sábado, 25 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo final 37



–Porque no puedo imaginarme un día en que me levante sin ti a mi lado. Te amo, Demi y aunque no me correspondas, quiero poner mis cartas sobre la mesa…
 –Cuando dices que me amas…

 –Te quiero. Con ataduras. Tantas ataduras que te enredarías intentando deshacer los nudos.
 –Yo también te quiero –afirmó ella, sin poder contener una sonrisa–. ¿De qué ataduras estás hablando?
 –Te lo diré después.

 El médico había llegado. Era un hombre muy alto y fornido, de pelo cano. Su expresión severa se relajó cuando hubo terminado su examen. Aceptó la taza de té que le ofrecieron y les informó de que no era nada grave. Tenía la tensión un poco alta, pero no era nada que un poco de relajación y descanso no pudieran aliviar.

 El sangrado pasaría y había hecho bien en tumbarse. Había escuchado el corazón del bebé y todo estaba bien. Además, ella estaba en buenas manos, lo sabía porque conocía a Joseph desde que había nacido, pues él había atendido el parto.

 Demi lo escuchó aliviada y sonrió. Al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en lo que Joseph acababa de decirle. La amaba. ¿Lo habría dicho para tranquilizarla?, se preguntó y lo miró a los ojos, tratando de calmar sus dudas.

 La mirada de James la inundó de calidez. Sin embargo, había estado tan convencida de que no la amaba que se resistía a creerse lo contrario.

 Él debió de leerle la mente porque, en cuanto el médico se hubo ido, la ayudó a tumbarse en el sofá, rodeándola de cojines, a pesar de las protestas de ella, diciendo que no era una inválida.
 –Ya no sé si creerte, después de que me has estado ocultando lo de los mareos –le reprendió él.
 Demi se incorporó y lo abrazó.
 –Y yo no sé si creer lo que me has dicho antes…

 –Sabía que estabas dándole vueltas –comentó él y suspiró, tomándola de la mano–. Y no te culpo. Sé que te dejé claro desde el principio que no quería nada serio y que te conté la historia que lo justificaba. Mi vida era el trabajo y no imaginaba que ninguna mujer pudiera ser más importante que eso. No me di cuenta de lo que sentía por ti hasta que te fuiste a París. Me había acostumbrado a tenerte siempre a mi disposición.

 –Lo sé –reconoció ella–. Yo era para ti una chica con la que podías relajarte, pero no te fijabas realmente en mí. No hacías más que salir con rubias exuberantes y eso mermaba mi confianza. Cuando me licencié y conseguí ese trabajo en París… me invitaste a cenar. Pensé que era una cita en toda regla. Creí que, al fin, habías comprendido que ya no era una niña, sino una mujer. Me emocioné tanto…
–Y yo te di calabazas.
 –Debería haber adivinado que nada había cambiado cuando me regalaste tarta con helado como sorpresa, con una bengala en lo alto.

 –Haría lo mismo ahora –afirmó él con una seductora sonrisa–. Te encanta la tarta con helado. No te di calabazas porque no me gustaras.
 –Pues a mí me lo pareció.

 –Estabas a punto de irte al extranjero. Cuando me besaste, me sentí como un viejo verde aprovechándose de una joven inocente y llena de vida. Pensé que te merecías algo mejor, pero me costó mucho apartarme. Nunca te había tocado antes. Estaba tan excitado… Deberíamos haber hablado de todo esto mucho antes.

 –Yo no era capaz. Tenías razón. Era inocente y demasiado joven. No era lo bastante madura como para hablar de ello. Lo viví como el más vergonzoso de los rechazos y quise salir huyendo –reconoció ella y lo miró con ternura–. Decidí labrarme mi propia vida en París y, en cierta forma, lo hice.

 –Claro que sí. Me dejaste conmocionado cuando volví a verte en casa de tu padre. No eras la misma chica que se me había insinuado años atrás. No podía dejar de mirarte.
 –Porque había cambiado mi aspecto externo…

 –Eso pensé yo –confesó él–. No quería darle muchas vueltas. La atracción era muy grande y tú eres la mejor amante que he tenido nunca.
 –¿Sí? ¿De veras? –preguntó ella con una sonrisa de entusiasmo.
 –Ahora te toca a ti.

 –Lo sé. Me había pasado años soñando despierta contigo y, justo cuando había pensado que lo había superado, nos encontramos y descubrí que seguía loca por ti. Cuando nos hicimos amantes… fue lo más maravilloso del mundo –aseguró ella, recordando su primera vez–. Nunca creí que fuera a quedarme embarazada y lo más curioso es que lo que falló fue mi preservativo, el que había llevado a esa cena hacía cuatro años.
 –¿Para usarlo conmigo? –preguntó él, atónito–. No lo dices en serio.

 –Muy en serio. No quería deshacerme de él, incluso creo que debió de caducar. Tampoco ayudó mucho a su conservación el estar rodando en mi bolso con un montón de cosas más –explicó ella–. Cuando me di cuenta del embarazo, tuve que enfrentarme a la verdad. Yo estaba segura de que te gustaba porque nos conocíamos desde hacía mucho, pero que no me amabas.

 –El amor no estaba en mis planes. Solo sé que me soltaste la noticia bomba y lo más razonable me pareció casarnos. No me paré ni a pensar que podrías rechazarme.
 –Si hubiera sabido…
 –¿Te puedo confesar algo?

 –¿Qué?
 –Mandé reformar esta casa especialmente para ti.
 –¿Qué quieres decir?
 –En cuanto la vi, supe que era para ti, y eso fue antes de descubrir que estabas embarazada. Cielos, no quería darme cuenta de lo que sentía. Desde el momento en que empecé a pensar en acomodarte en una casa, debí haber adivinado que me había enamorado de ti.
 Demi lo miró emocionada y lo rodeó con sus brazos.

 –Cuando renunciaste a la idea de casarnos, pensé que en el fondo estabas aliviado porque yo me hubiera negado… La mayoría de los hombres se habrían sentido atrapados con un embarazo no deseado…

– ¿Aliviado? –Repitió él, riendo, y le acarició el pelo–. Pues yo creía que tú preferías esperar a tu hombre ideal y que, por eso, me habías rechazado… Ansiaba que ese hombre fuera yo, pero tampoco quería presionarte demasiado, por si te agobiabas y decidías apartarte de mí.
 –Sí quiero casarme contigo. No sabes cuánto. Lo que no quería era un matrimonio de conveniencia. Odiaba pensar que me lo ofrecías por obligación.

 –Bueno, pues lo que te pido es si quieres ser el amor de mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?
 La boda fue discreta y familiar. La pequeña Emily nació sana y fuerte. Estaba gordita y rosada, con pelo oscuro y tanto Demi como Joseph se enamoraron de ella a primera vista.
 Para haber sido tan reacio al compromiso, Joseph se adaptó sin problemas a su nueva vida. Volvía temprano a casa por las tardes y muchas veces trabajaba desde casa.

 Demi iba a tener que acostumbrarse a tenerlo cerca porque, tal y como él la informó, estaba cansado del ajetreo de la ciudad. El entorno urbano no era lugar para criar a todos los hijos que habían pensado tener. Además, él ya tenía más dinero del que podían gastar en toda una vida. ¿Por qué perder el tiempo trabajando más cuando había cosas más satisfactorias?
 Y no había duda de a qué cosas se refería.

Demi bromeaba con él respecto a lo mucho que había cambiado. Y estaba dispuesta a pasarse toda la vida devolviéndole con creces la felicidad que le había proporcionado…



La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 37




Tengo mucho miedo. Lo siento, Joseph. Seguro que solo necesito descansar.
 Él se arrodilló a su lado y le tomó la mano.

 –No eres médico, Demi. No sabes lo que necesitas. Gregory es el mejor de Londres y es amigo personal de mi familia. Le he preguntado si era mejor llevarte yo al hospital o llamar una ambulancia, pero me ha dicho que vendrá a verte a casa primero. Me has asustado mucho.
 –No era mi intención.

Joseph quiso saber cuáles eran sus síntomas y le hizo una batería de detalladas preguntas. Cuando le confesó que llevaba un libro de embarazo en el maletín, ella sonrió.
 –A veces, el conocimiento es peligroso, Joseph.
 –¿Por qué no me habías dicho que los mareos no habían cesado?

 –No quería preocuparte. No pensaba que fuera importante… –contestó ella.
 Además, Demi no había querido ni pensar que algo podía enturbiar su idílica felicidad. Sin embargo, los problemas no podían superarse ignorándolos y, en ese momento, había que enfrentarse a ellos.
 –Sé que me vas a decir que no es el momento adecuado para hablar de esto, Joseph, pero…
 –Adelante.

 –No sabes lo que te voy a decir…
 –Sí –afirmó él con una sonrisa provocativa–. ¿Crees que no te conozco? Cada vez que vas a sacar un tema delicado, te humedeces los labios con la lengua y empiezas a tocarte el pelo.
 –No pensaba que te dieras cuenta de esas cosas.

 –Te sorprendería saber de todo lo que me doy cuenta –apuntó él–. No vas a perder el bebé.
 –¿Y si lo pierdo? –le espetó ella en un arranque de valor. Entonces, cerró los ojos e intentó calmarse respirando hondo.

 –Entonces, es buen momento para hablar de qué pasaría con nosotros, antes de que llegue Gregory. No te sienta bien estresarte, pero necesito decirte algo.

Demi lo miró con resignación. Esperaba que él le dijera que su acuerdo no sobreviviría un aborto. Era mejor hablar de ello de una vez, en lugar de seguir ahí tumbada, fingiendo que todo andaba bien. Y, si no perdía al bebé, era mejor saber cuál sería el próximo paso. Se dio cuenta de que, a pesar de la felicidad que había experimentado en las últimas semanas, siempre había existido la venenosa sombra de la duda sobre su relación.

 –Sé que compartir esta casa no era lo que tenías en mente cuando supiste que estabas embarazada. Vivías en pos de la aventura y, de pronto… el destino tiene otras cartas para ti…
 –¿Qué quieres decir con que vivía en pos de la aventura?

 –Quiero decir… –respondió él y suspiró–. Dejaste tu casa en Kent para irte a París y volviste convertida en una persona nueva. Eres muy sexy y tienes mucho por descubrir.
 –Yo no me considero tan aventurera.

 –Te involucraste en una relación conmigo para satisfacer un deseo de adolescencia, pero sé que sigues queriendo conocer mundo.
 –¿Ah, sí?

 –Claro que sí. Lo comprendí cuando me dijiste que lo nuestro no era un asunto zanjado. Eso significaba que se zanjaría algún día –señaló él y apartó la mirada–. Supongo que te presioné un poco cuando te propuse vivir juntos. Ya habías rechazado casarte conmigo. Admito que te hice un poco de chantaje. ¿Cómo ibas a rechazar casarte y rechazar también la otra alternativa razonable sin parecer una egoísta?

 –Acepté porque me pareció una buena idea –confesó ella con el corazón acelerado.
 –Sí, no ha estado mal, ¿verdad?

Demi asintió, conteniéndose para no admitir todo lo que sentía. ¿Y si le decía que habían sido las semanas más felices de su vida?

 Joseph había sido atento, afectuoso, protector y, como siempre, divertido y entretenido. Había vuelto temprano del trabajo para cocinar para ella. Había soportado las visitas frecuentes de Ellie y sus historias sobre su vida amorosa. Había consentido su debilidad por las teleseries y le había preparado tazas de infusión siempre que ella había querido. La había malcriado y ese era el problema. La suya parecía una relación de verdad.

 Sin embargo, no tenía un anillo en el dedo y lo que más asustaba a Demi era que, si no había bebé que los uniera, pronto se separarían.

 –Voy a decirte algo, Demi. Puede que te sorprenda, pero debes saberlo antes de que llegue Gregory.

 Joseph la miró y sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Siempre había sido capaz de predecir el resultado de sus decisiones y sus acciones. Pero eso había sido en lo relativo a los negocios. Se había dado cuenta de que, en lo que tenía que ver con los sentimientos, todo era impredecible.

Demi se preparó para lo peor. Se recordó a sí misma que era mejor saber la verdad y aceptarla de una vez.
 –Si pierdes este bebé… y no creo que eso pase… De hecho, creo que igual no habría hecho falta llamar a Gregory, pero siempre es mejor actuar sobre seguro…

 –Di lo que tengas que decir –le pidió ella–. Soy yo quien se pone a hablar sin parar cuando está nerviosa.
Joseph abrió la boca para decirle que no estaba nervioso, pero no era cierto.
 –Pase lo que pase, quiero casarme contigo, Demi. De acuerdo, me conformaría con vivir juntos. No quiero apresurarte y, viviendo juntos, al menos, puedo intentar hacerte cambiar de idea. Pero quiero que nos casemos, con bebé o sin bebé.

 Ella lo miró en silencio durante unos segundos interminables. Tanto, que James comenzó a temer que no iba a estar de acuerdo.

 –Lo hemos pasado muy bien. Lo has dicho tú misma –le recordó él con tono defensivo.
 –Muy bien –susurró ella al fin. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Las hormonas del embarazo la habían hecho muy sensible. Quizá, también le hacían oír cosas en su imaginación.
 –¿Estás diciendo que quieres que nos casemos… pase lo que pase?
 –Pase lo que pase.
 –Pero no entiendo por qué.

sábado, 18 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 36




–¿De verdad? ¿Sí? –preguntó ella. ¿Por qué le dolía tanto que le dijera eso?
 –¿Por qué te sorprende tanto?

 –Porque parecías muy seguro de que casarnos era la única opción. ¡Como si viviéramos en la Edad Media y tuvieras que comportarte de forma honorable conmigo!
 –Digamos solo que estoy dispuesto a renunciar a algunas cosas –repuso él, esforzándose por no enfadarse.
 –¿A qué cosas?

 –Tú te mudas aquí y yo me mudo contigo. Nada de matrimonio, pero creo que debemos darnos una oportunidad, por el bebé. Si no funciona, nos separaremos de forma civilizada –propuso él y apartó la mirada–. Éramos felices… antes de que todo cambiara. ¿Qué te hace pensar que no podemos ser felices de nuevo?


Joseph no se había dado cuenta de lo feliz que era con Demi hasta que ella lo llamó llena de pánico en medio de una reunión de trabajo.

 Cuando le había sugerido que vivieran juntos, no había sospechado lo que eso implicaría. Era un hombre acostumbrado a la libertad y a la independencia, sobre todo, a no darle explicaciones a nadie. 

Por supuesto, admitía que esa situación había sufrido algunos cambios cuando se habían convertido en amantes. Y admitía también que la idea de casarse le había parecido menos tentadora que la de vivir juntos.

 Al sacar el matrimonio de la ecuación, su sentido de la obligación había quedado al margen. Y, aunque no sabía por qué, vivir con ella le había hecho querer comprometerse de corazón.
 La había ayudado con la mudanza, asegurándose de que Demi hiciera poco más que meter unos cuantos artículos personales en una maleta.

 Recoger las cosas de su propio piso le dio un poco más de trabajo. Pero no reparó en la enormidad de la tarea cuando, dos días después, se reunió con Demi en la cocina para compartir su primera cena… como una pareja que vivía junta.

 Había sido un gran paso, aunque Joseph se había esforzado en que Demi apenas lo notara. Ella seguía titubeante y cautelosa, además el embarazo parecía haberla vuelto impredecible. Era normal. Lo sabía porque había comprado en secreto un libro sobre el tema y se lo había leído de cabo a rabo.
 – Joseph… ¿crees que puedes venir?
 –¿Qué pasa?
 Pocas personas tenían el número de móvil de Joseph. Lo había sentido vibrar en el bolsillo y había visto el nombre de ella en la pantalla. De inmediato, había indicado con una seña a los presentes que continuaran con la reunión y había salido de la sala.

 Cuando Demi había empezado a trabajar en la pequeña editorial de su compañía, nunca lo había llamado. Había dejado el empleo hacía dos semanas y no lo había telefoneado a la oficina ni una sola vez, a pesar de que él le había repetido que podía hacerlo cuando quisiera.
 Por eso, aparte de su tono de voz, le alarmó el mero hecho de que lo llamara.
 Un poderoso sentimiento lo atravesó. Miedo.
 –Estoy sangrando… Seguro que no hay nada de qué preocuparse…
 –Voy para allá.

Demi se tumbó en el sofá con las piernas levantadas e intentó mantener la calma. Mirando a su alrededor, se fijó en los pequeños detalles que había incorporado a la casa, en la que desde el principio se había sentido en su hogar. Había jarrones con flores del jardín, fotos enmarcadas sobre la chimenea, adornos que había comprado en el mercado de Portobello hacía un par de semanas… No estaba segura de si Joseph se había fijado en ellos, pero tampoco había querido comentárselo.

 Se había quedado un poco decepcionada cuando él había abandonado el tema del matrimonio con tanta facilidad. ¿Habría sido un alivio para él no tener que comprometerse? Vivir juntos era muy diferente. Sin embargo, solo se podía culpar a sí misma por no haber aprovechado la oportunidad de casarse cuando él se lo había propuesto.

 En el presente, lo lamentaba. Seguía pensando que, sin amor, un matrimonio era solo una farsa. Aun así… Joseph había sido la pareja perfecta desde que se habían mudado juntos. Ella no había hecho más que decirle que no hacía falta que la tratara como si fuera a romperse, aunque, al mismo tiempo, le había encantado sentirse cuidada. Tal vez por eso, había empezado a creer que era posible que él llegara a amarla algún día.

 Pero, en ese momento, había una preocupación más acuciante…
Demi no quería ni pensar en que podía perder el bebé. Deseó haber prestado más atención a los mareos que había tenido de vez en cuando. Si lo perdía, ¿qué pasaría con Joseph y con ella? Prefería no pensar en la respuesta, porque la hacía agonizar de dolor.

 Cerrando los ojos, intentó no pensar, pero su mente no dejaba de darle vueltas. Ya amaba a ese bebé que no había nacido. Si algo malo le pasaba, ¿cómo iba a enfrentarse a ello?
Demi suspiró con alivio al oír a Joseph abriendo la puerta principal. Al instante, estaba a su lado, con la preocupación pintada en el rostro.

–No debería haberte molestado… –murmuró ella y trató de sonreír.
 Joseph sacó su móvil y comenzó a marcar.
 –¡Deprisa!
 –¿A quién has llamado?
 –Al médico.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 35





Joseph cerró los ojos, invadido por una abrumadora sensación de anhelo. Nunca había sentido nada igual. Algunos amigos suyos, en ocasiones, le había hablado de las maravillas de la paternidad y le habían contado que un bebé no podía compararse con nada más en el mundo. 

Él no les había hecho mucho caso ni les había prestado atención. Sin embargo, en ese momento, se sorprendió por sus propios sentimientos. ¿Qué era esa extraña sensación que lo dejaba conmocionado?

 Era mejor saborear el momento y no hacerse demasiadas preguntas, se dijo Joseph.
Ella le tocó el pelo, mientras él le levantaba un poco más el vestido.
 Con un suave tirón, Joseph la hizo sentarse en el sofá.

No era así como se suponía que debía ir la noche, caviló Demi. Se sentía vulnerable y debería protegerse. Eso implicaba no dejar que él le quitara el vestido por encima de la cabeza como estaba haciendo, dejándole los pechos al descubierto.

 Al instante se los tocó, se los besó y le mordisqueó los pezones, provocándole escalofríos de placer.

 –No sé por qué no me he fijado antes en lo mucho que te ha cambiado el cuerpo.
 –Porque no estabas prestando atención –murmuró ella, sin aliento–. Ni yo tampoco. Ninguno de los dos lo esperábamos.

Joseph apenas la escuchó. Estaba muy ocupado lamiéndola y saboreándola. Ella arqueó la espalda, con los ojos cerrados.

 Mientras él le chupa un pezón, Demi gimió y abrió las piernas de forma automática, invitándole a tocarla.

 Joseph notó su humedad a través de la ropa interior, pero no tenía prisa por quitársela. Siguió tocándola, sin dejar de deleitarse con sus gloriosos pechos. Le gustaba el modo en que ella se retorcía cuando iba hundiendo los dedos en su húmeda calidez. ¿Cómo era posible que Demi quisiera mantenerlo apartado? ¿Cómo podía negar lo bien que estaban juntos?

 Hicieron el amor despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo y, después, ella estuvo a punto de quedarse dormida entre sus brazos.

 –No deberíamos haberlo hecho –murmuró Demi, odiándose a sí misma por haber sucumbido a la tentación. Hizo un amago de ponerse en pie, pero él la sujetó, impidiéndoselo.
 –Intenta sonar más convencida y te creeré.

 –Lo digo en serio, Joseph. No está bien.
 –No es eso lo que me ha dicho tu cuerpo.
 –¡No quiero que sea mi cuerpo quien maneje la situación!
 Azorada, Demi lo empujó y se puso a recoger sus ropas, avergonzada de sí misma.
 Él se levantó, contemplando cómo se ponía el vestido.
 –Sé que no quieres –admitió él con tono grave.
 –¿Ah, sí? –preguntó ella con desconfianza.

 Joseph recogió sus calzoncillos, se los puso y la miró.
 –Sigues sintiéndote atraída por mí, pero no quieres que eso interfiera en tomar la decisión correcta.

 –Bueno… sí –reconoció ella y se sentó en una silla. Con el cuerpo tenso, descansó las manos sobre el regazo, mirando a Joseph con incertidumbre. Con la habitación casi en penumbra, el cuerpo de él parecía una estatua clásica griega, pensó, deseando que se cubriera con una camiseta.

 –Me disculpo si me he aprovechado de tu debilidad.
 –Bueno, la culpa no es solo tuya… –tuvo que admitir ella y apartó la mirada con gesto culpable.
 –Entiendo que no quieras seguir en la situación en la que estábamos, teniendo en cuenta las circunstancias.

 –Nooo… –dijo ella, tratando de adivinar adónde quería él ir a parar.
 –En asuntos como este, todos queremos pensar con la cabeza.
 –No es eso…
 –No quiero perder tiempo convenciéndote en que tienes que pensar con la cabeza. No quieres casarte conmigo y lo acepto.