lunes, 6 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 28




–Bueno… ¿qué?
 –He estado pensando… –comenzó a decir ella y tomó aliento. El corazón le latía a toda velocidad, mientras él la observaba como si fuera a taladrarla con la mirada.

 –No es buena idea pensar –interrumpió él, sintiéndose cada vez más incómodo–. ¿Quieres que te dé un consejo? No pienses. Disfruta, nada más.
 –No sabes lo que he estado pensando.

 –No quiero saberlo. Por la cara que tienes, adivino que, sea lo que sea, no me va a gustar.
 –Quiero que sepas que solo mantengo lo que te he dicho todo el tiempo, Joseph

Tú y yo no estamos hechos el uno para el otro. Nos divertimos juntos, pero a la larga somos como agua y aceite. Nuestras personalidades no combinan bien –le espetó ella, bajando la mirada.
 –No tengo ni idea de lo que estás hablando. Si quieres decir algo, te sugiero que me mires a los ojos y lo digas.

 –Esto… –balbuceó ella y levantó la vista–. Todo esto… ha sido divertido, muy agradable, y he disfrutado de cada minuto, pero creo… Creo que es momento de que lo demos por terminado.

 –No doy crédito –dijo él en voz baja, tratando de mantener la calma, a pesar de que tenía ganas de pagar su rabia con la decoración del exquisito restaurante–. Estás rompiendo conmigo. ¿Es eso?
 –Es una forma de expresarlo.

 –¿Qué quieres decir? No sé qué está pasando, pero este no es lugar para tener esta conversación. Vamos a mi casa.

 –¡No! –negó ella. Eso sería aún mucho peor, pensó. No quería hablar de eso rodeada por el lugar que le recordaba lo mucho que iba a perder… 

La cocina donde habían preparado la comida juntos, la mesita donde habían jugado al Scrabble… porque ella le había obligado a hacerlo… el dormitorio con cama de matrimonio que no volvería a ocupar… No podría soportarlo.

 Joseph levantó ambas manos en un gesto de rendición. La miró con ojos fríos e interrogadores.

 –Mira –dijo ella, poniendo las manos sobre la mesa–. Hay algo que tengo que decirte pero, antes de nada, tenemos que dejar claro lo de nuestra relación. Tenemos que admitir que no iba a durar para siempre. Es necesario que rompamos.

 James se pasó los dedos por el pelo. Le temblaban las manos.
 –Entre anoche y esta noche, has decidido, de pronto, que tenemos que romper… ¿y esperas que yo te siga la corriente? No pienso hacer nada parecido.

 –No pretendía que esta conversación fuera así, Joseph. No pensé que esto fuera a pasar, pero… pero… ha sucedido algo.

 –¿Qué? –inquirió él, mientras su imaginación contemplaba las más horrendas opciones, sintiéndose caer por un precipicio–. Has encontrado a otra persona. ¿Es eso? –preguntó con incredulidad. ¿Había habido otro hombre rondando sin que él lo supiera? ¿Uno de esos tipos melosos y sensibles que ella consideraba como pareja ideal? 

No se le ocurría ninguna otra razón por la que Demi pudiera estar ahí sentada, diciéndole que había sido divertido, pero…
 –No digas tonterías. No he encontrado a nadie. ¿Acaso crees que tengo tiempo para buscarlo?

 –¿Me estás diciendo que crees que he monopolizado tu vida? Si es eso, no me importa tomarme las cosas con más calma –aseguró él, sorprendiéndose a sí mismo de lo dispuesto que estaba a lo que fuera con tal de contentarla.

Demi sabía que a él no le costaría tomarse las cosas con más calma. No había invertido nada emocionalmente hablando.
 –No, no es eso.

 –A ver si lo entiendo. Sin ninguna razón en particular, de pronto, has decidido que no podemos seguir juntos. No hay nadie más, los dos nos estamos divirtiendo…

 pero eso no es bastante para ti. ¿Me estoy perdiendo algo? Porque tengo la sensación de que sí.
 –No es tan fácil decir esto, Joseph, por eso, voy a ir al grano. Estoy embarazada.

 Demi no fue capaz de mirarlo a la cara e inclinó la cabeza. El silencio pesó sobre ellos.
 –No puede ser. Estás usando anticonceptivos.

 He visto las píldoras que guardas en el baño. ¿Quieres decirme que has fingido tomarlas? –preguntó él, haciendo todo lo posible para no enfrentarse de frente y aceptar el hecho que ella acababa de revelarle.
 –No puedo hablar aquí, Demi.

 –No pienso ir a tu casa.
 –¿Por qué diablos?
 –Porque quiero hablar de esto en territorio neutral.
 –Desde luego, tú sí que sabes elegir las palabras.

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