—Y
eso es lo que más me gusta de ti, —dijo roncamente—. Tú nunca juegas. Cada cosa
la haces honestamente —mantuvo su mirada—.
No sería un hombre si no te mirara. Tienes
unos preciosos, como el mármol rosado y no hace falta mucho más para que me sienta
tentado. No debes avergonzarte de una reacción natural al igual que…
Ella
no estaba muy segura de lo que quería decir.
—¿La
reacción natural? —ella vaciló, abriendo mucho los ojos.
Él
frunció el ceño.
—¿No
lo entiendes?
Ella
no lo sabía. Había estado muy protegida y enamorada. Descubrió sus sentimientos
por Joe cuando tenía diecisiete años y nunca miró a ningún otro hombre. Sólo salió
dos veces con chicos.
Los dos eran muy tímidos y nerviosos y cuando uno la besó
le pareció muy desagradable, y cuando uno de ellos había besado, que había
considerado desagradable.
Había
visto varias películas, algunas de las cuales eran bastante explícitas. Pero no
detallaban lo que ocurría entre una pareja, sólo lo mostraba.
—No
—dijo por último, con un gemido—. Bueno, creo que estoy desesperada. No voy a
la moda, no tengo tiempo para leer novelas actuales…!
La
miró más de cerca.
—Algunas
lecciones se cobran un alto precio. Pero tú estas a salvo aquí conmigo.
Posó
su mano sobre ella y, sorprendentemente, sacó su pecho fuera de camisa pasando
el dedo por su duro pezón. La mirada de él mientras la tocaba, hizo que la
experiencia fuera aún más sensual.
—El
deseo es la causa, —explicó en silencio—. La parte que más se hincha de un
hombre es el pene y de la mujer los pechos cuyos pezones se ponen duros. Es una
reacción como consecuencia de la emoción, y no hay porqué avergonzarse.
Apenas
podía respirar. Sabía que su cara estaba ardiendo, y su corazón latía muy
deprisa. Ella estaba sentada en medio del campo, a plena luz del día, dejando que
Joe mirara sus pechos y le explicara lo que es el deseo. Todo esto era como un
sueño hecho realidad antes sus asombrados ojos.
—Lo
sabía —sonrió el—. Eres preciosa —dijo suavemente, moviendo su mano y tirando
de los bordes de la blusa para cubrirla de nuevo—. No escondas tu belleza.
Hay
confianza entre nosotros, ¿no? Siempre la ha habido. Por eso puedo hablar
contigo fácilmente de cosas tan íntimas —frunció el ceño ligeramente—. Yo siempre
ame a mi esposa, ¿no te lo había dicho?
Ella me decía que estaba loco, pero la
quería tanto que hubiera hecho cualquier cosa por ella. Pero yo no era lo
suficientemente rico para darle todo lo que ella quería.
Mi mejor amigo me dijo
que invirtiera una gran cantidad de dinero en el sector inmobiliario y fue todo
un fracaso. No creo que ella mirara hacia atrás cuando me dejó, pero durante
semanas no pude dormir, porque la echaba mucho de menos. Todavía me ocurre de
vez en cuando —suspiró al aire—.
Y ahora van a venir aquí, ella y Bob. Ellos
van a estar en la ciudad durante unas semanas mientras él se deshace de todas
sus inversiones. Él se jubila, y quiere venderme su caballo de carreras. Va a
ser muy doloroso, ¿no te parece? —él murmuró fríamente.
Ella
sentía su dolor y pero no se atrevía a dejar que él viera lo mucho que l
afectaba.
—Gracias
por desenredarme, —dijo sin aliento y empezó a levantarse separándose de él.
Tiró
de su mano y se quedó mirando mientras pensaba.
—No
lo hagas. Quiero comprobar algo.
Sus
dedos se dirigieron hacía los botones de su camisa y la desabrochó, sacándose después
los faldones de los vaqueros. Su pecho es ancho y bronceado, poderoso con vello
espeso.
—¿Qué
estás haciendo? —susurró ella, asustada.
—Te
lo dije. Quiero comprobar algo —la sentó sobre sus rodillas, y desabrochó los
botones que quedaban de su camisa. Él miró inquisitivamente a su expresión.
Ella estaba demasiado conmocionada para protestar, y luego la acercó a su pecho
dejando que sintiera por primera vez el impacto de la semidesnudez de un hombre
contra la suya propia.
Su
respiración estaba agitada. Había maravillosa curiosidad en sus ojos cuando los
levantó mirándolo fascinada.
Sus
manos fueron hacía su caja torácica y la dibujó sensualmente, acunando aquel
cojín suave de su pecho. Le hizo cosquillas y sus pezones se irguieron.
Ella se
agarró a sus hombros, arañándole sin querer, sintiendo como todos sus sueños
parecían hacerse realidad a la vez. Sus ojos estaban oscurecidos por la pasión,
fueron hacía su boca y la besó.
Sentía
el ardiente calor de sus labios invadiendo lentamente su boca, jugando y
bromeando con sus labios. Ella bebió de su aliento, como si estuviera degustando
el mejor elixir del mundo.
Débilmente sintió como su mano la acariciaba
tiernamente, haciendo que su pezón se inflamara cada vez más. Jadeó otra vez y
levantó la cabeza para que él pudiera ver sus ojos. Agitó el dedo pulgar sobre
la punta endurecida y ella tembló impotente entre sus brazos.
—Sí
—susurró en tono ausente, —eso es exactamente lo que había pensado. Podría
hacerte el amor ahora mismo aquí.
Ella
apenas lo escuchaba. Su corazón latía con fuerza. Sus dedos la tocaban,
encendiendo su cuerpo.
Se arqueó contra él, desesperada para no perder el
contacto.
Sus
ojos ocupaban toda su cara, su pecho desnudo presionado contra el suyo. Un
contacto que le llegaba hasta el alma.
—Te
quiero, —dijo tranquilamente.
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