corto de encaje negro que dejaba desnudas sus piernas. Tenía unas piernas fantásticas. Aunque aquella presentación era un poco exagerada, él no tenía queja. No sabía cuándo ni dónde había conseguido aquel camisón transparente, pero esa imagen viviría en sus fantasías para siempre.
El tejido fino y ajustado se ondulaba a cada paso que Demi daba hacia él. Tenía un montón de lacitos por delante que había que desatar. A él le encantó. La quería por haberse tomado la molestia de convertir aquello en un momento increíble.
—Gwen y yo hicimos una excursión relámpago a Colorado Springs —dijo con cierta timidez—. ¿Te gusta?
—Oh, sí —respondió Nat con voz ronca—. Mucho. Y después de todo este esfuerzo, espero que no te ofendas si te lo quito ahora mismo.

2 comentarios:

  1. Vane, tenes que seguirla prontiiiiiitooo, porfi
    esta muy buena y me alegra tanto tanto tanto
    que esten bien entre ellos y la niña.
    Ahora necesito que Steven muera... okno pero
    que al menos si sea detenido porque me va a dar
    un ataque de ansiedad por la espera a ver que
    hace el loco ese... Ademas quiero que Joe se
    sienta más comodo con la niña y que los tres estén
    mas felices y llenitos de amor :)

    Saludos
    besos
    abrazos
    y mucho amoouuur

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  2. esta espectacular la nove....tienes que seguirla....yaaaaaaa....!!
    me muero de la angustia....todos los dias me tienes revisando si has subido algun capitulo.....espero que no te demores en subir.....POR FAVOR!!
    bye, besitos....!!

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