jueves, 9 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 32





Estaba recién salido del trabajo, todavía con traje, aunque sin chaqueta, con las mangas remangadas, la corbata aflojada y dos botones de la camisa desabrochados.

 –Oh –dijo Demi y se quedó paralizada–. ¿Acabas de llegar de trabajar? Deberías haberme llamado para que viniera un poco más tarde. No me habría importado.

 Una vez más, ella experimentó su poderoso influjo, sintiéndose atraída hacia él como por un imán.
 Joseph frunció el ceño. El comentario formal de Demi le recordaba que su situación había cambiado.

 Con las manos en los bolsillos, se tomó su tiempo para mirarla. Se había puesto un vestido de punto por las rodillas en tonos verdes y… podía percibirse su embarazo. ¿O sería su imaginación? Sus curvas eran más pronunciadas, sus pechos más grandes…

 Al instante, Joseph uvo una erección y, dado lo inapropiado del momento, trató de ignorarla, acercándose hacia Demi con la mirada enfocada en su rostro.
 –No te preocupes. Los planes han cambiado. No vamos a mi casa.
 –¿Adónde vamos?

 –¿Tenías que ponerte ese vestido tan ajustado? Ahora que estás embarazada… –comentó él. Estaba demasiado sexy. No le extrañaría que más de uno se diera contra un poste al girarse para admirar su cuerpo sensual–. ¡Se te salen los pechos por el escote!

 –Sí, he engordado un poco –admitió ella y se sonrojó, pensando que, tal vez, a él no le gustaba el cambio. Pero, si esperaba que se ocultara en ropa amplia con solo unos meses de embarazo, ¿qué querría que hiciera cuando se pusiera como un globo?–. 

No necesito ponerme ropa de premamá todavía. Algunas mujeres, no se la ponen nunca. ¿Es que no sabes lo poco atractiva que es esa ropa?

 –Tú tendrás que usarla –informó él, recordando con desagrado la foto de una modelo embarazada que había visto en la portada de una revista, una actriz cuya ropa no había hecho nada para disimular su enorme vientre.

 –¡Tú no eres quién para decirme qué me puedo poner o no!
 –Acabo de hacerlo. Mañana, iremos de compras. Te compraré atuendos menos ajustados.
 –¿Es ese uno de los detalles de los que querías hablar? –preguntó ella, irritada, y se sentó dentro del coche cuando el chófer le abrió la puerta–. ¡Si es así, dalo por zanjado y táchalo de la lista!

 Joseph apretó los dientes, frustrado. La reunión no estaba empezando nada bien.
 En el silencio que siguió, Demi estuvo a punto de disculparse por haberse puesto así, pero decidió no hacerlo.

 –¿Adónde vamos? –repitió ella, tras unos minutos.
 –Quiero enseñarte algo.
 –¿Ah, sí? Creí que íbamos a hablar de… cómo vamos a enfrentarnos a la situación.
 –Lo que voy a enseñarte forma parte de eso. ¿Fue todo bien cuando volviste a casa anoche?
 –¿Qué quieres decir?

 –En el restaurante, parecías a punto de desmayarte.
 –Ah, sí. Eso era por los nervios –afirmó ella y apoyó la cabeza en la ventanilla–. Sé que crees que no soy nada razonable, Joseph

 –Tenemos que dejar de dar vueltas sobre lo mismo, Demi. Es más productivo que nos centremos y seamos positivos, ¿no te parece? –indicó él–. Por cierto, ¿cuándo piensas darle la noticia a John? Me gustaría estar presente.
 –No veo por qué.
 –¿Todo lo que voy a sugerirte va a terminar en discusión?
 –Lo siento. No es mi intención.

 –Bien. Al menos, estamos de acuerdo en una cosa. ¡Por algo se empieza!
 –No tienes por qué ponerte sarcástico, Joseph

Estoy haciéndolo lo mejor que puedo –aseguró ella y apartó la vista. Sin embargo, tuvo que reconocer para sus adentros que no era verdad. Hasta el momento, él no había hecho más que intentar arreglar las cosas y ella solo se las ponía más difíciles. ¿Acaso podía culparlo porque él no le dijera las palabras que ansiaba escuchar?

 Por lo menos, Joseph no la había culpado de nada. Aunque, quizá, la culpara dentro de su cabeza. Le había ofrecido hacer lo correcto y lo más probable es que estuviera molesto porque ella hubiera rechazado casarse con él. 

No tenía ninguna intención de dejarla en la estacada. Sin embargo, estaba segura de que, en el fondo, él quería salir corriendo y esconderse en la otra punta del planeta. Ser padre era un lastre para un hombre que no quería compromisos.

Joseph quería hacer lo mejor para el bebé, su bebé. Y Demi solo podía pensar en que no la amaba, en que no quería ser una carga para él, en que terminaría odiándola. Él pensaba en el bebé. Ella pensaba solo en sí misma.

 Presa de un repentino ataque de culpabilidad, Demi miró por la ventanilla. Habían salido del centro de la ciudad, hacia el noroeste y estaban entrando en un barrio con cada vez más zonas verdes.

 Todavía no tenía ni idea de adónde iban y le sorprendió ver que se adentraban entre pequeñas calles, hasta parar delante de una casa que parecía sacada de un cuento.
 –¿Dónde estamos? –preguntó ella, confundida.
Joseph esbozó una ligera sonrisa.

 Hacía treinta y seis horas, la casa habría sido una emocionante sorpresa para ella, pensó él. En el presente, se había convertido en su único as en la manga.

1 comentario: