jueves, 14 de febrero de 2013

El Amante De la Princesa Capitulo final





Miley apenas pudo pegar ojo esa noche y se pasó el día entero en casa para evitar un encuentro con Nick. Todo el tiempo rezando para que apareciese en su puerta, dispuesto a confesarle amor eterno. Rezaba para que ocurriese el milagro y, a la vez, lo temía con todo su corazón.

 Porque, como diez años antes, tendría que dejarlo ir.
El domingo por la tarde, desde la ventana de su estudio, vio que los criados guardaban las maletas de Nick en el coche para llevarlo al aeropuerto.
Y supo entonces, sin ninguna duda, que todo había terminado.

Le dolía el corazón pero, a la vez, se sentía aliviada. Era más fácil así. Al menos, eso era lo que se diría a sí misma a partir de aquel momento.
—Veo que el señor Rutledge se marcha —comentó Wilson.
—Sí, parece que sí.

— ¿Y está segura, alteza, de que es lo mejor? —le preguntó el mayordomo.
Oh, no, él también no. Miley respiró profundamente, pasándose una mano por la cara. ¿Todo el mundo tenía que meterse en sus asuntos?
—Wilson, ni siquiera te cae bien…

—Quizá fui un poco apresurado en mi juicio Y sienta yo lo que sienta por el señor Rutledge, la verdad es que la hace feliz.
¿Pero durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo antes de que volviera a romperle el corazón?

Además, no tenía energía para otra discusión sobre su vida amorosa.
—Voy a darme una ducha y luego me meteré en la cama. Voy a dormir durante un mes y sería estupendo que nadie me molestara.
— ¿Durante un mes?

Miley se encogió de hombros.
—Por lo menos doce horas sin interrupción.
Wilson asintió con la cabeza antes de salir del estudio.
—Como desee, alteza.

No estaba de acuerdo, era evidente. Claro que nunca lo diría en voz alta. ¿Por qué nadie confiaba en su buen juicio?

Miley fue a su habitación y se encerró en el cuarto de baño. Quería relajarse en la ducha, pero cuando salió se sentía tan tensa y tan triste como antes. Era como si le faltara algo, como si alguien hubiese metido una mano en su interior para arrancarle el alma.

Una sensación que recordaba muy bien porque le había pasado lo mismo la primera vez que Nick salió de su vida.

Aunque Nick no había salido, ella lo había echado.
El sol se había puesto y su habitación estaba a oscuras, de modo que encendió una lámpara…

Y dio un salto al ver una figura frente a la ventana.
Nick se volvió con una expresión… en fin, no podría definir su expresión en ese momento.

—Empezaba a pensar que no ibas a salir nunca. Parece que en esta casa no se piensa en ahorrar agua.

Miley apretó la toalla contra su pecho. Aquello era tan extraño, tan irreal…
—Seguro que no has venido para hablar del medio ambiente. De hecho, me gustaría saber cómo has logrado llegar aquí sin que Wilson te detuviera.
—A punta de pistola. Lo he atado y lo he metido en la despensa —contestó él.
—Sí, claro.

—No, bueno, la verdad es que Wilson me dejó entrar.
¿Ah, sí? Pues iba a tener una seria charla con Wilson sobre seguir instrucciones y meterse en sus asuntos.

—Vas a perder el avión —le dijo, mirando el reloj.
—No voy a perder el avión porque no hay ningún avión que perder.
No podía querer decir que iba a quedarse en Morgan Isle por ella. Miley levantó la barbilla e intentó mirarlo con frialdad, cuando por dentro estaba cayéndose a pedazos.

—¿No vas a preguntarme por qué?
Tenía miedo de hacerlo. Y fuera cual fuera la razón, en realidad daba igual.
—No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad? —suspiró Nick entonces.
— ¿Y por qué iba a hacerlo?
—He venido para disculparme.
— ¿Por qué?

—Por decir que no eras digna de amor. Además de ser una grosería no es verdad, Miley. Pregúntame cómo sé eso. Vamos, pregúntamelo.
— ¿Cómo lo sabes?

—Porque te quiero —Nick dio un paso adelante y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse en sus brazos—. Y no pienso dejar que me eches de aquí otra vez. Hace diez años debería haber insistido, pero el orgullo me lo impidió. Y fue un error que no pienso cometer nunca más.

Después alargó una mano para acariciarla y, con el corazón golpeando sus costillas, Miley enterró la cara en su camisa, agarrándose a él como si no quisiera soltarlo nunca.

—Me has utilizado —le recordó.
—Y tú me utilizaste a mí. Pero, ¿qué importa eso ya?
No, no importaba. Miley levantó la mirada.

—Te hice daño, Nick, y ni una sola vez te he dicho que lo sentía. Pero lo siento, lo siento muchísimo…

—Estás perdonada —sonrió él.
—¿Y si lo nuestro no funcionase?
Él acarició su pelo mojado.

—¿Cómo vamos a saberlo si no lo intentamos?
—Soy cabezota, independiente, vuelvo loco a todo el mundo…
—Sí, pero todo eso es lo que me gusta de ti —la interrumpió Nick, inclinando la cabeza para besarla—. Eres perfecta para mí.

Miley había esperado toda su vida para escuchar esa frase.
—Te quiero, Nick. Nunca he dejado de quererte.
—Lo sé —sonrió él.

—¿Y tú me llamas egocéntrica?
—Bueno, se puede decir que tenemos mucho en común —rió él.
—Tú sabes que esta relación podría ser una pesadilla. Tú a un lado del mundo, yo al otro…
—Entonces tendré que venirme a vivir aquí.

—Oh, Nick, no puedo pedirte que hagas ese sacrificio.
—No me lo has pedido tú y no es un sacrificio. De hecho, lo he estado pensando desde que llegué a Morgan Isle. Y, por cierto, no tengo el menor interés en un noviazgo largo.
—¿Ah, no?
—Durante diez años he sabido que eras la mujer de mi vida. Ahora tenemos que compensar esos años perdidos y creo que deberíamos olvidarnos del noviazgo y casarnos inmediatamente.

—¿Y dónde viviríamos?
—Aquí, en el palacio, donde tú digas.
—Pero acabas de divorciarte…

—En realidad, nunca estuve casado con Cynthia. Al menos no estuve casado en mi corazón. Ya menos que tú no quieras casarte…

A pesar de todo lo que había dicho en los últimos años sobre no atarse a nadie, sobre no querer sacrificar su libertad, estar con Nick no sería ningún sacrificio. De hecho, no se le ocurría mejor manera de pasar el resto de su vida.
De modo que sonrió.
— ¿Por qué no me lo pides oficialmente y así nos enteramos?
Nick clavó una rodilla en el suelo y apretó su mano.


—Miley Renee Agustus Cyrus, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
—Sí —contestó ella, con más alegría de la que había pensado posible en su corazón—. Seré tu esposa.

Él se incorporó para tomarla entre sus brazos.
—Pues ya era hora, cariño.



Fin

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