A Joseph le dolía la
cabeza de una forma insoportable y tenía tierra en la boca. Se incorporó y
escupió. ¿Qué había ocurrido? Entonces lo recordó todo.
Tenía el pecho oprimido mientras se ponía en pie. No tenía
tiempo para vomitar. Demi. Elizabeth. Corrió, como pudo, hasta la puerta de la cabaña,
gritando sus nombres.
Sin embargo, sabía que allí no encontraría nada. Recorrió el
perímetro de la cabaña, pero, aparte de los pájaros que revoloteaban asustados,
no había señales de vida junto a la casa.
Finalmente, se obligó a pensar. ¿Cómo se las había llevado?
Buscó huellas de un vehículo, pero no encontró ninguna salvo las de su
camioneta. Sin embargo, había huellas de caballos. Automáticamente, Joseph comenzó a seguirlas, pero miró al sol, y
por su posición en el cielo, supo que hacía mucho tiempo que se habían
marchado. Nunca los alcanzaría a pie.
Tenía que ponerse en contacto con el rancho. Corrió hacia la
casa, entró y buscó el teléfono móvil. Lo encontró destrozado en la cocina.
¡Dios mío!.
Tenía que irse rápidamente en la camioneta. Rebuscó las
llaves en los bolsillos del pantalón mientras salía de la cabaña. Entonces,
miró con atención el vehículo y soltó un grito de angustia y de dolor. Las
ruedas estaban pinchadas.
Lentamente, el sonido de su grito se acalló en el bosque.
Pero, mientras estaba allí, inmóvil, con la cabeza a punto de explotar, tuvo la
certeza de que iba a encontrarlas. Encontraría a Demi y encontraría a su hija, y mataría
al hombre que se había atrevido a llevárselas. Era tan sencillo como eso.
Volvió a la cabaña y tomó el revólver de Sebastian. Comprobó
que estaba cargado y salió de la cabaña hacia la camioneta. Guardó el revólver
en la guantera y arrancó el motor. Destrozaría las llantas, pero no le
importaba. Después las cambiaría. Tenía que llegar al rancho cuanto antes.
Cuando llegara, ensillaría un caballo. Sebastian podía llamar
a la policía si quería, pero él no iba a esperar a que llegaran. Sin embargo,
antes de montar, tendría que hacer algo que no podía hacer nadie más. Era cosa
suya llamar a Russell P. Lovato.
Demi se había acordado de tomar el arnés para
llevar a la niña antes de que se marcharan, y Pruitt le había permitido
transportar a Elizabeth en él. Ella no quería que aquel monstruo tocara a su
hija, así que se había puesto a Elizabeth a la espalda y se había subido al
caballo, tal y como le ordenó Pruitt.
Como no estaba acostumbrada al peso, al principio se
encontraba un poco inestable mientras montaba, pero sabía que aquélla era la
única forma de que Elizabeth viajara con una relativa seguridad. La niña estaba
callada a su espalda, posiblemente dormida. Demi agradecía aquello, pero el peso
muerto a la espalda hacía que le dolieran mucho los hombros.
Por el camino, pensó que debería estar planeando su huida,
pero mantenerse sobre el caballo en aquellas condiciones requería todo su
esfuerzo y su atención. Intentó memorizar el camino que estaban recorriendo.
Aparte de un riachuelo que siguieron durante kilómetros, el bosque comenzó a
parecerle igual al poco tiempo de comenzar la marcha.
—Así que tu padre nunca te mencionó que yo trabajaba en uno
de sus periódicos de Los Angeles —comentó Pruitt.
—No.
—¿Te acuerdas de aquel senador de California al que secuestraron
el año pasado?
—Supongo.
—¿Supones? Fue la historia más seguida a nivel nacional
durante varias semanas. Yo la cubrí y firmé bastantes notas de Associated
Press.
Demi no respondió. Era evidente que Pruitt
quería fanfarronear, pero ella no tenía por qué animarlo.
—Cuando atraparon a los secuestradores, conseguí que
accedieran a hablar conmigo y contarme toda su historia. Tenía perfilado el
guión de una serie de artículos que se iba a titular «En la mente de un
secuestrador». Habría sido un brillante ejercicio de periodismo. Sin embargo,
mi editor habló con tu papá antes de firmar el contrato, y Russell P. ordenó
que no se llevara a cabo el proyecto y me confiscó todo el material con el que
había trabajado.
Dijo que aquello le daría ánimos a otra gente enferma para
hacer lo mismo y que él no quería ser responsable. ¡Maldito idiota! Yo podría
haber ganado el Pulitzer para él y para su asqueroso periódico.
—Mi padre tiene principios —dijo ella, y se dio cuenta de que
sentía orgullo. Nunca había concedido ningún mérito a la integridad de su
padre. Estaba demasiado ocupada rebelándose contra el control que ejercía sobre
ella como para pararse a pensar en sus puntos positivos. Y había muchos.
Tenía que admitir que la conversación la estaba distrayendo
del dolor que sentía en los hombros. Aquello, más que la curiosidad, fue lo que
la impulsó a hacer una pregunta.
—¿Y lo dejaste?
—No, demonios, no lo dejé. Comencé a ofrecer la historia en
otras publicaciones, y creo que tu padre tuvo miedo de que me aceptaran en otro
lugar. Me despidió y consiguió que se me hiciera el vacío en la profesión.
Ningún editor quiso hablar conmigo. ¿Te parece justo?
—Me parece propio de mi padre —admitió Demi. No tenía ninguna duda, de que
cuando alguien de la organización de Russell Lovato
amenazaba el imperio por el que él había trabajado tanto, su padre usaba todo
el poder del que disponía para aniquilar a esa persona.
Y también creía que en
aquel caso, los contactos de su padre en el negocio habían convenido con él en
que había que pararle los pies a Steven Pruitt.
—Bueno, pues se metió con el hombre equivocado. Acababa de
hacer un curso intensivo en secuestros, y no tardé mucho en pensar quién sería
mi objetivo.
—¿Y cómo me encontraste?
—Gracias a mi excelente memoria. Cuando estábamos en la
universidad, una vez me dijiste que si pudieras vivir en donde tú quisieras,
elegirías Aspen, en Colorado. Nunca habías estado allí, pero creías, por las
fotos, que era muy bonito, y estabas segura de que te encantaría.
Ella recordaba vagamente aquella conversación. Estaba claro
que se sentía fascinada con Aspen. Después de conocer a Joseph allí, había decidido quedarse en esa ciudad a seguir su
destino. ¡Oh, Dios!.
Joseph. El instinto de
protección hacia su hija bloqueaba los pensamientos sobre Joseph pero en aquel momento, la visión de su
cuerpo tendido en el suelo surgió en su mente.
Pero no, él no podía estar... No quiso pensar en aquello.
Seguramente, sólo se había quedado inconsciente por un golpe en la cabeza. Y
cuando se despertara, iría a buscarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario