Joseph cerró los ojos,
invadido por una abrumadora sensación de anhelo. Nunca había sentido nada
igual. Algunos amigos suyos, en ocasiones, le había hablado de las maravillas
de la paternidad y le habían contado que un bebé no podía compararse con nada
más en el mundo.
Él no les había hecho mucho caso ni les había prestado
atención. Sin embargo, en ese momento, se sorprendió por sus propios
sentimientos. ¿Qué era esa extraña sensación que lo dejaba conmocionado?
Era mejor saborear el momento y no hacerse
demasiadas preguntas, se dijo Joseph.
Ella le tocó el pelo, mientras él
le levantaba un poco más el vestido.
Con un suave tirón, Joseph la hizo sentarse
en el sofá.
No era así como se suponía que
debía ir la noche, caviló Demi. Se sentía vulnerable y debería protegerse. Eso implicaba no dejar que él
le quitara el vestido por encima de la cabeza como estaba haciendo, dejándole
los pechos al descubierto.
Al instante se los tocó, se los besó y le
mordisqueó los pezones, provocándole escalofríos de placer.
–No sé por qué no me he fijado antes en lo
mucho que te ha cambiado el cuerpo.
–Porque no estabas prestando atención –murmuró
ella, sin aliento–. Ni yo tampoco. Ninguno de los dos lo esperábamos.
Joseph apenas la escuchó.
Estaba muy ocupado lamiéndola y saboreándola. Ella arqueó la espalda, con los
ojos cerrados.
Mientras él le chupa un pezón, Demi gimió y abrió las
piernas de forma automática, invitándole a tocarla.
Joseph notó su humedad a través de la
ropa interior, pero no tenía prisa por quitársela. Siguió tocándola, sin dejar
de deleitarse con sus gloriosos pechos. Le gustaba el modo en que ella se
retorcía cuando iba hundiendo los dedos en su húmeda calidez. ¿Cómo era posible
que Demi quisiera mantenerlo apartado? ¿Cómo podía negar lo bien que estaban
juntos?
Hicieron el amor despacio, como si tuvieran
todo el tiempo del mundo y, después, ella estuvo a punto de quedarse dormida
entre sus brazos.
–No deberíamos haberlo hecho –murmuró Demi, odiándose a sí
misma por haber sucumbido a la tentación. Hizo un amago de ponerse en pie, pero
él la sujetó, impidiéndoselo.
–Intenta sonar más convencida y te creeré.
–Lo digo en serio, Joseph. No está bien.
–No es eso lo que me ha dicho tu cuerpo.
–¡No quiero que sea mi cuerpo quien maneje la
situación!
Azorada, Demi lo empujó y se
puso a recoger sus ropas, avergonzada de sí misma.
Él se levantó, contemplando cómo se ponía el
vestido.
–Sé que no quieres –admitió él con tono grave.
–¿Ah, sí? –preguntó ella con desconfianza.
Joseph recogió sus calzoncillos, se los
puso y la miró.
–Sigues sintiéndote atraída por mí, pero no
quieres que eso interfiera en tomar la decisión correcta.
–Bueno… sí –reconoció ella y se sentó en una
silla. Con el cuerpo tenso, descansó las manos sobre el regazo, mirando a Joseph con incertidumbre.
Con la habitación casi en penumbra, el cuerpo de él parecía una estatua clásica
griega, pensó, deseando que se cubriera con una camiseta.
–Me disculpo si me he aprovechado de tu
debilidad.
–Bueno, la culpa no es solo tuya… –tuvo que
admitir ella y apartó la mirada con gesto culpable.
–Entiendo que no quieras seguir en la
situación en la que estábamos, teniendo en cuenta las circunstancias.
–Nooo… –dijo ella, tratando de adivinar adónde
quería él ir a parar.
–En asuntos como este, todos queremos pensar
con la cabeza.
–No es eso…
–No quiero perder tiempo convenciéndote en que
tienes que pensar con la cabeza. No quieres casarte conmigo y lo acepto.
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