Amedrentada por lo directo de su
pregunta, Demi asintió.
–Y ahora que hay un bebé en la ecuación, ¿por
qué ibas a dejar de serlo?
–Porque no se trata de tener mucho sexo, hasta
que la chispa desaparezca y nos digamos adiós –contestó ella con impotencia.
–El sexo es el comienzo.
–Para ti es lo único importante, Joseph –señaló ella y se
estremeció al recordar las cientos de veces que habían hecho el amor. Nunca las
olvidaría.
–El taxista se va a cansar de esperar.
–¿Por qué? Cada segundo que pasa es más dinero
para él. Tenemos que seguir hablando. Ahora que lo dices, voy a deshacerme de
él. Entraré contigo en casa. Las luces están todas apagadas, lo que significa
que tu compañera de piso no debe de estar. Podemos hablarlo en privado…
Lo que él quería era que hicieran el amor,
adivinó Demi. Era el idioma que James mejor hablaba y ella sabía que no podía resistirse.
–Ambos tenemos que pensar en esto –señaló ella
y posó una mano en su pecho para impedir que la siguiera–. Mañana pensaremos en
los detalles. Y, por cierto, nunca le diría a mi padre que no has reaccionado
de la forma más honorable, Joseph.
Él asintió, sin saber qué decir. ¿Acaso a ella
no le parecía que un hijo era razón suficiente para casarse? Además, tampoco se
llevaban mal. En la cama, se entendían muy bien.
Joseph se sentía
frustrado por no poder convencerla. Se preguntó si debería hacerse a la idea y
abandonar su propósito de casarse. Desde el principio, ella le había dejado muy
claro que no quería comprometerse.
Tal vez, había sido un arrogante al pensar
que se sometería a sus deseos. Sin embargo, ¿cómo era posible que no se diera
cuenta de que casarse era la solución más práctica? ¿Y qué pasaba con ellos?
¿Iban a disolver su relación porque, al estar embarazada, ella había confirmado
que no lo quería como pareja a largo plazo?
Joseph se sintió hundido, furioso e
impotente.
En cualquier caso, no iba a ganar nada con
seguir presionándola. Estaba claro que ella no le iba a dejar entrar en su casa
y parecía destrozada. Él sabía que lo mejor que podía hacer era irse y dejarla
descansar. Sin embargo, titubeó, porque no soportaba separarse de ella.
Volvió a pensar en la casita perfecta que
había preparado para Jennifer, modernizada, con su propio jardín, a un tiro de
piedra de varias pequeñas tiendas, como a ella le gustaba. Había planeado
ofrecérsela con indiferencia, como si hubiera sido algo sin importancia.
Se la
habría alquilado a un precio muy bajo y le habría dicho que, si la rechazaba a
causa de su orgullo, la vendería. Sabía que, ante esa posibilidad, ella no
habría podido resistirse.
Bueno, la casa seguía ahí, pero tendría que
guardarse esa carta para otra mano.
El angustioso sentimiento de impotencia que se
había apoderado antes de él comenzó a disiparse. Joseph era un hombre que
pensaba rápido y tomaba decisiones a la velocidad de la luz. Era un hombre que
encontraba soluciones. La que había propuesto había sido rechazada pero, por
suerte, tenía otra bajo la manga.
–Tienes razón –dijo él–. Aunque no me gusta
dejarte así. Pareces a punto de derrumbarte.
–Ha sido un día muy largo –señaló ella y, por
un instante, estuvo a punto de invitarlo a pasar para poder dormir acurrucada
entre sus brazos. Quería que él la abrazara, que la hiciera sentir a salvo.
–Entonces, hasta mañana –murmuró él y dio un
paso atrás, a pesar de que se moría de ganas de abrazarla–. Si quieres que
quedemos en territorio neutral, lo haremos. Pero, si aceptas venir a mi casa,
haré que nos preparen algo de comer. Podemos hablar de lo que vamos a hacer…
SÍ, TENÍAN que hablar de lo que
iban a hacer. Discutir los detalles… Claro, se dijo Demi. Pero, lo que
quería preguntarle en realidad, era si no estaba emocionado, aunque solo fuera
un poco.
Después de que ella se había recuperado de la
conmoción de saber que estaba embarazada, le había entusiasmado la idea de
tener un bebé. El bebé de Joseph. Le había dado vueltas al aspecto que tendría, a
si sería niño o niña, a si lo llevaría a un colegio mixto o no, qué carrera
elegiría, a cómo serían sus amigos o a qué edad se casaría.
Estaba emocionada.
Sin embargo, no creía que Joseph pudiera reaccionar
de la misma manera. Lo mejor que podía esperar era, tal vez, aceptación o,
incluso, resignación.
Un matrimonio por resignación nunca podía
funcionar.
Sin embargo, Demi no pudo evitar
imaginar cómo sería estar casada con él. Era curioso lo cerca que había estado
de hacer realidad todas sus fantasías con él, aunque de una forma con la que no
había contado.
Se preguntó si, durante la noche, al darle más vueltas al
asunto, Joseph se habría puesto furioso. ¿Habría perdido el sueño pensando que, por culpa
de la estupidez de ella, todos sus planes de vida se habían hecho pedazos? Al
no estar en un comedor lleno de testigos involuntarios, ¿sacaría él toda su
rabia y le demostraría lo decepcionado que estaba por la situación?
En cualquier caso, iban a tener que llegar a
un acuerdo respecto a cómo afrontar el tema. Demi no podía
ocultárselo a su padre durante mucho más tiempo. De hecho, cuando lo visitara
el fin de semana siguiente pensaba hacerle partícipe de la noticia.
Con la proximidad del verano, los días eran
cada vez más largos. Todavía había luz cuando llegó a casa de Joseph, poco después de
las seis. No tuvo tiempo de prepararse para su encuentro, pues él la estaba
esperando en el vestíbulo de mármol cuando llegó.
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