Realidad vs Ficción.
Si esto fuese un libro, esta sería
la escena en que la protagonista huye sin un destino aparente y descubre al
final del corredor las escaleras, las toma pensando que son su última
salvación. Y llegando al piso intermedio, tropieza con sus propios pies y termina
con la cabeza rota contra el piso.
El protagonista a quien todos odian por
haberla llevado a esa situación, hace todo en su poder para salvarla y estando
en el hospital esperando noticias, descubre que esta perdidamente enamorado de
ella. Le pide a Dios el milagro de que su amada despierte y por supuesto, esto
ocurre. Se disculpa, le jura su vida y un poco más. Se casan y viven felices
para siempre. ¡Mierda! ¿No son los libros algo hermoso?
Pero la vida real no es así, Demi descubrió
eso de la manera dura. Los felices para siempre están muy sobrevalorados
últimamente, los felices para siempre fueron inventados para no revelar la
verdad de lo que ocurre después. Nadie dice que a los tres años de matrimonio
él la engañó, nadie dice que ella subió más de quince kilos antes del primer
embarazo. Nadie, nunca nadie revela que él ahora es alcohólico, que ella ve en
su mejor amiga algo más que un amiga y que muy probablemente ellos; ya ni
comparten la misma cama.
Esa es la hipocresía de los libros y
ésta, ésta es la verdad que los escritores nunca quisieron contar.
—Suéltame Joseph—Ella se sacudió el brazo, procurando no volver la vista
atrás.
—Espera ¿Quieres?—No le puso
atención, Demi comenzó a luchar con la tarjeta que abría la puerta y se
sintió estúpida, por no lograr calzarla en la ranura adecuada.
Podía sentirlo a él parado a sus
espaldas, podía sentir como la bilis le subía hasta la garganta. Las manos le
picaban, quería golpearlo. Quería estrellarle la botella de Champagne en la
cabeza. Pero matarlo no le serviría de mucho, luego ella tendría que soportar
la cárcel por la simple razón de haber sido crudamente traicionada.
¿Traicionada? Pues sí, Ann era su agente y un hombre decente no se revuelca con
la agente de su colega solo por… ¿Por qué? ¿Diversión? ¿Qué demonios lo había
llevado a ser tan hijo de puta?
La puerta se abrió.
—Lárgate—Le dijo a tiempo que
intentaba empujarlo fuera. Joseph
le cogió ambas manos y la detuvo con fuerza.
— ¡Detente!
— ¡Muérete! —Demi siguió luchando, nunca antes se había
sentido así de idiota. Nunca antes, se había puesto territorial con un hombre.
Pero así lo sentía, porque Joseph de alguna forma le pertenecía.
O ella había querido creer eso. Encontrarlo con una mujer fue demasiado
perturbador, aun necesitaba tiempo para asimilarlo. Y para eso tenía que estar
sola—Por favor, solo márchate—En esa ocasión su voz fue un leve susurro, al
instante las manos de él perdieron fuerza.
— Demi…—Ella miró al piso, no iba a
llorar.
El tiempo pareció detenerse en el
umbral de su habitación. El suave murmullo de la respiración de ambos,
prevaleció por sobre cualquier otro sonido. Demi giró las muñecas hasta que su tacto
le fue ajeno y dando un paso hacia atrás, le dirigió una sonrisa sin un ápice
de humor.
—Sera mejor que regreses, a ella no
le gusta esperar. Se pone de mal humor cuando la ignoran.
—No es…—Sacudió una mano para
silenciarlo.
—No tienes que decirme nada Joseph, fui en un mal momento y
realmente lamento haberlos interrumpido—Lo lamentaba de formas inimaginables, pero
no le permitiría saber cuánto. Él frunció el ceño y soltó un suspiro bastante
audible.
—Claro ahora hagamos de cuenta que
somos personas superadas ¿no?—Demi se encogió de hombros, su expresión
tranquila, ilegible. Cualquiera pensaría que se encontraba en un spa—Bien Demi ¡Como sea! No hice nada por lo que
tener que sentirme mal…—Ella presionó las manos en puños, pero resistió la
urgencia de replicar con una variada lista de adjetivos para ese…hombre—Hice lo
que me dijiste.
— ¡Con Ann!—Eso fue todo lo que se
pudo contener, hasta ella tenía sus límites— ¡Te acostaste con Ann! Eres…no
puedo verte siquiera, me repugnas.
— ¿Por qué? ¿Por qué no estoy
persiguiéndote? ¿Acaso rompí tu bonita burbuja? Discúlpame quieres, disculpa
por no estar rogándote que me miraras, disculpa por seguir de ti. Disculpa por
no hacer mi parte en tu historia de amor y mostrarme completamente a tu
disposición.
— ¡Eres un idiota! ¡Lárgate de aquí!
— ¡Claro que me voy a ir! Ni por un
segundo pienses que tienes algún control sobre mí. Hago lo que se me dé la
gana, tú no quisiste ser parte de esto así que supéralo. No soy tu personaje Demi, no hace nada de lo que tú esperas.
No puedes controlarlo todo ¿lo ves? ¡Este fue el gran giro en la trama! ¿Qué te
parece? ¿Sera que después de esto me puedo reivindicar?
Y sin decir más se dio la vuelta,
dejándola en un estado de completo enmudecimiento. Demi observó la puerta cerrada, y una a
una las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No fue consciente de ello,
pues aun las palabras de Joseph
seguían clavándose en su pecho como puñales. Lo odiaba. Se limpió el rostro con
furia, y no, no iba a llorar.
………………………………………………………………………………………….
Un mes después…
— Joseph Rhone.
—Es bueno saber que aun mantienes tu
nombre— Joseph sonrió mientras
tomaba un botellín de agua de la heladera.
—Estoy algo apurado ¿Hay un motivo
para esta llamada?
— ¿Necesito un motivo para hablar
con mi hijo? —replicó su padre fingiendo estar ofendido.
—Tratándose de ti, sí lo necesitas
—Darius suspiró cansinamente.
— ¿Has visto las noticas ya?
—No—mintió rápidamente.
Había visto las noticias temprano y
por eso había decidido salir a correr, antes de permanecer en su casa pensando.
—“Evidencias” En realidad es un
bonito nombre— Joseph apretó el
botellín de plástico, incapaz de contenerse. Oír el nombre del libro lo
alteraba y no quería pensar en ello. No quería pensar que en unas horas, Demi estaría dando la presentación
formal a la prensa.
La historia aún no estaba terminada,
pero ya contaba con una portada, sinopsis y unos quince capítulos. La idea de
darle promoción estaba planteada desde hacía un tiempo, pero por supuesto de
eso se encargaría ella, no él. Josh le había ofrecido un lugar entre el
público, al menos para ser de apoyo para Demi. Después de todo tratar con la
prensa debe ser algo complicado. Pero Joseph
no quería eso, en el último mes la había visto un total de tres veces, le había
telefoneado cinco y le había mandado alrededor de cien emails. No había
necesidad de forzar la situación, ella no quería verlo y él…él ya se había
acostumbrado a ese trato.
—Si lo es—respondió tras un largo
segundo de reflexión. No que le molestara el título, en cierta forma le
alegraba que ella hubiese propuesto aquel nombre. De alguna manera eso le daba
a entender que al menos se acordaba de él.
Se lo había mencionado una sola vez,
cuando su relación estaba en términos amigables. Habían terminado de editarse
entre ellos mismos unos párrafos bastante cargados y mientras ella se paseaba
con una chuchara de helado en la boca pensando, él había decidido aparcar en el
sofá.
— ¿Ya te pregunte si tienes calzones
de la suerte?—Joseph le regaló
una sonrisa y asintió. Demi volvió la chuchara a su boca y
continuó nadando entre las cientos de preguntas que quería soltarle. Cuando las
conversaciones casuales no funcionaban para que cada uno hablara de cosas
interesantes, ella proponía jugar a las veinte preguntas. Era un método fácil
de conocer a alguien, sin parecer que realmente te estas inmiscuyendo en su
vida. O al menos eso era lo que Demi creía—Bien… ¿Canción favorita?
Joseph se estiró completamente en el sofá,
hurgando en su cerebro una buena respuesta. Esa clase de preguntas siempre
venían con dificultades, uno no puede tener una sola canción favorita es casi
imposible. Se lo pensó más tiempo del que ella estaba dispuesta a esperar y
tras unos minutos de silencio, comenzó a oír los golpecitos de su tenis en el
piso de madera.
—Estoy pensando.
—Si puede ser para este año, por
favor—Él volvió a sonreír, sabía que ella no estaba realmente impaciente. Pero
lo miraba con tal anhelo en su
rostro que no supo si la respuesta
salió naturalmente, o solo porque sus ojos lo guiaron hacia aquel puerto.
—Evidencias—murmuró sin apartar la
mirada de ella. Demi frunció el ceño un instante.
—No la conozco ¿De quién es?—Joseph sabía que no iba a conocerla,
era una canción que alguien como Demi jamás oiría, al menos no sin que antes la obligaran.
—Es música brasilera—Los labios de
ella formaron un bonito mohín, seguramente esperando que revelara más sobre el
tema.
— ¿Y de qué va?
— ¿Qué no me toca a mí hacer la
pregunta?—Era mejor evitar la cuestión de explicar porque había escogido esa
canción. Fue el impulso del momento, fue verla y recordar la letra, cada parte,
cada estrofa. Suena estúpido que uno sienta que una canción fue escrita para
alguien en algún momento y lugar específico. Pero era difícil escuchar esa
canción y no pensar en Demi.
— ¡Anda dime de que va!—Sólo faltaba
que comenzara a hacer un berrinche.
—Es sobre alguien que…—Apartó la
mirada deliberadamente, después de todo, los entramados de su tetera se veían
más interesantes desde ese ángulo.
— ¿Sobre alguien…?—suspiró casi sin
emitir sonido. Él se había metido en ese punto de aguas turbias, mejor rescatarse
antes de que llegaran los tiburones.
—Un hombre que le miente a la
persona que quiere, se pasa todo el tiempo diciéndole lo contrario a lo que
piensa. Dice que no la quiere, que no la ama, que no quiere estar a su lado.
Pero todo es una fachada, la canción revela las partes que no se atreve a
decirle.
— ¿Qué cosas?—preguntó bajando el
tono de su voz, tal vez compenetrada con la historia que escondía su elección.
—Que no puede imaginar la vida sin
ella y que siempre le pelea y discute, pero que no quiere decirlo enserio. Una
frase dice “En esta locura de decir que no te quiero, voy negando apariencias y
disfrazando evidencias…” Supongo que por eso me gusta—Ella lo miró por un largo
segundo y una media sonrisa se dibujó en sus labios, asintió conforme. Joseph aflojó el semblante, nunca le
dijo que esa era su interpretación, porque la canción en realidad la cantaba
una mujer.
— ¿Has hablado con Demi?— Sacudió la cabeza regresando al
presente, la voz de Darius le sonó verdaderamente fuera de lugar por un corto
instante. Pensó en lo que había dicho y reparó en el tono que empleaba para
hablar de ella, la nombraba como si fuesen amigos de toda la vida y solo habían
compartido una cena, pero él le había tomado gran afecto al parecer. ¿Y quién
no lo haría? Demi es fácil de tratar, fácil de
querer—Debe estar nerviosa ¿Estarás allí?
—No.
— Joseph…—En una sola palabra, estaba aquel salmo que solo un padre
puede decir y hacerte sentir como la peor mierda en el mundo. Ese que reza
“estas equivocándote, pero aun así eres mi hijo y te quiero”
—Darius no empieces.
—No llame para eso, sólo quería
saber ¿Cómo lo estás llevando? Supuse que te presentarías y…
— ¿Y qué? Yo no trato con la prensa,
ya lo sabes. Mira…voy a ir a correr, así que—Intentó llevar la conversación a
aguas tranquilas, antes de que iniciara la misma discusión de todas las
semanas.
Su padre sabía sobre la pelea con Demi, aun no estaba seguro como se había
dado cuenta. Pero Darius lo había visto al regresar de Bristol y lo adivinó,
supo que algo no andaba bien y hasta que no se lo dijo, no paro de
preguntárselo.
—No entiendo porque eres tan
testarudo, yo no soy así. Eso lo sacaste de tu madre…
—Claro, cúlpala a ella. ¿Podemos
hablar después?
— Joseph deberías disculparte con esa chica, no entiendo qué
demonios le ocurre a tu cabeza. Así no te eduqué y mira que nunca me has dado
razones para no sentirme orgulloso, pero últimamente estás haciendo méritos.
—Papá…
—Sí lo sé, no es mi problema y ya
eres grande—dijo antes de que Joseph
pudiese pensar que responder—Pero no me gusta, no me gusta nada lo que veo. Y
cuando eso pasa, tengo que decirlo.
—No has parado de decirlo Darius,
estoy seguro que ya cumpliste con tu buena acción.
—No seas condescendiente.
—Lo lamento—Esa era una de las pocas
veces en que Joseph se
disculpaba por ser mordaz, era el problema de hablar con su padre. Aun después
de tanto tiempo de no vivir bajo sus reglas, parecía que obedecía a fuerza de
costumbre— ¿Podemos…?
—Sí, sí…te llamo luego. Tal vez
mientras corres consigas oxigenar tu cerebro o quizás despertarlo del coma.
—Muy gracioso.
—Lo sé—Admitió riendo
suavemente—Adiós hijo, te quiero.
—Si yo también…—Posicionó el
auricular en su base y se pasó una mano por el cabello, tratando de poner los
pensamientos en orden. Soltando un amplio suspiro, rescató otra botella de agua
y salió de su casa, antes de decidirse por escuchar los consejos de su padre.
Necesitaba aire fresco, un poco
complicado de conseguir en Londres, pero eso no le importaba mucho. La idea de
tener un camino pavimentado infinito delante de sus pies, lo alentaba a no
detener su marcha. Más tarde en el resumen de noticias, aparecería la
conferencia sobre el libro. Quizás entonces la miraría, pero ahora ¿Qué sentido
tenia sentarse en su sillón y escucharla hablar? No oía su voz hacia tanto
tiempo, que en cierta forma estuvo tentado a pegarse la vuelta y encender la
televisión. Pero se contuvo, a pesar que echaba de menos solo verla, se contuvo.
Había estado pensando
la cuestión de presentarse en la
conferencia, pero siempre encontraba una razón lo suficientemente fuerte como
para convencerse de lo contrario.
Si bien Demi no le había dicho nada más respecto
a “aquel día” Joseph aun sentía
que podía intentar arreglar algo. Obviamente no podía mover unas páginas y
saltarse los capítulos hasta que la lectura se hiciera amena. Había partes de
la vida real que apestaban y esas partes eran que sin importar cuanto demoraras
algo, tarde o temprano tendrías que regresar para releerlo. Y Joseph lo había hecho, había repasado
en más de una ocasión las palabras que se habían dirigido en aquel hotel. Mejor
dicho que él le había dirigido. Recordar la canción minutos antes, le sonó como
una amarga ironía.
Sus pies golpeaban el pavimento con
fuerza, tal vez así descargaba la tensión o tal vez así lograba escapar de
todas las mierdas que le estaban dando caza.
No que en ese mes hubiese estado
solo al pendiente de su colega, pero ese día veía imposible no dedicarle al
menos un pensamiento. Bueno, él se había excedido pues llevaba en el asunto un
largo rato. Las piernas le dolían, pero no tenía planeado volver o… detenerse.
Aun sabiendo que el camino que acababa de cruzar lo guiaba a un lugar muy
específico, no iba a detenerse. Subió las escaleras de dos en dos, sin perder
el ritmo de su entrenamiento puertas afuera.
El plan inicial consistía en pasar
por enfrente de su edificio y esperar de alguna forma chocársela en la acera.
Luego de pasar cuatro veces y comenzar a recibir extrañas miradas de la mujer
que barría la calle, optó por subir y dejarse de niñadas. Vivian como a treinta
calles de distancia, decir que pasaba por allí y pensó en saludarla quedaba
demasiado mal. Pero no había podido idear nada mejor y para no parecer un
secuestrador de viejas barrenderas, había decidido entrar en el edificio y
subir hasta su piso.
Ahora estaba enfrente de su puerta y
por más que le había dicho a su mano que diera los correspondientes golpecitos,
ésta se negaba. Su respiración superficial lo ayudaba a creer que los enviste
de su corazón contra su pecho, eran pura y exclusivamente por la reciente
maratón. Pero no estaba seguro de que eso fuese tan cierto, aunque prefirió
hacer caso omiso de ello y darle unas pataditas a la puerta, puesto que sus manos
no estaban dispuestas a colaborar.
Aun podía correr por el pasillo y
desaparecer antes de que ella abriera, pero se había golpeado mentalmente
cuando ese pensamiento cruzo su mente. En teoría había dejado las tonterías en
el piso de abajo, ya había corrido como idiota alrededor de su edificio.
Necesitaba actuar como el hombre de veintiséis años que era.
—Por amor de Dios—musitó viendo lo
ridículo que estaba siendo. Era Demi después de todo, tal vez… ¿Para qué
mentirse? Seguro, estaba enfadada con él aun. Pues nunca había siquiera
intentado darle un cierre a todo ese asunto. Pero ella no iba a matarlo, al
menos no hasta que publicaran el libro. Noticia que en cierta forma lo relajo
un poco.
—Hola—La puerta se abrió, pero la
voz y la persona no eran las que Joseph
esperaba. Tuvo la tentación de mirar el número, solo para verificar que había
golpeado en el departamento correcto. Pero no lo hizo, pues claramente el
hombre delante de él esperaba que hablara.
— ¿Demi?—Instó sin un “hola” o un “¿podrías
por favor?” de por medio. Le valía un carajo ser cortes con ese tipo, no lo
conocía y no le gustaba su rostro. No sabía que hacía en la casa de ella, con
una cerveza en la mano y una pose tan casual. Abriendo su puerta, como si todo
el derecho y la responsabilidad de hacerlo, cayera en sus hombros.
—Ella está ocupada ahora—respondió
el extraño.
Joseph lo escrutó abiertamente, del mismo
modo que lo hacia su par. Ojos verdes, cabello negro, metro ochenta… quizás un
poco más. No muy fibroso, si tenía que romperle la cara muy probablemente
ganaría. El otro se cruzó de brazos en una pose arrogante y Joseph enarcó una ceja suspicazmente,
con ese solo movimiento el tipo se había autodefinido. Era un idiota en toda
ley. Las expresiones corporales de intimidación eran tan burdas que por poco y
casi carcajea. ¿Enserio ese estúpido pensaba que podía detenerlo allí en la
puerta?
—La esperare—Pelo negro frunció el
ceño, cubriéndole la entrada con su cuerpo. No demasiado fibroso de acuerdo,
pero aun así bastante grande.
— ¿Y quién eres?—Notó que el extraño
tenía un acento un tanto trastocado por las calles. El mismo que se le oiría a
un pandillero, las frases que había soltado parecían inacabadas y Joseph pensó que ese no tenía todas
las luces del candelabro firmes.
—Soy su colega—Le paseó la mirada
por el cuerpo, como si estuviese sopesando aquella opción.
—No pareces un escritor—Tal como Joseph pensaba el idiota había
deducido eso de mirar su ropa. ¿Qué demonios hacia Demi con este tipo?
—La asociación protectora de escritores,
promueve abiertamente el individualismo. Hace tres años que el sindicato
consiguió vetar los uniformes—Pelo negro no sonrió, dándole a Joseph la confirmación de que era de
esos que jugaban sin jugadores, estadio, tribuna y pelota incluida— ¿Puedo ver
a Demi?
—Ella…se está cambiando—Su mirada
relampagueó hacia la puerta que conducía a su habitación. Joseph lo sabía, pues él había estado
ciento de veces en ese departamento.
—No hay problema…—En el segundo en
que pelo negro parpadeo, él se hizo un lugar en el umbral y con su hombro se
abrió paso al interior—La espero—anunció aun atónito idiota…es decir, hombre.
Claro “hombre”
— ¿Quieres una cerveza?
—No, gracias —No había razón para no
ser amable con el tipo. Sí, estaba en la casa de Demi pero eso no significaba nada
¿verdad?— ¿De qué conoces a Demi?—Que no signifique nada, no quiere
decir que este demás confirmar.
—La conozco de toda la
vida…—respondió pelo negro desde la cocina, seguramente asaltando el refri de
su colega. No había sido muy específico y por un segundo, Joseph sintió una punzada de rabia
ascender por su garganta. El extraño regresó y lo observó desde lo alto—Es un
amor de niña—Añadió dejándose caer a su lado. Su gruñido de protesta, se vio
interrumpido por algo más. Algo mucho más digno de ser oído.
— ¡León! ¿Y mis zapatos?—Pelo negro
alzó la cabeza para mirar la puerta del cuarto cerrada.
— ¿¡Ya búscate junto a la
cama!?—Inquirió a grito de pulmón.
— ¡Sí!—El así llamado León soltó un
suspiro de derrota.
— ¡Mira bien! ¡Tal vez estén debajo
de mis pantalones!—Lo miró de soslayo, encogiendo un hombro como quien no
quiere la cosa. Joseph se
recordó la voz de su padre pidiéndole paciencia, cordura, decencia. “Yo no te
eduqué así”
— ¡No están!—No podía soportar más
tiempo de esa charla, Demi no sabía que él estaba sentado junto a León y en cierta
forma la idea de confrontarla estaba marchitándose. No podía ¿Para qué? Ella
estaba bien, incluso había perdido sus zapatos debajo de la ropa de León. ¿Por
qué debería preocuparle como estuviese? Obviamente no estaba afectada,
obviamente ni esperaba que él estuviese sentado en su sala. Mejor se iba. Ya
casi, solo tenía que ponerse de pie y huir como el mejor imitador de James
Bond. Tarde.
— ¡Busca bajo mis trusas cariño!
— ¿Cariño?—Inquirió una confundida y
sonriente Demi, apareciendo en el corredor con un
zapato negro y otro beige en las manos. Sus ojos fueron de León a un Joseph en retirada. Él tuvo que
abortar la misión, sería demasiado estúpido decir que solo estaba compartiendo
una copa con su… ¿Qué carajos era ese tipo de ella?— ¿Joseph?
—Hola Demi…— ¿Qué más da? Perdido por perdido.
— ¿Qué haces aquí?
—Solo…—Observo a León quien parecía
estar súper entretenido con la escena, Demi también lo miró.
—León—Chasqueó los dedos—Ve por mis
zapatos—El otro parpadeó negando suavemente—Ahora, ve.
—Wouf—Ladró en respuesta como un
perro obediente y Demi se limitó a girar sobre sus talones
descalzos para enfrentarlo. Joseph
bajó la mirada un instante y luego procuro encontrar el valor que lo había
llevado hasta allí.
— ¿Así que, a qué debo el
honor?—Preguntó ella dirigiéndose casualmente a la cocina, la siguió.
—Quería hablar contigo.
—Obviamente—Tras esa interrupción no
dijo mucho más. Colocó agua en la estufa y sacó dos tazas del aparador— ¿Té?
—Sí, gracias—Joseph le pasó las cucharas y las bolsitas que estaban más cerca
de él. Había tardado alrededor de un día, para descubrir el sistema de
ordenamiento que ella utilizaba en su casa. Exactamente sabía dónde estaba
todo, pero ese dato no le ayudaría en esa ocasión. Su mirada viajó hasta las
tazas de igual tamaño y forma, pero de distinto color.
Un pequeño recuerdo lo golpeó sin
previo aviso.
—Es la necesidad de sentirse
perteneciente a algo— Demi pestañó sin entender.
— ¿No te sientes perteneciente a
esta ciudad? ¿A este país? ¿O a este planeta?—No le dio tiempo a
responder—Porque si es la tercer cuestión, tengo una teoría que podía ser
interesante.
—No soy un de Marte, Demi.
—Siempre le quitas la diversión a la
vida—Se quejó ella deteniendo su andar frente a un escaparate—Mira, es un
bonito color ¿no crees?—Era una taza rosa o más bien fucsia, algo que él nunca
le habría atribuido a una chica como Demi.
—Es lindo—musitó sin compenetrarse
mucho en el nuevo tema. Hasta que sus ojos se posaron en la taza junto a la que
Demi le había señalado—Me gusta la
verde.
—Puff…a mí me gusta la
otra—Sentenció como si él acabara de decirle que se llevara la verde para ella.
—Voy a comprarla—Lo miró con
extrañeza—Y la dejare en tu casa, será una forma de sentirme más cómodo en ese
entorno.
— ¿Comenzaras con la taza y luego
voy a tener que lavar tus calzoncillos?
—Claro que no—Sacudió la cabeza
sonriendo—Tengo una mujer que hace eso por mí.
—Niño rico—Se burló ella, tomándolo
por el brazo para ingresar en el local—La fucsia es mía.
—Hecho.
Y ahí estaban ambas tazas ¿Qué
sentido tenia pensar en el momento en que las habían comprado? Ninguno, pero
vivir aquellos instantes por efímeros que fuesen, parecía mucho más tentador
que el presente.
— ¿Y bien?—Por supuesto, aún estaba
esa cuestión de explicarle porque estaba allí.
—Quería saber…— ¿Qué había dicho su
padre? ¡Ah, sí!— ¿Qué tal lo estás llevando?—La pregunta podía significar miles
de cosas, pero el trabajo de adivinar qué se lo dejaba a Demi.
—Bueno, ya me han dicho lo que tengo
y no que decir. Así que no te preocupes, no diré nada sobre ti o como es
escribir con Sir Rhone—Eso no lo preocupaba en lo más mínimo y darse cuenta de
ese hecho lo confundió un poco.
—No es como si hubiese mucho que
decir—masculló olvidándose por un instante que estaba allí, para ondear la
bandera blanca. Demi asintió dándole su taza de té. Joseph la bebió en tiempo record,
quizás se había causado una úlcera en el proceso, pero la verdad es que no
importaba. No podía estar perdiendo el tiempo con frivolidades—No vine a hablar
de la conferencia, sé que lo harás bien…
— ¿Entonces?
—Yo…—Venga Joseph, un lo siento por ser tan idiota contigo, no es la muerte
de nadie—Veras, yo…
— ¡Los tengo!—Exclamó una voz desde
el quicio divisorio y la simple visión de aquel individuo, lo regresó a la
realidad—Te dije que estaban entre mis trusas preciosa—La mirada de Joseph se desencajo, mientras León
recorría los pocos metros que los separaban y cruzaba un brazo sobre los
hombros desnudos de Demi. Sí, ella llevaba un vestido sin
breteles.
—Oh, pues… ¡gracias!—Demi brincó en su lugar, para darle un
abrazo al idiota. Joseph se
tragó el veneno que estaba acumulando en su boca,
aunque bien podía ser té ¿Cuál era
la diferencia? Se sintió igual de destructivo.
—Ya me tengo que ir—Aseveró pasando
en torno a los tortolitos que se abrazaban frente a sus ojos. ¡Mierda! La
insultó mentalmente en todos los idiomas que conocía y al llegar a la puerta,
se detuvo una milésima de segundos.
— Joseph…—La miró por sobre el hombro, ella estaba sola
observándolo fijamente desde el recibidor. Se veía hermosa y confusa, algo que le
gustó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sonrió.
—Buena suerte en la
presentación—Intentó por todos los medio sonar sincero—Solo vine…a desearte
suerte—Y como en un capítulo que nadie quiere que acabe mal, Joseph dio por finalizada aquella
presentación, ganándose definitivamente el título del malo de la historia.
La realidad choca, duele. ¿Para qué
afrontarla entonces?
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