jueves, 9 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 30





Demi se puso tensa por su empleo de la palabra «problema».
 –Parece la mejor solución. Tú no querías esto y no voy a martirizarte por ello, ni voy a obligarte a estar conmigo te guste o no.
 –No puedo creer lo que estoy oyendo. Somos amantes, ¿pero has olvidado que somos amigos?
 Demi no había olvidado ninguna de las dos cosas, pero ¿cómo podía explicarle que un bebé necesitaba más que una pareja unida por la pasión?

 Ni siquiera la amistad bastaba para eso.
 –Bueno, dime, ¿cómo lo ves tú? Quizás te gustaría que te dejara ocuparte tú sola de todo.
 –Si es lo que tú quieres, lo aceptaré.

 –Si piensas que soy capaz de hacer una cosa así, es que no me conoces en nada.
 Esa era la razón por la que ella había tomado precauciones y había decidido romper con él. Sabía que Joseph no se iba a desentender de la situación.

 Ella nunca se habría enamorado de pies a cabeza de un hombre capaz de eso. Y ese era el problema.  Joseph le ofrecería un compromiso. Querría hacer lo correcto, aunque no lo sintiera de corazón. Su afecto por ella acabaría desvaneciéndose bajo el estrés que suponía tener un hijo que no había esperado y verse atrapado con una mujer con la que no había pensado estar a largo plazo.
 –Tenemos que casarnos –dijo él con firmeza.

 –Esa es la razón por la que he empezado diciéndote que lo nuestro ha terminado –repuso Demi en voz baja–. Sé que quieres hacer lo correcto, pero no sería justo para ninguno de los dos tener que convivir para siempre por culpa de un bebé.

 Cuando el camarero llegó a tomarles el pedido, se quedaron callados. Joseph no se molestó en consultar la carta. Él pidió pescado y ella lo imitó. Lo que menos le importaba era qué comer. Se había quedado sin apetito.

 –¡Encima me hablas de matrimonio! –exclamó ella, inclinándose hacia delante–. Apuesto a que nunca se te había pasado por la cabeza casarte, ¿verdad?
 –No se trata de eso.

 –Lo mismo pienso yo –gritó Demi –. El matrimonio es algo serio. Es un compromiso entre dos personas que quieren unir sus vidas para siempre.
 –Al menos, esa es la visión romántica del matrimonio.
 –¿Qué otra interpretación podría hacerse?

 –Algo más práctico. Piénsalo. Uno de cada tres matrimonios termina en divorcio. Y seguro que todas esas parejas de divorciados se habían sentado a cenar de la mano antes de casarse, soñando con hacerse viejos juntos.

 –Pero, en dos de cada tres, la cosa funciona. Terminan juntos.
 –Eres una optimista. La experiencia me ha enseñado a ser más cauto. De todas maneras, no importa. Podríamos seguir dando vueltas a lo mismo durante toda la noche. La realidad es que estamos en una situación en la que no podemos elegir.

 A Jennifer se le encogió el corazón. Si no lo amara, quizá hubiera sido más fácil aceptar su propuesta. Pero, si se casaba con él, se sentiría desgarrada.

 –Lo siento, Joseph –murmuró ella con voz temblorosa–. Mi respuesta tiene que ser no. No puedo casarme contigo por que creas que es lo correcto. Cuando me case, quiero que sea por la razón adecuada. No quiero conformarme con un marido reticente que ha tenido la mala suerte de verse atrapado. ¿Acaso crees que sería bueno para nuestro hijo?

 ¿Cómo era posible que la vida hubiera cambiado tanto en unas pocas horas?, se preguntó él, contemplando la expresión tozuda de su acompañante.
 Una oleada de rabia lo atravesó.

 –Y dime una cosa. ¿Crees que sería bueno para nuestro hijo crecer sin su padre a su lado? ¡Eso también debes tenerlo en cuenta! ¡No se trata solo de ti y tu idea romántica de un matrimonio de cuento de hadas!

 Demi se encogió y apartó la mirada. seguró ella, reuniendo todas sus fuerzas.
 –¿No? Entonces, deja que te presente la otra opción. Nuestro hijo crece en una familia separada y, en su momento, descubre que podríamos haber estado juntos, pero que tú no quisiste porque estabas esperando al príncipe azul.

 Y, si ese príncipe apareciera… te aseguro que no iba a dejarle educar a mi hijo y que lucharía por quedarme con la custodia.
Demi apenas podía pensar tan a largo plazo.
 –¿Y tu padre? ¿Qué pretendes contarle? –le espetó él.
 –No había pensado…

 –¿Es que no tienes valor para decirle que te he ofrecido casarnos? Pues que sepas que pienso dejarles claro a mi madre y a John que te he pedido matrimonio y que tú has decidido que prefieres hacerlo sola. Ya veremos qué les parece.
 –No quiero discutir por esto…

 –Quizá deberías haber pensado en darme la noticia bomba de otra manera…
 –Habría dado lo mismo. El resultado habría sido el mismo y lo siento. Mira, no puedo seguir comiendo. He perdido el apetito. Quiero irme a casa –afirmó ella, se puso en pie, se tambaleó y volvió a sentarse.

 Al instante, Joseph corrió a su lado, olvidando por completo la discusión.
Demi apenas fue consciente de que él pagaba la cuenta y dejaba una generosa propina al camarero. Agachó la cabeza entre las manos.

 –De verdad, estoy bien, Joseph –aseguró ella con voz débil, mientras salían del restaurante.
 –¿Hace cuánto tiempo que tienes estos mareos?

 –De vez en cuando. No es nada preocupante… –balbuceó ella. Sin embargo, era agradable que la rodeara con sus brazos.

 Joseph paró un taxi y la ayudó a entrar como si fuera de porcelana.
 –¿Qué ha dicho el médico?

 –No se lo he comentado. Me quedé demasiado estupefacta al saber que estaba embarazada.
 –Deberías volver y hacer que te examinen bien. ¿Qué les pasa a los médicos? ¿Es que no saben hacer su trabajo?
 –No te preocupes. ¡No pasa nada!

 Por primera vez desde que había descubierto que estaba embarazada, Jennifer se preguntó si estaría haciendo bien al rechazar su propuesta. La amara o no, era un hombre fuerte y ella necesitaba su protección. Sobre todo, iba a necesitarla cuando fuera madre. Él quería hacer lo correcto. ¿Estaba siendo una egoísta al aferrarse a sus principios por encima de todo? ¿Tenía Joseph razón? ¿Sería lo más adecuado aceptar un matrimonio sin amor?

 Se hizo mil veces las mismas preguntas durante todo el camino a su casa. Cuando llegaron, el mareo había desaparecido. Solo estaba agotada.

 –Podemos seguir hablando mañana –sugirió ella ante su puerta.
Joseph la miró lleno de frustración, con los puños apretados dentro de los bolsillos.
 –No hemos hablado todavía. Tú has dictado tus condiciones, esperando que yo escuchara y obedeciera.

 –También es difícil para mí, Joseph, pero el matrimonio es algo muy serio para mí y quiero casarme con un hombre que desee hacerlo por las razones adecuadas.
 –¿No eras feliz conmigo? –preguntó él, malhumorado.

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