–¡Pues claro! ¿Es que crees que
soy idiota? Sé que vamos a tener muchas complicaciones, pero al menos hemos
solucionado la primera. Yo ya había pensado que igual no era buena idea
compartir piso con Ellie, teniendo al bebé. Además, está en una zona llena de
gente.
Tendría que llevar el carrito sorteando a la multitud, haciendo
malabarismos con el tráfico…
–Te ayudaré a mudarte antes de la semana que
viene. No tendrás que mover ni un dedo.
Escuchar sus palabras era una delicia para sus
oídos. Demi no quería ser una carga para un hombre que no la amara, pero no podía
evitar la tentación de cerrar los ojos y apoyarse en su fortaleza.
Joseph se puso en pie, se
acercó a la nevera y la informó de que se había tomado la libertad de hacer que
les prepararan la cena.
–Siéntate –ordenó él cuando ella empezó a
levantarse–. Yo me ocupo.
–Me siento como en una montaña rusa de la que
no tengo los mandos –protestó ella, aunque de buen humor.
Joseph le lanzó una sonrisa
provocativa.
–Pues acostúmbrate.
–Pero no quiero que te creas obligado a cuidar
de mí –insistió ella–. No es necesario. Bastante me has ayudado al permitirme
mudarme a esta casa.
–No me has escuchado. Pretendo ayudarte en
todo. No tengo intención de dejarte jugar a ser independiente y hacerlo todo
sola mientras esperas a tu príncipe azul –señaló él. Solo de pensarlo, se ponía
tenso.
Tras calentar la comida en el microondas, Joseph la llevó a la mesa
y colocó dos platos y los cubiertos.
–Tenemos que superar esta… fase –dijo él con
los dientes apretados.
Joseph había tenido tiempo de pensar en
el cambio de actitud de Demi y había llegado a una conclusión. Aunque su relación siempre había sido de
sincera amistad y se habían convertido en algo más al convertirse en amantes,
el embarazo había dejado al descubierto sus carencias. Sin duda, Demi ya no podía
sentirse relajada con él porque se sentía atrapada en una situación que no
podía cambiar y con un hombre con quien no había pensado estar a largo plazo.
No había elegido por sí misma estar embarazada.
Sin embargo, eso no significaba que él fuera a
quedarse a un lado para dejar que ella buscara a su hombre ideal. De ninguna
manera.
Y ese punto lo llevaba a la parte más delicada
de las negociaciones.
Sumido en sus pensamientos, Joseph se esforzó en
terminarse su plato, medio escuchando cómo Demi le aseguraba que
estaba contenta porque estuvieran comportándose como adultos. Él levantó la
mano para interrumpirla.
–¿Por qué no vamos a relajarnos al salón?
–Me siento rara, como si estuviera ocupando la
casa de otras personas.
–Deja que te lo aclare –se ofreció él,
poniéndose en pie–. La casa quedó vacía hace diez meses. La acabo de
reamueblar.
–¿De veras? ¿Por qué? ¿Ibas a alquilarla de
nuevo?
–No importa –contestó él, sonrojándose.
–Entonces… ¿por qué son nuevos todos los
muebles? –quiso saber ella, maravillada porque todo parecía elegido según sus
gustos.
–Hice que mi gente la equipara bien –afirmó
él, omitiendo el hecho de que les había dado instrucciones precisas sobre cómo
hacerlo.
–No podían haberla decorado mejor –se admiró
ella, posando los ojos en el cómodo sofá. Todo estaba cuidado hasta el máximo
detalle, desde las cortinas color granate a la alfombra persa que cubría el
suelo de madera barnizada.
Demi se sentó con las piernas debajo
de ella.
–Bueno… –comenzó a decir él, tras sentarse a
su lado.
–¿Qué? –preguntó ella, nerviosa por tenerlo
tan cerca, pues había planeado mantener las distancias.
–Quiero que me expliques por qué las cosas han
cambiado entre nosotros de la noche a la mañana.
–¿No es obvio? –replicó ella y
parpadeó, tratando de calmarse. Sí, era cierto que las cosas habían cambiado.
Hacía dos días, se hubiera echado a sus brazos y habrían hecho el amor. No
obstante, ella no podía seguir comportándose de la misma manera…
–No –negó él, sin dejar de mirarla.
Demi se quedó sin saber
qué responder. De pronto, se sintió excitada por su cercanía.
–Pues debería serlo…
–¿Por qué razón? –insistió él y se pasó las
manos por el pelo en un gesto de frustración–. ¿Es que el embarazo te ha
afectado a las hormonas? ¿Te ha quitado las ganas de tener sexo? ¿O es que ya
no te atraigo porque estás embarazada de mi hijo?
–¡No! –exclamó ella, sin pensárselo–. Quiero
decir…
–Quieres decir que todavía te atraigo –murmuró
él con satisfacción.
–¡No se trata de eso!
–¿Y de qué se trata?
–Se trata de que hay más cosas en juego que la
atracción que sentimos y la relación sin ataduras que manteníamos, solo para
divertirnos.
–Dices eso de solo para divertirnos como si fuera un crimen.
–Deja de confundirme –gritó ella, poniéndose
en pie. Se quedó delante de él, mirándolo, presa de un mar de emociones
contradictorias.
Entonces, sin previo aviso, Joseph alargó la mano y
la posó en el vientre de ella. Demi se quedó petrificada.
–Quiero sentirlo –susurró él. Nunca había
pensado en tener hijos, pero en ese momento, tenía la necesidad de sentir una
prueba de su existencia, de tocar el vientre más abultado de Jennifer–. ¿Cuándo
puede notarse si se mueve?
– Joseph, por favor…
–Yo he tomado parte en su creación. ¿No irás a
negarme la posibilidad de sentirlo? –preguntó él, le deslizó las manos debajo
del vestido y le palpó el vientre. ¿Cómo había podido no darse cuenta antes?
Tenía el abdomen bastante más pronunciado que cuando habían empezado a ser amantes.
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