— ¿Crees que trabajo simplemente
porque me parece divertido? —espetó Demi. Su
arraigado sentido de independencia y autosuficiencia se apoderó de sus
sentidos—, ¿De qué otra manera crees que puedo ganar dinero para mantenerme?
—De ahora en adelante, yo me ocuparé
de eso. Si llevas a mi hijo en las entrañas, sería justo que como su padre yo
cuidara de vosotros dos. Voy a telefonear a la agencia para explicarles lo que
ocurre y después organizaré todo para conseguir dos billetes de avión para
mañana con destino a Milán. Sugeriría que hoy nos marcháramos de la oficina a
las cinco y que nos dirigiéramos a mi casa. Podemos cenar allí juntos, tras lo
cual te llevaré a tu piso para que hagas las maletas para el viaje.
Demi, que nunca antes había tenido a
nadie que le dijera que se iba a ocupar de las cosas y de ella, reconoció
silenciosamente lo apetecible que le resultaba el plan de Joe. ¡Aunque al mismo tiempo le asustaba un poco!
Se preguntó si podía confiar en que él mantendría su palabra cuando llegaran a
Milán... en que no se arrepentiría. Pero se dijo a sí misma que Joe también estaba depositando mucha confianza en
ella al sugerir que ambos viajaran juntos a Italia, por lo que decidió darle
una oportunidad a su proposición.
—Está bien —respondió, cruzando
las manos en su regazo. Se sintió invadida por un inusual sentimiento de calma.
Fue como si, al aceptar la sugerencia de Joe,
hubiera permitido que el destino tomara el control de las cosas, en vez de
tratar de controlarlas ella y seguir luchando constantemente. Reconoció que
estaba muy cansada de luchar y de tener miedo.
Claramente sorprendido, él
levantó una ceja.
— ¿Estás de acuerdo? —le
preguntó.
—Sí, lo estoy.
— ¿Demetria?
Son más de las cinco y tenemos que marcharnos.
Las exigencias del trabajo habían
ayudado a que la tarde pasara muy rápidamente y afortunadamente Demi no había tenido mucho tiempo para
reconsiderar su decisión de ir a Italia. En aquel momento, Joe estaba detrás de ella. Había tomado su
chaqueta y estaba sujetándola para poder
ayudarla a ponérsela.
Demi introdujo los brazos por las
mangas de la chaqueta. Se sintió tan nerviosa ante la cercanía de Joe que tuvo que intentarlo varias veces antes de
lograr ponerse la prenda correctamente. Al darse la vuelta para darle las
gracias, él la dejó completamente asombrada al tocarle la tripa.
—Todavía casi ni se te nota
—comentó en un tono desconcertante.
Ella contuvo la respiración.
Parecía haberse quedado muda. El leve roce de los dedos de Luca fue suficiente para acelerarle el corazón y
para que un intenso calor le recorriera el cuerpo. La necesidad que sintió de
que él volviera a besarla fue muy intensa, fue como si un poderoso mantra
silencioso le recorriera la sangre.
Le rogó silenciosamente que la
tocara...
—Supongo que dentro de muy poco
comenzará a notárseme —respondió, encogiéndose de hombros. Deseó fervientemente
que él no se hubiera dado cuenta del deseo que se había apoderado de sus
sentidos.
Se preguntó qué tenía aquel
hombre para alterarla tanto. La absorbente autoridad que ejercía sobre su
voluntad era como una poderosa fuerza de la naturaleza con la que ella jamás
había tenido que enfrentarse antes.
—Pareces un poco cansada —observó
Joe, estudiando las facciones de Demetria con preocupación.
Al percatarse de las leves ojeras
que tenía ella, se sintió invadido por el arrepentimiento al no haberse dado
cuenta antes de lo fatigada que estaba. Si había albergado alguna duda acerca
de su decisión de llevarla consigo a Italia para que descansara, cualquier tipo
de indecisión quedó disipada.
Los embarazos pasaban factura a
los cuerpos de las mujeres, las cuales, cuando se encontraban en ese estado, se
sentían más cansadas y mucho más sensibles que de costumbre. Por lo tanto,
aparte de comer bien y de evitar el estrés, el descanso era algo imprescindible
para la futura madre. Aquello era algo que él mismo había leído en los muchos
libros de medicina que había estudiado durante los años en los cuales había
intentado desesperadamente tener un hijo con Sophia. Trágicamente, su esposa no
había estado destinada a experimentar el embarazo, por lo que no había tenido
ninguna oportunidad de prodigarle las atenciones y el cariño que le hubiera
encantado entregarle si sus esperanzas se hubieran materializado.
—Vamos... tenemos que marcharnos
ya.
Tras decir aquello, colocó la
mano de manera solícita en la espalda de Demetria
y la guió hacia su ascensor personal.
La calefacción que irradiaba del
exquisito suelo de parqué calentó los pies de Demi,
la cual no tenía puestos los zapatos, mientras se acercaba con un vaso de zumo
de granada al otro lado de la sala. En el modernamente decorado salón de Joe había una impresionante colección de arte
decorando las paredes.
Cuando la noche anterior ella
había actuado como su anfitriona, apenas había tenido tiempo de fijarse en los
cuadros ya que había tenido que prestarles toda su atención a los invitados de
su nuevo jefe.
Pero, en aquel momento, frunció el ceño al analizar un retrato
que ocupaba un lugar de honor en la sala. Contuvo el aliento al percatarse de
que aquel retrato no era una copia fidedigna... sino que era el auténtico. El
artista era un pintor renacentista que ella había tenido que estudiar durante
su último curso de Arte en el colegio. Había visto aquel cuadro en los libros,
razón por la cual éste había captado su atención. Fue consciente de que el
valor de aquella obra de arte debía ser incalculable.
Se sintió muy impresionada. Al
haber también visitado la mansión que Joe
tenía en Milán, sabía que el padre de su futuro hijo debía pertenecer a la
elite de la gente extremadamente rica. Pero haber visto aquel retrato original
colgado de la pared de su salón era algo casi surrealista.
—Ah... ya veo que estás disfrutando
de mi pequeño museo de arte italiano.
Embelesada por aquellas obras de
arte, Demi no había oído a Joe entrar en la sala ni se había percatado de que
éste se había acercado a su lado.
Cuando habían llegado a la
maravillosa mansión de Mayfair, él le había dado la tarde libre a su ama de
llaves y le había ofrecido a Demi el zumo
que ésta había pedido, tras lo cual se había dirigido a las bodegas para
seleccionar una botella de vino que acompañara a la comida que les habían
dejado preparada. Pero, en aquel momento, ya había vuelto de las bodegas y
había captado la atención de Demetria. Ésta
se quedó momentáneamente muda al verlo.
Joe se había cambiado de ropa y se
había puesto unos pantalones chinos y una amplia camisa blanca. Estaba
descalzo. Pudo apreciar el arrebatador y masculino perfil de él, perfil que
estaba en seria competición con la deslumbrante mujer del retrato. Invadida por
la sensualidad, sintió como le daba un vuelco el estómago.
—Es imposible no hacerlo
—respondió por fin, agarrando con fuerza el vaso que tenía en las manos como
para aferrarse a algún tipo de realidad—. Estudié este cuadro en el colegio,
así que lo conozco bien. Me gustó mucho aprender cosas acerca del artista y de
la manera en la que trabajaba. Si las cosas hubieran sido distintas, me habría
encantado estudiar la carrera de Arte, tal vez incluso trabajar en ello.
— ¿Qué te lo impidió?
—Simplemente no pude permitirme
pasar más tiempo estudiando. Me crió sólo mi madre y tuve que ponerme a
trabajar para ayudar con la economía familiar.
— ¡Qué pena! —comentó Joe—. Pero también es algo digno de elogio. Por el
tono de tu voz, sé que claramente te apasiona el arte. Debió haber sido todo un
sacrificio tener que renunciar a estudiar lo que querías.
—En realidad, no. He aprendido
que la vida no siempre resulta ser como esperamos que sea... pero eso está
bien. No considero que yo esté en desventaja en ningún aspecto. Pude ayudar a
mi madre cuando me necesitó y eso es todo lo que importa. Si Dios quiere, en el
futuro tendré otras oportunidades.
—No lo dudo.
—Este retrato... ¿no tienes miedo
de que alguien entre en tu casa y lo robe?
—Me impresiona, Demetria, que te hayas percatado de que es el
auténtico y no una copia —dijo él, sonriendo. Sus azules ojos brillaron como
dos preciosos zafiros—. Pero no temas la posibilidad de que alguien entre para
tratar de robarlo. Tengo instalado un excelente sistema de alarma que
probablemente sea más seguro que el que protege las joyas de la Corona.
Tengo
expuesto el cuadro porque creo que el arte que es tan maravilloso debe verse,
¡no creo que deba estar escondido en algún sótano! De esta manera, mis amigos
pueden disfrutar de su belleza al igual que yo.
—Me alegra que pienses así. ¡La
mujer del retrato es completamente cautivadora! —comentó Demi, sintiendo una gran apreciación al darse la
vuelta y observar a la sensual mujer morena del retrato.
—Tiene el cabello tan negro como
una despejada noche de invierno, los ojos del color del chocolate más delicioso
del mundo... y los labios... son unos labios hechos para amar. Es una
combinación sensual y conmovedora que es bastante irresistible. Me recuerda a
alguien que conozco —comentó Joe.
La voz de éste se había tornado
cálida y ella sintió como todos sus sentidos afloraban. Fue como si aquellas
palabras la hubieran acariciado físicamente.
— ¿De verdad? —contestó, dando un
sorbo a su zumo para aliviar su repentinamente reseca garganta.
— ¿No sabes que estoy hablando de
ti, Demetria? Eres tan encantadora como la
bella Margherita.
— ¡Estás burlándote de mí!
—exclamó Demi, sintiendo como un vergonzoso
acaloramiento se apoderaba de su cuerpo ante los elogios de Joe.
Hacía muchos años, cuando había
visto por primera vez una copia de aquel cuadro, se había quedado cautivada por
el retrato... y el hecho de que él hubiera sugerido que ella se parecía a la
preciosa criatura allí pintada no era otra cosa que pura fantasía.
Pero el padre de su futuro hijo
estaba mirándola como si estuviera sinceramente perplejo.
—No te he comparado con ella por
palabrería, ¡y no estoy burlándome de ti! Todo
lo que he dicho, lo he dicho en serio
—insistió Joe.
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