martes, 10 de septiembre de 2013

Camino a la Fama Capitulo 33











Tercera Persona.

—Eso no salió tan mal—Demi sonrió en acuerdo, mientras enlazaba su brazo al de León y se encaminaban hacia el auto en el estacionamiento—Creí que vomitarías o algo así. ¿Recuerdas cuando vomitabas en las presentaciones en la escuela?

—No vomitaba—Se defendió malhumorada. A veces le daban náuseas y siempre repetía su discurso tres veces, como un disco rayado… pero no vomitaba.

—Ah no, tú te desmayabas— Demi puso los ojos en blanco, una se olvidaba de desayunar un día en la secundaria y el mal momento la perseguía hasta su tumba. — ¿Y este qué quiere?

Ella siguió la dirección de la mirada de su hermano, para encontrarse con Joseph reposando tranquilamente contra una camioneta negra. No tenía idea como había descubierto el auto de ellos, pero se encontraba de pie justo a un lado del mismo. León se puso en modo de ataque y ella sonrió para sus adentros, al verlos más cerca Joseph también se incorporó demostrando que su metro ochenta, valía tanto como el de su hermano. «¡Hombres!»
Demi—La saludó ignorando por completo a León.

— ¿Pasa algo?—Inquirió mientras aferraba con más fuerza el brazo de su hermano. Éste la miró de soslayo y tras un corto enfrentamiento, reculó en su actitud de perro guardián protector de virtudes.

—Pensé que podíamos…—Se detuvo para enviarle una miradita agria a León, estaba claro que a Joseph no se le pasaba por alto la pose arrogante que decoraba su lateral izquierdo—…hablar un momento.

—Sí, claro—Aceptó tranquilamente, buscando un lugar más apartado de los ojos verdes que acusaban cada uno de sus movimientos. Joseph se le adelanto en la idea, aparentemente con un plan ya trazado.

—Tal vez yo podría llevarte a tu casa—Ofreció como quien no quiere la cosa, León avanzó para mostrar que aún estaba allí y que no la dejaría ir con cualquiera tan fácilmente.

—Yo la llevare, así que no será necesario. Gracias—La tomó de la mano y comenzó a jalarla al auto.

—Aguarda—Le pidió en voz baja, volviéndose para hablar calmadamente con él. —León no pasa nada, sé que intentas ser un buen hermano pero es mi colega, no va a matarme y desperdigar mis restos por la carretera. Míralo…—Él le dirigió una fugaz mirada. — ¿Crees que se tomaría todo ese trabajo? —Se encogió de hombros, dando a entender que no lo veía muy probable.
—Fiona dijo…

—Fiona dice muchas cosas y yo soy una chica grande, dame un poco de crédito—León enarcó una ceja confundido, le tenía un miedo de muerte a Fiona o quizás el temor se lo inspiraba Fred, fuese lo que fuese no deseaba ir en contra de sus órdenes. —Solo me llevará a casa y si quieres puedes esperarme allí, si se pasa de listo te daré permiso de que patees su trasero. —Sonrió y fue entonces cuando Demi supo que lo había convencido.
—De acuerdo—Aceptó apartándola un poco para enfrentar a Joseph. —Mantén tus manos en los bolsillos ¿oíste?—El aludido tenía las manos en los bolsillos en ese momento, por lo que la observación fue un tanto hilarante. Aun así ella hizo acopio de su autocontrol, para no sonreír y quitarle crédito a la amenaza de su hermano. —Te veo en casa, hermanita—León besó su mejilla y se alejó a paso lento hacia su carro. Joseph no se movió hasta que él hubo desaparecido de su campo visual.

— ¿Hermanita?—murmuró con un deje de ironía, ella lo observó arrogante.

—Sí ¿Qué pensabas?—No respondió, pero aun así Demi no necesitaba oír lo que pasaba por su cabeza. Sabía muy bien lo que Joseph se había figurado y se sentía orgullosa de por primera vez habérsele adelantado. — ¿Nos vamos?

—Por favor—Con una seña de su mano le apuntó el camino a seguir y en silencio, ambos se subieron al carro que una vez ella supo robar.
Recordando aquel incidente, varias veces se preguntaba ¿Cómo había sido capaz de cometer tremenda locura? Y alguna parte consiente de su mente, pensaba ¿Qué habría ocurrido si él no volvía a hablarle después de eso? No podía contestar dichas preguntas, no podía darse una idea de cómo todos los sucesos entre ellos los habían llevado a ese punto. En donde parecían conocerse pero no respetarse, donde pretendían ser amigos y aparentaban todo lo contrario. Donde ella quería besarlo y al mismo tiempo patearlo, enfadarlo y reírse más tarde rememorando las discusiones.

 Todo entre ellos era demasiado bizarro, a veces uno llegaría a pensar que de telenovela. Y si bien se encontraban con los clásicos problemas, muchas veces ella terminaba por creer que el final feliz no estaba ni remotamente cerca o siquiera fuese posible. 

Aun y con todos esos factores, no pensaba detener lo que ocurría. Ya no podía, Joseph le despertaba sentimientos que prefería ignorar y no quería pensar lo que ella hacía en él. Porque la había buscado ¿no? Se había disculpado ¿Eso significaba que también la necesitaba a pesar de todo?
—Cuanto silencio—El sonido de su voz, la obligó a poner pie en tierra.
—Pensaba.
— ¿Puedo saber en qué?—Lo miró, no tenía problemas en decirle la verdad, en ocasiones le contaba cosas que ni en sueños habría planeado. Pero eso era lo bueno de Joseph, no debía planear nada de antemano con él. Las cosas normalmente salían sin filtros, incluso uno llegaría a creer que demasiado puras para el común de las personas.
—En la vez que te robe el auto.

—No es un lindo pensamiento—masculló él pisando el acelerador deliberadamente. Al parecer aun le incomodaba la idea de que ella pudiese lastimar a su preciado Lexus.

— ¿Y cuál sería un lindo pensamiento?—Se volteó lo suficiente para que notara el destello pícaro en sus ojos, pero por el bien de sus mejillas prefirió no ahondar en ese tema. Si podía adivinar el hilo de su razonamiento, diría que Joseph estaba rememorando su encuentro previo a la conferencia—Cerdo…—Aun intentándolo, no pudo evitar que el calor cubriera su rostro.

Era tan adolescente su reacción, que estando así tenía sus dudas de no estar en una parodia de su vida escolar. Ahora solo faltaba que él la llevara a un lugar apartado y comenzara a besuquearla en el auto. El punto alto de la ciudad con un nombre tonto como “la colina de los besos” o “valle el apapacho”.

—Así que…ese es tu hermano—La casualidad se la había dejado en el estacionamiento, para Demi fue más que obvio que Joseph albergaba sus dudas al respecto.

No podía culparlo ella y León no tenían similitudes físicas, y nadie en su remota existencia pensaría que Demi es hermana mayor de tremendo individuo. Pero así era, no había mentiras de por medio. Los pocos recuerdos que tenia del padre de León, le daban el suficiente respaldo como para decir que su hermano no tenía una pizca de su herencia irlandesa.

—Uno de ellos, sí.
—Parece simpático—Y él parecía el peor mentiroso del mundo, pero ¡Hey! ¿Quién era ella para juzgar?

—Es bueno, simplemente no confía en ti—Joseph se volvió rápidamente en su dirección, como pidiendo una explicación a eso. Demi asintió suavemente pasando de responder, pues ¿Qué sentido tenia echar sal a la herida aun a medio cerrar? Él suspiró regresando su atención a la carretera.

—Creí que me habías disculpado por eso…—Ella frunció el ceño, también fijándose en las casas que dejaban atrás, en los transeúntes en las aceras, en los remotos arboles sin flores. En todo… menos en el hombre a su derecha.
—Yo…—Pero no fue capaz de continuar.

Lo había disculpado o al menos eso creía, en ese instante tan solo quería dejar todo atrás. No pensar en Ann o en lo que ellos pudieron haber hecho en ese hotel, pero la imagen aún estaba nítida en su mente. Y aunque no quería verlo como una traición, le costaba trabajo no sentir un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. ¿Acaso una disculpa era suficiente? ¿Acaso siquiera merecía una disculpa? Él no era su novio, él no era nada de ella.
Demi.

—Ya olvidemos eso, Joseph—Sonrió, pero el gesto le sentó más desalentador que cualquier otra cosa—No hablemos…de eso.
—Pareces molesta.

—No lo estoy—Se apresuró a responder, aunque quizás demasiado pronto.
—Está bien, no lo estás.
—Bueno ¿Y qué esperabas? ¿Pastel y globos? ¡Dios!—Odió su reacción, odió haber dicho eso pero no pudo callarlo. Se cruzó de brazos, obligando a su vista a no abandonar la ventana.

El silencio se levo entre ellos, como la espesa niebla de las mañanas invernales. Había mucho por decir pero ninguno parecía dispuesto, las palabras solo los metían en problemas, las acciones incluso más. Tal vez simplemente no estaban en condiciones de ser amigos, colegas o cualquier otra cosa. Era triste saber que como escritores podían armar un mundo ideal, pero que no eran capaces de alterar nada en el suyo propio. 

Demi quería perdonarlo, pero se ponía trabas que para ella sonaban lógicas. No sabía lo que quería Joseph, pero estaba casi segura que nada de lo que les ocurría estaba siendo como él lo esperaba.

— ¿Recuerdas que me dijiste que no eras mi personaje?—Él asintió tenuemente, Demi decidió mirarlo. —Si fueses mi personaje, te haría sufrir mucho.
— ¿Por qué?
—Porque me gustaría devolverte el golpe, no sé hacerte sentir al menos una pequeña parte de lo que tu…—Se detuvo antes de terminar de firmar su título en estupidologia. Por un segundo pensó que no le respondería, pero al cabo de unos minutos él pareció entender algo.

—Si fueses mi personaje, te daría algo de empatía—No le agrado oír eso, pues no se consideraba poco empática. —Y te recordaría la bondad que mi personaje te fue robando capítulo a capítulo. Algo así como un momento de superación, en el que comprendes que eres mejor que yo y que por eso debes apiadarte de mí estupidez.

—Es una pena que no pueda escribir tus líneas, a decir verdad te borraría la arrogancia y te pondría más humildad, tal vez entonces mi personaje estaría dispuesta a pensarse eso de tu estupidez innata. Ah y también quizás te haría rubio—Joseph sonrió a pesar de sí mismo y ella fue incapaz de no copiar ese gesto. Casi y comprendió el propósito de emplear la empatía que él había mencionado.

— ¿Qué tiene de malo mi cabello?—Demi lo miró analizándolo brevemente, también quizás tomándose la libertad de verlo en profundidad después de tanto tiempo de abstinencia.

—No tiene nada de malo—Dijo casualmente, para luego tomar una de sus hebras con confianza—Pero supongo que algunos mechones rubios, te darían personalidad.
—Si vamos al caso, puedo pedir que ya dejes de plancharte tu cabello ¿no?—Demi respingó como si acabaran de pincharle las posaderas con un alfiler.
— ¿Estas demente? Si tan solo lo dejara libre, se cobraría la vida de pájaros indefensos que lo confundirían con un nido.
— ¿No crees que exageras? —Le regaló una media sonrisa, típica de un Don Juan consumado—A mí me gustan tus rizos.
—Serás el único—replicó tratando de pasar por alto el cumplido.

Joseph extendió una mano dejándola caer suavemente sobre la suya. Demi sintió sus dedos cerrándose entorno a su palma y casi por inercia, le devolvió el apretón. Él sonrió cuando notó que le concedía aquel acercamiento, pues tenía que ser honesta, no podía estar molesta con ese hombre mucho tiempo. Era desquiciante, pero sin ese rasgo sería un
completo extraño. Así lo había conocido y como una tonta aceptaba que así… le gustaba.

—Este no es el camino a mi casa—Espetó repentinamente, sin reconocer las calles a su alrededor.
—Es que no vamos a tu casa—Lo miró contrariada, él no se dio por enterado.
— ¿Y a dónde vamos?
—A mi casa.
— ¿Por qué?
—Porque tenemos que hablar—Con el ceño fruncido apretó aún más la mano de Joseph, logrando que le diera su atención al instante—No te preocupes, mantendré mis manos en los bolsillos.

Ella soltó una breve carcajada, por extraño que sonase eso había sido lo último en lo que había pensado. No sabía cómo reaccionar frente aquel razonamiento y como pocas veces le ocurría, decidió que era lo mejor. ¿Cuántas veces se había detenido a pensar y terminaba echando todo a perder? Si realmente actuara como un personaje, ese sería el momento preciso en que debía mandar todo al diablo y esperar que producto de un milagro o la mano amiga del escritor, las cosas para variar le salieran bien. Y si no siempre podía, cambiarse el nombre e iniciar una vida nueva bajo el mar.
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Si bien la casa de Joseph no era extraña para ella, aun entrar en ese lugar le sentaba un tanto raro. No había grandes recuerdo allí, tan solo esa vez que se dio a la fuga con el Lexus y tal como él había dicho antes, no era un lindo momento para traer a colación. Se encontraba en su cocina, esperando que su anfitrión decidiera que le ofrecía para tomar. No habían hecho un tour o recorrido las distintas alas de esa enorme casota, contando anécdotas de la infancia o viendo fotos en las paredes. 

Él no había crecido allí y hasta donde ella sabía, el padre de Joseph vivía en la otra punta de la ciudad y todo ese sitio estaba tan vacío como su despensa en época de poca inspiración. Demi no veía el propósito de tener tanto espacio en desuso, pero estaba casi segura que ese era razonamiento de gente rica y por supuesto era algo que escapaba a alguien con sus ingresos anuales.
— ¿Quieres vino?
— ¿No es temprano para vino?— «¿Y demasiado sugerente?» Pensó esa pregunta, pero el pequeño sector neuronal que aun funcionaba en su cráneo la persuadió de soltarlo así sin más.

—Nunca pensé que existían horarios—Reflexionó él pasándose una mano por la nuca, como si realmente aquello lo sorprendiera.

—No esperaría menos de un catador de vinos—Joseph le regaló una radiante sonrisa, antes de acercarse a ella y tomarla por la muñeca repentinamente.
—Ven conmigo.
— ¿A dónde?—La miró por sobre el hombro mostrándose misterioso.
—Ya verás.

Y sin decir más la guió por un escueto pasillo que terminaba frente a una poca iluminada, puerta de madera. Demi aguardó a que él abriera, comenzándose a sentir verdaderamente curiosa al respecto.
— ¿Vas a mostrarme tu colección de muñecas inflables?— Joseph soltó una carcajada fresca, sin un ápice de la común ironía o burla.


—Entra—Ella intentó espiar a través de la barrera de su cuerpo, pero no logró ver mucho del interior. La oscuridad del pasillo, se extendía a ese cuarto también y por un segundo casi pequeñito, se pensó mejor la posibilidad de que Joseph decidiera solucionar todo cortándola en pedacitos. Sacudió la cabeza, casi sorprendiéndose del rumbo que toman los pensamientos de uno, cuando se encuentra frente algo nuevo y oscuro.
— ¿Sabías que el miedo es una respuesta sensible a una situación desconocida? —Él se giró para ofrecerle la más confundida, pero hermosa mirada que ella pudiese esperar de alguien. —Olvídalo—dijo admirando su rostro en las penumbras.

Joseph tenía defectos, Dios sabía que eso era cierto pero cortar a la gente en pedacitos no parecía ser uno de ellos. Demi lo siguió aferrándose a su camisa y entonces notó que debía bajar unas escaleras. La estaba llevando a un sótano.

—Aguarda aquí—Él se le escapó antes de que pudiera pensar algo ingenioso que replicar y para cuando su vista comenzaba a acostumbrarse, las luces en el techo ¿o seria el piso? Bueno en fin, comenzaron a parpadear hasta iluminar el sótano de punta a punta. — ¡Helo aquí!
Ella abrió los ojos como plato, repasando cada esquina elegantemente decorada, con los centenares de botellas acomodadas en precisa concordancia una con otra.
—Este sería el paraíso de mi tío Carl.
—Por esto compre esta casa, era el lugar perfecto para colocar cada uno de mis vinos como se merecían.
—Podrías embriagar a medio Londres con todo lo que tienes aquí—Él se encogió de hombros, emulando por primera vez un gesto honestamente humilde. Ella no se lo podía creer, porque ni siquiera relatándolo con sus propias palabras, habría sido capaz de mostrar correctamente esa parte de Joseph.

—La mayoría fueron regalos y no sé cómo… todo se convirtió en un verdadero reto para mí, tengo vinos de casi todas las épocas. Y algunos de los que vez aquí…—Abrió unas pequeñas puertas de madera a su derecha—Tienen más historias que cualquiera que los haya tocado.

Demi observó las botellas con la misma admiración que decoraba el timbre de Joseph, y sintiendo algo de confianza comenzó a trazas con su índice líneas sobre las etiquetas que la rodeaban por todos los flancos.
—Me gusta…—susurró siguiendo un caminito imaginario, hasta que terminó por toparse con algo que llamó su atención— ¿Esta fecha que significa?— Joseph se aproximó para ver lo que le señalaba y tomó el vino de la pequeña bodega para mirarlo.

—Es el año de cosecha. —Le informó, tras quitarle algo de tierra propia del encierro. —1986…

—Ese quiero beber—Espetó con la decisión ya tomada, pero entonces reparó en que quizás era un vino que él no deseaba abrir, después de todo era parte de una colección. — ¿Podemos?—preguntó algo avergonzada.

—Sí, claro que podemos—Demi sonrió alegremente y él volvió a tomarla de la mano haciendo que un escalofrió corriera por todo el largo de su brazo, como si acabara de soplarle la nuca o susurrado su nombre al oído. Y aunque nada de eso había ocurrido, la sensación estaba allí presente, aun erizándole cada vello del cuerpo.


Por un miserable instante, la idea de solo sentir el calor de su tacto la embriagó. Le gustaba y le desagradaba en dosis similares ponerse de esa forma, pero las malditas palpitaciones de su corazón no querían hacer nada para solucionar su situación. Su presencia la alteraba de formas que no debería y el placer que sentía al pensar en cada uno de sus besos, despertaba como un monstruo dispuesto a devorarse toda su calma. Ya no estaba segura de que aquello fuese tan buena idea, ya no estaba segura de porque repentinamente solo podía pensar en poner algo de distancia.

De regreso en la cocina, ella había adoptado una posición más cautelosa y podía jurar que Joseph había notado aquello. Le entregó la copa sin decir nada y ella bebió incapaz de dirimir un sabor en medio del caos que se desataba en su interior.

Jamás había sabido como relatar esos momentos, aquellos que parecen ser decisivos entre los personajes. Cuando verdaderamente se notan, más allá de sus diferencias, más allá de los sentimientos y solo son ellos como seres humanos corrientes. Desprovistos de armas o argumentos de los cuales valerse, cuando cada frase ya parece haber perdido cualquier significado y todo se reduce a un encuentro de miradas, a una sonrisa o a cada detalle que hasta entonces nunca importó.

—Tal vez…—Y allí estaba, la pequeña conexión tan anhelada.
Joseph la observó esperando a que dijera algo, pero Demi sacudió la cabeza encontrándose en blanco. Quería decirle que mejor se marchaba, que lo perdonaba por todo y que estaba dispuesta a reanudar su amistad. Pero no lo hizo.

—No quiero que te vayas aun—Él leyó sus intenciones en sus ojos y antes de que pudiera responderle, caminó la distancia que los separaban y colocando la frente contra la suya le susurró—: Aun no…
— Joseph…—Pero él selló sus labios imposibilitándole seguir aquella línea de protesta. Demi intentó resistir la urgencia de responder a su demandante beso, pero finalmente terminó por fracasar y dejando ir un suspiró, enlazó sus brazos alrededor de su cuello para permitirse degustar el momento.

Él la tomó por la cintura en un intento de acoplar su altura a la propia, Demi se puso de puntillas incapaz de romper el contacto de sus bocas y Joseph deslizo sus manos inocentemente, hasta terminar su viaje en la curvatura de su trasero.

 Él la alzó en vilo subiéndola a la encimera y ella sonrió cuando su cuerpo golpeó algo que termino por estrellarse contra el piso. Ninguno puso marcada atención a lo que ocurría más allá de ellos mismos, las manos de Joseph jugaban por sus pantorrillas mientras su boca paseaba por su cuello y de regreso a sus labios, bebiendo de ellos hasta la última gota de vacilación. Demi hundió las manos en su cabello, deteniéndolo el tiempo suficiente para saciar sus propios apetitos. 

Delineó los contornos de su rostro palmo a palmo, como si esperara grabar con su boca cada expresión suya y lo escuchó gruñir cuando esquivo uno de sus besos. Pero no pensó en mucho más, había perdido la capacidad de decidir qué camino tomarían las cosas. Y por esa vez le permitió al destino jugar su carta.

Un escritor relataría la escena centrándose en lo que cada uno de los personajes siente. Pero ¿Cómo hablar de un sentimiento que es más piel que otra cosa? ¿Cómo decir que sus caricias prendían fuego cada parte que tocaban? ¿Sería eso incluso suficiente? ¿Sentiría el que lee la pasión que dos cuerpos despiertan? ¿La compartiría?

Joseph no solo la estaba besando, la estaba animando a dejar sus inhibiciones a un lado. Ella no solo lo acariciaba, le estaba demostrando que la confianza podía ganarse. Y más allá de eso que no se decían, estaba lo demás. Los besos pausados en la tráquea, la suave caricia que se colaba por el bajo de su vestido como un investigador silencioso. Las manos ansiosas que buscaban liberar un botón o romperlo de ser necesario, la presión de un cuerpo contra otro, la necesidad y la urgencia de mandar al último pensamiento coherente a unas largas vacaciones.

—Vamos arriba—Demi asintió y ayudada por él descendió de la encimera, con las ropas a medio sacar o a medio poner, dependiendo de cómo se lo mire. Se dejó abrazar por su colega y con una pequeña sonrisa, enlazó el brazo alrededor de su cintura para encaminarse juntos por las escaleras.


Si fueran sus personajes, este sería el momento en que les otorgaría su instante de privacidad. «¡Sí, ya!» 

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