martes, 10 de septiembre de 2013

Camino a la Fama Capitulo 31








Realidad vs Ficción.

Si esto fuese un libro, esta sería la escena en que la protagonista huye sin un destino aparente y descubre al final del corredor las escaleras, las toma pensando que son su última salvación. Y llegando al piso intermedio, tropieza con sus propios pies y termina con la cabeza rota contra el piso.

 El protagonista a quien todos odian por haberla llevado a esa situación, hace todo en su poder para salvarla y estando en el hospital esperando noticias, descubre que esta perdidamente enamorado de ella. Le pide a Dios el milagro de que su amada despierte y por supuesto, esto ocurre. Se disculpa, le jura su vida y un poco más. Se casan y viven felices para siempre. ¡Mierda! ¿No son los libros algo hermoso?

Pero la vida real no es así, Demi descubrió eso de la manera dura. Los felices para siempre están muy sobrevalorados últimamente, los felices para siempre fueron inventados para no revelar la verdad de lo que ocurre después. Nadie dice que a los tres años de matrimonio él la engañó, nadie dice que ella subió más de quince kilos antes del primer embarazo. Nadie, nunca nadie revela que él ahora es alcohólico, que ella ve en su mejor amiga algo más que un amiga y que muy probablemente ellos; ya ni comparten la misma cama.
Esa es la hipocresía de los libros y ésta, ésta es la verdad que los escritores nunca quisieron contar.
—Suéltame Joseph—Ella se sacudió el brazo, procurando no volver la vista atrás.
—Espera ¿Quieres?—No le puso atención, Demi comenzó a luchar con la tarjeta que abría la puerta y se sintió estúpida, por no lograr calzarla en la ranura adecuada.

Podía sentirlo a él parado a sus espaldas, podía sentir como la bilis le subía hasta la garganta. Las manos le picaban, quería golpearlo. Quería estrellarle la botella de Champagne en la cabeza. Pero matarlo no le serviría de mucho, luego ella tendría que soportar la cárcel por la simple razón de haber sido crudamente traicionada. ¿Traicionada? Pues sí, Ann era su agente y un hombre decente no se revuelca con la agente de su colega solo por… ¿Por qué? ¿Diversión? ¿Qué demonios lo había llevado a ser tan hijo de puta?
La puerta se abrió.
—Lárgate—Le dijo a tiempo que intentaba empujarlo fuera. Joseph le cogió ambas manos y la detuvo con fuerza.
— ¡Detente!

— ¡Muérete! —Demi siguió luchando, nunca antes se había sentido así de idiota. Nunca antes, se había puesto territorial con un hombre. Pero así lo sentía, porque Joseph de alguna forma le pertenecía. O ella había querido creer eso. Encontrarlo con una mujer fue demasiado perturbador, aun necesitaba tiempo para asimilarlo. Y para eso tenía que estar sola—Por favor, solo márchate—En esa ocasión su voz fue un leve susurro, al instante las manos de él perdieron fuerza.
Demi…—Ella miró al piso, no iba a llorar.

El tiempo pareció detenerse en el umbral de su habitación. El suave murmullo de la respiración de ambos, prevaleció por sobre cualquier otro sonido. Demi giró las muñecas hasta que su tacto le fue ajeno y dando un paso hacia atrás, le dirigió una sonrisa sin un ápice de humor.

—Sera mejor que regreses, a ella no le gusta esperar. Se pone de mal humor cuando la ignoran.

—No es…—Sacudió una mano para silenciarlo.
—No tienes que decirme nada Joseph, fui en un mal momento y realmente lamento haberlos interrumpido—Lo lamentaba de formas inimaginables, pero no le permitiría saber cuánto. Él frunció el ceño y soltó un suspiro bastante audible.

—Claro ahora hagamos de cuenta que somos personas superadas ¿no?—Demi se encogió de hombros, su expresión tranquila, ilegible. Cualquiera pensaría que se encontraba en un spa—Bien Demi ¡Como sea! No hice nada por lo que tener que sentirme mal…—Ella presionó las manos en puños, pero resistió la urgencia de replicar con una variada lista de adjetivos para ese…hombre—Hice lo que me dijiste.
— ¡Con Ann!—Eso fue todo lo que se pudo contener, hasta ella tenía sus límites— ¡Te acostaste con Ann! Eres…no puedo verte siquiera, me repugnas.
— ¿Por qué? ¿Por qué no estoy persiguiéndote? ¿Acaso rompí tu bonita burbuja? Discúlpame quieres, disculpa por no estar rogándote que me miraras, disculpa por seguir de ti. Disculpa por no hacer mi parte en tu historia de amor y mostrarme completamente a tu disposición.
— ¡Eres un idiota! ¡Lárgate de aquí!
— ¡Claro que me voy a ir! Ni por un segundo pienses que tienes algún control sobre mí. Hago lo que se me dé la gana, tú no quisiste ser parte de esto así que supéralo. No soy tu personaje Demi, no hace nada de lo que tú esperas. No puedes controlarlo todo ¿lo ves? ¡Este fue el gran giro en la trama! ¿Qué te parece? ¿Sera que después de esto me puedo reivindicar?

Y sin decir más se dio la vuelta, dejándola en un estado de completo enmudecimiento. Demi observó la puerta cerrada, y una a una las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. No fue consciente de ello, pues aun las palabras de Joseph seguían clavándose en su pecho como puñales. Lo odiaba. Se limpió el rostro con furia, y no, no iba a llorar.
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Un mes después…
— Joseph Rhone.

—Es bueno saber que aun mantienes tu nombre— Joseph sonrió mientras tomaba un botellín de agua de la heladera.
—Estoy algo apurado ¿Hay un motivo para esta llamada?
— ¿Necesito un motivo para hablar con mi hijo? —replicó su padre fingiendo estar ofendido.
—Tratándose de ti, sí lo necesitas —Darius suspiró cansinamente.
— ¿Has visto las noticas ya?
—No—mintió rápidamente.

Había visto las noticias temprano y por eso había decidido salir a correr, antes de permanecer en su casa pensando.
—“Evidencias” En realidad es un bonito nombre— Joseph apretó el botellín de plástico, incapaz de contenerse. Oír el nombre del libro lo alteraba y no quería pensar en ello. No quería pensar que en unas horas, Demi estaría dando la presentación formal a la prensa.

La historia aún no estaba terminada, pero ya contaba con una portada, sinopsis y unos quince capítulos. La idea de darle promoción estaba planteada desde hacía un tiempo, pero por supuesto de eso se encargaría ella, no él. Josh le había ofrecido un lugar entre el público, al menos para ser de apoyo para Demi. Después de todo tratar con la prensa debe ser algo complicado. Pero Joseph no quería eso, en el último mes la había visto un total de tres veces, le había telefoneado cinco y le había mandado alrededor de cien emails. No había necesidad de forzar la situación, ella no quería verlo y él…él ya se había acostumbrado a ese trato.

—Si lo es—respondió tras un largo segundo de reflexión. No que le molestara el título, en cierta forma le alegraba que ella hubiese propuesto aquel nombre. De alguna manera eso le daba a entender que al menos se acordaba de él.
Se lo había mencionado una sola vez, cuando su relación estaba en términos amigables. Habían terminado de editarse entre ellos mismos unos párrafos bastante cargados y mientras ella se paseaba con una chuchara de helado en la boca pensando, él había decidido aparcar en el sofá.
— ¿Ya te pregunte si tienes calzones de la suerte?—Joseph le regaló una sonrisa y asintió. Demi volvió la chuchara a su boca y continuó nadando entre las cientos de preguntas que quería soltarle. Cuando las conversaciones casuales no funcionaban para que cada uno hablara de cosas interesantes, ella proponía jugar a las veinte preguntas. Era un método fácil de conocer a alguien, sin parecer que realmente te estas inmiscuyendo en su vida. O al menos eso era lo que Demi creía—Bien… ¿Canción favorita?

Joseph se estiró completamente en el sofá, hurgando en su cerebro una buena respuesta. Esa clase de preguntas siempre venían con dificultades, uno no puede tener una sola canción favorita es casi imposible. Se lo pensó más tiempo del que ella estaba dispuesta a esperar y tras unos minutos de silencio, comenzó a oír los golpecitos de su tenis en el piso de madera.
—Estoy pensando.
—Si puede ser para este año, por favor—Él volvió a sonreír, sabía que ella no estaba realmente impaciente. Pero lo miraba con tal anhelo en su
rostro que no supo si la respuesta salió naturalmente, o solo porque sus ojos lo guiaron hacia aquel puerto.
—Evidencias—murmuró sin apartar la mirada de ella. Demi frunció el ceño un instante.
—No la conozco ¿De quién es?—Joseph sabía que no iba a conocerla, era una canción que alguien como Demi jamás oiría, al menos no sin que antes la obligaran.

—Es música brasilera—Los labios de ella formaron un bonito mohín, seguramente esperando que revelara más sobre el tema.
— ¿Y de qué va?

— ¿Qué no me toca a mí hacer la pregunta?—Era mejor evitar la cuestión de explicar porque había escogido esa canción. Fue el impulso del momento, fue verla y recordar la letra, cada parte, cada estrofa. Suena estúpido que uno sienta que una canción fue escrita para alguien en algún momento y lugar específico. Pero era difícil escuchar esa canción y no pensar en Demi.

— ¡Anda dime de que va!—Sólo faltaba que comenzara a hacer un berrinche.

—Es sobre alguien que…—Apartó la mirada deliberadamente, después de todo, los entramados de su tetera se veían más interesantes desde ese ángulo.

— ¿Sobre alguien…?—suspiró casi sin emitir sonido. Él se había metido en ese punto de aguas turbias, mejor rescatarse antes de que llegaran los tiburones.

—Un hombre que le miente a la persona que quiere, se pasa todo el tiempo diciéndole lo contrario a lo que piensa. Dice que no la quiere, que no la ama, que no quiere estar a su lado. Pero todo es una fachada, la canción revela las partes que no se atreve a decirle.
— ¿Qué cosas?—preguntó bajando el tono de su voz, tal vez compenetrada con la historia que escondía su elección.

—Que no puede imaginar la vida sin ella y que siempre le pelea y discute, pero que no quiere decirlo enserio. Una frase dice “En esta locura de decir que no te quiero, voy negando apariencias y disfrazando evidencias…” Supongo que por eso me gusta—Ella lo miró por un largo segundo y una media sonrisa se dibujó en sus labios, asintió conforme. Joseph aflojó el semblante, nunca le dijo que esa era su interpretación, porque la canción en realidad la cantaba una mujer.

— ¿Has hablado con Demi?— Sacudió la cabeza regresando al presente, la voz de Darius le sonó verdaderamente fuera de lugar por un corto instante. Pensó en lo que había dicho y reparó en el tono que empleaba para hablar de ella, la nombraba como si fuesen amigos de toda la vida y solo habían compartido una cena, pero él le había tomado gran afecto al parecer. ¿Y quién no lo haría? Demi es fácil de tratar, fácil de querer—Debe estar nerviosa ¿Estarás allí?
—No.
— Joseph…—En una sola palabra, estaba aquel salmo que solo un padre puede decir y hacerte sentir como la peor mierda en el mundo. Ese que reza “estas equivocándote, pero aun así eres mi hijo y te quiero”
—Darius no empieces.
—No llame para eso, sólo quería saber ¿Cómo lo estás llevando? Supuse que te presentarías y…

— ¿Y qué? Yo no trato con la prensa, ya lo sabes. Mira…voy a ir a correr, así que—Intentó llevar la conversación a aguas tranquilas, antes de que iniciara la misma discusión de todas las semanas.

Su padre sabía sobre la pelea con Demi, aun no estaba seguro como se había dado cuenta. Pero Darius lo había visto al regresar de Bristol y lo adivinó, supo que algo no andaba bien y hasta que no se lo dijo, no paro de preguntárselo.

—No entiendo porque eres tan testarudo, yo no soy así. Eso lo sacaste de tu madre…

—Claro, cúlpala a ella. ¿Podemos hablar después?
— Joseph deberías disculparte con esa chica, no entiendo qué demonios le ocurre a tu cabeza. Así no te eduqué y mira que nunca me has dado razones para no sentirme orgulloso, pero últimamente estás haciendo méritos.
—Papá…

—Sí lo sé, no es mi problema y ya eres grande—dijo antes de que Joseph pudiese pensar que responder—Pero no me gusta, no me gusta nada lo que veo. Y cuando eso pasa, tengo que decirlo.
—No has parado de decirlo Darius, estoy seguro que ya cumpliste con tu buena acción.
—No seas condescendiente.

—Lo lamento—Esa era una de las pocas veces en que Joseph se disculpaba por ser mordaz, era el problema de hablar con su padre. Aun después de tanto tiempo de no vivir bajo sus reglas, parecía que obedecía a fuerza de costumbre— ¿Podemos…?

—Sí, sí…te llamo luego. Tal vez mientras corres consigas oxigenar tu cerebro o quizás despertarlo del coma.
—Muy gracioso.
—Lo sé—Admitió riendo suavemente—Adiós hijo, te quiero.
—Si yo también…—Posicionó el auricular en su base y se pasó una mano por el cabello, tratando de poner los pensamientos en orden. Soltando un amplio suspiro, rescató otra botella de agua y salió de su casa, antes de decidirse por escuchar los consejos de su padre.

Necesitaba aire fresco, un poco complicado de conseguir en Londres, pero eso no le importaba mucho. La idea de tener un camino pavimentado infinito delante de sus pies, lo alentaba a no detener su marcha. Más tarde en el resumen de noticias, aparecería la conferencia sobre el libro. Quizás entonces la miraría, pero ahora ¿Qué sentido tenia sentarse en su sillón y escucharla hablar? No oía su voz hacia tanto tiempo, que en cierta forma estuvo tentado a pegarse la vuelta y encender la televisión. Pero se contuvo, a pesar que echaba de menos solo verla, se contuvo. Había estado pensando
la cuestión de presentarse en la conferencia, pero siempre encontraba una razón lo suficientemente fuerte como para convencerse de lo contrario.

Si bien Demi no le había dicho nada más respecto a “aquel día” Joseph aun sentía que podía intentar arreglar algo. Obviamente no podía mover unas páginas y saltarse los capítulos hasta que la lectura se hiciera amena. Había partes de la vida real que apestaban y esas partes eran que sin importar cuanto demoraras algo, tarde o temprano tendrías que regresar para releerlo. Y Joseph lo había hecho, había repasado en más de una ocasión las palabras que se habían dirigido en aquel hotel. Mejor dicho que él le había dirigido. Recordar la canción minutos antes, le sonó como una amarga ironía.
Sus pies golpeaban el pavimento con fuerza, tal vez así descargaba la tensión o tal vez así lograba escapar de todas las mierdas que le estaban dando caza. 

No que en ese mes hubiese estado solo al pendiente de su colega, pero ese día veía imposible no dedicarle al menos un pensamiento. Bueno, él se había excedido pues llevaba en el asunto un largo rato. Las piernas le dolían, pero no tenía planeado volver o… detenerse. Aun sabiendo que el camino que acababa de cruzar lo guiaba a un lugar muy específico, no iba a detenerse. Subió las escaleras de dos en dos, sin perder el ritmo de su entrenamiento puertas afuera. 

El plan inicial consistía en pasar por enfrente de su edificio y esperar de alguna forma chocársela en la acera. Luego de pasar cuatro veces y comenzar a recibir extrañas miradas de la mujer que barría la calle, optó por subir y dejarse de niñadas. Vivian como a treinta calles de distancia, decir que pasaba por allí y pensó en saludarla quedaba demasiado mal. Pero no había podido idear nada mejor y para no parecer un secuestrador de viejas barrenderas, había decidido entrar en el edificio y subir hasta su piso.

Ahora estaba enfrente de su puerta y por más que le había dicho a su mano que diera los correspondientes golpecitos, ésta se negaba. Su respiración superficial lo ayudaba a creer que los enviste de su corazón contra su pecho, eran pura y exclusivamente por la reciente maratón. Pero no estaba seguro de que eso fuese tan cierto, aunque prefirió hacer caso omiso de ello y darle unas pataditas a la puerta, puesto que sus manos no estaban dispuestas a colaborar.

Aun podía correr por el pasillo y desaparecer antes de que ella abriera, pero se había golpeado mentalmente cuando ese pensamiento cruzo su mente. En teoría había dejado las tonterías en el piso de abajo, ya había corrido como idiota alrededor de su edificio. Necesitaba actuar como el hombre de veintiséis años que era.
—Por amor de Dios—musitó viendo lo ridículo que estaba siendo. Era Demi después de todo, tal vez… ¿Para qué mentirse? Seguro, estaba enfadada con él aun. Pues nunca había siquiera intentado darle un cierre a todo ese asunto. Pero ella no iba a matarlo, al menos no hasta que publicaran el libro. Noticia que en cierta forma lo relajo un poco.

—Hola—La puerta se abrió, pero la voz y la persona no eran las que Joseph esperaba. Tuvo la tentación de mirar el número, solo para verificar que había golpeado en el departamento correcto. Pero no lo hizo, pues claramente el hombre delante de él esperaba que hablara.

— ¿Demi?—Instó sin un “hola” o un “¿podrías por favor?” de por medio. Le valía un carajo ser cortes con ese tipo, no lo conocía y no le gustaba su rostro. No sabía que hacía en la casa de ella, con una cerveza en la mano y una pose tan casual. Abriendo su puerta, como si todo el derecho y la responsabilidad de hacerlo, cayera en sus hombros.
—Ella está ocupada ahora—respondió el extraño.
Joseph lo escrutó abiertamente, del mismo modo que lo hacia su par. Ojos verdes, cabello negro, metro ochenta… quizás un poco más. No muy fibroso, si tenía que romperle la cara muy probablemente ganaría. El otro se cruzó de brazos en una pose arrogante y Joseph enarcó una ceja suspicazmente, con ese solo movimiento el tipo se había autodefinido. Era un idiota en toda ley. Las expresiones corporales de intimidación eran tan burdas que por poco y casi carcajea. ¿Enserio ese estúpido pensaba que podía detenerlo allí en la puerta?
—La esperare—Pelo negro frunció el ceño, cubriéndole la entrada con su cuerpo. No demasiado fibroso de acuerdo, pero aun así bastante grande.
— ¿Y quién eres?—Notó que el extraño tenía un acento un tanto trastocado por las calles. El mismo que se le oiría a un pandillero, las frases que había soltado parecían inacabadas y Joseph pensó que ese no tenía todas las luces del candelabro firmes.
—Soy su colega—Le paseó la mirada por el cuerpo, como si estuviese sopesando aquella opción.
—No pareces un escritor—Tal como Joseph pensaba el idiota había deducido eso de mirar su ropa. ¿Qué demonios hacia Demi con este tipo?
—La asociación protectora de escritores, promueve abiertamente el individualismo. Hace tres años que el sindicato consiguió vetar los uniformes—Pelo negro no sonrió, dándole a Joseph la confirmación de que era de esos que jugaban sin jugadores, estadio, tribuna y pelota incluida— ¿Puedo ver a Demi?
—Ella…se está cambiando—Su mirada relampagueó hacia la puerta que conducía a su habitación. Joseph lo sabía, pues él había estado ciento de veces en ese departamento.
—No hay problema…—En el segundo en que pelo negro parpadeo, él se hizo un lugar en el umbral y con su hombro se abrió paso al interior—La espero—anunció aun atónito idiota…es decir, hombre. Claro “hombre”
— ¿Quieres una cerveza?

—No, gracias —No había razón para no ser amable con el tipo. Sí, estaba en la casa de Demi pero eso no significaba nada ¿verdad?— ¿De qué conoces a Demi?—Que no signifique nada, no quiere decir que este demás confirmar.

—La conozco de toda la vida…—respondió pelo negro desde la cocina, seguramente asaltando el refri de su colega. No había sido muy específico y por un segundo, Joseph sintió una punzada de rabia ascender por su garganta. El extraño regresó y lo observó desde lo alto—Es un amor de niña—Añadió dejándose caer a su lado. Su gruñido de protesta, se vio interrumpido por algo más. Algo mucho más digno de ser oído.
— ¡León! ¿Y mis zapatos?—Pelo negro alzó la cabeza para mirar la puerta del cuarto cerrada.
— ¿¡Ya búscate junto a la cama!?—Inquirió a grito de pulmón.
— ¡Sí!—El así llamado León soltó un suspiro de derrota.
— ¡Mira bien! ¡Tal vez estén debajo de mis pantalones!—Lo miró de soslayo, encogiendo un hombro como quien no quiere la cosa. Joseph se recordó la voz de su padre pidiéndole paciencia, cordura, decencia. “Yo no te eduqué así”
— ¡No están!—No podía soportar más tiempo de esa charla, Demi no sabía que él estaba sentado junto a León y en cierta forma la idea de confrontarla estaba marchitándose. No podía ¿Para qué? Ella estaba bien, incluso había perdido sus zapatos debajo de la ropa de León. ¿Por qué debería preocuparle como estuviese? Obviamente no estaba afectada, obviamente ni esperaba que él estuviese sentado en su sala. Mejor se iba. Ya casi, solo tenía que ponerse de pie y huir como el mejor imitador de James Bond. Tarde.

— ¡Busca bajo mis trusas cariño!
— ¿Cariño?—Inquirió una confundida y sonriente Demi, apareciendo en el corredor con un zapato negro y otro beige en las manos. Sus ojos fueron de León a un Joseph en retirada. Él tuvo que abortar la misión, sería demasiado estúpido decir que solo estaba compartiendo una copa con su… ¿Qué carajos era ese tipo de ella?— ¿Joseph?
—Hola Demi…— ¿Qué más da? Perdido por perdido.
— ¿Qué haces aquí?
—Solo…—Observo a León quien parecía estar súper entretenido con la escena, Demi también lo miró.
—León—Chasqueó los dedos—Ve por mis zapatos—El otro parpadeó negando suavemente—Ahora, ve.
—Wouf—Ladró en respuesta como un perro obediente y Demi se limitó a girar sobre sus talones descalzos para enfrentarlo. Joseph bajó la mirada un instante y luego procuro encontrar el valor que lo había llevado hasta allí.

— ¿Así que, a qué debo el honor?—Preguntó ella dirigiéndose casualmente a la cocina, la siguió.
—Quería hablar contigo.

—Obviamente—Tras esa interrupción no dijo mucho más. Colocó agua en la estufa y sacó dos tazas del aparador— ¿Té?

—Sí, gracias—Joseph le pasó las cucharas y las bolsitas que estaban más cerca de él. Había tardado alrededor de un día, para descubrir el sistema de ordenamiento que ella utilizaba en su casa. Exactamente sabía dónde estaba todo, pero ese dato no le ayudaría en esa ocasión. Su mirada viajó hasta las tazas de igual tamaño y forma, pero de distinto color.

Un pequeño recuerdo lo golpeó sin previo aviso.
—Es la necesidad de sentirse perteneciente a algo— Demi pestañó sin entender.

— ¿No te sientes perteneciente a esta ciudad? ¿A este país? ¿O a este planeta?—No le dio tiempo a responder—Porque si es la tercer cuestión, tengo una teoría que podía ser interesante.
—No soy un de Marte, Demi.

—Siempre le quitas la diversión a la vida—Se quejó ella deteniendo su andar frente a un escaparate—Mira, es un bonito color ¿no crees?—Era una taza rosa o más bien fucsia, algo que él nunca le habría atribuido a una chica como Demi.

—Es lindo—musitó sin compenetrarse mucho en el nuevo tema. Hasta que sus ojos se posaron en la taza junto a la que Demi le había señalado—Me gusta la verde.
—Puff…a mí me gusta la otra—Sentenció como si él acabara de decirle que se llevara la verde para ella.
—Voy a comprarla—Lo miró con extrañeza—Y la dejare en tu casa, será una forma de sentirme más cómodo en ese entorno.
— ¿Comenzaras con la taza y luego voy a tener que lavar tus calzoncillos?

—Claro que no—Sacudió la cabeza sonriendo—Tengo una mujer que hace eso por mí.

—Niño rico—Se burló ella, tomándolo por el brazo para ingresar en el local—La fucsia es mía.

—Hecho.
Y ahí estaban ambas tazas ¿Qué sentido tenia pensar en el momento en que las habían comprado? Ninguno, pero vivir aquellos instantes por efímeros que fuesen, parecía mucho más tentador que el presente.

— ¿Y bien?—Por supuesto, aún estaba esa cuestión de explicarle porque estaba allí.

—Quería saber…— ¿Qué había dicho su padre? ¡Ah, sí!— ¿Qué tal lo estás llevando?—La pregunta podía significar miles de cosas, pero el trabajo de adivinar qué se lo dejaba a Demi.
—Bueno, ya me han dicho lo que tengo y no que decir. Así que no te preocupes, no diré nada sobre ti o como es escribir con Sir Rhone—Eso no lo preocupaba en lo más mínimo y darse cuenta de ese hecho lo confundió un poco.
—No es como si hubiese mucho que decir—masculló olvidándose por un instante que estaba allí, para ondear la bandera blanca. Demi asintió dándole su taza de té. Joseph la bebió en tiempo record, quizás se había causado una úlcera en el proceso, pero la verdad es que no importaba. No podía estar perdiendo el tiempo con frivolidades—No vine a hablar de la conferencia, sé que lo harás bien…
— ¿Entonces?
—Yo…—Venga Joseph, un lo siento por ser tan idiota contigo, no es la muerte de nadie—Veras, yo…
— ¡Los tengo!—Exclamó una voz desde el quicio divisorio y la simple visión de aquel individuo, lo regresó a la realidad—Te dije que estaban entre mis trusas preciosa—La mirada de Joseph se desencajo, mientras León recorría los pocos metros que los separaban y cruzaba un brazo sobre los hombros desnudos de Demi. Sí, ella llevaba un vestido sin breteles.

—Oh, pues… ¡gracias!—Demi brincó en su lugar, para darle un abrazo al idiota. Joseph se tragó el veneno que estaba acumulando en su boca,

aunque bien podía ser té ¿Cuál era la diferencia? Se sintió igual de destructivo.

—Ya me tengo que ir—Aseveró pasando en torno a los tortolitos que se abrazaban frente a sus ojos. ¡Mierda! La insultó mentalmente en todos los idiomas que conocía y al llegar a la puerta, se detuvo una milésima de segundos.

— Joseph…—La miró por sobre el hombro, ella estaba sola observándolo fijamente desde el recibidor. Se veía hermosa y confusa, algo que le gustó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sonrió.

—Buena suerte en la presentación—Intentó por todos los medio sonar sincero—Solo vine…a desearte suerte—Y como en un capítulo que nadie quiere que acabe mal, Joseph dio por finalizada aquella presentación, ganándose definitivamente el título del malo de la historia.

La realidad choca, duele. ¿Para qué afrontarla entonces? 

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