sábado, 4 de mayo de 2013

Marido De Papel Capitulo 3




—Y eso es lo que más me gusta de ti, —dijo roncamente—. Tú nunca juegas. Cada cosa la haces honestamente —mantuvo su mirada—. 

No sería un hombre si no te mirara. Tienes unos preciosos, como el mármol rosado y no hace falta mucho más para que me sienta tentado. No debes avergonzarte de una reacción natural al igual que…

Ella no estaba muy segura de lo que quería decir.
—¿La reacción natural? —ella vaciló, abriendo mucho los ojos.
Él frunció el ceño.
—¿No lo entiendes?

Ella no lo sabía. Había estado muy protegida y enamorada. Descubrió sus sentimientos por Joe cuando tenía diecisiete años y nunca miró a ningún otro hombre. Sólo salió dos veces con chicos. 

Los dos eran muy tímidos y nerviosos y cuando uno la besó le pareció muy desagradable, y cuando uno de ellos había besado, que había considerado desagradable.

Había visto varias películas, algunas de las cuales eran bastante explícitas. Pero no detallaban lo que ocurría entre una pareja, sólo lo mostraba.

—No —dijo por último, con un gemido—. Bueno, creo que estoy desesperada. No voy a la moda, no tengo tiempo para leer novelas actuales…!
La miró más de cerca.

—Algunas lecciones se cobran un alto precio. Pero tú estas a salvo aquí conmigo.
Posó su mano sobre ella y, sorprendentemente, sacó su pecho fuera de camisa pasando el dedo por su duro pezón. La mirada de él mientras la tocaba, hizo que la experiencia fuera aún más sensual.

—El deseo es la causa, —explicó en silencio—. La parte que más se hincha de un hombre es el pene y de la mujer los pechos cuyos pezones se ponen duros. Es una reacción como consecuencia de la emoción, y no hay porqué avergonzarse.

Apenas podía respirar. Sabía que su cara estaba ardiendo, y su corazón latía muy deprisa. Ella estaba sentada en medio del campo, a plena luz del día, dejando que Joe mirara sus pechos y le explicara lo que es el deseo. Todo esto era como un sueño hecho realidad antes sus asombrados ojos.

—Lo sabía —sonrió el—. Eres preciosa —dijo suavemente, moviendo su mano y tirando de los bordes de la blusa para cubrirla de nuevo—. No escondas tu belleza.

 Hay confianza entre nosotros, ¿no? Siempre la ha habido. Por eso puedo hablar contigo fácilmente de cosas tan íntimas —frunció el ceño ligeramente—. Yo siempre ame a mi esposa, ¿no te lo había dicho? 

Ella me decía que estaba loco, pero la quería tanto que hubiera hecho cualquier cosa por ella. Pero yo no era lo suficientemente rico para darle todo lo que ella quería. 

Mi mejor amigo me dijo que invirtiera una gran cantidad de dinero en el sector inmobiliario y fue todo un fracaso. No creo que ella mirara hacia atrás cuando me dejó, pero durante semanas no pude dormir, porque la echaba mucho de menos. Todavía me ocurre de vez en cuando —suspiró al aire—. 

Y ahora van a venir aquí, ella y Bob. Ellos van a estar en la ciudad durante unas semanas mientras él se deshace de todas sus inversiones. Él se jubila, y quiere venderme su caballo de carreras. Va a ser muy doloroso, ¿no te parece? —él murmuró fríamente.

Ella sentía su dolor y pero no se atrevía a dejar que él viera lo mucho que l afectaba.
—Gracias por desenredarme, —dijo sin aliento y empezó a levantarse separándose de él.
Tiró de su mano y se quedó mirando mientras pensaba.
—No lo hagas. Quiero comprobar algo.

Sus dedos se dirigieron hacía los botones de su camisa y la desabrochó, sacándose después los faldones de los vaqueros. Su pecho es ancho y bronceado, poderoso con vello espeso.

—¿Qué estás haciendo? —susurró ella, asustada.
—Te lo dije. Quiero comprobar algo —la sentó sobre sus rodillas, y desabrochó los botones que quedaban de su camisa. Él miró inquisitivamente a su expresión. 

Ella estaba demasiado conmocionada para protestar, y luego la acercó a su pecho dejando que sintiera por primera vez el impacto de la semidesnudez de un hombre contra la suya propia.

Su respiración estaba agitada. Había maravillosa curiosidad en sus ojos cuando los levantó mirándolo fascinada.

Sus manos fueron hacía su caja torácica y la dibujó sensualmente, acunando aquel cojín suave de su pecho. Le hizo cosquillas y sus pezones se irguieron. 

Ella se agarró a sus hombros, arañándole sin querer, sintiendo como todos sus sueños parecían hacerse realidad a la vez. Sus ojos estaban oscurecidos por la pasión, fueron hacía su boca y la besó.

Sentía el ardiente calor de sus labios invadiendo lentamente su boca, jugando y bromeando con sus labios. Ella bebió de su aliento, como si estuviera degustando el mejor elixir del mundo.

 Débilmente sintió como su mano la acariciaba tiernamente, haciendo que su pezón se inflamara cada vez más. Jadeó otra vez y levantó la cabeza para que él pudiera ver sus ojos. Agitó el dedo pulgar sobre la punta endurecida y ella tembló impotente entre sus brazos.

—Sí —susurró en tono ausente, —eso es exactamente lo que había pensado. Podría hacerte el amor ahora mismo aquí.

Ella apenas lo escuchaba. Su corazón latía con fuerza. Sus dedos la tocaban, encendiendo su cuerpo. 

Se arqueó contra él, desesperada para no perder el contacto.
Sus ojos ocupaban toda su cara, su pecho desnudo presionado contra el suyo. Un contacto que le llegaba hasta el alma.
—Te quiero, —dijo tranquilamente.

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