Miley apenas
pudo pegar ojo esa noche y se pasó el día entero en casa para evitar un
encuentro con Nick. Todo el tiempo rezando para que apareciese en su puerta,
dispuesto a confesarle amor eterno. Rezaba para que ocurriese el milagro y, a
la vez, lo temía con todo su corazón.
Porque, como diez años antes, tendría que
dejarlo ir.
El domingo
por la tarde, desde la ventana de su estudio, vio que los criados guardaban las
maletas de Nick en el coche para
llevarlo al aeropuerto.
Y supo
entonces, sin ninguna duda, que todo había terminado.
Le dolía el
corazón pero, a la vez, se sentía aliviada. Era más fácil así. Al menos, eso
era lo que se diría a sí misma a partir de aquel momento.
—Veo que el
señor Rutledge se marcha —comentó Wilson.
—Sí, parece
que sí.
— ¿Y está
segura, alteza, de que es lo mejor? —le preguntó el mayordomo.
Oh, no, él
también no. Miley respiró profundamente, pasándose una mano por la cara. ¿Todo
el mundo tenía que meterse en sus asuntos?
—Wilson, ni
siquiera te cae bien…
—Quizá fui un
poco apresurado en mi juicio Y sienta yo lo que sienta por el señor Rutledge,
la verdad es que la hace feliz.
¿Pero durante
cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo antes de que volviera a romperle el corazón?
Además, no
tenía energía para otra discusión sobre su vida amorosa.
—Voy a darme
una ducha y luego me meteré en la cama. Voy a dormir durante un mes y sería
estupendo que nadie me molestara.
— ¿Durante un
mes?
Miley se
encogió de hombros.
—Por lo menos
doce horas sin interrupción.
Wilson
asintió con la cabeza antes de salir del estudio.
—Como desee,
alteza.
No estaba de
acuerdo, era evidente. Claro que nunca lo diría en voz alta. ¿Por qué nadie
confiaba en su buen juicio?
Miley fue a
su habitación y se encerró en el cuarto de baño. Quería relajarse en la ducha,
pero cuando salió se sentía tan tensa y tan triste como antes. Era como si le
faltara algo, como si alguien hubiese metido una mano en su interior para
arrancarle el alma.
Una sensación
que recordaba muy bien porque le había pasado lo mismo la primera vez que Nick
salió de su vida.
Aunque Nick
no había salido, ella lo había echado.
El sol se
había puesto y su habitación estaba a oscuras, de modo que encendió una lámpara…
Y dio un
salto al ver una figura frente a la ventana.
Nick se
volvió con una expresión… en fin, no podría definir su expresión en ese
momento.
—Empezaba a
pensar que no ibas a salir nunca. Parece que en esta casa no se piensa en
ahorrar agua.
Miley apretó
la toalla contra su pecho. Aquello era tan extraño, tan irreal…
—Seguro que
no has venido para hablar del medio ambiente. De hecho, me gustaría saber cómo
has logrado llegar aquí sin que Wilson te detuviera.
—A punta de
pistola. Lo he atado y lo he metido en la despensa —contestó él.
—Sí, claro.
—No, bueno,
la verdad es que Wilson me dejó entrar.
¿Ah, sí? Pues
iba a tener una seria charla con Wilson sobre seguir instrucciones y meterse en
sus asuntos.
—Vas a perder
el avión —le dijo, mirando el reloj.
—No voy a
perder el avión porque no hay ningún avión que perder.
No podía
querer decir que iba a quedarse en Morgan Isle por ella. Miley levantó la
barbilla e intentó mirarlo con frialdad, cuando por dentro estaba cayéndose a
pedazos.
—¿No vas a
preguntarme por qué?
Tenía miedo
de hacerlo. Y fuera cual fuera la razón, en realidad daba igual.
—No vas a
ponérmelo fácil, ¿verdad? —suspiró Nick entonces.
— ¿Y por qué
iba a hacerlo?
—He venido
para disculparme.
— ¿Por qué?
—Por decir
que no eras digna de amor. Además de ser una grosería no es verdad, Miley.
Pregúntame cómo sé eso. Vamos, pregúntamelo.
— ¿Cómo lo
sabes?
—Porque te
quiero —Nick dio un paso adelante y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no
echarse en sus brazos—. Y no pienso dejar que me eches de aquí otra vez. Hace
diez años debería haber insistido, pero el orgullo me lo impidió. Y fue un
error que no pienso cometer nunca más.
Después
alargó una mano para acariciarla y, con el corazón golpeando sus costillas,
Miley enterró la cara en su camisa, agarrándose a él como si no quisiera
soltarlo nunca.
—Me has
utilizado —le recordó.
—Y tú me utilizaste
a mí. Pero, ¿qué importa eso ya?
No, no
importaba. Miley levantó la mirada.
—Te hice
daño, Nick, y ni una sola vez te he dicho que lo sentía. Pero lo siento, lo
siento muchísimo…
—Estás
perdonada —sonrió él.
—¿Y si lo
nuestro no funcionase?
Él acarició
su pelo mojado.
—¿Cómo vamos
a saberlo si no lo intentamos?
—Soy cabezota,
independiente, vuelvo loco a todo el mundo…
—Sí, pero
todo eso es lo que me gusta de ti —la interrumpió Nick, inclinando la cabeza
para besarla—. Eres perfecta para mí.
Miley había
esperado toda su vida para escuchar esa frase.
—Te quiero,
Nick. Nunca he dejado de quererte.
—Lo sé
—sonrió él.
—¿Y tú me
llamas egocéntrica?
—Bueno, se
puede decir que tenemos mucho en común —rió él.
—Tú sabes que
esta relación podría ser una pesadilla. Tú a un lado del mundo, yo al otro…
—Entonces
tendré que venirme a vivir aquí.
—Oh, Nick, no
puedo pedirte que hagas ese sacrificio.
—No me lo has
pedido tú y no es un sacrificio. De hecho, lo he estado pensando desde que
llegué a Morgan Isle. Y, por cierto, no tengo el menor interés en un noviazgo
largo.
—¿Ah, no?
—Durante diez
años he sabido que eras la mujer de mi vida. Ahora tenemos que compensar esos
años perdidos y creo que deberíamos olvidarnos del noviazgo y casarnos
inmediatamente.
—¿Y dónde
viviríamos?
—Aquí, en el
palacio, donde tú digas.
—Pero acabas
de divorciarte…
—En realidad,
nunca estuve casado con Cynthia. Al menos no estuve casado en mi corazón. Ya
menos que tú no quieras casarte…
A pesar de
todo lo que había dicho en los últimos años sobre no atarse a nadie, sobre no
querer sacrificar su libertad, estar con Nick
no sería ningún sacrificio. De hecho, no se le ocurría mejor manera de pasar el
resto de su vida.
De modo que
sonrió.
— ¿Por qué no
me lo pides oficialmente y así nos enteramos?
Nick clavó
una rodilla en el suelo y apretó su mano.
—Miley Renee
Agustus Cyrus, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
—Sí —contestó
ella, con más alegría de la que había pensado posible en su corazón—. Seré tu
esposa.
Él se
incorporó para tomarla entre sus brazos.
—Pues ya era
hora, cariño.
Fin
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