martes, 5 de febrero de 2013

Un Refugio para el amor capitulo 41





Joseph sacó la trona de la camioneta para que Demi pudiera darle de comer a la niña. Mientras alimentaba a Elizabeth, él sacó todo lo que quedaba en el vehículo y montó la cuna portátil. También montó el parque, pese a que Demi le había dicho que no lo iban a usar mucho.
Pensándolo bien, Elizabeth había gateado mucho por casa de Sebastian, pero Matty y él lo mantenían todo muy limpio. Y además, en la casa él no tenía que asumir la responsabilidad por lo que ocurriera con Elizabeth cuando estuviera en el suelo, porque siempre había gente alrededor dispuesta a cuidarla.
Estaba tan concentrado en conseguir que Demi quisiera estar de nuevo con él que no se había dado cuenta de que recaería sobre sus hombros la responsabilidad de un bebé. Cuando había pensado en aquella semana, su mayor preocupación había sido que apareciera el tipo que amenazaba a Demi. Sin embargo, mirando a su alrededor en la pequeña cabaña, veía más de un millón de peligros para Elizabeth, y ninguno de ellos tenía que ver con aquel tipo.
Matty les había hecho unos bocadillos, así que, cuando tuvo listo el mobiliario de la niña, siguió la recomendación de Demi y se detuvo a comer mientras Elizabeth todavía estaba despierta. No se le había escapado lo que Demi quería decirle: que en cuanto el bebé estuviera durmiendo la siesta, ellos dos no iban a perder el tiempo comiendo.
Cómo necesitaba a aquella mujer. No recordaba haberse sentido tan expuesto y vulnerable en toda su vida, y ansiaba refugiarse en sus brazos. Pero la necesidad que sentía no era sólo de recibir cosas. Una vez que había entendido todo lo que Demi había pasado por su culpa, deseaba con todas sus fuerzas regalarle todo el placer que fuera capaz de dar.
Apenas comió. Estaba demasiado preocupado mirando a Demi y excitándose cada vez que ésta lo miraba.
Mientras ella preparaba a Elizabeth para la siesta, él lavó los platos de la comida. Sólo veía la parte superior de su cabeza detrás del biombo que había colocado entre la cuna y la cama para que pudieran tener algo de intimidad, y tomó nota de quitar el biombo cuando no lo necesitaran realmente. No quería perderse ni una sola imagen de Demi.
—No he visto nada que se parezca a un sistema de seguridad —dijo ella mientras desvestía a Elizabeth para la siesta—. ¿Dónde están?
—Hay detectores de movimiento en las vigas, en todas las esquinas de la cabaña —respondió él.
—Vaya. Ni siquiera me había dado cuenta —comentó Demi mientras miraba a su alrededor.
—A Seth le gusta que sus sistemas sean discretos —le dijo Joseph —. Las cámaras están en el tejado, camufladas entre las hojas y las ramas de los pinos. Si ese tipo no sabe que hay un sistema de seguridad, no intentará desmantelarlo.
—¿Te dio Sebastian un arma cuando nos marchábamos esta mañana?
—Sí. Está en la caja de metal verde que he puesto en la estantería más alta. ¿Te molesta?
—Me molesta tener que pasar por estas cosas. ¿Sabes disparar?
—Si es necesario...
—Bueno, supongo que eso está bien.
—Sí, supongo que sí.
Ella le murmuró algo a Elizabeth y comenzó a cantarle suavemente.
Él ya no la veía, y pensó que Demi se habría inclinado sobre la cuna para dormir a Elizabeth.
Demi había aceptado la presencia del arma mucho mejor de lo que él había pensado. Joseph recordaba la última vez que había tenido un arma en las manos. Había sido aquella misma pistola. Los chicos estaban bromeando sobre quién era el mejor tirador, un día de verano en el Rocking D. Sebastian había puesto unas cuantas latas de cerveza sobre una valla y todo el mundo había probado su puntería, salvo Joseph. Él no quería tocar el revólver.
Finalmente, le habían tomado tanto el pelo que se había rendido. Se había intentando convencer de que había superado la repulsión y el rechazo que sentía hacia las armas, pero no había podido. Él había acertado en todas las latas. Parecía que las horas de práctica cuando era niño no habían perdido su efecto. Luego había dejado el arma y había ido a la parte trasera del establo, a vomitar.
Sus amigos habían pensado que se trataba de una gripe estomacal. Él no tenía interés en contarles que cuando tenía trece años, su padre le había obligado a disparar a un caballo. El animal se había vuelto malo, pero sólo porque su padre lo maltrataba de la misma forma que maltrataba a Joseph. El animal le había dado una coz a Joseph y le había roto un brazo, y Joseph Jonas había tenido un ataque de rabia y lo había obligado a matar al pobre caballo. Nat no había vuelto a tocar un arma desde entonces.
Demi era la primera persona que conseguía que todos aquellos malos recuerdos se desvanecieran. Hasta el momento en que se había marchado, diecisiete meses atrás, no había sabido apreciar la magia que ella le confería a su vida. Quererla lo sanaba. ¡Y Dios...! necesitaba que lo sanara en aquel momento.
Ella no había salido de detrás del biombo, pero Joseph se dio cuenta de que la suave nana había terminado. Quizá Elizabeth se hubiera dormido, finalmente. Quizá, por fin, pudiera hacerle el amor a Demi de nuevo.
Él terminó de secar los platos y miró hacia el biombo. El silencio lo animó. Y la idea de lo que se avecinaba hizo que tragara saliva.
Entonces, ella reapareció por encima del biombo, y sonrió. Oh, qué sonrisa. A Joseph se le había olvidado lo seductora que podía ser cuando se lo proponía.
—¿Está dormida? —preguntó en un susurro.
Demi asintió.
Joseph soltó el trapo de la cocina. Sosteniendo la mirada de Demi, se dirigió hacia la cama al tiempo que se desabotonaba la camisa. Entonces ella formó con los labios la palabra «espera».
Él se detuvo y arqueó una ceja. Ésa no era la palabra que necesitaba en aquel momento. Quería oír un «sí».
Pero ella se dio la vuelta y él se preguntó si Elizabeth todavía necesitaría que la arrullaran. Tendría que esperar, porque una vez que comenzaran con aquello, no podría parar, ni aunque Elizabeth se despertara de nuevo.
Entonces Demi se volvió a mirarlo con las mejillas sonrosadas.
—Ya está —dijo, y salió de detrás del biombo.
Él estuvo a punto de desmayarse. 
Los vaqueros y la camisa habían desaparecido. En su lugar había un camisón corto de encaje negro que dejaba desnudas sus piernas. Tenía unas piernas fantásticas. Aunque aquella presentación era un poco exagerada, él no tenía queja. No sabía cuándo ni dónde había conseguido aquel camisón transparente, pero esa imagen viviría en sus fantasías para siempre.
El tejido fino y ajustado se ondulaba a cada paso que Demi daba hacia él. Tenía un montón de lacitos por delante que había que desatar. A él le encantó. La quería por haberse tomado la molestia de convertir aquello en un momento increíble.
—Gwen y yo hicimos una excursión relámpago a Colorado Springs —dijo con cierta timidez—. ¿Te gusta?
—Oh, sí —respondió Nat con voz ronca—. Mucho. Y después de todo este esfuerzo, espero que no te ofendas si te lo quito ahora mismo.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 40





—Está bien —convino Joseph, y cerró la puerta. Demi dejó a Elizabeth en el suelo y después se sentó a su lado para quitarle el gorrito.
—Ya está, cariño. Libre, al fin.
Inmediatamente, Elizabeth comenzó a gatear, gritando de alegría, hacia la estufa de madera.
—Oh, Dios —dijo Joseph —. No vamos a poder usar la estufa. Se puede quemar.
—Claro que sí podemos usarla. Cuando esté caliente, no dejaremos que se acerque.
Jessica siguió con la vista a Elizabeth mientras la niña pasaba ante la estufa y se dirigía a la mesa. Se metió debajo y se sentó, muy satisfecha consigo misma.
Demi se rió. Era evidente que Elizabeth estaba imitando a Fleafarm y a Sadie. A las perras les encantaba tumbarse bajo la mesa del comedor.
—¿Eres un perrito? —preguntó.
—¡Pa! —dijo Elizabeth, y lanzó a Demi una sonrisa.
—Buena chica —sin dejar de sonreír, Demi alzó la vista y vio a Joseph con el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre?
—No me esperaba que fuera a gatear por toda la cabaña.
—¿Y qué imaginabas que iba a hacer?
—Pensaba que la tendríamos en brazos, o que la pondríamos en el parque.
—Es muy mayor para estar confinada de ese modo durante mucho tiempo —explicó Demi, intentando conservar la paciencia. Después, volvió su atención hacia Elizabeth, al darse cuenta de que se movía. La niña comenzó a gatear hacia la cama.
—Entonces quizá no deberíamos haberla traído.
A ella se le encogió el corazón.
—Quizá no, si te vas a comportar como una gallina con sus polluelos.
—Yo sólo... ¡Elizabeth, no! —exclamó él. Fue corriendo hacia la niña y la tomó en brazos—. ¡Dame eso!
Elizabeth comenzó a llorar.
Demi se puso de pie de un salto.
—¿Qué? ¿Qué tiene en la mano?
—¡Bueno, sólo es una brizna de hierba, pero habría podido ser cualquier otra cosa!
—Dámela.
Parecía que él estaba contento de deshacerse de la niña. Demi se la llevó junto a la ventana.
—No pasa nada, cariño —dijo mientras la mecía y le besaba las mejillas húmedas—. Chist, no pasa nada. Cálmate, pequeñina. ¡Mira! ¡Mira por la ventana! ¿Ves a aquel pajarito? Mira eso. Es un pajarito muy bonito que ha venido a decirle hola a Elizabeth. ¿No quieres decirle hola?
—Ba —dijo Elizabeth, gimoteando. Después, respiró profundamente y se movió en los brazos de Demi para mirar a Joseph.
Demi siguió la dirección de la mirada del bebé y la expresión de confusión de Joseph le partió el corazón.
—Está bien —le dijo.
Él sacudió la cabeza.
—No puedo hacerlo, Demi. No se me da bien.
—Oh, por Dios —dijo ella. Con Elizabeth en brazos, se acercó a él. Notó que la niña se encogía un poco, y ésa era otra razón más para borrar de la mente del bebé aquel incidente.
—Me odia —dijo Joseph.
—Sólo la has asustado un poco. Háblale.
—¿Y qué le digo?
—Que es la niña más preciosa del mundo. Y también podrías darle esa brizna de hierba.
—¡Pero estaba debajo de la cama!
—No le hará daño. Los ciervos la comen.
No parecía que Joseph estuviera muy conforme, pero le ofreció la hierba a Elizabeth.
—¿Es esto lo que querías, cariño?
—¡Ga! —dijo Elizabeth, y alargó el brazo.
—Hazle cosquillas con ella —sugirió Demi.
—¿Se la pongo en la cara?
—Sí. Juega con ella. Acuérdate de lo mucho que le gusta jugar al escondite. Jugar es importante.
Él respiró hondo para tomar fuerzas.
—Está bien. Eh, Elizabeth, ¿te gusta? —dijo, y le rozó la punta de la nariz con la brizna de hierba.
La niña se rió, encantada.
—Te gusta, ¿verdad? — Joseph repitió el movimiento y se ganó otra risita de bebé—. Me encanta cómo se ríe. Se le arruga la nariz.
—Lo sé.
La tensión que había sentido Demi comenzó a disiparse mientras Joseph continuaba haciéndole cosquillas. ¿Por qué habría pensado ella que todo iba a ser tan fácil a la primera cuando los tres estuvieran juntos? Era una tonta. Joseph y ella no habían tenido nunca las conversaciones básicas que los futuros padres debían tener sobre las expectativas y los estilos de paternidad.
Ella había tenido nueve meses para leer mucho sobre la crianza y la educación mientras se formaba la idea de la madre que quería ser. Aunque no quería que Elizabeth repitiera su niñez, había habido cosas muy positivas en ella, como el hecho de sentirse querida. Joseph no tenía forma de saber cómo actuaba un padre que quería a su hijo.
—Es casi la hora de comer —dijo por fin—. Si le traes la trona de la camioneta y la pones ahí, le daré la comida.
—Está bien —dijo Joseph. Se dio la vuelta y Elizabeth protestó. Entonces él se volvió con una sonrisa en los labios—. No quiere que me vaya —dijo, sorprendido.
—No, no quiere —afirmó Demi, sonriendo también—. Pero quizá lo tolere si le das la brizna de hierba.
Él miró la hierba que tenía en la mano.
—Supongo que tengo que hacerlo, ¿no?
—Confía en mí. No le va a pasar nada. Yo la vigilaré cuando tú te hayas ido.
De mala gana, él le dio la hierbecita a Elizabeth, que movió las manos y se rió de felicidad. Cuando se la metió a la boca, él hizo un gesto de dolor.
—Odio esto.
—Lo sé. No te preocupes, yo la cuidaré para que no se ahogue. Estará bien.
—Tiene que estar bien —dijo él, y la miró a los ojos—. Porque si os pasara algo a alguna de las dos, yo me moriría.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 39




Demi se había preparado para un lugar rudimentario, aunque en realidad, no le importaba dónde estuviera siempre y cuando pudiera estar a solas con Joseph y con Elizabeth. Por fuera, la cabaña era más o menos como se la había imaginado: un pequeño edificio de madera con ventanas cuadradas, sin cortinas. El tejado era de estaño y estaba cubierto de agujas de pino, hojas y ramas. Los restos del bosque hacían que pareciera casi de paja.
Pero la cabaña, humilde como era, estaba en medio de un bosque de álamos. Sus troncos brillantes y blancos elevándose hasta la frondosidad dorada de las hojas eran toda la decoración que necesitaba aquel lugar para ser espectacular.
—Es precioso —dijo Demi mientras Joseph aparcaba la camioneta junto a la puerta.
— ¿Precioso? —Preguntó Joseph, mirándola con sorpresa—. No tienes que fingir que es el Taj Mahal por mí, Demi. Sé que tú estás acostumbrada a cosas mejores.
— ¿De dónde has sacado eso?
Durante su relación, él nunca se había disculpado por los alojamientos, y algunos de ellos no habían sido precisamente de cinco estrellas.
—Bueno, después de todo, tú eres la heredera de una gran fortuna, y...
— Joseph Jonas, ¿acaso le he dado yo alguna importancia a eso en el tiempo que llevamos juntos? De hecho, ¿no he procurado con todas mis fuerzas librarme de esa etiqueta?
Elizabeth comenzó a reírse, como si quisiera unirse a la conversación.
—Bueno, sí —reconoció Joseph —. Pero no puedes cambiar el hecho de que tienes relación con Russell P. lovato .
—La menos posible —respondió Demi. Realmente, no quería hablar de ello.
Elizabeth se volvió más ruidosa.
—¿Tienes pensado mantener a Elizabeth en secreto para siempre? —preguntó Joseph.
Era una pregunta justa, si estaba considerando construir una vida con ella.
—No, supongo que no. No importa lo que yo sienta hacia mis padres y hacia todo el poder que tienen. No estaría bien, ni para Elizabeth ni para ellos. He estado pensando en mi madre últimamente —admitió Demi —. Estoy segura de que le encantaría ser abuela.
Elizabeth empezó a moverse en el asiento del coche, al tiempo que intensificaba sus balbuceos.
Demi se desabrochó el cinturón de seguridad y comenzó a salir del coche para atender al bebé.
—Deberíamos meterla en casa.
Nat no se movió.
—¿A qué te refieres con eso de circunstancias mejores? ¿Con un tipo mejor? —preguntó suavemente.
Demi se volvió hacia él y al ver la incertidumbre reflejada en su mirada, se irritó consigo misma por haber elegido mal las palabras. Sin prestar atención a la agitación que mostraba Elizabeth, alargó los brazos y le tomó la cara entre las manos.
—Tengo al mejor hombre —le dijo—. No estaba hablando de ti. Estaba hablando de todo este lío, de ese tipo que me sigue. Yo me sentiría orgullosa de decirle a mis padres que tú eres el padre de mi hija —«y también me sentiría orgullosa de decirles que eres mi marido», pensó. Sin embargo, eso se lo guardó para sí. Necesitaba ocuparse de Elizabeth antes de tener aquella conversación.
Demi sacó a la niña de la camioneta y entró en la cabaña con ella mientras Joseph se ocupaba del equipaje. Al entrar, lo primero que vio fue un jarrón lleno de margaritas blancas y amarillas, colocado sobre una mesa de madera con dos sillas. La segunda fue la cama, abierta, con las almohadas blancas ahuecadas, como si alguien no quisiera perder el tiempo y deseara meterse entre las sábanas rápidamente. La tercera cosa fue un biombo a los pies de la cama. Joseph también había pensado en la privacidad.
Él se acercó y Demi lo miró. Joseph la estaba observando con expresión tensa. Demi estaba tan conmovida y excitada por el cuidado que había puesto en los detalles que no sabía si podría hablar. Pero, evidentemente, tenía que decir algo.
—Las flores... —hizo una pausa y carraspeó—. Las flores son muy bonitas.
—Ojalá pudiera decirte que las tomé en el bosque. Tuve que comprarlas en el pueblo, porque no estamos en la estación adecuada. Sé que el jarrón no es...
— Joseph si te disculpas más por esta preciosa cabaña, yo... bueno, no sé lo que voy a hacer, pero seguro que no te gustará.
Él se quedó inmensamente aliviado.
—Entonces... ¿te gusta el sitio?
—Me encanta. No querría estar en ningún otro lugar, ni con otras personas.
—Yo tampoco — Joseph la miró y poco a poco, en su rostro apareció una sonrisa, a medida que la ansiedad desaparecía de sus ojos azules y era reemplazada por una llama de deseo.
A ella se le cortó la respiración al observar la belleza de aquel hombre. Y durante toda una semana, sería sólo suyo. Bueno, suyo y de Elizabeth.
Como si quisiera recordarle que estaba allí, la niña comenzó a luchar y a retorcerse en sus brazos.
A Demi le encantaba que su hija estuviera aprendiendo a moverse tan rápido. Disfrutaba mucho viéndola gatear, y estaba impaciente porque anduviera.
—Si cierras la puerta —dijo a Joseph —, la dejaré en el suelo para que explore un poco por la habitación.
Joseph se puso nervioso de nuevo.
—¿Estás segura de que no le ocurrirá nada? Matty dijo algo de astillas.
Jessica observó el suelo de madera y decidió que parecía lo suficientemente pulido. Y la ausencia de alfombras gruesas podría ser un punto a favor.
—Estará bien —dijo, y se agachó para dejar a la niña en el suelo—. De todas formas, no podemos tenerla en brazos toda la semana. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? Al final, la dejaré explorar fuera también, pero...
—¿Fuera?
Asombrada por su tono escandalizado, ella alzó la vista.
—Claro. ¿Por qué no?
—Podría encontrarse alguna cosa. Un bicho, una piedra sucia, una serpiente... —enumeró él, y se estremeció.
Jessica se rió.
—No voy a soltarla por ahí y olvidarme de ella. La seguiré y me aseguraré de que no se meta nada a la boca. Tú puedes ayudarme a vigilarla, si te sientes mejor. Elizabeth gatea muy bien, pero dudo que pueda avanzar a más velocidad que nosotros.
—No me importa. No estoy cómodo con la idea de dejar al bebé en el suelo.
Jessica excusó su actitud al pensar que él tenía poca experiencia. Sin duda, tras uno o dos días con Elizabeth lo superaría, pero en aquel momento la estaba poniendo un poco nerviosa. Se parecía mucho a Russell P. su propio padre. Y Jessica no iba a tolerar que nadie asfixiara a su hija como la habían asfixiado a ella, aunque esa persona fuera el hombre más atractivo del planeta.
—Empezaremos por la cabaña; ya nos preocuparemos del exterior más adelante.

Un refugio para el amor capitulo 38





—Llévate mi treinta y ocho —dijo Sebastian a Joseph a la mañana siguiente, mientras metían las últimas cajas en la camioneta—. Me sentiré mucho mejor si tienes algo para defenderte.
Nat se preguntó si no estaba siendo un cabezota. Odiaba las armas con todas sus fuerzas, pero sabía usarlas muy bien, pues su padre le había obligado a hacer interminables prácticas de tiro. Y la seguridad de Demi y de la niña también dependía de él.
Sebastian insistió.
—Sé que estás satisfecho con ese sistema de seguridad tan moderno que habéis instalado Seth y tú en la cabaña, pero me sentiría mejor si tuvieras un revólver.
—Está bien —respondió Joseph con un suspiro de resignación—. ¿Tienes una caja con candado, o algo que pueda usar para guardarla? No quiero correr ningún riesgo con la niña.
—Te daré una caja con un candado, pero te aconsejo que pongas la pistola en la estantería más alta, con la caja abierta. Yo me preocupo por Elizabeth tanto como tú, pero ella no puede trepar por los armarios que hay en la cabaña.
Con la ayuda de Sebastian y Matty terminaron de llenar la camioneta de cajas de provisiones, tomaron un maletín de primeros auxilios, su equipaje y por supuesto, a Bruce. Después, Demi, Elizabeth y Joseph.
tomaron la pista de tierra que dividía en dos el Rocking D y que terminaba en la vieja cabaña, en los límites del rancho de Sebastian. Por el espejo retrovisor Joseph vio a Matty y a Sebastian junto al porche de la casa, con los brazos levantados diciendo adiós.
—Aunque no supiera nada más de ti —dijo Demi, sonriendo—, sabría que eres especial por los amigos que tienes.
Mientras la camioneta iba dando tumbos por el campo, Demi no intentó trabar conversación con Joseph. Éste tenía suficiente con esquivar los agujeros y las piedras, y ella quería estar segura de que Elizabeth estaba bien, así que estuvo hablando con ella durante el camino.
No veía la expresión de la niña porque el asiento del coche miraba hacia la parte trasera, pero al menos, Elizabeth no estaba llorando.

 Durante un trecho más suave, Demi se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia ella para averiguar qué estaba ocurriendo con su hija, que no había dicho nada hasta el momento. Elizabeth la miró, con los ojos muy abiertos, como si estuviera fascinada por el viaje.
Demi sonrió.
— ¿Te diviertes? —le preguntó.
— ¡Ba, ba! —respondió la niña. Tenía a su mono agarrado con fuerza en una mano, y no parecía en absoluto que fuera a ponerse a llorar.
Ella volvió a acomodarse en su asiento y se abrochó el cinturón.
—Creo que tenemos a una aventurera.
—Eso da mucho miedo —respondió Joseph.
—Al menos, parece que ha decidido confiar en nosotros.
—En ti, no en nosotros. Todavía no sabemos si toleraría estar a solas conmigo. Nunca hemos estado a solas. Y ahora que lo pienso, tampoco lo estaremos en este viaje.
— ¿Por qué no? — Demi pensaba que era el mejor momento para la experimentación—. Yo podría dar un paseo, y así haríamos una prueba y veríamos qué hace.
—Esta semana no. Esta semana no voy a perderte de vista.
Ella sintió una opresión en la garganta.
— ¿Es por si acaso ese tipo está por ahí?
Él no apartó los ojos de la carretera.
—Exacto. Además, me da una buena excusa para tenerte cerca de mí —dijo, y agarró con fuerza el volante para superar otra zona rocosa del camino—. Muy cerca.
Demi sintió una oleada de excitación. Observó cómo aquellas manos controlaban el volante con fuerza y seguridad. Cómo había echado de menos sus caricias...
 Acaban de empezar a disfrutar de nuevo cuando ella había insistido en terminar con las relaciones sexuales.
Había tenido razón en insistir en aquello hasta que él hubiera tenido la oportunidad de ver a Elizabeth y aclarar lo que sentía por ella. 
A menos que lo estuviera entendiendo todo mal, Joseph había hecho un progreso estupendo en aquel sentido. En vez de ser un obstáculo entre ellos, parecía que la niña los estaba uniendo.
Y ella estaba preparada para volver a unirse a aquel hombre. Más que lista. Tenía por delante una semana para amar a Joseph. Le había parecido mucho tiempo cuando se lo habían sugerido por primera vez, pero después había empezado a pensar si sería tiempo suficiente para satisfacer la necesidad que había ido acumulando durante los últimos días. 
No quería malgastar ni un minuto del tiempo que tenían para estar juntos. Miró el reloj. Era casi la hora de comer. Después de la comida, Elizabeth siempre se echaba una siesta...
—Estás muy callada —dijo Joseph —. ¿Tienes dudas?
Demi sonrió.
—Sí.
—¿Qué? —él le lanzó una mirada de estupor—. Vaya, Demi, si no tienes pensado hacer el amor conmigo durante el tiempo que pasemos aquí, no creo que pueda...
—Tengo dudas sobre si conviene que nos limitemos a una semana. Teniendo en cuenta el tiempo que quiero pasar haciendo el amor contigo, ojalá tuviéramos dos.
Él dejó escapar un suspiro y se movió, incómodo, en el asiento.
—Oh, Dios. Nunca deberíamos haber empezado esta conversación.
Inmediatamente, Demi miró hacia abajo y detectó el bulto revelador que había en sus pantalones. Se le aceleró el pulso.
—Probablemente no debería preguntártelo, pero ¿has traído...?
— ¿Estás de broma? Fue lo primero que metí en mi mochila. Tenemos más preservativos que pañales —respondió Joseph, y apretó la mandíbula—. Te deseo, Demi. En este mismo momento, aquí mismo.
La camioneta dio un tumbo al pasar sobre una enorme piedra de la carretera.
Ella tenía la respiración entrecortada, y no se debía a la dificultad del trayecto.
—Aquí y ahora no es lo que yo llamaría óptimo —dijo.
—Lo sé.
— ¿Cuánto falta para que lleguemos?
Él la miró. Su mirada era tan ardiente que podría derretir el acero.
—Una eternidad.




jueves, 31 de enero de 2013

Un Refugio para el amor capitulo 36



Tal y como Joseph había sospechado, Jim no sabía cómo hacer un trabajo adecuado en la cabaña, así que había llamado a Seth Burnham. Le había pagado una enorme suma para que se desplazara a Colorado y había pasado tres días con él en la cabaña, montando el sistema de seguridad.
—Esto es lo mejor que te puede ofrecer la tecnología —dijo Seth, cuando por fin terminó—. Pero no sirve de nada si se te olvida encenderlo. Así que acuérdate de ponerlo en marcha.
—Lo haré —prometió Joseph.
Pero mientras llevaba a Seth de nuevo al rancho en la camioneta de Sebastian, no estaba pensando en el sistema de seguridad. Estaba pensando en la cama doble de la cabaña, en la que había puesto sábanas limpias. Y estaba pensando en los demás preparativos que había hecho. Había construido un biombo para tener privacidad en la única habitación de la cabaña. Había puesto flores en un jarrón y acumulado infusiones porque sabía que probablemente, Demi estaba harta de café.
Estaba pensando en el día siguiente, cuando Demi, Elizabeth y él estuvieran en la camioneta de Sebastian, de camino a la cabaña. Y tenía la esperanza de que Elizabeth durmiera su siesta habitual de dos horas.



Después de la visita que había recibido aquella primera mañana, Steven Pruitt no se había arriesgado a acercarse tanto a la casa de nuevo. No tenía intención de enfrentarse a tres vaqueros enfadados, sobre todo cuando uno de ellos llevaba un rifle y parecía que estaba dispuesto a usarlo.


Así que Steven había reunido sus considerables habilidades para conseguir información de los habitantes de Huérfano. Sus dotes de actor también le habían resultado muy útiles, exactamente igual que cuando trabajaba para el Lovato Publishing Group. Lovato había perdido un reportero de investigación magnífico al cometer la estupidez de despedir a Steven Pruitt.

Y quizá fuera el error más caro que hubiera cometido Russell P. en toda su vida. A los habitantes de Huérfano les gustaba hablar, y le contaron muchas cosas sobre el misterioso bebé que llevaba seis meses viviendo en el Rocking D. No hacía falta ser un genio para figurarse de quién era ese bebé, aunque Steven sabía que los tests de inteligencia le concedían una puntuación de genio.
Esperar al momento idóneo para cobrar su pieza le había resultado gratificante hasta extremos insospechados. Además del placer visceral del que había disfrutado durante los seis meses que había pasado acosando e intimidando a la preciosa hija de Russell P. había averiguado la existencia de la nieta de Lovato, y tenía la oportunidad de atrapar a la nieta al mismo tiempo que a la hija.
Y lo conseguiría. La suerte estaba de su parte. Estaba en Buckskin, un bar del pueblo, cuando un tipo llamado Jim había entrado a tomarse una cerveza. El tipo estaba muy ofendido porque Sebastian Daniels había llevado a un experto de Los Angeles al Rocking D para que instalara un sistema de seguridad en una cabaña que había dentro del rancho. Jim no entendía, en primer lugar, para qué necesitaban un sistema de seguridad tan sofisticado para una cabaña.
Steven había observado lo mucho que Demi se había unido a aquel novio suyo. No había duda de que era el padre de la niña. Steven apostaría su último dólar a que iban a vivir en aquella cabaña los tres. Por fin, la oportunidad que estaba esperando.

Un Refugio Para el amor capitulo 35






—¿Tiene que irse tan pronto? —entonces miró el reloj de la cocina—. Dios santo, no sabía que fuera tan tarde.
Demi tenía una especial predilección por la madre de Travis, que evidentemente, adoraba a los niños. Aunque Demi estaba deseando estar sola con su hija, Luann estaba tan melancólica que transigió. Era una buena cosa que Gwen, la nuera de Luann, también estuviera embarazada.
—¿Le gustaría ayudarme con Elizabeth? —preguntó—. Seguro que Matty puede quedarse sola unos minutos.
—Claro que puedo —dijo Matty.
—Entonces me encantaría ayudar con esa pequeñina —dijo Luann, y dejó el trapo sobre la mesa.
Trabajando entre las dos, no tardaron mucho en cambiar a Elizabeth, ponerle el pijama y tenerla lista para recolectar todos los besos de buenas noches de la gente de la casa. Estar con Luann siempre hacía que Demi pensara en su madre, y en cómo le gustaría a esta mimar a un nieto. La pena que sentía porque las cosas no pudieran ser diferentes hizo que le concediera a Luann el privilegio de llevar a Elizabeth al salón.
Ella las siguió por el pasillo, y se quedó sorprendida al darse cuenta de que todo el mundo estaba reunido en el salón como si estuvieran esperando algo. Al principio, Demi pensó que quizá fuera la hora de sacar la tarta, pero Matty también estaba allí, así que no había nadie que pudiera hacerlo.
Joseph ya no estaba sentado en el suelo jugando con Josh, sino que estaba junto a la chimenea, y la miró fijamente cuando ella entró en la sala.
Se le encogió el estómago. La estaban esperando a ella. Se había extralimitado al hablar con Sebastian aquella tarde. Alguien iba a echarle un sermón por ser una desagradecida.
—Sebastian ha ideado un plan, Demi —dijo Joseph —. Me lo ha comentado y queremos saber qué piensas tú.
Demi se agarró las manos.
—No debería haber dicho nada. Perdonadme todos. No podría haber pedido unos amigos más maravillosos para cuidar a Elizabeth y...
—Oh, cariño —Matty se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro—. Tenías razón, y todos lo sabemos. No entiendo cómo esperábamos que Joseph, Elizabeth y tú formarais una familia en medio de este barullo.
—Necesitais privacidad —dijo Sebastian.
—Privacidad y seguridad —añadió Boone.
—Y ambiente —dijo Travis, guiñándole el ojo.
Demi los miró a los tres sin entender nada.
—Hay una vieja cabaña en las tierras del Rocking D. No es nada sofisticada, pero es agradable y está limpia —dijo Sebastian—. Vamos a preguntarle a Jim si puede instalar un buen sistema de seguridad allí... aunque ésta podría ser la ocasión de que Joseph llamara a su conocido de Los Ángeles.
—Una cabaña, ¿eh? — Demi estaba empezando a entender la idea, y esperaba estar entendiendo bien.
—Sí. Cuando el lugar sea seguro, podeis ir allí en una de las camionetas con suficientes provisiones como para pasar una semana o así —explicó Sebastian, y sonrió—. Sin interrupciones. Servirá para crear lazos.
Ella miró a Joseph, esperanzada.
—¿Y tú quieres hacerlo?
Él le clavó una mirada ardiente.
—Sí. ¿Y tú?
Demi no pudo contener la sonrisa.
—A mí me parece estupendo.

Un Refugio para el amor capitulo 34





—O Sebastian podría ayudar a Matty en la cocina —dijo Demi, aunque tenía pocas esperanzas de que Joseph se quedara una vez que Sebastian había aparecido.
—No, no —dijo Joseph, de camino hacia la puerta—. A mí no se me dan bien los lacitos. Probablemente, le tiraría del pelo o algo así.
Sebastian miró a Demi mientras Joseph se marchaba.
—La he fastidiado, ¿verdad?
Demi esbozó una sonrisa decaída. Comenzó a meterle a Elizabeth las mangas del vestido por los brazos.
—La he fastidiado —afirmó Sebastian mientras se acercaba al cambiador—. Estoy seguro de que los tres estabais... estrechando lazos.
—Más o menos. ¿Te importa sostenerla mientras le abrocho los botones de la espalda?
—Claro. Hola, preciosa —le dijo a la niña, y le dio un beso en la mejilla.
—¡Pa, pa!
—¿Lo has oído? —preguntó Sebastian, con evidente placer—. ¡Qué lista es!
—Mmm —murmuró Demi. Terminó de abrocharle los botones y reunió valor—. Sebastian, ¿de verdad quieres que Joseph ocupe su lugar como padre de Elizabeth?
— ¡Pues claro que sí! Tú lo sabes. ¿Por qué me lo preguntas? —Sebastian se inclinó hacia Elizabeth y frotó su nariz contra la de la niña—. Naricita, naricita...
Elizabeth se rió y le agarró la nariz.
—Eres muy bueno con ella —dijo Demi.
—Es fácil. La quiero mucho. ¿Verdad, cariño? Sí, sí, quiero mucho a esta pequeñina... —la tomó en brazos del cambiador y le frotó la nariz hasta que la niña estalló en carcajadas.
Joseph nunca habría tenido el valor de tomar a Elizabeth en brazos de una forma tan espontánea, pensó Demi.
—Todos sois muy buenos con ella —dijo—, y ha sido maravilloso verlo, porque ahora sé lo bien que ha estado la niña todos estos meses con vosotros.
Sebastian la miró.
—¿Adonde quieres llegar con todo esto?
Ella tenía mucho miedo de parecer desagradecida, pero tenía algo que decir.
—Me temo que si los tres padrinos de la niña no se retiran un poco, Joseph nunca va a conseguir sentirse cómodo en el papel de padre de Elizabeth.
—Pero nosotros sólo estamos intentando ayudarlo a que se aclimate. Él no sabe nada de bebés, y...
—Y cuanto más se lo repetís, menos confianza tiene en sí mismo. Y no empezó con mucha, que digamos.
—¡Ni yo tampoco!
Elizabeth se rió y volvió a agarrarle la nariz.
Él le quitó suavemente la mano.
—Yo tampoco —repitió más suavemente—. Cuando dejaste aquí a la niña, yo estaba aterrorizado, temiendo que pudiera hacer algo mal y causarle algún daño. Al menos, Joseph nos tiene a nosotros para ayudarlo.
—Y eso es bueno, pero hasta cierto punto. Lo que ocurre es que tú no tuviste la misma clase de padre que Joseph, y sus inseguridades acerca de la paternidad van mucho más allá que las tuyas. Ninguno de vosotros teníais experiencia con bebés, pero no creo que ninguno dudara que podía hacerlo muy bien una vez que se pusiera manos a la obra. Yo estaba segura de que tú podrías, siempre y cuando tuvieras una lista de instrucciones y un libro.
—Debiste pasar horas con esas instrucciones.
—Oh, sí. Tuve que tirar la primera lista porque estaba demasiado manchada de lágrimas.
Sebastian la miró con ternura.
—Has pasado por muchas cosas. Dime qué puedo hacer para ayudar a que esto salga como tú quieres.
—Yo... no estoy segura. Pero me parece que cuando Joseph ve lo competentes que sois todos, cree que él no llegará a conseguir nada.
—Hablaré con Travis y Boone esta noche.
Ella le puso la mano en el brazo.
—Si hablas con ellos, por favor, diles que adoro cómo son con Elizabeth. Pero en éste momento, no dejan a Joseph espacio para maniobrar.
—Pensaremos un buen plan —prometió Sebastian—. Quiero que vosotros tres seáis una familia. ¿Crees que podrá ocurrir?
—No lo sé. Por un momento, justo antes de que entraras, empecé a creer que era posible.
—Y yo estropeé ese momento. Lo siento muchísimo, pequeña.
Demi lo abrazó.
—No pasa nada. Habrá otros momentos —dijo.
Cruzó los dedos y rezó por que tuviera razón.

La fiesta fue ruidosa y divertida. Demi se sentía culpable por haber envidiado la relación que aquella gente tan maravillosa tenía con Elizabeth. Y en lo referente a Joseph, sólo estaban intentando ayudarlo, y quizá sus amigos pensaran ir retirándose poco a poco, por sí mismos. Quizá no hubiera debido decirle nada a Sebastian, después de todo.
Mientras ella estaba ayudando a despejar la mesa después de la comida, notó que Sebastian estaba hablando con Travis y con Boone. Había elegido deliberadamente un momento en el que Joseph, Shelby y Gwen estaban jugando con Josh. Por el modo en que los hombres miraban a su amigo, Demi estaba segura de que estaban hablando de los comentarios que ella le había hecho a Sebastian.
Dios santo, si había interferido en la relación de aquellos amigos, nunca se lo perdonaría. Quizá Travis y Boone se hubieran ofendido por lo que ella pensaba. Tuvo la tentación de dejar la pila de platos que tenía en las manos y decirles que se olvidaran de lo que le había dicho a Sebastian.
Después de todo, ella era una recién llegada en aquel grupo. Ellos se conocían desde hacía muchos años. Quizá ella hubiera interpretado mal la situación.
Pero al final, llevó los platos a la cocina. Y entonces, con la nueva confianza que había adquirido en su relación con Elizabeth, sacó a la niña del parque de juegos que Matty había puesto para ella en una esquina de la cocina mientras duraba la cena.
—Voy a cambiarla y a prepararla para que se acueste —dijo a Matty, que estaba trabajando en la pila.
—Buena idea —respondió Matty—. Creo que está cansada.
Luann dejó el vaso que estaba secando.